La mujer en la pasión de Jesús
La redención de la mujer
Es
comprensible que en el inicio de la era cristiana, tiempos de colectividades
machistas, las mujeres aparecieran en un plano de subordinación y de servicio,
ajenas a manifestar su voluntad y menos pretender un plano de similitud con el
privilegio de los varones. En las sociedades musulmanas lo son aún. Cristo
redime la situación de la mujer y enfrenta a los varones en aquel pasaje de la
mujer adúltera, un ardid para acusar a Jesús, pues sabían bien de su sentido de
justicia (Juan 8, del 1 al 11). Por cierto que esta reflexión es limitada. Solo
quiero presentar lo que, generalmente, por cultura religiosa se conoce. Lo
cierto es que no existe, reconocida por la Iglesia Católica, una evangelista
mujer. Hay referencias a un evangelio apócrifo gnóstico, atribuido a María la
Magdalena, sólo porque en algún pasaje se hace mención a ella como una
discípula de Jesús; pero muy al margen de los Evangelios que reconocemos. Lo
demás aparece en las ficciones novelísticas o noveleras que son de entretenimiento
y nunca de fe.
El
dolor de la pasión
Sólo
las madres pueden imaginarse el inmenso dolor que sufriera María en el curso de
la vida de Jesús y en los álgidos momentos de la pasión. María, bienaventurada
mujer que portara en su seno al Redentor y le alimentara con sus pechos (Lucas
II, 27-28), fue entregada como madre a la humanidad en la persona de Juan.
Juan, el apóstol bien amado por Jesús, pues Jesús, en su condición de hombre,
debe haber sentido la angustia de la paternidad frustrada por su propia
voluntad y en orden a su misión. María estuvo allí con su hermana, María de
Cleofás y María la Magdalena (Juan 19, 25-27). Pero, a pesar de la posición de
María, madre de Jesús, no aparece con frecuencia en los Evangelios. Está aquí
el mejor testimonio para sentir a la madre de Jesús como nuestra madre.
Las
hermanas de Lázaro
Estas
dos mujeres se mantuvieron fieles a Jesús hasta el final, según aparece en los
evangelios, pues amigas de Jesús, por la amistad con su hermano Lázaro, van a
su encuentro para confiarle su dolor por la muerte de Lázaro y a glorificarle,
pues al decirle María “si estuvieras aquí, no se me hubiera muerto” era un
reconocimiento expreso del poder divino de Jesús sobre la muerte. Fue esta
María la que en el banquete en casa del leproso Simón, seis días antes de
Pascua, le ungiera los pies de Jesús con perfume de nardo y los secara con sus
cabellos. Al día siguiente de ese banquete, fue la entrada triunfal de Jesús
montado en un asnillo y recibido por la multitud con palmas y mucho júbilo,
pues la multitud se enteró del portento de la resurrección de Lázaro. (San Juan
11, del 1 al 46 y 12, del 1 al 19; San Mateo 26, del 6 al 13 y Marcos 14, del 3
al 9).
Siempre
mujeres
En
el curso de los dolorosos episodios del apresamiento de Jesús, en el que hay
muestras de valentía de Pedro en el huerto de los olivos, el triste episodio de su negación y el gesto
valeroso de José de Arimatea, discípulo de Jesús, quien pidiera a Pilatos la
entrega del cuerpo del Redentor para darle sepultura, los demás discípulos,
salvo Juan, no aparecen hasta realizada la resurrección, después de recibido el
testimonio de María la Magdalena, quien sí estuvo muy atenta a la suerte del
Maestro. María la Magdalena aparece como el símbolo de la fuerza del amor
sublime, capaz de desafiar todos los riesgos. Sobre estos hechos, puestos en
los Evangelios, uno puede deducir cómo la fuerza de ánimo y el valor de María y
las otras Marías debe haber influido en los apóstoles para que salieran y
enfrentaran al mundo en la situación simple de personas, independientemente de
la fuerza insuflada por el Espíritu Santo (San Juan 19, del 25 al 27, del 38 al
42 y 20, del 1 al 18).
Epílogo
No
se trata de censurar la posición de los apóstoles, pues era comprensible que en
semejante situación de intrigas, injurias, prepotencia y amenazas, trataran de
cubrirse por seguridad personal y la de sus familias. Por ello, en esta ocasión
de recuerdos de la pasión del Señor, hay que destacar el rol de la mujer como
impulsora de las grandes misiones y exaltar que la “inclusión” que aparece hoy
como novedad estuvo siempre en la prédica de Jesús, en su doctrina de amor, de
comprensión y de justicia, reconociendo y santificando los derechos de la
mujer, reformando las leyes de Moisés y dando su vida como expresión de su
misión como Hombre-Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario