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El presente Blog incluye escritos jurídicos, educacionales y comunicológicos de mi producción intelectual, como tmb escritos de otros autores.






domingo, 22 de septiembre de 2013

EL SECRETO DE LA PEÑITA. CUENTO REGIONAL

Este cuento se desarrolla en Piura, ciudad del norte del Perú, cerca de la frontera con el Ecuador. Como todo cuento tiene algo de verdad y mucho de ficción. El fondo del mismo es conducir al lector a apreciar el valor del agua y las precauciones  a tomar, respecto a las corrientes en los ríos, cualquiera que estos fueran.  También pone en el recuerdo la prepotencia de los dueños de los esclavos y el desarrollo de las relaciones humanas pese a los prejuicios de clase o color y de cómo el amor supera los prejuicios raciales e infunda valor para enfrentar lamuerte con dignidiad. NADA HAY COMO EL AMOR.



EL  SECRETO DE LA PEÑITA

Érase una vez un río, rugiente en crecida, lánguido, de cauce árido y mustio, en las épocas de sequía. El río era la alegría de paisanos, campesinos, jóvenes y ancianos. El río era todo y su ausencia era tristeza,  preocupación, desgracia de las gentes del campo y de empresarios; al fin, lo era para ricos y peor para los pobres. Su ausencia era la pobreza. Venía de lo más hondo de la sierra del Departamento de Piura (Perú), se  le llamó río Huarmaca, como que nació en la cuenca del río Huancabamba de la provincia del mismo nombre. Era el río Piura.

El río bramaba, descendiendo entre rocas, sembríos y corrales, hechos en su cauce. Pasaba por las poblaciones  en medio de la alegría de todas las gentes desde lo más alto de  la sierra hasta su encauce por la costa y su desagüe en el  mar. El río dividía la ciudad, quedando Piura a su margen izquierda y el distrito de Castilla a su margen derecha,  siguiendo el curso de su recorrido hacia el final.

Los distritos  de Piura y Castilla estaban unidos por un puente hermoso y valiente, con pérgolas en su lado izquierdo, caminando de Piura a Castilla. En el verano, los piuranos de la tercera edad reposaban en esas bancas de madera, colocadas en media luna.  Era todo de fierro, con unas poderosas bases a las que llamábamos castillos, capaces de resistir los más duros golpes, como que los resistió por largos años hasta su colapso, que se produjo por  el  ingreso de un camión con una pesada carga, en tiempos malos  para  el puente, ya envejecido y cansado. No menos sucede con los humanos, cuando el camión de carga lleva los males de la vejez y los descarga sobre el pobre viejo.  

Entre Piura y Castilla

Entonces, la llegada del río era una feria. Las campanas repicaban el anuncio de su entrada y los muchachos corrían de modo audaz por su cauce, como queriendo hacerle camino. Desde el puente  y desde las orillas, la gente les  gritaba: ¡Ya está cerca, salgan del  cauce, muchachos de mierda!  A lo largo de las riberas se alzaban los pañuelos, los picos y las palas, saludando al coloso. Los mayores y los más prudentes se agolpaban en el puente ya sea para verlo llegar y pasar con la carga que traía. La corriente arrastraba piedras enormes y toda clase de animales y árboles, sembrados  a lo largo de su lecho, mientras permaneció ausente, pues su estadía en el cauce no era de largo tiempo, su caudal bajaba paulatinamente hasta que se perdía, quedando humedad suficiente en ciertos lugares  que algunos aprovechaban para sembrar   verduras y frutales.

No obstante su enorme fuerza, el río sobrepasaba ese espigón de piedra que llamábamos la “peñita” que quedaba apenas si cubierta hasta que bajaran las aguas y el río se quejara de abandono; entonces, fugaba, pero la peñita quedaba con son triunfante, reteniendo  un charco grande, como si fuera una pequeña laguna, con más o menos altura de agua, como solaz de la misma y el  signo de su victoria. Era como si la peñita  hubiera querido detener el río y allí quedaba parte de él haciéndole coro y dándole vueltas por todo su alrededor; pero ¿por qué ese charco? ¿Por qué en ese lugar, si existían muchos en esos lares, adecuados para empozarse el agua y formar pequeñas lagunas? ¿Por qué,  el agua permanecía fresca y no se pudría o abombaba? Curiosamente,  tampoco era un nido de zancudos o de mosquitos, simplemente era como una enorme  tina de baño.

