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miércoles, 31 de octubre de 2012

¡POBRE LOCO!



¡Pobre loco!


Tipología

Un poco más de tinta y de papel sobre el tema de los locos, a lo mejor para quedar siempre en lo mismo. “La Industria” de Trujillo ha editorializado en más de una oportunidad sobre el abandono de los orates, como que es un problema serio de nuestra ciudad, no ajeno a otras del país.
¡Pobres locos!, indefensos, abandonados; quién sabe, si explotados o maltratados. Una tragedia individual que se proyecta hacia una tragedia social. Sin embargo, locos los hay de varios tipos y se encuentran en todo lado y nivel: en casa y fuera de ella, entre pobres y ricos,  gobernantes y gobernados y, también, sublimes, sanos, insanos y de los que se hacen los locos. Hay una vitrina muy surtida. Son tan tenues los límites entre la cordura y la locura que traen locos a sicólogos y siquiatras, los que son también un tipo de locos que curan a los demás, cuando pueden, pero jamás se  curan a sí mismos.

 

Locos sublimes


La sublime locura es alienación. La persona que se arrebata por la ciencia o el arte o la religión o la humanidad es un sublime alienado. Se trata de personas extrañas, admiradas por pocos, rechazadas y hasta combatidas por muchos mientras viven, pero generan adhesiones multitudinarias cuando ya han muerto. Están fuera de los límites reconocidos como normales y sus actos pueden ser incomprensibles. Les importa poco las consecuencias a que se enfrentan o aquellas cosas que a la mayoría sí les importa mucho. Son esas personas a quienes la humanidad les debe muchas de las maravillas de las que gozan. Estos locos tienen un corazón de oro y un algo así como si jamás hubieran perdido la inocencia, son una especie de niños eternos o, apenas, adolescentes. Crean, inventan, predican, oran, pintan, escriben, dicen su verdad y hasta arriesgan la vida. Desarrollan una extraordinaria actividad con admirable genialidad. Se trata de seres anormales  para el mundo que los rodea. Viven complacidos en su soledad y dispuestos a la grandeza del espíritu que los desborda. Locos sublimes en excelsa locura.

 

Locos sanos


Tienen cierto parecido a los locos sublimes. Se confunden entre las personas normales; pero súbitamente accionan con arrebato. Son propicios a la euforia, pero incapaces de hacerle mal a nadie. Pueden ofender con su verdad, a la que se aferran tercamente. Estos locos gustan llamar pan al pan y vino al vino. Esta es su característica determinante. Parecen atolondrados y son capaces de acciones con resultados brillantes, aunque sin llegar a la excepcionalidad. Junto a ellos se tiene la sensación de confianza y se percibe su sinceridad, aun en su eventual agresividad, más bien apasionamiento. Son personas amenas y soportables, buenos promotores políticos; pero no son buenos para políticos, operadores de poder; pues, difícilmente tendrían un éxito duradero y, es más, jamás volverían a ser promovidos o convocados, salvo casualidad de coyuntura. Su gusto por la verdad compromete su futuro y el de su colectividad. Como tales locos no adulan ni se compadecen con la mentira son tenidos como personas conflictivas, pues no son propicios a los negociados ni a las repartijas. Es mejor tenerlos como símbolos, admirándolos en su vitrina que como actores directos en la toma de decisiones efectivas, aunque sí como consejeros. A veces tienen un destino trágico, pues su vehemencia y su apego a la honestidad son objeto de cargamontón, de ofensas, de intrigas y hasta de eliminación.   En el Perú nos hacen falta un buen número de este tipo de locos en las gerencias o direcciones estratégicas o, quién sabe, si en la presidencia de la República; entonces, no serían necesarias estrategias o comisiones anticorrupción.

 

Locos insanos


Son personas antítesis de los locos anteriores. Su anormalidad es negativa. Son una especie de sádicos que se complacen en maltratar a las personas de su alrededor o a todo el que encuentran en su camino, sin importarle la relación de parentesco o de “amistad”. Al final, resultan víctimas de sí mismos, aunque nunca lo reconocen y buscan siempre a alguien responsable de sus desgracias. Son poco confiables. Se saben útiles para muchos y sacan ventaja de las posiciones que se les encarga, plagian, piratean, fingen y arriban. Están en todos los círculos, a los que se infiltran fácilmente con impresionante agresividad y obtienen lo que quieren, aunque terminen desencantando y desencantados. Seguramente que sufren su locura y la proyectan con malévolos propósitos de hacer a otros desgraciados. Es mejor no toparse con ellos, aunque esto no es siempre fácil.

