Desgraciadamente la ola está orientada en ese sentido, de modo que el ideal del profesional culto y humano se pierde en la selva del ejercicio y de lo pragmático. En ese sentido, la Universidad tiene una gran responsabilidad. Cada país debe evaluar su realidad y tomar como una referencia lo que suelen llamarse modelos mundiales, sólo como un expediente de marketing, más que de formación humanística, científica y tecnológica.
El asunto serio es que los resultados de la aplicación y desarrollo de un modelo educativo no son perceptibles de inmediato; sino a la culminación y ejercicio de quienes transitaron por él.
En el Perú, pregonamos el estar caminando hacia modelos de excelencia, modelos por competencias y por evidencia, pero ello queda, en su mayoría, sólo en enunciados y puede ser, hasta en diseños, pero la aplicación se acomoda a las posibilidades de los costos y de la cultura en las disciplinas de trabajo.
El desprecio a las humanidades, una 'tradición'
española
ÁNGEL
DÍAZ
(Publicado en el Diario EL MUNDO – Suplemento CAMPUS del
16/12/2009)
Los recientes programas de
modernización de la
Universidad española han tenido en común el querer hacerla
más competitiva y más anglosajona, con un modelo de docencia y relaciones con
la empresa que nos acerque a las grandes instituciones de Estados Unidos y el
Reino Unido.
Pero
la necesaria modernización a marchas forzadas podría hacernos olvidar algo que
es una seña de identidad fundamental en Yale, Oxford y cualquier otro templo
del saber que se precie: su clasicismo, al menos en cuanto a su concepción del
saber y el estudio.
El
culto al conocimiento por sí mismo y la devoción por las manifestaciones
artísticas y culturales son condiciones que se dan por supuestas en las mejores
universidades del mundo. En España, sin embargo, parecen quedarse siempre en un
segundo plano, como si fueran incompatibles con la productividad y la eficacia.
¿Cuál es el secreto de los centros de élite para combinar la excelencia
innovadora con un fuerte apoyo a las artes y las letras?
Lo
cierto es que, si bien las universidades españolas no pueden disponer de las
grandes cantidades de dinero que poseen las instituciones anglosajonas de élite,
los expertos se muestran de acuerdo en que el aprecio social y académico por
las humanidades también está aquí mucho más devaluado. «Ese desprecio es una
cosa mucho más española», considera Arantza de Areilza, decana de Humanidades
de la Universidad IE.
«Ha pasado porque tenemos carreras muy especializadas; en otros sistemas, las
humanidades son obligatorias y son la base común a todas las áreas».
El
propio sistema americano, muy distinto al nuestro, favorece que se potencien
los estudios clásicos, ya pueden ser, incluso, económicamente provechosos.
«Mucha gente que da su dinero, como particulares o fundaciones, a una
Universidad, lo da precisamente porque ahí están las buenas humanidades»,
explica Alejandro Llano, profesor de Filosofía en la Universidad de
Navarra.
«Yo
no daría dinero a una Universidad que me dice que los chicos que estudian ahí
van a ganar mucho dinero y a ser grandes empresarios», remacha.
Los
'endowments' [dotaciones económicas] de las grandes universidades de EEUU
permiten costear programas e institutos de humanidades de primera fila, sin la
necesidad de buscar financiación extraordinaria ni la preocupación por contar
con suficiente número de alumnos, ya que estas materias se imparten muchas
veces como parte de un programa interdisciplinar.
«En
la Escuela de
Gobierno de Harvard no se limitan a estudiar códigos; también leen a los
clásicos, y eso está muy bien visto», comenta Llano. En este sentido,
Montserrat Iglesias, vicerrectora de Comunicación de la Carlos III, recuerda
que en su universidad todos los alumnos, incluidos los de áreas supuestamente
más alejadas, como la ingeniería, están obligados a cursar un mínimo de
créditos en humanidades.
Además,
estas materias son las más demandadas por los estudiantes de cualquier carrera
como suplemento al título, es decir, una serie de créditos que se cursan al
margen de la carrera y son homologables a nivel europeo.
Pero
la interdisciplinariedad no sólo es una posible tabla de salvación para
nuestras maltrechas humanidades; también es algo que está en el corazón mismo
de lo que significa la educación superior.