La Tina

La Tina era un espacio en el Distrito de Castilla o Tacalá, situado  a corta distancia del río. Según la leyenda, la Tina habría sido una fábrica de jabón, en medio de una hacienda y en un sector de su nombre. En las  pailas de esa fábrica de jabón se habría echado a Matalaché, como castigo al esclavo negro de quien se enamorase la hija del hacendado, una preciosa joven de tez rosada y rizado cabello. Matalaché, orgulloso de su raza, adquirido como sementero, traído sabe Dios de qué lugar del África, también, enamorado, embarazó  a esa linda perla,  en medio del fuego de ese inmenso amor y en el encuentro de dos razas.

Si La Tina fue o no, realmente, esa fábrica o una hacienda o una vieja huaca o instalaciones para hacer ladrillos, nadie podría dar razón. Había allí una rara construcción  que  parecía un horno hecho de adobes, junto con otras instalaciones, todas de barro, a modo de montículos diversos, como si se interconectaran por canales artesanales. Era un lugar  misterioso. Las gentes hablaban de  haber visto en la media noche sombras, escuchado golpes de sables, de aparecidos, vestidos de soldados españoles y de gritos de moribundos. Nunca tuve la suerte de ver ni de oír los sucesos de esos testimonios.

Ese lugar era mi  paso para ir al colegio y, mientras fui estudiante y como solía trabajar algunos días hasta muy tarde, ese era mi trayecto de regreso de Piura, pero  nunca a la media noche. Contaban, también, que se escuchaban los quejidos de los supuestos esclavos negros del hacendado y el chasquido de los azotes, dados por malvados capataces, otros negros, entrenados para esa labor. Muchos borrachos hicieron promesa de no beber más, pues los fantasmas de esos negros verdugos  les habrían amenazado con azotarlos o cortarles el cuello si continuaban con su vicio. Se contaba de un cura sin cabeza, castigado por haber pecado con  una esclava. Simplemente, el cura habría sido uno de los tantos blancos hispanos residentes en la hacienda y encargado de la parroquia o capilla y para esa gente, en aquellos tiempos, era un crimen mezclar la raza blanca con una que tenían como inferior a ella.  
No faltaron comentarios de que por los alrededores de ese horno cabalgaba a punto de la media noche un jinete endemoniado o el demonio mismo que pasaba hacia Piura, directo al parque Pizarro, ahora de las Dos Culturas, porque cerca de allí vivía su novia, la mujer del diablo.

El duende “Sibilino”

Hermosos tiempos aquéllos, de cuentos y fantasías, de aparecidos y fantasmas. Hoy, todos ellos se han ido y nos hemos  quedado con los extraterrestres y los zombis, sin haber perdido las fantasías. Hoy, es preferible encontrarse con mil fantasmas que con un vivo acechando, viejo, joven, mujer o niño; o individuo con uniforme policial o elegante o pobremente vestido, pues podría resultar un delincuente o un desesperado individuo en sequía por la falta de droga, entonces, eso sí  sería peligro real, como efectivamente lo es.
En medio de esas fantasías populares, antes, como  ahora, se sigue recordando al duende Sibilino y a esa bonita canción que, en ronda alrededor del monumento a Francisco Pizarro, cantábamos los niños: “El duende Sibilino toma sopa con comino, come pan y toma vino”. Los muchachos hacíamos apuestas sobre  quien entonaba mejor, silbando o tarareando.  Se nos asustaba con eso de que los duendes se llevan a los niños “moros”, es decir, no bautizados; pero, con la canción de Sibilino se hacían simpáticos y se les llamaba para jugar con ellos. Por supuesto, los duendes nunca llegaron, como tampoco hoy se les ve; aunque no falta quien dice haberlos visto, escondidos en una higuera, en el jardín de una casa en la que habitaba una familia con su niño no bautizado. Bautizado el niño, los duendes no tenían más que fugarse tristes y fracasados.
 
