la humanidad de Jesús
Fe, duda y agnosticismo
El
misterio de la redención no hubiera sido posible si el milagro de la
encarnación del Creador todopoderoso no se hubiera producido. Jesús es el hijo
de Dios y Dios hecho carne.
Podemos
razonar este hecho y creer en ello o recusarlo o, simplemente, no admitirlo,
pero no molestarnos porque otros sí lo creen. Jesús fue el tercero que
consolidó la familia de José de Arimatea y de María, madre. Esto es una
cuestión de fe, pero no ciega; sí, razonada y argumentada, no empíricamente
demostrable; sí, históricamente verificable. La existencia de un predicador,
llamándose Hijo de Dios, su condena y su muerte son datos históricos que expresan
la veracidad de tales acontecimientos.
Es
comprensible que en el real creyente surja un mar de dudas sobre la realidad de
estos hechos, lo cual es natural y laudable. La duda crítica, una duda de buena
fe, buscando la verdad, nos lleva a profundizar el conocimiento del evangelio y
las conexiones históricas con los sucesos de la época. Es posible que en el
camino nos agotemos y nos desanimemos, pero si duda, razón y fe se combinan es
seguro que saldremos fortalecidos y
vislumbraremos el camino entre lo contingente y lo absoluto; es decir entre lo
que puede ser y lo que es, en sí.
Puede
suceder que los datos históricos y la confirmación de los evangelios como tales
se admitan y se respeten de buena gana, pero que se asuma la opción de excluir
el carácter divino o trascendente de los hechos. En otros términos, considerar
a Jesús como un hombre bueno y consecuente, pero un hombre y nada más que eso.
Lo demás queda en el entendimiento de lo absoluto, a lo cual no accede la razón
humana. Eso es agnosticismo
Dios no sufre
Resultaría
una contradicción achacarle a Dios las imperfecciones de sufrir, amar, odiar,
ira, venganza, etc. Si expresiones como éstas se encuentran en el Libro
Sagrado, esto es una mera forma de decirlo. Aceptamos como un acto de fe que Dios
es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. Él está fuera de
las flaquezas humanas y de algún modo ha dispuesto que la creación se gobierne
por sus propias leyes que sostienen el orden del universo. La expresión de Dios
es amor, es la afirmación de lo absoluto de la divinidad. El término “amor”, en
este caso, dice de la identificación de Dios con su creación.
Ahora
bien, si Jesús era Dios ¿cómo admitir que sufría? He aquí la cuestión. Con la
encarnación, el mismo Dios quedó cautivo en la humanidad de la carne y de los
sentimientos. Como hombre tenía la capacidad de amar, en el sentido humano, de
odiar o repudiar, de cargarse de ira y hasta de asumir acciones de venganza; es decir de pecar como cualquiera miembro de
su colectividad.
Por
otro lado, la excusa que anteponemos para encauzar nuestras conductas a ciertos
patrones de justicia y de amor a la humanidad, siguiendo al mismo Jesús, es la
de sacar a relucir el dicho: ¡qué gracia, Jesús era Dios! Él lo podía y lo puede todo, pero nosotros,
en cambio, tenemos que vivir y sobrevivir en medio de una selva y de
contradicciones entre lo bueno y lo malo, lo justo e injusto, la sensibilidad y
la indiferencia, etc. Si a ello agregamos los patrones genéticos
generacionales, las excusas toman el carácter de hechos fatales a los que
debemos resignarnos.
Jesús, Hombre-Dios
Lejos
de ser un cultor de la teología, sólo me permito, a propósito de la Semana
Santa, hito de la redención y del pacto sublime entre el hombre y el Creador,
hacer una reflexión sobre la humanidad de Jesús el Nazareno. Es cierto que a lo
largo de la narraciones evangélicas se revelan ciertos momentos de Jesús de la
más pura humanidad, como la ira con la que arroja a los mercaderes del Templo o
el discurso de condena contra los fariseos, en el que su lenguaje es enérgico y
sus calificaciones duras, como éstas: “fariseos farsantes, hipócritas, engendro
de víboras, sepulcros blanqueados” y otras expresiones que para la época,
seguramente, serían procacidades a evitar (Mateo xxiii, 1 al 39). Es el hombre indignado por las farsas de
quienes administran el templo. Es el hombre que aboga por los débiles y recusa
el hedonismo y la inconsecuencia de los poderosos.
Desde
mi punto de vista, el momento en el que la humanidad de Jesús se evidencia con
más fuerza es el que pasara en el huerto de Getsemaní, lugar de su aprehensión.
Llegó allí a orar e imploró a su padre, presa del miedo por la forma en la que
debía morir: “Padre mío si es posible, pase de mí este cáliz; mas no como yo
quiero, sino como quieres tú”. Luego
reiteró: “Padre mío, si no es posible que pase este cáliz sin que yo lo beba,
hágase tu voluntad” (Mateo xxvi,
39 y 42), expresiones que volvió a repetir mientras los discípulos dormían y el
sudaba sangre, fenómeno fisiológico explicable en su humanidad.
He
ahí a Jesús, un hombre recio, seguro de su personalidad cautivante. El hombre
que venció las tentaciones de Satanás en el desierto, el que lloró la muerte de
Lázaro (San Juan xi, 35), el que
en señal de humildad lavó los pies de sus discípulos. No era el Dios quien
sufría, era el hombre, con toda su humanidad que se afirma con el grito de su expiración: “Dios mío, Dios mío
¿por qué me has abandonado?”. Efectivamente, Dios no se queja, es el hombre
que, agotado por el sufrimiento, plantea un reclamo al Creador, como un
fenómeno existencial. El hombre expira y se cumplen las profecías. A partir de
su muerte, empieza la expresión divina en su totalidad.
Epílogo
¿Qué
hizo Jesús, el hombre, que un individuo
común no pueda hacer? Jesús aceptó el sacrificio, no sin reclamo, porque tenía
plena conciencia de su deber. Jesús asumió el martirologio, porque no de otra
forma se podía redimir al hombre y trazar un puente con lo trascendente, es
decir con Dios.
Consecuencias:
angustia, tristeza y humildad humanas se aprecian en Jesús desde su entrada
triunfal a Jerusalén sobre un burro hasta su crucifixión. Jesús demostró
lealtad y señaló el derrotero de la perfección, sobre pistas de solidaridad y
justicia. Todo esto se explica en el contexto de su misión, con la cual tenía
que ser consecuente. Esto no fue resignación, fue la punta de lanza de una revolución en busca de la
justicia y de la solidaridad humana, que modernamente se llama inclusión social.
Qué situación
puede ser más clara que la expresión de las Bienaventuranzas. Por cierto que
incluye y excluye, como generalmente puede resultar al aplicar calidades
humanas, pero ello nada tiene que ver con la voluntad de mantenerse unidos.
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