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sábado, 3 de noviembre de 2012

LAS CONVICCIONES DEL BURRO


Las convicciones del burro

Siempre se nos inculcó un pésimo concepto del burro, asno, piajeno o jumento. No sólo se le señala como un animal de carga, sino como el más natural objeto de castigo. Se nos ha dicho que no hay por qué tenerle piedad por la tanda de palos que le propine su dueño, pues ello será porque así lo merece el animal y todo el que "se porte como él". Cuando el burro ya no sirve para el trabajo, es natural que viejo y matoso se lo sacrifique como alimento para los humanos, de modo que la venta de su carne en algún mercado clandestino o fábrica de embutidos rinda para su dueño el último beneficio de su tenencia. Lo más triste es que a este pobre animal, encima de todo lo que tiene que sufrir, se le adjudiquen una sarta de defectos como falto de inteligencia, terquedad y estúpida sumisión al trabajo. Desde que leí "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez, nació en mí un nuevo concepto del burro. Entonces empecé a interpretar las experiencias de esos animales de un modo diferente.
Buena madre
Algún tiempo estuvimos en eso de la agricultura. A mi padre se le antojó sembrar algodón -pensando en hacerse millonario- y alquiló una chacra o fundo, en las afueras del distrito de Castilla (Piura), hacia el sur. Para llevar la semilla, compró una burra y, como también tenía proyectos para la crianza de estos animales, la adquirió preñada. Al poco tiempo, la burra alumbró un hermoso pollino. Por las mañanas, uno de los peones traía la burra al pueblo, al depósito de semilla y de abonos -no muy lejos del fundo.  Cierto día, el peón tuvo que ir al hospital para una consulta externa, pero vencido ya el medio día y al no regresar el peón, se me comisionó para esa tarea. La burra se había quedado atada afuera del corral y en vez de ponerle la carga antes de desamarrarla, hice esto primero. Apenas si había desatado  el nudo, cuando la burra empezó a correr y yo, junto a ella, tratando de detenerla hasta que, con mucho esfuerzo, pude montarla y, por más palo que le di para detenerla, jalándola de los bozales llegamos al fundo en menos tiempo que Astengo, ese famoso corredor de autos. La burra se detuvo súbitamente, tirándome al suelo y caí, justo en el sitio en el que reposaba el pollino, lánguido y triste, pero a la sola vista de la burra, de inmediato se irguió ansioso prendiéndose de las mamas de su madre. Desde el suelo, adolorido, percibí el rostro de la burra, me miraba entre complaciente y sentida. Había faltado a uno de sus deberes, en aras de ese otro, el natural deber de ser madre, deber al que muchas madres humanas renuncian sólo con el propósito de mantener la belleza de la figura. Terminada la operación "teta", la burra limpió a su cría y le acomodó la cama con la paja que allí había. Entonces, comprendí ese dicho "carrera de caballo y parada de burro", imaginé también porque los hacendados y campesinos de aquellos tiempos solían alimentar a sus hijos con leche de burra negra; pero no comprendí cómo esta especie de la zoología era capaz de mejores acciones de las que muchos de los humanos nos jactamos de tener alma inmortal. Tampoco analicé si eso era: ¿Puro instinto? ¿Terquedad? ¿Estúpida sumisión? Total, las lluvias exageraron, las acequias rebosaron, las aguas se llevaron los sembríos de algodón y perdimos chacra, burra y pollino, quedándonos sólo con varios pagarés insolutos en los bancos y con la pena de la esperanza perdida.
La inteligencia del burro
Esa burra me enseñó a establecer prioridades. Fue mi primera lección de planificación. Tenía conciencia de su deber, pues el que llevara la semilla más tarde no haría ningún daño, pero que dejara de alimentar a su cría, eso sí podía ser fatal para la cría y para ella. El animal prefirió los palos, pero consiguió el objetivo primario, bueno para la burra y para su dueño, pues muerta la cría acabado el proyecto de la crianza de sus semejantes. La burra me demostró que sabía del camino y de sus obstáculos, tan bien fijados no sólo por la rutina, sino por algún mecanismo de aprendizaje eficiente, derivado de una inteligente atención. Por eso alabo ese dicho que reza: "cuando un burro rebuzna, el otro para la oreja" y detesto esa fábula en la que se presenta al burro tocando una flauta por casualidad. Resulta un insulto para el burro que en las escuelas se coloquen sus orejas, hechas de papel o de tela o de plástico, a los estudiantes que no cumplen con sus tareas o se les aplique el apelativo de "burro". Las profesoras y los profesores de las escuelas primarias deben suprimir de su vocabulario disciplinario la palabra "burro" para humillar al alumno que no aprende o que se equivoca o que calla ante la pregunta. Deben admitir el no sé, no estudié, no comprendo y buscar en estas respuestas la sinceridad o la inquietud de los estudiantes para averiguar las causas de su aparente falta de aptitud para el aprendizaje. Se debe, más bien, alimentar ese "instinto de superación" que los seres humanos llevamos dentro de nosotros. Burra, dice algún diccionario, significa "mujer necia e ignorante". Esto debe borrarse de la próxima edición, pues carece de coherencia respecto a los positivos atributos del burro.
Las convicciones del burro
El burro tiene que pagar la escasa actitud y aptitud de análisis de los humanos que no quieren ver más allá de sus narices, de esos que inducen conclusiones de la mera apariencia de los hechos. Si una persona porfía sin razón aparente una determinada posición, le endilgamos el apelativo de "terco como un burro". Se hace difícil entender cómo si pese a los palos que se le propinan al burro que lleva más carga de lo soportable, éste insiste en permanecer echado y cómo no se le ocurre al arriero que el burro también tiene sus razones para ello; tales como la convicción de que lo pesado de la carga, puesta en exceso, es dañino para su salud, para el contrato de flete celebrado por su dueño y hasta para llegar al lugar hacia el que se dirigen; o porque por un mecanismo incomprensible de su instinto ha percibido un peligro existente más adelante. Si el arriero analizara las circunstancias de esa actitud del burro, conservaría por más tiempo su bestia de carga, haría de su trabajo acción más eficiente y eficaz y convertiría a su burro en un socio muy productivo.
