Las convicciones del burro
Siempre se nos inculcó un
pésimo concepto del burro, asno, piajeno o jumento. No sólo se le señala como
un animal de carga, sino como el más natural objeto de castigo. Se nos ha dicho
que no hay por qué tenerle piedad por la tanda de palos que le propine su
dueño, pues ello será porque así lo merece el animal y todo el que "se
porte como él". Cuando el burro ya no sirve para el trabajo, es natural
que viejo y matoso se lo sacrifique como alimento para los humanos, de modo que
la venta de su carne en algún mercado clandestino o fábrica de embutidos rinda
para su dueño el último beneficio de su tenencia. Lo más triste es que a este
pobre animal, encima de todo lo que tiene que sufrir, se le adjudiquen una
sarta de defectos como falto de inteligencia, terquedad y estúpida sumisión al
trabajo. Desde que leí "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez, nació
en mí un nuevo concepto del burro. Entonces empecé a interpretar las
experiencias de esos animales de un modo diferente.
Buena
madre
Algún tiempo estuvimos en eso
de la agricultura. A mi padre se le antojó sembrar algodón -pensando en hacerse
millonario- y alquiló una chacra o fundo, en las afueras del distrito de
Castilla (Piura), hacia el sur. Para llevar la semilla, compró una burra y,
como también tenía proyectos para la crianza de estos animales, la adquirió
preñada. Al poco tiempo, la burra alumbró un hermoso pollino. Por las mañanas,
uno de los peones traía la burra al pueblo, al depósito de semilla y de abonos
-no muy lejos del fundo. Cierto día, el
peón tuvo que ir al hospital para una consulta externa, pero vencido ya el
medio día y al no regresar el peón, se me comisionó para esa tarea. La burra se
había quedado atada afuera del corral y en vez de ponerle la carga antes de
desamarrarla, hice esto primero. Apenas si había desatado el nudo, cuando la burra empezó a correr y yo,
junto a ella, tratando de detenerla hasta que, con mucho esfuerzo, pude
montarla y, por más palo que le di para detenerla, jalándola de los bozales
llegamos al fundo en menos tiempo que Astengo, ese famoso corredor de autos. La
burra se detuvo súbitamente, tirándome al suelo y caí, justo en el sitio en el
que reposaba el pollino, lánguido y triste, pero a la sola vista de la
burra, de inmediato se irguió ansioso prendiéndose de las mamas de su madre.
Desde el suelo, adolorido, percibí el rostro de la burra, me miraba entre
complaciente y sentida. Había faltado a uno de sus deberes, en aras de ese
otro, el natural deber de ser madre, deber al que muchas madres humanas renuncian
sólo con el propósito de mantener la belleza de la figura. Terminada la
operación "teta", la burra limpió a su cría y le acomodó la cama con
la paja que allí había. Entonces, comprendí ese dicho "carrera de caballo
y parada de burro", imaginé también porque los hacendados y campesinos de
aquellos tiempos solían alimentar a sus hijos con leche de burra negra; pero no
comprendí cómo esta especie de la zoología era capaz de mejores acciones de las
que muchos de los humanos nos jactamos de tener alma inmortal. Tampoco analicé
si eso era: ¿Puro instinto? ¿Terquedad? ¿Estúpida sumisión? Total, las lluvias
exageraron, las acequias rebosaron, las aguas se llevaron los sembríos de
algodón y perdimos chacra, burra y pollino, quedándonos sólo con varios pagarés
insolutos en los bancos y con la pena de la esperanza perdida.
La inteligencia del burro
Esa burra me enseñó a
establecer prioridades. Fue mi primera lección de planificación. Tenía
conciencia de su deber, pues el que llevara la semilla más tarde no haría ningún
daño, pero que dejara de alimentar a su cría, eso sí podía ser fatal para la
cría y para ella. El animal prefirió los palos, pero consiguió el objetivo
primario, bueno para la burra y para su dueño, pues muerta la cría acabado el
proyecto de la crianza de sus semejantes. La burra me demostró que sabía del
camino y de sus obstáculos, tan bien fijados no sólo por la rutina, sino por
algún mecanismo de aprendizaje eficiente, derivado de una inteligente atención.
