Estimados cibernautas:
Este escrito, propio para el Viernes Santo, viene como un anuncio de paz y de reconciliación. Elevemos nuestras oraciones para ello, ahora, que la maldad va en crecimiento y que se mueve la amenaza de una guerra, cuyas complicaciones y dimesiones están en zona oscura y se anuncian como un ajuste de cuentas, sabe Dios por qué ofensas y a la sombra de nacionalismos crueles y trasnochados . ¿Qué perdón para esa irresponsabilidad que lleva a la muerta de miles de personas y arroja a la miseria a pueblos enteros?
El Papa Francisco se ha referido a las guerras como masacres injustificadas y perversas, pero, qué duda cabe que la ambición de personas y colectividades no tiene límites y si para alcanzar sus fines hay que masacrar; pues, masacran por encima de cualquier advertencia y seguirán haciéndolo, especialmente si han alcanzado niveles importantes en la tecnología nuclear bélica.
Roguemos al Señor por la paz.
El Papa Francisco se ha referido a las guerras como masacres injustificadas y perversas, pero, qué duda cabe que la ambición de personas y colectividades no tiene límites y si para alcanzar sus fines hay que masacrar; pues, masacran por encima de cualquier advertencia y seguirán haciéndolo, especialmente si han alcanzado niveles importantes en la tecnología nuclear bélica.
Roguemos al Señor por la paz.
EL PERDÓN EN LA
PASIÓN DE JESÚS
“Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23-34) fue la primera
desgarradora expresión de Jesús, clavado en la cruz. Es como si hubiera querido darle un especial
acento a esa actitud del perdonar agravios,
ofensas, agresiones y maltratos;
un mensaje para la paz y tranquilidad del ofendido y búsqueda de solidaridad en la humanidad. Actitud
referida a la persona como tal, no al conjunto social que tiene ya que ver con
la justicia, ni con la renuncia de los derechos perjudicados como consecuencia
de los agravios sufridos.
Quién
mejor para ofrecer un mensaje de tan difícil aceptación que ese crucificado que
debió de sobrellevar la infamia de calumnias y cínicas maquinaciones de los que
gozaban del poder obtenido por la fuerza o astucia o corrupción de conciencias,
convirtiendo lo bueno o sublime en perverso, vociferando que los milagros
realizados eran obra del poder de Satán. Poderosos que retenían el poder por la siembra del
miedo y del terror por secuaces de ocasión que giran siempre alrededor de los
poderosos, organizados y motivados por éstos y que no faltan en nuestros
tiempos.
¿Perdón? ¿Para quienes?
Perdón
es el testimonio que nos legó ese hombre, Jesús, consciente de su misión,
consecuente con los propósitos para realizarla, que no transigió con la
irresponsabilidad ni con la crueldad que conlleva la explotación del ser humano
y menos con los que trafican con la necesidad del prójimo o del extraño.
Perdón
para los que actúan por ignorancia o bajo el efecto del veneno que destila la
manipulación perversa. De ahí la acotación: “porque no saben lo que hacen”, ¿pero
qué perdón para quienes con plena
conciencia traicionan sus deberes de persona o de función, defenestran bienes públicos o asociativos y se
apropian directa o indirectamente de los mismos, quebrando o adecuando reglas, sumiendo en la desesperación a cientos o millares
de personas? ¿No fueron acciones como éstas las que, desde la Banca
estadounidense, generaron la crisis mundial, en complicidad con el capitalismo
financiero de Europa? ¿No son acciones como éstas las que sostienen el modelo
liberal a ultranza, apuntando al mercado libre,
relegando lo social a discursos demagógicos? ¿Qué perdón para semejante
perversidad que ha dejado en la calle y en el desamparo a millares de familias
y de ancianos? ¿Qué perdón para los que envenenan, roban, asesinan o
extorsionan? ¿Qué perdón para el que arrebata la inocencia a los niños? ¿Qué
perdón para quienes maltratan a mujeres indefensas?
El
rigor de Jesús con el malvado queda en evidencia en las recriminaciones que
hace a los fariseos, con gran valentía y franqueza, expresando: ¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos que cerráis a los hombres el reino de los cielos!
No entráis vosotros ni permitís entrar a los que querían entrar. ¡Ay de
vosotros, guías ciegos, que decís: Si uno jura por el templo, eso no es nada;
pero si jura por el oro del templo, queda obligado. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas,
que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, más por dentro,
llenos de huesos y de toda suerte de inmundicia y de iniquidad. Serpientes,
raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehena? (San Mateo 23,
versículos 13, 16, 27).
Encarnación, muerte y resurrección.
La
muerta de Jesús fue el paso necesario para que se cumpla el milagro de la
Resurrección; pues así, como la encarnación en María fue la señal de ser Hijo
de Dios, la Resurrección es la muestra fehaciente del poder divino y ambas son
dos pilares que sostienen la fuerza del cristianismo, mientras la Eucaristía es
su confirmación.
Asumamos ese mensaje del
perdón en su real dimensión, pues tanto en el antiguo testamento, como en el
nuevo, aparece como una constante, debidamente enmarcado en la buena fe o
ignorancia o en la desgracia del descarriado. El resentimiento o la venganza no
llevan a buen puerto y, por el contrario, generan iras retenidas que destruyen
el equilibrio personal y obstruyen la convivencia colectiva. Cuantos padres
tienen que perdonar los malos comportamientos de los hijos o los hijos la
irresponsabilidad de los padres, sosteniendo la unidad de la familia. Tampoco,
se trata de caer en la ingenuidad, pues
eso está excluido de ese hermoso mensaje y no resulta contradictorio el
tener que proteger los derechos que le corresponden a cada uno. En esta Semana
Santa, deseémonos unas felices pascuas de resurrección.v