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El presente Blog incluye escritos jurídicos, educacionales y comunicológicos de mi producción intelectual, como tmb escritos de otros autores.






sábado, 30 de marzo de 2013

EL PERDÓN EN LA PASIÓN DE JESÚS



Estimados cibernautas:

Este escrito,  propio para el Viernes Santo, viene como un anuncio de paz y de reconciliación. Elevemos nuestras oraciones para ello, ahora, que la maldad va en crecimiento y que se mueve la amenaza de una guerra, cuyas complicaciones y dimesiones están en zona oscura y se anuncian como un ajuste de cuentas, sabe Dios por qué ofensas y a la sombra de nacionalismos crueles y trasnochados . ¿Qué perdón para esa irresponsabilidad que lleva a la muerta de miles de personas y arroja a la miseria a pueblos enteros?  

El Papa Francisco se ha referido a las guerras como masacres injustificadas y perversas, pero, qué duda cabe que la ambición de personas y colectividades no tiene límites y si para alcanzar sus fines hay que masacrar; pues, masacran por encima de cualquier advertencia y seguirán haciéndolo, especialmente si han alcanzado niveles importantes en la tecnología nuclear bélica.

Roguemos al Señor por la paz. 


EL PERDÓN EN LA PASIÓN DE JESÚS

 
 “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23-34) fue la primera desgarradora expresión de Jesús, clavado en la cruz.  Es como si hubiera querido darle un especial acento a esa actitud del perdonar agravios,  ofensas,   agresiones y maltratos; un mensaje para la paz y tranquilidad del ofendido y búsqueda  de solidaridad en la humanidad. Actitud referida a la persona como tal, no al conjunto social que tiene ya que ver con la justicia, ni con la renuncia de los derechos perjudicados como consecuencia de los agravios sufridos.

Quién mejor para ofrecer un mensaje de tan difícil aceptación que ese crucificado que debió de sobrellevar la infamia de calumnias y cínicas maquinaciones de los que gozaban del poder obtenido por la fuerza o astucia o corrupción de conciencias, convirtiendo lo bueno o sublime en perverso, vociferando que los milagros realizados eran obra del poder de Satán. Poderosos  que retenían el poder por la siembra del miedo y del terror por secuaces de ocasión que giran siempre alrededor de los poderosos, organizados y motivados por éstos y que no faltan en nuestros tiempos.

¿Perdón? ¿Para quienes?

Perdón es el testimonio que nos legó ese hombre, Jesús, consciente de su misión, consecuente con los propósitos para realizarla, que no transigió con la irresponsabilidad ni con la crueldad que conlleva la explotación del ser humano y menos con los que trafican con la necesidad del prójimo o del extraño.

Perdón para los que actúan por ignorancia o bajo el efecto del veneno que destila la manipulación perversa. De ahí la acotación: “porque no saben lo que hacen”, ¿pero qué perdón para  quienes con plena conciencia traicionan sus deberes de persona o de función,  defenestran bienes públicos o asociativos y se apropian directa o indirectamente de los mismos, quebrando o adecuando reglas,  sumiendo en la desesperación a cientos o millares de personas? ¿No fueron acciones como éstas las que, desde la Banca estadounidense, generaron la crisis mundial, en complicidad con el capitalismo financiero de Europa? ¿No son acciones como éstas las que sostienen el modelo liberal a ultranza, apuntando al mercado libre,  relegando lo social a discursos demagógicos? ¿Qué perdón para semejante perversidad que ha dejado en la calle y en el desamparo a millares de familias y de ancianos? ¿Qué perdón para los que envenenan, roban, asesinan o extorsionan? ¿Qué perdón para el que arrebata la inocencia a los niños? ¿Qué perdón para quienes maltratan a mujeres indefensas?

El rigor de Jesús con el malvado queda en evidencia en las recriminaciones que hace a los fariseos, con gran valentía y franqueza, expresando: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos que cerráis a los hombres el reino de los cielos! No entráis vosotros ni permitís entrar a los que querían entrar. ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: Si uno jura por el templo, eso no es nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado. ¡Ay   de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, más por dentro, llenos de huesos y de toda suerte de inmundicia y de iniquidad. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehena? (San Mateo 23, versículos 13, 16, 27).  

