Este cuento se desarrolla en Piura, ciudad del norte del Perú, cerca de la frontera con el Ecuador. Como todo cuento tiene algo de verdad y mucho de ficción. El fondo del mismo es conducir al lector a apreciar el valor del agua y las precauciones a tomar, respecto a las corrientes en los ríos, cualquiera que estos fueran. También pone en el recuerdo la prepotencia de los dueños de los esclavos y el desarrollo de las relaciones humanas pese a los prejuicios de clase o color y de cómo el amor supera los prejuicios raciales e infunda valor para enfrentar lamuerte con dignidiad. NADA HAY COMO EL AMOR.
EL SECRETO DE LA PEÑITA
Érase
una vez un río, rugiente en crecida, lánguido, de cauce árido y mustio, en las
épocas de sequía. El río era la alegría de paisanos, campesinos, jóvenes y
ancianos. El río era todo y su ausencia era tristeza, preocupación, desgracia de las gentes del campo y de
empresarios; al fin, lo era para ricos y peor para los pobres. Su ausencia era
la pobreza. Venía de lo más hondo de la sierra del Departamento de Piura (Perú),
se le llamó río Huarmaca, como que nació
en la cuenca del río Huancabamba de la provincia del mismo nombre. Era el río
Piura.
El río bramaba, descendiendo entre rocas,
sembríos y corrales, hechos en su cauce. Pasaba por las poblaciones en medio de la alegría de todas las gentes desde
lo más alto de la sierra hasta su
encauce por la costa y su desagüe en el mar. El río dividía la ciudad, quedando Piura
a su margen izquierda y el distrito de Castilla a su margen derecha, siguiendo el curso de su recorrido hacia el final.
Los
distritos de Piura y Castilla estaban
unidos por un puente hermoso y valiente, con pérgolas en su lado izquierdo, caminando
de Piura a Castilla. En el verano, los piuranos de la tercera edad reposaban en
esas bancas de madera, colocadas en media luna. Era todo de fierro, con unas poderosas bases a
las que llamábamos castillos, capaces de resistir los más duros golpes, como
que los resistió por largos años hasta su colapso, que se produjo por el
ingreso de un camión con una pesada carga, en tiempos malos para
el puente, ya envejecido y cansado. No menos sucede con los humanos,
cuando el camión de carga lleva los males de la vejez y los descarga sobre el
pobre viejo.
Entre Piura y Castilla
Entonces,
la llegada del río era una feria. Las campanas repicaban el anuncio de su
entrada y los muchachos corrían de modo audaz por su cauce, como queriendo hacerle
camino. Desde el puente y desde las
orillas, la gente les gritaba: ¡Ya está
cerca, salgan del cauce, muchachos de
mierda! A lo largo de las riberas se
alzaban los pañuelos, los picos y las palas, saludando al coloso. Los mayores y
los más prudentes se agolpaban en el puente ya sea para verlo llegar y pasar
con la carga que traía. La corriente arrastraba piedras enormes y toda clase de
animales y árboles, sembrados a lo largo
de su lecho, mientras permaneció ausente, pues su estadía en el cauce no era de
largo tiempo, su caudal bajaba paulatinamente hasta que se perdía, quedando
humedad suficiente en ciertos lugares
que algunos aprovechaban para sembrar verduras y frutales.
No obstante su enorme fuerza, el río sobrepasaba ese espigón de piedra que llamábamos la “peñita” que quedaba apenas si cubierta hasta que bajaran las aguas y el río se quejara de abandono; entonces, fugaba, pero la peñita quedaba con son triunfante, reteniendo un charco grande, como si fuera una pequeña laguna, con más o menos altura de agua, como solaz de la misma y el signo de su victoria. Era como si la peñita hubiera querido detener el río y allí quedaba parte de él haciéndole coro y dándole vueltas por todo su alrededor; pero ¿por qué ese charco? ¿Por qué en ese lugar, si existían muchos en esos lares, adecuados para empozarse el agua y formar pequeñas lagunas? ¿Por qué, el agua permanecía fresca y no se pudría o abombaba? Curiosamente, tampoco era un nido de zancudos o de mosquitos, simplemente era como una enorme tina de baño.