El gran secreto

Esa peñita era preocupación de las familias, pues muchos imprudentes se bañaban allí, tirándose desde la esquina de la peñita y no se les veía salir más. Durante la estadía del agua corriente, el río cobraba algunas vidas y en esa temporada, 2 se ahogaban en cualquiera de las zonas del río y 3 en la zona de la peñita. Al secarse el río,  esa lagunita capturaba a más de uno de los bañistas que a ella llegaban a refrescarse, sumergiéndoles al fondo.  ¡No te bañes en la peñita ni te acerques a ella! ¡Allí vive un demonio y te puede llevar! Era la súplica de madres y padres a sus hijos o parientes.    
Lo peor de todo, era que la peñita no devolvía los cuerpos y por más que se rastrease, los cuerpos no aparecían. ¿Qué se hacían? Siempre fue el gran misterio para todos; pero, yo llegué a saberlo, porque el duende de la peñita me contó el por qué y el dónde iban esos niños inquietos y, ahora, quiero contarles a Ustedes, pues la peñita ya no está más allí y puedo romper la promesa que le hice a ese duende.

La peñita

Tomando el camino desde la Tina, yendo directo hacia el río, se encontraba la peñita, en la orilla de Castilla, más o menos a tres cuadras  al sureste del  puente viejo, al término del  malecón de Castilla.

La Peñita era como un viejo puente preincaico o un molón para atracar las canoas, seguramente para pescar o extraer material que para algo les serviría a los antiguos peruanos.  Era un molón de medianas piedras, construidas de tal modo que durante mucho tiempo resultó casi imposible el destruirla a golpe de combos o de picos. Las piedras estaban sólidamente unidas y su unión era la fuerza de ese molón. Claro, como se dice: la unión hace la fuerza.
El agua de esa laguna se mantenía fresca y se reflejaba en ella una especie de arco iris, como resultado del lodo y de las hojas que sobre sus aguas flotaban. La rodeaban  un grupo de hermosos y frondosos sauces que se inclinaban respetuosos  ante los reflejos de las aguas que se formaban al brillo de los rayos del sol ardiente.

Las orillas de la laguna eran muy resbaladizas. Se podía caer al agua si es que no se andaba con cuidado, como en efecto muchas veces sucedió. Pobre del muchacho que resbalase y no encontrase auxilio instantáneo; pues simplemente la peñita se lo podía tragar.  

El misterio del Duende

Era tan bueno y dulce el duende Sibilino. Parecía un niño eterno, es decir de los que jamás se harían adultos o envejecerían. Le gustaba descansar debajo de las ramas de los sauces, mientras silbaba esa canción que los niños entonábamos.

Cierta noche, con el propósito de cortar camino hacia mi casa, sita en frente de la plazuela Montero, tomé como vía el cauce seco del río, cruzando desde el antiguo mercado central de Piura, en la ribera izquierda, directo hacia la peñita. Era una noche de luna llena y, para darme valor, fui cantando  el duende Sibilino toma sopa con comino/come pan y toma vino. Cerca ya de  la  peñita, una voz atiplada gritó: ¿quién me llama?  Sorprendido y temeroso dirigí mi mirada hacia todos lados y no distinguía ni una sombra. ¡Aquí estoy,  en el sauce de la peñita!, ¡acércate! Sí, era un sauce enorme, con ramas y hojas maltratadas. Sacudí el miedo y allí estaba ese enano, de cara y cuerpo de niño, como si fuera sólo el recuerdo de un adulto, pensando en lo que fue su niñez. Quise emprender la carrera, pero fue como si estuviera clavado en el lugar. Con voz temblorosa le pregunté ¿eres de este planeta o de otro mundo?
-. Ni de éste, ni de otro, estoy sobre el tiempo. Respondió burlonamente.
-.En algún lugar debes vivir, le dije intrigado.
-. Por ahora soy el guardián de este lugar y tengo un reino debajo de la peñita y, por fin, da lo mismo allí, aquí o en cualquier otro sitio. Te he dicho ya que estoy sobre el tiempo y el espacio, límites de los miserables mortales.
-. No te entiendo, Sibilino.
-. Ni lo entenderás, pobre mortal. Me verás, si yo lo quiero y tú, sólo si tienes fe. Todo es un asunto de voluntad, pero de voluntad con valor y convicción. Así es toda la vida; pues, con fe y voluntad hasta las tinieblas serán como la luz y podrás ver todas las cosas clarísimas.