Por eso alabo ese dicho que reza: "cuando un burro rebuzna, el otro para
la oreja" y detesto esa fábula en la que se presenta al burro tocando una
flauta por casualidad. Resulta un insulto para el burro que en las escuelas se
coloquen sus orejas, hechas de papel o de tela o de plástico, a los estudiantes
que no cumplen con sus tareas o se les aplique el apelativo de
"burro". Las profesoras y los profesores de las escuelas primarias
deben suprimir de su vocabulario disciplinario la palabra "burro"
para humillar al alumno que no aprende o que se equivoca o que calla ante la
pregunta. Deben admitir el no sé, no estudié, no comprendo y buscar en estas
respuestas la sinceridad o la inquietud de los estudiantes para averiguar las causas de su
aparente falta de aptitud para el aprendizaje. Se debe, más bien, alimentar ese
"instinto de superación" que los seres humanos llevamos dentro de
nosotros. Burra, dice algún diccionario, significa "mujer necia e
ignorante". Esto debe borrarse de la próxima edición, pues carece de
coherencia respecto a los positivos atributos del burro.
Las convicciones del burro
El burro tiene que pagar la
escasa actitud y aptitud de análisis de los humanos que no quieren ver más allá
de sus narices, de esos que inducen conclusiones de la mera apariencia de los
hechos. Si una persona porfía sin razón aparente una determinada posición, le
endilgamos el apelativo de "terco como un burro". Se hace difícil
entender cómo si pese a los palos que se le propinan al burro que lleva más
carga de lo soportable, éste insiste en permanecer echado y cómo no se le
ocurre al arriero que el burro también tiene sus razones para ello; tales como
la convicción de que lo pesado de la carga, puesta en exceso, es dañino para su
salud, para el contrato de flete celebrado por su dueño y hasta para llegar al
lugar hacia el que se dirigen; o porque por un mecanismo incomprensible de su
instinto ha percibido un peligro existente más adelante. Si el arriero
analizara las circunstancias de esa actitud del burro, conservaría por más
tiempo su bestia de carga, haría de su trabajo acción más eficiente y eficaz y
convertiría a su burro en un socio muy productivo.
Las
razones del burro
El burro tiene sus razones que,
por desgracia, no tienen muchos seres humanos como los fumadores, los adictos
al alcohol o a la droga, los estafadores, los violadores sexuales o de los
deberes profesionales o, también, los que quiebran la Constitución y las leyes
o que acomodan las normas nacionales o institucionales a su gusto para sus
personales propósitos y muchos otros en similar situación. Estos seres humanos,
egoístas o codiciosos, insisten en sus innobles e ilegales acciones, no
obstante las advertencias y las consecuencias nefastas de sus hechos para el
país o las instituciones. No seamos injustos con los burros que en esto son
mejores y más comprensivos que los humanos. Borremos del vocabulario la
expresión "terco como el burro". Debemos reparar siempre que el burro
o la burra tienen sus razones que los humanos no entendemos, pero que debemos
respetar por aquello de que respetos guardan respetos.
El sentido del deber del burro
Definimos al burro como una
bestia de carga y esa fue siempre la utilidad que dimos a ese animal, hasta que
también encontramos que servía como animal de carne -en algunos lugares desde
hace mucho tiempo, en otros recién. Pero no sólo el burro es un animal de
carga, también lo es el hombre, sólo que la diferencia estriba en que el burro
está convencido que para ello nació y el hombre sigue porfiando que el trabajo
es la consecuencia del pecado original o de la necesidad de motivar la inversión
extranjera, pues ésta vendrá si la gente come poco y trabaja como burro.