La Tina
La Tina era un
espacio en el Distrito de Castilla o Tacalá, situado a corta distancia del río. Según la leyenda,
la Tina habría sido una fábrica de jabón, en medio de una hacienda y en un
sector de su nombre. En las pailas de
esa fábrica de jabón se habría echado a Matalaché, como castigo al esclavo
negro de quien se enamorase la hija del hacendado, una preciosa joven de tez
rosada y rizado cabello. Matalaché, orgulloso de su raza, adquirido como
sementero, traído sabe Dios de qué lugar del África, también, enamorado, embarazó
a esa linda perla, en medio del fuego de ese inmenso amor y en el
encuentro de dos razas.
Si
La Tina fue o no, realmente, esa fábrica o una hacienda o una vieja huaca o
instalaciones para hacer ladrillos, nadie podría dar razón. Había allí una rara
construcción que parecía un horno hecho de adobes, junto con
otras instalaciones, todas de barro, a modo de montículos diversos, como si se
interconectaran por canales artesanales. Era un lugar misterioso. Las gentes hablaban de haber visto en la media noche sombras,
escuchado golpes de sables, de aparecidos, vestidos de soldados españoles y de gritos
de moribundos. Nunca tuve la suerte de ver ni de oír los sucesos de esos
testimonios.
Ese
lugar era mi paso para ir al colegio y,
mientras fui estudiante y como solía trabajar algunos días hasta muy tarde, ese
era mi trayecto de regreso de Piura, pero nunca a la media noche. Contaban, también, que
se escuchaban los quejidos de los supuestos esclavos negros del hacendado y el
chasquido de los azotes, dados por malvados capataces, otros negros, entrenados
para esa labor. Muchos borrachos hicieron promesa de no beber más, pues los fantasmas
de esos negros verdugos les habrían
amenazado con azotarlos o cortarles el cuello si continuaban con su vicio. Se
contaba de un cura sin cabeza, castigado por haber pecado con una esclava. Simplemente, el cura habría sido
uno de los tantos blancos hispanos residentes en la hacienda y encargado de la
parroquia o capilla y para esa gente, en aquellos tiempos, era un crimen
mezclar la raza blanca con una que tenían como inferior a ella.
No
faltaron comentarios de que por los alrededores de ese horno cabalgaba a punto
de la media noche un jinete endemoniado o el demonio mismo que pasaba hacia
Piura, directo al parque Pizarro, ahora de las Dos Culturas, porque cerca de
allí vivía su novia, la mujer del diablo.
El duende “Sibilino”
Hermosos
tiempos aquéllos, de cuentos y fantasías, de aparecidos y fantasmas. Hoy, todos
ellos se han ido y nos hemos quedado con
los extraterrestres y los zombis, sin haber perdido las fantasías. Hoy, es
preferible encontrarse con mil fantasmas que con un vivo acechando, viejo,
joven, mujer o niño; o individuo con uniforme policial o elegante o pobremente
vestido, pues podría resultar un delincuente o un desesperado individuo en
sequía por la falta de droga, entonces, eso sí
sería peligro real, como efectivamente lo es.
En
medio de esas fantasías populares, antes, como
ahora, se sigue recordando al duende Sibilino y a esa bonita canción que,
en ronda alrededor del monumento a Francisco Pizarro, cantábamos los niños: “El
duende Sibilino toma sopa con comino, come pan y toma vino”. Los muchachos hacíamos
apuestas sobre quien entonaba mejor,
silbando o tarareando. Se nos asustaba
con eso de que los duendes se llevan a los niños “moros”, es decir, no
bautizados; pero, con la canción de Sibilino se hacían simpáticos y se les llamaba
para jugar con ellos. Por supuesto, los duendes nunca llegaron, como tampoco
hoy se les ve; aunque no falta quien dice haberlos visto, escondidos en una
higuera, en el jardín de una casa en la que habitaba una familia con su niño no
bautizado. Bautizado el niño, los duendes no tenían más que fugarse tristes y fracasados.
El gran secreto
Esa
peñita era preocupación de las familias, pues muchos imprudentes se bañaban
allí, tirándose desde la esquina de la peñita y no se les veía salir más.
Durante la estadía del agua corriente, el río cobraba algunas vidas y en esa
temporada, 2 se ahogaban en cualquiera de las zonas del río y 3 en la zona de
la peñita. Al secarse el río, esa
lagunita capturaba a más de uno de los bañistas que a ella llegaban a
refrescarse, sumergiéndoles al fondo. ¡No te bañes en la peñita ni te acerques a
ella! ¡Allí vive un demonio y te puede llevar! Era la súplica de madres y
padres a sus hijos o parientes.