Me sobrepuse al miedo, me acerqué y observándole le comenté, creía que los duendes eran enanos revejidos, con dientes filudos, orejas en punta y sombrero alón, pero vaya sólo pareces un niño, como cualquier otro. ¿Cuántos años tienes?
-.  Ni muchos para desesperarme, ni pocos para no saber nada. Lo que de mí o de los duendes se dice son cuentos de viejas chismosas que se divierten metiendo miedo a la gente.
-. Sabes mucho, Sibilino.
-. Tanto como se puede ver en el correr del tiempo y en el espacio. Aquí, en este espacio, he visto transcurrir cientos de personas y de sucesos, he visto a las hermosas princesas tallanes, correr la sangre de sus pueblos por dominadores sucesivos, he visto saciar su sed a las huestes con españolas, conquistadoras y  a los montoneros  de Piérola; también, jugar con pelota de trapo a Sánchez Cerro y a Velasco Alvarado, presidentes de tu patria; ah! Como olvidar al pintor Montero haciendo un hermoso cuadro de mis sauces y esta preciosa laguna, como, a los soldados valientes y a los temerosos entrenarse para la guerra, como si la guerra fuera juego. Siempre te he visto pasar apurado a tu casa. No te imaginas los actos heroicos y también los perversos que he visto.
-. ¡Caray! Ahora, tengo yo que estudiar todas esas cosas. Dime, Sibilino, ¿no es aburrido vivir tanto tiempo?
-. Si no se envejece y no se padecen calambres ni  dolores de huesos, es decir, si no te agarra la artritis y la artrosis, ni se te cae el cabello,  ni el pellejo se te arruga ni se te reseca, si tampoco tienes que sentir el miedo que embarga a los viejos, desesperados por sus pensiones, por las ingratitudes de los hijos que criaron o el remordimiento de los que no atendieron, es hermoso vivir eternamente.
-. Pero, eso es pedir mucho, Sibilino
-. ¿Sabes también por qué los ancianos duermen poco y se levantan temprano?
-. Ni me lo  imagino, pero conozco a  algunos vecinos de avanzados años que al parecer ni siquiera duermen y salen a sentarse a las bancas de la plazuela Montero, en frente de  mi casa.
-. Sencillo, chico,  porque temen lo desconocido, sienten que la vida se les acaba y sufren por la despedida. En fin,  si  se vive de largo y lo que llamas tiempo no se siente, no es aburrido. En buen romance, ustedes tienen que envejecer y morir porque requieren espacio para vivir. Peor todavía, nada les  parece bueno y jamás se  sienten satisfechos, se aburren pronto y beben alcohol hasta perder los sentidos. Si son rubios,  quieren pelo negro, si tienen una linda y buena mujer, quieren la  del vecino, sin importarles que ya es vieja y fea. Mejor es que mueran y vuelen a otra dimensión, no siempre cómoda y agradable para muchos. Eso dependerá del modo de vida que aquí llevaron.
-. No te entiendo del todo, Sibilino. Si así fuera; entonces  por qué lloramos cuando se nos muere alguien que queremos o que lo necesitamos.
Sibilino, calló; sacó unas hojas que tenía cerca y se las comió.