Cierto, el burro agacha la cabeza, aguanta los palos y, sin derramar lágrima o
queja alguna, avanza por el camino ya aplanado o abre trocha donde aún no la
hay, como si fuera un experto ingeniero de caminos. El hombre traga su mala
suerte y procura superarla con la esperanza que tiempo después percibirá los
frutos o gozará la satisfacción del éxito de los suyos, que son su
responsabilidad. Si el hombre se conforma con su destino y arrea todo el tiempo
sin dejar fruto ni esperanza, entonces decimos que trabaja como burro. Mala
comparación. El burro sabe que ese es su destino y lo cumple lo mejor que puede
y sus generaciones seguirán la misma suerte, pero si un hombre se resigna con
lo que llama su suerte o destino es un
ignorante de las virtudes que el Señor le concedió y resulta un estúpido conformista,
lo que no puede decirse del burro. Alguien ha escrito que una burocracia que no
toma conciencia de estar al servicio del pueblo y no se convence que su trabajo
debe por ello alcanzar el máximo de eficiencia es una "burrocracia".
Infeliz comparación. Una piara de burros trabaja en orden, rinde frutos y
pingües ganancias a su dueño. Una manada de burros salvajes vive en una
organización respetuosa y se protege de los depredadores, aunque al final
resulte vencida por el hombre, pero es ese su destino. Una burocracia
inconsciente de sus deberes es causa de todos los males que un país sufre y
convierten en lodo o en humo los proyectos más ambiciosos o rentables que
presentaron u ofrecieron.
La humildad del burro
No tiene por qué confundirse
humildad con sumisión. El burro no es un lambón como cierta especie de
individuos. Es laborioso y disciplinado, pero exige su derecho, en cuanto reconoce
el límite de sus fuerzas y el abuso de las exigencias de quien considera su
amo. El burro no tiene alternativa. Los animales no tienen patrones ni jefes
humanos (sí reconocen líderes de su propia especie), sólo saben de explotadores
que, a cambio de alimento y de un precario techo, imponen sobre ellos los
pesares para los que están ya destinados por la naturaleza. Se aviene humilde a
esas tareas, pero muerde, da de coces, rebuzna ante el trato abusivo y responde
obediente ante el trato amable. Muy por el contrario de ciertos seres humanos
que, pese al maltrato y a las evidencias de prepotencia y humillación,
acarician hasta la sombra de su "benefactor", aun a sabiendas que
éste los eliminará como material desechable, en cuanto ya no le sirvan para sus
específicos propósitos. Es el caso del comportamiento los políticos con sus
electores o de los dictadores con sus áulicos.
El burro no sabe de miedos por
cobardía. Soporta el castigo con dignidad. El burro no rebuzna para adular,
sino para responder al llamado de la hembra cuando es tiempo o para protestar
por los abusos, o para alabar los bienes
de la naturaleza. Considero necia la actitud de ciertos pobladores de usar
burros para montar en ellos y expulsar de sus comunidades a quienes consideran
indeseables, cuando fue el burro, por su humildad, el animal escogido por Jesús
para entrar triunfante a la ingrata Jerusalén.
Efectos de la envidia
Esa actitud de achacarle al
burro tantos defectos y de desconocer sus virtudes es consecuencia de la
envidia de los arrieros, pues es raro que una mujer arriera trate a su burro
con tanta desconsideración, sólo lo castiga con una rama de alfalfa o unos
palmazos en su lomo. Los varones, por el contrario, solemos castigar al burro
con niculas, esas varas de madera maciza y tirándole de los pelos de las ancas
hasta arrancarles pedazos de su piel. Lo que sucede es que ya quisiéramos muchos varones tener todas las virtudes del burro o cuando menos
sólo una de ellas, que eleve nuestro prestigio o nuestro viril ego; lejos de suspicacias, dignas de mejor
causa.
* Del libro SOCIOLOGÍA POPULAR.
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