Lo
peor de todo, era que la peñita no devolvía los cuerpos y por más que se
rastrease, los cuerpos no aparecían. ¿Qué se hacían? Siempre fue el gran
misterio para todos; pero, yo llegué a saberlo, porque el duende de la peñita
me contó el por qué y el dónde iban esos niños inquietos y, ahora, quiero
contarles a Ustedes, pues la peñita ya no está más allí y puedo romper la
promesa que le hice a ese duende.
La peñita
Tomando
el camino desde la Tina, yendo directo hacia el río, se encontraba la peñita,
en la orilla de Castilla, más
o menos a tres cuadras al sureste del puente viejo, al término del malecón de Castilla.
La
Peñita era como un viejo puente preincaico o un molón para atracar las canoas,
seguramente para pescar o extraer material que para algo les serviría a los
antiguos peruanos. Era un molón de
medianas piedras, construidas de tal modo que durante mucho tiempo resultó casi
imposible el destruirla a golpe de combos o de picos. Las piedras estaban
sólidamente unidas y su unión era la fuerza de ese molón. Claro, como se dice:
la unión hace la fuerza.
El
agua de esa laguna se mantenía fresca y se reflejaba en ella una especie de
arco iris, como resultado del lodo y de las hojas que sobre sus aguas flotaban.
La rodeaban un grupo de hermosos y
frondosos sauces que se inclinaban respetuosos ante los reflejos de las aguas que se formaban
al brillo de los rayos del sol ardiente.
Las
orillas de la laguna eran muy resbaladizas. Se podía caer al agua si es que no
se andaba con cuidado, como en efecto muchas veces sucedió. Pobre del muchacho que
resbalase y no encontrase auxilio instantáneo; pues simplemente la peñita se lo
podía tragar.
El misterio del Duende
Era
tan bueno y dulce el duende Sibilino. Parecía un niño eterno, es decir de los
que jamás se harían adultos o envejecerían. Le gustaba descansar debajo de las
ramas de los sauces, mientras silbaba esa canción que los niños entonábamos.
Cierta noche, con el propósito
de cortar camino hacia mi casa, sita en frente de la plazuela Montero, tomé
como vía el cauce seco del río, cruzando desde el antiguo mercado central de
Piura, en la ribera izquierda, directo hacia la peñita. Era una noche de luna
llena y, para darme valor, fui cantando
el duende Sibilino toma sopa con comino/come pan y toma vino. Cerca ya
de la
peñita, una voz atiplada gritó: ¿quién me llama? Sorprendido y temeroso dirigí mi mirada hacia
todos lados y no distinguía ni una sombra. ¡Aquí estoy, en el sauce de la peñita!, ¡acércate! Sí, era
un sauce enorme, con ramas y hojas maltratadas. Sacudí el miedo y allí estaba
ese enano, de cara y cuerpo de niño, como si fuera sólo el recuerdo de un
adulto, pensando en lo que fue su niñez. Quise emprender la carrera, pero fue
como si estuviera clavado en el lugar. Con voz temblorosa le pregunté ¿eres de
este planeta o de otro mundo?
-. Ni de éste, ni de
otro, estoy sobre el tiempo. Respondió burlonamente.
-.En algún lugar
debes vivir, le dije intrigado.
-. Por ahora soy el
guardián de este lugar y tengo un reino debajo de la peñita y, por fin, da lo
mismo allí, aquí o en cualquier otro sitio. Te he dicho ya que estoy sobre el
tiempo y el espacio, límites de los miserables mortales.
-. No te entiendo,
Sibilino.
-. Ni lo entenderás,
pobre mortal. Me verás, si yo lo quiero y tú, sólo si tienes fe. Todo es un
asunto de voluntad, pero de voluntad con valor y convicción. Así es toda la
vida; pues, con fe y voluntad hasta las tinieblas serán como la luz y podrás
ver todas las cosas clarísimas.
Me sobrepuse al
miedo, me acerqué y observándole le comenté, creía que los duendes eran enanos
revejidos, con dientes filudos, orejas en punta y sombrero alón, pero vaya sólo
pareces un niño, como cualquier otro. ¿Cuántos años tienes?
-. Ni muchos para desesperarme, ni pocos para no
saber nada. Lo que de mí o de los duendes se dice son cuentos de viejas
chismosas que se divierten metiendo miedo a la gente.
