PRÓLOGO
Por
Eduardo González Viaña
Un
libro escrito frente a la muerte
A cualquiera le asusta la posibilidad de leer un serio libro de
sociología. Mucho más le intimida el hecho de que se intente que esta
disciplina de especialistas sea popular. Y sin embargo, nada menos que Sociología Popular es el título de este
texto.
Por fortuna, nuestros temores son superados por el hecho de que el
autor es un jurista que escribe como si estuviera hablando, un poeta que no
sabe que lo es y un osado explorador que se atreve a estudiar la sociedad de su
tiempo.
Este es un libro escrito frente a la muerte. No la suya, sino la de
todos nosotros, los personajes de esta sociedad y éste Perú a caballo entre dos siglos. Guillermo Guerra Cruz estudia un tiempo de nuestra historia que es el
suyo y el de todos nosotros. No es un historiador porque aquel se refiere a las
sociedades muertas. Es un artista hablando del escenario.
Guerra Cruz ha recopilado una serie de los ensayos que escribiera en
"La Industria" y en otras publicaciones. Todos ellos convergen en el
camino de la sociología porque recrean expresiones sociales como la religión y
la música o los comportamientos del hombre en la sociedad, tanto en la vida
doméstica como en la pública. El libro es resultado de sus reflexiones sobre
cada uno de nosotros y los medios con los cuales nos insertamos en la sociedad
organizada.
Sociología Popular es el resultado de una angustia y de un desvelo perpetuos. El autor siente que en el fondo de todos los hechos que narra y analiza hay una agónica convocatoria a la solidaridad, a la responsabilidad y al abandono del individualismo. Se pregunta, sin embargo, si es posible conciliar esta llamada social con la autonomía propia del individuo.
Si se pudiera conjugar la responsabilidad individual con la seguridad
del estado-piensa Guerra Cruz-"ese es el remedio para curar la corrupción
que parece incurable en un proceso de hipocresías de toda índole en un sistema
en el que la administración de justicia no tiene aún niveles importantes de
moralidad y coherencia."
El estudio de la sociedad peruana de nuestros días podría dar lugar a
un libro deprimente, pero Guerra no llega siquiera a la melancolía. Por el
contrario, a la visión del Perú se añade un planteamiento histórico, una
perspectiva de camino con destino, un sentimiento de nación.
El libro que comentamos es, desde todos los temas que trata, un aporte
al descubrimiento de la clase de nación que es la nuestra. Se me ocurre
recordar el concepto de Benedict Anderson para quien la nación es una comunidad
imaginaria o un artefacto cultural. Es imaginaria porque los miembros e incluso
de la nación más pequeña nunca conocerán, verán o escucharán a la mayoría de
sus congéneres, pero en la mente de cada uno de ellos vive la imagen de su
comunidad.
Sobre esta nación soñada o deseada escribe Guerra. Para orientar al
lector ha reunido los ensayos en cuatro ejes los cuales son: I) Más allá de la
muerte II) Educación superior y desarrollo. III) Perfiles y costumbres y IV)
Política, gobernabilidad y administración.
En el primer eje, recuerda el autor que el cristianismo es la religión
en la que coincidimos la mayor parte de los peruanos y se pregunta si nuestra
creencia comunitaria puede expresarse en una praxis política.
Le parece importante señalar que esa opción ha tenido éxito e
importantes países europeos y en algunos países latinoamericanos, pero no se ha
expresado sino débilmente en el Perú. Advierte que, por cierto, hay una
contradicción entre la praxis política y la expresión de Jesús: "Mi reino
no es de este mundo." Señala además que nadie puede pretender ser la
traducción del mensaje social contenido en el Evangelio.
Expresa también con cierta tristeza que "el pueblo peruano parece
no querer a Cristo Jesús en las calles y sí, adorarlo en el tabernáculo o en el
sagrario, en donde deben permanecer tranquilo, bajo llave y escuchar nuestras
plegarias... Lo que hagamos en la calle es cosa nuestra."
Guillermo Guerra Cruz ha sido profesor universitario desde 1961. Es la
mayor parte de su vida y de sus preocupaciones. Esto es lo que lo hace insistir
en una formación integral con bases humanísticas para desarrollar las
competencias científicas y tecnológicas. El problema es intentar que todo ello
se integre en el currículo como plan de formación humanística, científica y
tecnológica.
En cuanto concierne a perfiles y costumbres, este libro nos
sorprenderá por su conocimiento de la gente y nos divertirá por las
clasificaciones y con mucho acierto hace el autor.
El pavo real congrega en su texto a una serie de tipos entre los
cuales el buen lector no quisiera encontrarse. Son ellos los predestinados, los
engreídos, los autosuficientes y los vanidosos.
Leyendo a Guerra podemos reconocer a muchas personas que conocemos
como aquellos que hablan "aunque no corresponda al contexto, de semiótica,
dialéctica, estadísticas y campanilla las palabras que expresan en
gesticulaciones teatrales. Como el pavo real, se empluma en todo campo..."
La misión y la naturaleza de la política es la preocupación final y
también central de este libro. Para Guerra, el asunto es preguntarse de qué
manera la política armoniza con los valores que predica.
Observador participante en el drama de estas últimas décadas, el autor
sabe por qué y de quienes se está hablando. No en vano han sido amigos suyos
personajes que le han dado un soplo de esperanza a la vida peruana. Basta con
leer las dedicatorias al ilustre Valentín Paniagua que devolvió la
constitucionalidad al Perú sin pretender estar en palacio de gobierno más
tiempo del que le correspondía. Igualmente, son personajes de su tiempo Amado Ezaine
Chávez, Orlando Hernández y Rodolfo
Armas Blengeri.
Por fin, en la primera página del texto se lee un homenaje a Luis de
la Puente Uceda a quien llama hombre de fe en la justicia, revolucionario con
gran sentido cristiano, romántico, generoso y heroico en su consecuencia de
querer hacer del Perú una patria para todos, a costa de su propia vida, nunca
de vidas inocentes.
De cara frente a la muerte de un tiempo, Guillermo Guerra Cruz es el
anunciador profético de una sociedad que terminaremos de construir en tanto y
en cuanto nos conozcamos. Esto significa que seremos mejores, mucho mejores,
cuando la sociología sea de veras popular, o sea cuando toda la sociedad pueda
caber en el corazón de un solo hombre.
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