Las razones del burro
El burro tiene sus razones que, por desgracia, no tienen muchos seres humanos como los fumadores, los adictos al alcohol o a la droga, los estafadores, los violadores sexuales o de los deberes profesionales o, también, los que quiebran la Constitución y las leyes o que acomodan las normas nacionales o institucionales a su gusto para sus personales propósitos y muchos otros en similar situación. Estos seres humanos, egoístas o codiciosos, insisten en sus innobles e ilegales acciones, no obstante las advertencias y las consecuencias nefastas de sus hechos para el país o las instituciones. No seamos injustos con los burros que en esto son mejores y más comprensivos que los humanos. Borremos del vocabulario la expresión "terco como el burro". Debemos reparar siempre que el burro o la burra tienen sus razones que los humanos no entendemos, pero que debemos respetar por aquello de que respetos guardan respetos.
El sentido del deber del burro
Definimos al burro como una bestia de carga y esa fue siempre la utilidad que dimos a ese animal, hasta que también encontramos que servía como animal de carne -en algunos lugares desde hace mucho tiempo, en otros recién. Pero no sólo el burro es un animal de carga, también lo es el hombre, sólo que la diferencia estriba en que el burro está convencido que para ello nació y el hombre sigue porfiando que el trabajo es la consecuencia del pecado original o de la necesidad de motivar la inversión extranjera, pues ésta vendrá si la gente come poco y trabaja como burro. Cierto, el burro agacha la cabeza, aguanta los palos y, sin derramar lágrima o queja alguna, avanza por el camino ya aplanado o abre trocha donde aún no la hay, como si fuera un experto ingeniero de caminos. El hombre traga su mala suerte y procura superarla con la esperanza que tiempo después percibirá los frutos o gozará la satisfacción del éxito de los suyos, que son su responsabilidad. Si el hombre se conforma con su destino y arrea todo el tiempo sin dejar fruto ni esperanza, entonces decimos que trabaja como burro. Mala comparación. El burro sabe que ese es su destino y lo cumple lo mejor que puede y sus generaciones seguirán la misma suerte, pero si un hombre se resigna con lo que llama su suerte o destino  es un ignorante de las virtudes que el Señor  le concedió y resulta un estúpido conformista, lo que no puede decirse del burro. Alguien ha escrito que una burocracia que no toma conciencia de estar al servicio del pueblo y no se convence que su trabajo debe por ello alcanzar el máximo de eficiencia es una "burrocracia". Infeliz comparación. Una piara de burros trabaja en orden, rinde frutos y pingües ganancias a su dueño. Una manada de burros salvajes vive en una organización respetuosa y se protege de los depredadores, aunque al final resulte vencida por el hombre, pero es ese su destino. Una burocracia inconsciente de sus deberes es causa de todos los males que un país sufre y convierten en lodo o en humo los proyectos más ambiciosos o rentables que presentaron u ofrecieron.
La humildad del burro
No tiene por qué confundirse humildad con sumisión. El burro no es un lambón como cierta especie de individuos. Es laborioso y disciplinado, pero exige su derecho, en cuanto reconoce el límite de sus fuerzas y el abuso de las exigencias de quien considera su amo. El burro no tiene alternativa. Los animales no tienen patrones ni jefes humanos (sí reconocen líderes de su propia especie), sólo saben de explotadores que, a cambio de alimento y de un precario techo, imponen sobre ellos los pesares para los que están ya destinados por la naturaleza. Se aviene humilde a esas tareas, pero muerde, da de coces, rebuzna ante el trato abusivo y responde obediente ante el trato amable. Muy por el contrario de ciertos seres humanos que, pese al maltrato y a las evidencias de prepotencia y humillación, acarician hasta la sombra de su "benefactor", aun a sabiendas que éste los eliminará como material desechable, en cuanto ya no le sirvan para sus específicos propósitos. Es el caso del comportamiento los políticos con sus electores o de los dictadores con sus áulicos.
El burro no sabe de miedos por cobardía. Soporta el castigo con dignidad. El burro no rebuzna para adular, sino para responder al llamado de la hembra cuando es tiempo o para protestar por los abusos, o para alabar  los bienes de la naturaleza. Considero necia la actitud de ciertos pobladores de usar burros para montar en ellos y expulsar de sus comunidades a quienes consideran indeseables, cuando fue el burro, por su humildad, el animal escogido por Jesús para entrar triunfante a la ingrata Jerusalén.
Efectos de la envidia
Esa actitud de achacarle al burro tantos defectos y de desconocer sus virtudes es consecuencia de la envidia de los arrieros, pues es raro que una mujer arriera trate a su burro con tanta desconsideración, sólo lo castiga con una rama de alfalfa o unos palmazos en su lomo. Los varones, por el contrario, solemos castigar al burro con niculas, esas varas de madera maciza y tirándole de los pelos de las ancas hasta arrancarles pedazos de su piel. Lo que sucede  es que ya quisiéramos muchos varones tener  todas las virtudes del burro o cuando menos sólo una de ellas, que eleve nuestro prestigio o nuestro viril  ego; lejos de suspicacias, dignas de mejor causa.

* Del libro SOCIOLOGÍA POPULAR. 

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