-. Sabes mucho,
Sibilino.
-. Tanto como se
puede ver en el correr del tiempo y en el espacio. Aquí, en este espacio, he
visto transcurrir cientos de personas y de sucesos, he visto a las hermosas
princesas tallanes, correr la sangre de sus pueblos por dominadores sucesivos,
he visto saciar su sed a las huestes con españolas, conquistadoras y a los montoneros de Piérola; también, jugar con pelota de
trapo a Sánchez Cerro y a Velasco Alvarado, presidentes de tu patria; ah! Como
olvidar al pintor Montero haciendo un hermoso cuadro de mis sauces y esta
preciosa laguna, como, a los soldados valientes y a los temerosos entrenarse
para la guerra, como si la guerra fuera juego. Siempre te he visto pasar
apurado a tu casa. No te imaginas los actos heroicos y también los perversos
que he visto.
-. ¡Caray! Ahora,
tengo yo que estudiar todas esas cosas. Dime, Sibilino, ¿no es aburrido vivir
tanto tiempo?
-. Si no se envejece
y no se padecen calambres ni dolores de huesos, es decir, si no te agarra
la artritis y la artrosis, ni se te cae el cabello, ni el pellejo se te arruga ni se te reseca, si
tampoco tienes que sentir el miedo que embarga a los viejos, desesperados por
sus pensiones, por las ingratitudes de los hijos que criaron o el remordimiento
de los que no atendieron, es hermoso vivir eternamente.
-. Pero, eso es pedir
mucho, Sibilino
-. ¿Sabes también por
qué los ancianos duermen poco y se levantan temprano?
-. Ni me lo imagino, pero conozco a algunos vecinos de avanzados años que al
parecer ni siquiera duermen y salen a sentarse a las bancas de la plazuela Montero,
en frente de mi casa.
-. Sencillo, chico, porque temen lo desconocido, sienten que la
vida se les acaba y sufren por la despedida. En fin, si se
vive de largo y lo que llamas tiempo no se siente, no es aburrido. En buen
romance, ustedes tienen que envejecer y morir porque requieren espacio para
vivir. Peor todavía, nada les parece
bueno y jamás se sienten satisfechos, se
aburren pronto y beben alcohol hasta perder los sentidos. Si son rubios, quieren pelo negro, si tienen una linda y
buena mujer, quieren la del vecino, sin
importarles que ya es vieja y fea. Mejor es que mueran y vuelen a otra
dimensión, no siempre cómoda y agradable para muchos. Eso dependerá del modo de
vida que aquí llevaron.
-. No te entiendo del
todo, Sibilino. Si así fuera; entonces
por qué lloramos cuando se nos muere alguien que queremos o que lo
necesitamos.
Sibilino, calló; sacó
unas hojas que tenía cerca y se las comió.
Se devela el misterio
Entonces sentí
curiosidad por saber la sed de sangre de la peñita, es decir de ahogar a los
bañistas. Un tanto con tono de angustia, pregunte a sibilino.
-. ¿También sabes de los ahogados y por qué
quienes aquí se ahogan no aparecen?
-. Sé todo eso, como
que estás allí parado. Ellos, los que se ahogaron, están dichosos allí, bajo
tus pies; es decir, en otra dimensión. Son lo que quieren ser, frutas o flores,
brisas o luz.
-. ¿También pueden
ser humanos cómo lo fueron antes?
-. Ya no, les bastó
con una vez. Como Ustedes dicen: una sola vez se escaldan los gatos.
-. ¿No extrañan a su
familia o a sus amigos?
-. Hay tanta miseria
en el mundo, tanta maldad que es preferible ser humo que carne. ¿Te acuerdas de
ese loco, llamado Manterito? Era un hombre muy bueno, trabajaba de día y de
noche para darle lo mejor a la mujer de sus amores, pero ella le fue infiel y
en vez de matarla, a ella y a su amante, perdió la razón y un día, quien sabe
lúcido, prefirió venir aquí y ahogarse.
-. Recuerdo a
Manterito y la canción que alguien le
inventó: Manterito mató a su mujer con un cuchillo del porte de él, la metió en
un fardo, la llevó al mercado y se puso
a vender.
-. Eso, eso. ¿Recuerdas
a la Chava?
-. Claro que sí, la recuerdo.
Era una mujer ya de algunos años. Se iba con los soldados del Cuartel La
Merced y hacían sus cosas.