Se devela el misterio

Entonces sentí curiosidad por saber la sed de sangre de la peñita, es decir de ahogar a los bañistas. Un tanto con tono de angustia, pregunte a sibilino.
 -. ¿También sabes de los ahogados y por qué quienes aquí se ahogan no aparecen? 
-. Sé todo eso, como que estás allí parado. Ellos, los que se ahogaron, están dichosos allí, bajo tus pies; es decir, en otra dimensión. Son lo que quieren ser, frutas o flores, brisas o luz.
-. ¿También pueden ser humanos  cómo lo fueron antes?
-. Ya no, les bastó con una vez. Como Ustedes dicen: una sola vez se escaldan los gatos.
-. ¿No extrañan a su familia o a sus amigos?
-. Hay tanta miseria en el mundo, tanta maldad que es preferible ser humo que carne. ¿Te acuerdas de ese loco, llamado Manterito? Era un hombre muy bueno, trabajaba de día y de noche para darle lo mejor a la mujer de sus amores, pero ella le fue infiel y en vez de matarla, a ella y a su amante, perdió la razón y un día, quien sabe lúcido, prefirió venir aquí y ahogarse.
-. Recuerdo a Manterito y  la canción que alguien le inventó: Manterito mató a su mujer con un cuchillo del porte de él, la metió en un fardo, la llevó al  mercado y se puso a vender.
-. Eso, eso. ¿Recuerdas a la Chava?
-. Claro que sí,  la recuerdo.  Era una mujer ya de algunos años. Se iba con los soldados del Cuartel La Merced y hacían sus cosas.
-. Cierto,  era una mujer que prestaba servicios a la tropa de ese cuartel. Un día, encontró en su casa a su preciosa hija muerta y ultrajada. No resistió, tenía esperanzas de que fuera una mujer de bien y pudiera ella descansar en su vejez, pero el destino no le fue propicio; vino aquí y desesperada se ahogó. Dime, ¿qué van a extrañar? Ahora lo tienen todo, sin estar aquí.
-. Sibilino, tienes razón,  siempre escucho a los amigos de mi padre decir: La vida, aunque dura, siempre es querida  y nadie quiere perderla.
-. Esos son pura boca, muchacho. No sabes cuantas gentes invocan la muerte, desilusionados o que padecen males de males y se cansan de recibir golpes tras golpe. ¿Te has dado cuenta que los que se ahogan sin quererlo, sólo son niños? Nosotros, allá, escogemos a quienes habremos de recoger por este medio que llamas peñita y por otros muchos. Sólo recogemos a inocentes para que así se mantengan y evitarles el riesgo de sufrir la maldad o de convertirse en otros malvados, como maldades les testimonian muchas gentes y hasta sus padres, presas de vicios y de irresponsabilidad.
-. Mi hermanito, al que te llevaste, no hubiera sido de esos malvados.
-. Lo sé, pero era tan inocente, como no lo eres tú, y tan ingenuo que pronto le hubieran convencido de que tú eres un malvado, que la virtud es molesta; el trabajo, terrible; la solidaridad, estúpida; la honradez, tontería y el trabajo, un castigo, ¿te das cuenta?
-. No tenías que llevártelo, yo lo hubiera guiado, le dije, resentido.
-. Simplemente nos llevamos a los inocentes puros, para que no vivan a merced de los malvados; porque llegaron aquí convencidos por malos vecinos que los indujeron a desobedecer el mandato de sus padres de no venir a bañarse aquí. Así sucede con los niños que no tienen una pizca de malicia, fácilmente los malos los arrastran a la desobediencia y hasta al vicio, sea juego, alcohol o drogas. ¿No has escuchado ese dicho de  yerba mala no muere nunca?
-. Claro que sí, lo repiten muchos sólo por decirlo y nada más. Dime, por favor Sibilino, ¿por donde se llega a esa dimensión?, ¿cuál es la entrada por la que se deslizaron los bañistas ahogados?
-. ¡Qué pena! Me está prohibido revelarlo, salvo que tú quieras ahogarte,  haré una excepción contigo y te llevaré a esa dimensión, sumiéndonos en el barro que está al fondo de esta lagunita preciosa.
-. No, no, prefiero vivir entre los peores. Explícame, Sibilino, ¿quiénes son los peores?
-. Sencillo,  sé que también lo sabes y conoces a muchos de aquéllos que hacen llorar a sus padres, matan a los pajarillos, arrancan las flores de jardines que no son los suyos, se mofan y maltratan a débiles y ancianos; en fin,  muchos perversos que desvalijan a viudas y huérfanos, calumnian y difaman a su prójimo y abandonan a sus seres queridos, dicen querer al  pueblo y le roban todo lo que pueden.
-. ¡Uf!, Sibilino, sí,  son muchos.

Sibilino empezó a silbar melodías extrañas para mí, pero dulces. Reinicié mi camino, entonando su canción. Sibilino, gritando, dijo, entonas muy mal mi canción!
Bueno, por lo menos, lo intento, le respondí.
Bien, retrucó, inténtalo y que cada vez sea mejor que la anterior; pues, no sólo debe ser la intención, sino, la constancia en hacer bien las cosas.
Seguí a paso ligero, pensando en volver la próxima luna llena.

Como ven, se aclaró el misterio de los desaparecidos. Ellos viven felices en otro espacio, sin memoria de este mundo que no quiere entender el porqué  de tanta maldad. 