«No
es un servicio a la empresa, ni formación para profesionales, ni educación
cívica; tiene todas esas funciones, pero la Universidad no es sólo
eso», afirma Llano. Por ello, de acuerdo con este profesor, «el tener buenas
humanidades no es sólo una cuestión de utilidad, sino de principios».
Sin
embargo, los saberes clásicos y el mundo del dinero no están tan enfrentados
como se suele pensar. De Areilza indica que las empresas demandan cada vez más
a sus directivos tengan creatividad, espíritu crítico y sepan estar con
personas de otras culturas. Todos ellos son saberes tradicionalmente asociados
a la Universidad
y las letras y que una formación puramente práctica y orientada a objetivos
profesionales no puede aportar. «Gran parte de todo lo relativo a la empresa es
de carácter humanístico», apunta Llano. «De hecho, eso es lo que distingue a
las grandes empresas de las que no lo son», concluye.
Junto
a la falta de fe en la utilidad práctica de las humanidades, también nos separa
de las universidades potentes la consideración que se tiene a los grandes
hombres de letras, aunque también hay que tener en cuenta que en estas
instituciones los departamentos de Humanidades son muy exigentes, y no imparten
las asignaturas que aquí a menudo se desprecian como 'marías'. «Sólo en España
te miran con cierta conmiseración si eres filósofo», lamenta Llano.
Esta
circunstancia también se debe a que los profesores de humanidades anglosajones
«no están en su torre de marfil; el carácter transdisciplinar y su contacto con
el mundo contemporáneo son constantes», relata Iglesias. Si una institución
educativa quiere tener algo que decir -y que la escuchen- sobre los grandes
problemas del mundo, desde la crisis económica hasta el hambre, necesita
intelectuales y departamentos de peso. Y eso es algo que todos los grandes
centros tienen muy claro.
El
propio Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), asociado tradicionalmente
-como su propio nombre indica- a la innovación científica, ofrece más estudios
de humanidades que de ninguna otra área. Allí se estudia música, teatro,
literatura o incluso cooperación internacional al más alto nivel, junto a ramas
más extendidas como la filosofía y las ciencias sociales.
«En
EEUU no se concebiría una gran universidad sin unas escuelas de Artes y
Humanidades sólidas», apunta Areilza. Monstserrat Iglesias, por su parte,
insiste en la necesidad de «no separarse nunca de la reflexión sobre el mundo
contemporáneo», lo que aporta relevancia y reconocimiento social.
Así,
algunas grandes universidades de EEUU, incluido el mencionado MIT, ya han
puesto en marcha programas específicos dedicados a estudiar la amenaza de una
guerra nuclear, al hilo del conflicto diplomático con Irán. En el caso de
Harvard, por ejemplo, el programa 'Managing the atom' ('Controlando el átomo')
asume un punto de vista totalmente interdisciplinar, aunando los aspectos
científicos, políticos, sociales y económicos del problema.
Las letras
también pueden ser digitales
La
aplicación de las nuevas tecnologías en las Humanidades es uno de los mayores retos del momento,
al que están dedicando esfuerzos investigadores de todo el globo con resultados
sorprendentes. Hace dos semanas, varias de las mayores instituciones mundiales
dedicadas a promover los estudios humanísticos anunciaron a los ganadores del
concusro 'Digging into data' ('Escarbando en los datos'), cuyo objetivo es
potenciar el empleo de métodos computerizados de análisis de datos en investigaciones
relacionadas con las artes y las letras.
El concurso está promovido por dos agencias federales de
EEUU, la Dotación
Nacional para las Humanidades (NEH) y la Fundación Nacional
para la Ciencia
(NSC), junto a instituciones homólogas canadienses y del Reino Unido. Los
proyectos elegidos, todos ellos colaboraciones internacionales, analizarán
enormes colecciones de documentos o miles de horas de grabación de música o
discursos para intentar hallar en ellas patrones o relaciones que se tardarían
vidas en detectar con métodos tradicionales. Por ejemplo, las universidades de
Oxford, Stanford y Oklahoma rebuscarán en una colección de 53.000 cartas del
siglo XVIII para determinar hasta qué punto las ideas de la Ilustración dominaban
-o no- las vidas de la gente de aquel tiempo.
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