-. Cierto, era una mujer que prestaba servicios a la
tropa de ese cuartel. Un día, encontró en su casa a su preciosa hija muerta y
ultrajada. No resistió, tenía esperanzas de que fuera una mujer de bien y
pudiera ella descansar en su vejez, pero el destino no le fue propicio; vino
aquí y desesperada se ahogó. Dime, ¿qué van a extrañar? Ahora lo tienen todo,
sin estar aquí.
-. Sibilino, tienes
razón, siempre escucho a los amigos de
mi padre decir: La vida, aunque dura, siempre es querida y nadie quiere perderla.
-. Esos son pura
boca, muchacho. No sabes cuantas gentes invocan la muerte, desilusionados o que
padecen males de males y se cansan de recibir golpes tras golpe. ¿Te has dado
cuenta que los que se ahogan sin quererlo, sólo son niños? Nosotros, allá,
escogemos a quienes habremos de recoger por este medio que llamas peñita y por
otros muchos. Sólo recogemos a inocentes para que así se mantengan y evitarles
el riesgo de sufrir la maldad o de convertirse en otros malvados, como maldades
les testimonian muchas gentes y hasta sus padres, presas de vicios y de
irresponsabilidad.
-. Mi hermanito, al
que te llevaste, no hubiera sido de esos malvados.
-. Lo sé, pero era
tan inocente, como no lo eres tú, y tan ingenuo que pronto le hubieran
convencido de que tú eres un malvado, que la virtud es molesta; el trabajo,
terrible; la solidaridad, estúpida; la honradez, tontería y el trabajo, un
castigo, ¿te das cuenta?
-. No tenías que
llevártelo, yo lo hubiera guiado, le dije, resentido.
-. Simplemente nos
llevamos a los inocentes puros, para que no vivan a merced de los malvados; porque
llegaron aquí convencidos por malos vecinos que los indujeron a desobedecer el
mandato de sus padres de no venir a bañarse aquí. Así sucede con los niños que
no tienen una pizca de malicia, fácilmente los malos los arrastran a la desobediencia
y hasta al vicio, sea juego, alcohol o drogas. ¿No has escuchado ese dicho de yerba mala no muere nunca?
-. Claro que sí, lo
repiten muchos sólo por decirlo y nada más. Dime, por favor Sibilino, ¿por
donde se llega a esa dimensión?, ¿cuál es la entrada por la que se deslizaron
los bañistas ahogados?
-. ¡Qué pena! Me está
prohibido revelarlo, salvo que tú quieras ahogarte, haré una excepción contigo y te llevaré a esa
dimensión, sumiéndonos en el barro que está al fondo de esta lagunita preciosa.
-. No, no, prefiero
vivir entre los peores. Explícame, Sibilino, ¿quiénes son los peores?
-. Sencillo, sé que
también lo sabes y conoces a muchos de aquéllos que hacen llorar a sus padres,
matan a los pajarillos, arrancan las flores de jardines que no son los suyos,
se mofan y maltratan a débiles y ancianos; en fin, muchos perversos que desvalijan a viudas y
huérfanos, calumnian y difaman a su prójimo y abandonan a sus seres queridos,
dicen querer al pueblo y le roban todo
lo que pueden.
-. ¡Uf!, Sibilino, sí, son muchos.
Sibilino empezó a
silbar melodías extrañas para mí, pero dulces. Reinicié mi camino, entonando su
canción. Sibilino, gritando, dijo, entonas muy mal mi canción!
Bueno, por lo menos,
lo intento, le respondí.
Bien, retrucó,
inténtalo y que cada vez sea mejor que la anterior; pues, no sólo debe ser la
intención, sino, la constancia en hacer bien las cosas.
Seguí a paso ligero,
pensando en volver la próxima luna llena.
Como ven, se aclaró
el misterio de los desaparecidos. Ellos viven felices en otro espacio, sin
memoria de este mundo que no quiere entender el porqué de tanta maldad.
¿Dónde estarán,
ahora, esos felices ahogados? ¿Dónde estará mi hermanito? Hace ya algunos años,
me llegó la noticia de la destrucción de la peñita a golpe de dinamita, hecha
por una empresa Yugoeslava, por la década de los años 70, la que tenía a cargo
alguna obra pública en el Departamento de Piura. El Río Piura, ya no es más ese brioso río. Se acabó la
Peñita y cómo se dice, muerto el perro, acabada la rabia. ¿Rabia?
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