Locos rematados

Sin perjuicio de la corrección técnica, se les llama con diversos nombres: orates, enajenados mentales, esquizofrénicos, etc., etc. Carecen de conciencia de sí mismos, es decir desconocen en donde están, pierden la noción del tiempo. Estos locos no saben quiénes son y pueden ser pasivos o agresivos o, simplemente, tenerse como otra persona o animal o cosa.
Son personas que conmueven el alma de quien la lleva bien puesta. Algunos tienen la fortuna de tener  quien se preocupe por ellos en casa o en establecimientos especiales (clínicas psiquiátricas o manicomios) y hasta pueden llegar a ser controlados. Otros andan sueltos en la calle, aunque no abandonados a su suerte ni perdidos. Muchos sólo se tienen a sí mismos y esperan de la caridad humana algún auxilio. A veces se incorporan al ambiente del barrio o de la ciudad, de modo que son familia de todos. Muchos años ha deambulaba por las calles de Trujillo el “loco Pacheco” y, por muchos años cerca, la “Negra Carlota”, mujer de mediana edad y alta estatura, con vara en mano cobraba peaje en la esquina Pizarro-Orbegoso; ambos inofensivos locos; pero no faltan hoy los que tiran piedras y agreden a los peatones. Por mis barrios (allá en Piura) recuerdo a los locos “Pasco”, quien se decía hijo de un hacendado y vestía chalina en pleno verano norteño con más de 30 grados de temperatura, a “Meme” que aplaudía a héroes imaginarios, al loco “Olivo” que se pretendía émulo de cuanto político estaba de moda, arengaba a los postes y discutía con los vientos los problemas de la guerra, pues se creía Hitler y al pobre y diminuto “Manterito”, cuya locura se debía a un brebaje que le diera su mujer para poder irse con otro, según contaban las malas lenguas. Simplemente, eran locos rematados, sin esperanzas de cura, los que en sus hablares decían tantas corduras como si fueran verdades que algún ser del más allá les hubiera revelado. En efecto, tuve como vecina, a una maestra de escuela, quien, al parecer por problemas de amor y abandono  del marido, perdiera la razón. Ella se pasaba la noche tocando una lata como si fuera un bombo, mientras recitaba, si no eres buen hijo, no serás buen hermano, ni buen marido ni buen amigo y remataba, gritando a todo pulmón, quienes se han creído  los Seminario, si  mueren y se pudren igual que los cholos de su hacienda y arrancaba un llanto largo que no me dejaba dormir.     
Hoy en día nos preocupan esos locos, traídos sabe Dios de dónde, quienes aparecen de noche a la mañana y algunos son extremadamente violentos y peligrosos y otros exhiben tal miseria que oprime el corazón de pena al verles. En fin, seres que la sociedad tiene el deber de protegerlos si estuvieran totalmente abandonados.

 

Los que se hacen los locos


 Son personas con plena conciencia de sí mismos, pero que les place  aparecer siempre inocentes de sus extrañas y fingidas locuras y se dan maña para conseguirlo. Tienen éxito porque dominan la técnica de hacerse los locos tontos o alegan perturbaciones mentales para disimular sus fechorías y, así, poder ser calificados como inimputables de comisión delictiva y gozar de encierro hospitalario. Tienen magníficas dotes de actores teatrales para promover la piedad de las gentes y hasta el cariño de personas que pretenden, al punto de esclavizarlas. Se aprovechan en todo y de todos. Son gente muy peligrosa y es mejor ponerlas en evidencia, en cuanto sea posible. En realidad, no son locos, son vivos o audaces.

 

El año del loco

En el mes de noviembre hay un día específico dedicado al loco; pero, generalmente, pasa desapercibido. Tal vez sea conveniente declarar “El año del loco” y elaborar un plan oficial, de modo que todos los organismos públicos y privados concurran con su cooperación a la ejecución de las acciones programadas para ampliar o mejorar los hospitales especializados  y hasta auspiciar acciones que prevengan cierto tipo de casos. Vivimos tiempos difíciles y propicios para la locura y nadie puede sentirse libre de verse un día lanzando piedras en la calle o sentado en una banca del parque hablando solo, arengando a los vientos o pateando a los árboles, cansado de patear latas en la calle; peor, todavía, paseando desnudo por algunas de las avenidas de la ciudad, creyéndose Adán y pretendiendo a toda Eva que pasa por allí. Dios se apiade de nosotros.

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