Encarnación, muerte y resurrección.

La muerta de Jesús fue el paso necesario para que se cumpla el milagro de la Resurrección; pues así, como la encarnación en María fue la señal de ser Hijo de Dios, la Resurrección es la muestra fehaciente del poder divino y ambas son dos pilares que sostienen la fuerza del cristianismo, mientras la Eucaristía es su confirmación.

Asumamos ese mensaje del perdón en su real dimensión, pues tanto en el antiguo testamento, como en el nuevo, aparece como una constante, debidamente enmarcado en la buena fe o ignorancia o en la desgracia del descarriado. El resentimiento o la venganza no llevan a buen puerto y, por el contrario, generan iras retenidas que destruyen el equilibrio personal y obstruyen la convivencia colectiva. Cuantos padres tienen que perdonar los malos comportamientos de los hijos o los hijos la irresponsabilidad de los padres, sosteniendo la unidad de la familia. Tampoco, se trata de caer en la ingenuidad, pues  eso está excluido de ese hermoso mensaje y no resulta contradictorio el tener que proteger los derechos que le corresponden a cada uno. En esta Semana Santa, deseémonos unas felices pascuas de resurrección.v

lunes, 25 de marzo de 2013

LA RESURRECCIÓN, GLORIOSO MISTERIO


LA RESURRECCIÓN, GLORIOSO MISTERIO

Dos misterios
Sin lugar a dudas, creo que la fe cristiana se afirma en dos acontecimientos definitorios: la institución de la eucaristía y la resurrección. No es que deje de lado otros hechos verdaderamente maravillosos en la fe cristiana, como es la asistencia del Espíritu Santo o la encarnación de Dios hecho hombre en Jesús. Resulta que la encarnación divina se produce por un hecho muy natural, todo ser humano pasa por ese estadio y no había otro modo que no resultara fantasioso y fuera de la esencia humana. La asistencia del Espíritu Santo resulta para mí un encuentro entre el valor de la convicción humana, es decir la fe y el auxilio divino que insufla la sabiduría necesaria para portar el mensaje divino.
La eucaristía
No soy de los que tienen la voluntad de escuchar la santa misa diariamente y recibir la sagrada hostia en el momento de la comunión, aunque desearía hacerlo, pero una situación de esta naturaleza significa heroicidad religiosa o santidad, de la que estoy muy lejos. Pero, desde mi posición, creo que la internalización del mensaje de la última cena, preludio de la entrega del hombre a sus verdugos, es el reto que debe afrontar el creyente en la divinidad de Cristo. Con la eucaristía, Dios mismo, en la humanidad que adopta, ofrece su sangre y su cuerpo como símbolo de la alianza del hombre con Dios. Sustituye el sacrificio de bueyes y de corderos para alabanza del Señor y lo resume en la ofrenda de sí mismo. Es el profundo significado del pasaje evangélico: “Y tomó el pan, dio gracias y lo partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí”. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto, en mi sangre, que por vosotros se derrama.” Lucas xxii, 19-20.  No me interesa discutir la transustanciación del hombre Dios en el pan y en el vino; sí es mi inquietud comprenderlo como el ejemplo de la entrega al deber del Hijo del Hombre, quien para la redención del pecado de la humanidad tenía que aceptar con mansedumbre la iniquidad de una pasión ejecutada por los usufructuarios del poder terreno: fariseos y romanos. Desde la perspectiva de los mensajes sagrados relativos a la agonía religiosa esto significa la consagración de la hostia y del vino para la unión en Cristo en un ritual tópico y puntual, en el cual declaro mi creencia y mi fe; sin embargo, desde mi precaria visión terrenal creo que la comunión diaria es repetir de modo real y concreto el deber eucarístico: Darse al deber que uno asume, como padre o hijo; como patrono o trabajador, como gobernante o gobernado, como pastor o grey. En todo caso, creo que el valor del pacto de sangre que Jesús nos dejó es una combinación de la participación en el banquete eucarístico y el testimonio que debe darse de él. He aquí el reto de fe y de cristianismo auténtico, pues yo me resisto a aceptar que Jesús Cristo deba quedarse cautivo en el sagrario.