¿Dónde estarán, ahora, esos felices ahogados? ¿Dónde estará mi hermanito? Hace ya algunos años, me llegó la noticia de la destrucción de la peñita a golpe de dinamita, hecha por una empresa Yugoeslava, por la década de los años 70, la que tenía a cargo alguna obra pública en el Departamento de Piura. El Río Piura,  ya no es más ese brioso río. Se acabó la Peñita y  cómo se dice, muerto  el perro, acabada la rabia. ¿Rabia?       
            


 


viernes, 13 de septiembre de 2013

REFLEXIONES: EL PARADIGMA DE LA JUSTICIA.

Estimados amigos:

Considero pertinente alcanzar una reflexión sobre las posibilidades de la libertad, por ello considero que la proposición de Giusti se ajusta a una concepción ética aceptable. En todo caso, cabe que cada cual precise su propio juicio, pero pensando siempre en que su persona se resuelve en un colectivo que aspira siempre a la paz y a la equidad. 

EL PARADIGMA DE LA JUSTICIA.

1. Planteamiento:

Giusti plantea para realizar un examen de este modelo, llamado también el Paradigma de la autonomía, en orden al modo o sustento con el que Kant articula el principio central de ésta interpretación de la  ética, sustentado en el principio de la libertad del individuo, pero de una libertado coordinada con la libertad de todos, de cara a una ley que haga posible la autonomía de todos. Por ello, tomando ese escenario que supone equidad, se deriva la palabra justicia o una sociedad más justa para todos  y se apoya  en el texto mismo de Kant del cual hace una cita de pie de página (Cfr. Giusti. El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética.Lima, Fondo Editorial de la PUCP, P.40, nota 15) 

2. Razón de ser del Paradigma de la autonomía o de la justicia:

La finalidad del nacimiento de este modelo fue el de poner en la mesa de las posibilidades de la aclaración ética una alternativa al Paradigma de la ética del bien común, cuyos efectos habrían sido la causa del derramamiento de sangre a propósito de las guerras religiosas, en competencia por el monopolio del ideal moral, es decir la sobreposición del propio al ajeno. En efecto, basado en Kant, el autor sin hacer referencia a ello, como que glosa esa explicación de Kant, quien en su obra Crítica a la razón práctica afirma: “La intención moral  va necesariamente unida a la conciencia de la determinación de la voluntad inmediatamente por la ley”(Cfr. Immanuel Kant. Crítica de la razón práctica, P. 107) En efecto, Kant vincula la satisfacción que pudiera obtenerse  de un logro  apetitivo a la determinación de la voluntad por la razón. De aquí que Giusti glosa este aspecto diciendo “fue sin duda Kant el filósofo que logró conceptualizar con mayor agilidad y riqueza esa intención moderna” (Giusti. Ibid. P. 41).


3. Precisiones sobre el paralelo de los Paradigmas:

Giusti precisa como el Paradigma del bien común es sustancialista, frente a este Paradigma de la autonomía o de la justicia que resulta más bien procedimental para determinar como los contenidos se concilian con el libre ejercicio de la libertad de todos. Con este fin trae como ejemplo el sistema democrático, en el cual cualquiera decisión debe necesariamente ser respaldada por la conjugación de la voluntad de  todos y así menciona, como ejemplos, la libertad de opinión, la que se puede ejercer con la condición que todos puedan hacer lo mismo y se ajusta al “imperativo categórico” de Kant. De modo que toda decisión realizada en el juego de reglas comunes sería buena-en sentido moral- o justa -en sentido jurídico. El razonamiento de Giusti encuentra asidero en Kant y con razón, porque Kant sostiene conceptos como éste: “De esta solución de la antinomia de razón pura práctica, se sigue que en los principios prácticos cabe pensar un enlace natural y necesario entre la conciencia y la moralidad y la esperanza de una felicidad proporcionada a ella como consecuencia de la misma…” (idem.ibid. P 109). Lo importante en todo caso es  que Giusti, sin pretender demostrar si los Paradigmas son contrarios o complementarios expone la razón de los mismos y las características que definen el perfil de cada uno de los Paradigmas y como es propio de estos paralelismos centra este Paradigma en el ámbito de la razón práctica, antes que de la moralidad por el dictado sólo de conciencia y como si él se internalizara y, por sólo ese hecho, se realizara integralmente. Con ello, refiere, por las argumentaciones expuestas, cómo el concepto de <valores> es en un inicio un cuerpo extraño al Paradigma de la ética de la autonomía.

Guillermo G. Guerra C.