Advocaciones de María, madre de Jesús
No me entrometo con los dogmas de la Santa Madre Iglesia Católica, que los
incorporo a mi fe, relativos a la virginidad de María santísima. No porque no
me interesen, porque me interesan mucho; sino porque un asunto tan sencillo
como la maternidad debe entenderse en esa dimensión natural, como el don que ha recibido la mujer para alumbrar la vida.
El misterio de la encarnación debe concebirse como una verdad, base de la religión cristiana, pues sin él sólo nos
estaríamos refiriendo a un movimiento de
buena voluntad. Es en esta combinación, María mujer y mujer elegida para la
realización del misterio de la encarnación, que llega a nosotros como un nexo entre la realidad y la
esperanza. María, madre de Jesús, Dios hecho hombre, aparece en el mundo
cristiano con diversas advocaciones como la Virgen de las Mercedes, del Carmen,
La Purísima Concepción, La Virgen de Fátima, Nuestra Señora del Rosario, La
Virgen de Chapi, Nuestra Señora de Guadalupe, La Virgen del Cobre, la Dolorosa,
La Virgen de Lourdes, La Virgen del Perpetuo Socorro, María Auxiliadora, La
Virgen de la Puerta (la Mamita), en fin muchas más y en cada advocación miles
de fieles que la invocan y cada quien se pone bajo la protección de una de
ellas, según el lugar de procedencia, la devoción de la familia o de la escuela
o por el acaso de una circunstancia dolorosa y así aprendieron a venerarla como madre del Redentor. No se venera la
imagen, la que de modo artístico busca
representarla, se venera el recuerdo, el hecho de la maternidad, el instrumento
de la Divinidad para realizar su presencia, sin alterar las leyes de la
naturaleza.
Herejía o limitación humana
Muchas sectas cristianas recusan la veneración de la
Virgen María, sustentadas en la prohibición bíblica de adorar imágenes, pero no
es esa la situación del católico frente a la veneración de María, la mujer
elevada a la dignidad más excelsa, pues no se trata de adoración, ni menos de
hacer de las imágenes, estatuas o estampas el objeto mismo de la veneración;
no, es simplemente que, como limitados seres para mantenernos en la abstracción
del puro espíritu, requerimos de la concreción de la idea en algo tangible,
como puede serlo el recuerdo de nuestros manes, a los que trasladamos en bustos
y fotografías y, hoy en día, echando mano a todos los medios de la tecnología.
Dios está por sobre todas las cosas y, personalmente me resisto en convertirlo
en un episteme, porque tampoco sería seguridad de nada, pues lo que hoy es en
la ciencia, mañana no lo es y la duda científica alimenta la investigación,
como la duda de fe la fortalece. No me meto más en este tema. Sólo trato de
explicar el fenómeno de la devoción a María, mujer y madre, cuya presencia se
traducía en la cadenita o en el humilde escapulario que, en la niñez y en la
adolescencia, mamá nos colgaba en el cuello implorándole que nos proteja o que
en la escuela invocábamos interceda por nosotros para salvar el examen, en
riesgo por nuestra pereza. En mi caso, fue la Virgen del Perpetuo Socorro, devoción
de mi madre y, en la escuela, María Auxiliadora y, por mi cuenta, la virgen del
Carmen para que me rescate del purgatorio o, peor, del infierno, del que nadie
puede considerarse estar a salvo. No es que venere a tres vírgenes, pues se
trata de una sola: María, madre del hijo de Dios.
Dialéctica, creencias y libertad
La adhesión a doctrinas religiosas es un asunto de
libertad, pero también de consecuencia y de visión desde las perspectivas de la
colectividad a que se pertenece y de la propia que se hace a fuerza de la
reflexión sobre la trascendencia o de los golpes que nos da la vida. Abordar
temas de esta naturaleza no tiene porque
ser propio sólo de virtuosos o santos o de curas y sacristanes, son temas
sociales que deben inquietarnos a todos en el contexto de la dialéctica de la
vida. Desde los predios del catolicismo no se trata de ir a misa y de comulgar
todos los días, porque eso puede ser piadosamente sincero (muy deseable), pero
puede resultar un exhibicionismo interesado o un desayuno de hostias sin
piedad, que se traduce, en el día, en inconsecuencias con los deberes comunes y
con las sinceras relaciones humanas. Del mismo modo, desde los predios de otras sectas religiosas,
tampoco se trata de hacer oraciones cerrando los ojos y elevando los brazos al
cielo, para luego en la actividad cotidiana expeler por los poros odios y
traiciones viles a compañeros y amigos.
Miserere
Piadosos y pecadores, acerquémonos a María y del mismo
modo que en aquel banquete fuera la intermediaria para convertir el agua en
vino, pongamos a sus oídos nuestras súplicas para que los traslade al
Todopoderoso y se apiade de nosotros, alivie nuestras penas, limpie nuestro
camino de la maldad y nos ayude a sobrellevar las responsabilidades que
asumimos o que se nos impongan. No es necesario hacerlo frente a una imagen o
cruzando calles en procesión, basta con la invocación desde donde quiera que
nos encontremos. Que nadie se tilde de santo o de tan poderoso que no lo
necesite.
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