La resurrección
No creo que hoy en día, con toda la teoría y la práctica de la clonación, pueda objetarse la concepción sin relación de sexo, de modo que ese misterio de la encarnación pueda, en este contexto, resultar para alguien inexplicable, aunque no haya existido la manipulación humana. Pero no resulta lo mismo con la resurrección. No pocas veces me han parecido inverosímiles las narraciones evangélicas, pero qué  duda puede surgir si entre los evangelistas los testimonios son tan cercanos entre sí que resulta imposible que se hubieran puesto de acuerdo. En efecto, los evangelistas ponen en evidencia cómo vieron, comieron y dieron testimonio de las heridas de las manos, pies y costado y de la maravillosa transportación del resucitado, desapareciendo y apareciendo de pronto entre ellos y disponiendo su hermosa y delicada misión de predicar la buena nueva por todo el mundo  (ver Mateo xxviii, Marcos xvi, Lucas xxiv, Juan xx): “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros, como yo os he amado, para que vosotros os améis también entre vosotros”, Juan xiii,34. Hasta aquí los hechos, pero lo importante es el significado de la resurrección para la fe cristiana, pues si ello no hubiera acontecido el cristianismo sería simplemente la adhesión a un mensaje ideológico de un líder que un día dejó el mundo de los vivos para enterrarse con los muertos y esperar el juicio final para gozar de la resurrección. El hecho de la resurrección pone en evidencia la confabulación de los todopoderosos fariseos para enterrar la subversiva ideología cristiana. Éstos no vacilaron en corromper a los soldados vigilantes del sepulcro para poner mentira en su boca, mentira que, entonces, se difundió  entre los judíos. El usufructo del poder pudo más que la verdad. La sensualidad dominó a la espiritualidad. Pero la resurrección del maestro y la asistencia del Espíritu Santo, insuflados por el mismo Jesús, fortalecieron y templaron el coraje de los hombres comprometidos para cumplir con la entonces riesgosa y heroica misión que debió, como debe hasta hoy, enfrentarse a todos aquellos que abusan del dominio de sus posiciones, cualquiera que éstas fueran: gobernante o patrono o profesor o jefe de familia, no importa el nivel. Será siempre el testimonio del principio “El que quiere ser primero entre vosotros, sea el primero en servir”.
A propósito de
Todo esto sucedió en lo que ahora conocemos como Semana Santa, en recuerdo de hechos sublimes y de hechos denigrantes. Sublimes como el testimonio de humildad y de servicio de Cristo Jesús, la institución de la Eucaristía, el sacrificio del Redentor y la resurrección del Señor; denigrantes como la traición de Judas y su hipócrita maniobra política o codicia de oro, la cobardía de Pilatos, la infamia de los fariseos y gobernantes de Judea o la negación de Pedro. Es la primera Semana Santa del milenio nuevo, por eso sin dejar de gozar la paz de estos días, la cristiandad tenemos el deber de internalizar nuestras agonías y volver a las fuentes evangélicas, relegando los cultos formales de peregrinaciones y comidas exóticas. Reflexionemos sobre la vida eterna y los méritos para ganarla.

lunes, 18 de marzo de 2013

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS


SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
 
Ahora, en sosiego y en expectativa, el alma del  pueblo latinoamericano se encuentra en un conflicto de sentimientos de alegría-tristeza, esperanza-pesimismo y confianza- temor.


¡Habemus Papam Franciscum!

