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miércoles, 24 de octubre de 2012

MARÍA, MADRE DE JESÚS. ADVOCACIONES







Advocaciones de María, madre de Jesús 

No me entrometo con los dogmas de  la Santa Madre Iglesia Católica, que los incorporo a mi fe, relativos a la virginidad de María santísima. No porque no me interesen, porque me interesan mucho; sino porque un asunto tan sencillo como la maternidad debe entenderse en esa dimensión  natural, como el don que  ha recibido la mujer para alumbrar la vida. El misterio de la encarnación debe concebirse como una verdad, base de la  religión cristiana, pues sin él sólo nos estaríamos refiriendo  a un movimiento de buena voluntad. Es en esta combinación, María mujer y mujer elegida para la realización del misterio de la encarnación, que llega a nosotros  como un nexo entre la realidad y la esperanza. María, madre de Jesús, Dios hecho hombre, aparece en el mundo cristiano con diversas advocaciones como la Virgen de las Mercedes, del Carmen, La Purísima Concepción, La Virgen de Fátima, Nuestra Señora del Rosario, La Virgen de Chapi, Nuestra Señora de Guadalupe, La Virgen del Cobre, la Dolorosa, La Virgen de Lourdes, La Virgen del Perpetuo Socorro, María Auxiliadora, La Virgen de la Puerta (la Mamita), en fin muchas más y en cada advocación miles de fieles que la invocan y cada quien se pone bajo la protección de una de ellas, según el lugar de procedencia, la devoción de la familia o de la escuela o por el acaso de una circunstancia dolorosa y así aprendieron a venerarla  como madre del Redentor. No se venera la imagen, la  que de modo artístico busca representarla, se venera el recuerdo, el hecho de la maternidad, el instrumento de la Divinidad para realizar su presencia, sin alterar las leyes de la naturaleza.

Herejía o limitación humana 

Muchas sectas cristianas recusan la veneración de la Virgen María, sustentadas en la prohibición bíblica de adorar imágenes, pero no es esa la situación del católico frente a la veneración de María, la mujer elevada a la dignidad más excelsa, pues no se trata de adoración, ni menos de hacer de las imágenes, estatuas o estampas el objeto mismo de la veneración; no, es simplemente que, como limitados seres para mantenernos en la abstracción del puro espíritu, requerimos de la concreción de la idea en algo tangible, como puede serlo el recuerdo de nuestros manes, a los que trasladamos en bustos y fotografías y, hoy en día, echando mano a todos los medios de la tecnología. Dios está por sobre todas las cosas y, personalmente me resisto en convertirlo en un episteme, porque tampoco sería seguridad de nada, pues lo que hoy es en la ciencia, mañana no lo es y la duda científica alimenta la investigación, como la duda de fe la fortalece. No me meto más en este tema. Sólo trato de explicar el fenómeno de la devoción a María, mujer y madre, cuya presencia se traducía en la cadenita o en el humilde escapulario que, en la niñez y en la adolescencia, mamá nos colgaba en el cuello implorándole que nos proteja o que en la escuela invocábamos interceda por nosotros para salvar el examen, en riesgo por nuestra pereza. En mi caso,  fue la Virgen del Perpetuo Socorro, devoción de mi madre y, en la escuela, María Auxiliadora y, por mi cuenta, la virgen del Carmen para que me rescate del purgatorio o, peor, del infierno, del que nadie puede considerarse estar a salvo. No es que venere a tres vírgenes, pues se trata de una sola: María, madre del hijo de Dios.

Dialéctica, creencias y libertad

La adhesión a doctrinas religiosas es un asunto de libertad, pero también de consecuencia y de visión desde las perspectivas de la colectividad a que se pertenece y de la propia que se hace a fuerza de la reflexión sobre la trascendencia o de los golpes que nos da la vida. Abordar temas de esta naturaleza  no tiene porque ser propio sólo de virtuosos o santos o de curas y sacristanes, son temas sociales que deben inquietarnos a todos en el contexto de la dialéctica de la vida. Desde los predios del catolicismo no se trata de ir a misa y de comulgar todos los días, porque eso puede ser piadosamente sincero (muy deseable), pero puede resultar un exhibicionismo interesado o un desayuno de hostias sin piedad, que se traduce, en el día, en inconsecuencias con los deberes comunes y con las sinceras relaciones humanas. Del mismo modo, desde  los predios de otras sectas religiosas, tampoco se trata de hacer oraciones cerrando los ojos y elevando los brazos al cielo, para luego en la actividad cotidiana expeler por los poros odios y traiciones viles a compañeros y amigos.

Miserere

Piadosos y pecadores, acerquémonos a María y del mismo modo que en aquel banquete fuera la intermediaria para convertir el agua en vino, pongamos a sus oídos nuestras súplicas para que los traslade al Todopoderoso y se apiade de nosotros, alivie nuestras penas, limpie nuestro camino de la maldad y nos ayude a sobrellevar las responsabilidades que asumimos o que se nos impongan. No es necesario hacerlo frente a una imagen o cruzando calles en procesión, basta con la invocación desde donde quiera que nos encontremos. Que nadie se tilde de santo o de tan poderoso que no lo necesite.

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