La designación de Don Jorge Mario Bergoglio como el vicario de Cristo, heredero del apóstol Pedro en la tierra, cubrió de eufórica alegría al pueblo católico de las naciones latinoamericanas, en especial al argentino, tierra natal del papa Francisco. Sin embargo, la alegría no fue unánime y no llegó a los niveles de los que ejercen el poder político; pues hace ya mucho tiempo ha existido una velada o manifiesta tensión entre la iglesia y el poder político en ese país y, en especial, entre Don Jorge Mario y la jefe del Estado Argentino, en donde hubo expresiones de temor reverencial y de disimulada tristeza. Sin embargo en el pueblo se siembran esperanzas de una sana reconciliación, manteniendo la comprensión de las esferas de actuación de lo religioso y de lo político. En asuntos de conciencia, cada cual es responsable de lo suyo, lo importante será el respeto mutuo y el funcionamiento de las instituciones sociales en el marco de la ley y de los valores que ordenan la convivencia humana.

Alegría o tristeza son sentimientos que pueden derivarse a sentimientos contrarios; pues la alegría podría devenir en decepción y la tristeza en positiva reflexión.

El papa Francisco requiere, más que esa alegría o tristeza, la comprensión de las órdenes religiosas y del clero secular, de los funcionarios que llevan la administración de esta poderosa organización, de los católicos y de todos los hombres de buena voluntad en el mundo; pues la Iglesia, como cuerpo de cristo y no sólo el papa   tiene como misión concretar la presencia de Jesús, el crucificado, llevando ayuda y consuelo a todos los que sufren sobre la tierra sin discriminación alguna, ganando al pecador, más que al virtuoso; atendiendo al que sufre desgracias, más que al favorecido por la fortuna, convocando la solidaridad, por sobretodo. Acción y oración de cara a la responsabilidad en la misión de cada cual.

No creo importante insistir en el perfil del papa Francisco; pues es un hombre con sus virtudes y sus defectos, sobre cuyos hombros recae una seria responsabilidad, como a cualquier padre de familia, trabajador o empresario; funcionario o presidente o jefe de Estado. 


La muerte del presidente Hugo Chávez

Diría mejor, la desgracia del pueblo venezolano al perder al líder, encontrado al borde de la agonía de un régimen que se decía democrático, utilizado por gente perversa que usa los tonos demagógicos para seducir al pueblo y aprovecharse del poder para su beneficio, generando  el desencanto de quienes honestamente quieren desarrollarse en un ambiente de un Estado Social de Derecho, hecho realidad, más que de ficciones de alternancias improductivas. 

He aquí un cuadro de profunda tristeza para un pueblo que  marchaba lleno de esperanzas sobre un proceso que sentían como una revolución para llegar a un nuevo orden en la cosa pública y en la inclusión social. Ahora, ¿cómo buscar el mantener viva la esperanza en el futuro esperado? ¿Cómo recuperar la confianza en los líderes de la sociedad política que opera y se desarrolla en su patria? Más aún, en qué medida el colectivo que giraba alrededor del líder es sólido y compacto, de modo que la sucesión en los mandos no genere celos y divisiones. 

¿Son acaso las expresiones revolución bolivariana o socialismo invocaciones mágicas o definiciones conceptuales de una ideología capaz de unir a las masas? ¿Qué garantías para que los operadores del poder político, judicial y electoral movilicen sus acciones con objetividad y ajustados a la Constitución y a las leyes? ¿Qué garantías para que los medios de comunicación puedan operar en orden a una información veraz y oportuna? Todo esto levanta una serie de sospechas,  temores y desconfianza, en medio de la tristeza de la pérdida de un hombre de gobierno que con entusiasmo aspiraba a la unión del pueblo latinoamericano, independientemente de que se esté o no de acuerdo con sus estilos de expresión y de cortesías diplomáticas.
 
En fin, hay que destacar el sentimiento religioso del líder perdido, puesto de manifiesto en su etapa dolorosa y de tránsito a la otra vida. Por eso, en vez de injuriar a quien ya no puede defenderse, hay que convocar la fuerza espiritual de los pueblos oprimidos para recoger esas aspiraciones y traducirlas en visiones de independencia, libertad y bienestar, en cauces realistas,  de ansias de equidad y de justicia social.