INTRODUCCIÓN
MORFOLOGÍA Y DINÁMICA
SOCIALES
Persona
y Pueblo
Quiero partir
reconociendo que la autonomía de la persona humana, como individuo con
nombre legal conforme a las costumbres
de su colectividad, constituye cuestión prioritaria. Individuo de carne y
hueso, inteligente, sintiente,
responsable de su destino y con derechos fundamentales que encauzan su
nacimiento, crecimiento y desarrollo, de cara al respeto para sí y de él para
sus congéneres.
No se trata aquí de ascender a los predios de la filosofía y especular sobre qué es el hombre, por qué y para qué está en este mundo y cuál es su destino y tampoco discutir las distintas posiciones que al respecto existen. Sólo quiero dejar sentado que, si existe un núcleo de acción social, económica y política, ese es el individuo, la persona humana y ni la Sociedad o el Estado ni menos el Gobierno pueden enajenar sus derechos fundamentales o básicos. Sin embargo, esos derechos no constituyen absolutos en sí; sino, relativos, en razón de subsistencia y proyección de él mismo en un colectivo ordenado con justicia e inclusión social, reconociendo que nadie es más que nadie y que todos somos hijos de Dios y que lo que tenemos, sea material, intelectivo o espiritual, todo es prestado y todo vuelve al humus, es decir, al polvo.
Hemos dicho individuo que debe gozar de derechos y
respetar a los demás iguales, por aquello de “respetos guardan respetos”; es
decir, que también ha de cargar con deberes para consigo mismo y para con los
demás, acciones indispensables para lograr la convivencia.
Por otra parte, ese ser de la naturaleza, el hombre
(varón o mujer), trae la tendencia de integrarse con otros y prestarse
servicios recíprocos, entre tensiones de colacionarse con pares, sobreponerse y
excluir o reclamar solidaridad. Tales
movimientos han evolucionado a lo largo de su existencia y continuarán
evolucionando. Ese afán de integración exige un espacio en el cual afincarse y
así hacen un pueblo, identificado al inicio por razones de hilos de sangre o de
raza que luego se van heterogenizándo; en unos espacios más que en otros. Esto, no sucedió
pacíficamente; sino tras conflictos tan destructivos que paulatinamente se
globalizaron, al punto que continúan de modo subrepticio y sofisticado. Así resultaron los pueblos como colectivos humanos, es decir, de
individuos que reconocemos como hombre, persona o sujeto inteligente, capaz de
progresar y modificar ciertos aspectos de la naturaleza, pero siempre dentro de
los principios básicos de la misma; es decir que “nada se crea y nada se
destruye, sólo se transforma”.
El concepto de pueblo nos dice del hombre colectivamente
organizado, de modo simple y sin más complicaciones que la voluntad de convivir
pacíficamente, independientemente de clasificaciones sociales, económicas o
profesionales; pero siempre con dinámicas de inteligencia y centrado
sentimiento. No se trata del hombre masa, cuya colectivización es de
oportunidad y lejos de la razonabilidad, susceptible de manejos perversos,
hasta más allá de los límites de su propia seguridad. Masas fueron las que convocaron las
atrocidades que se elucubraron en la mente de un grupo de individuos en la
Alemania Nazi, no fue el Pueblo alemán y, en general, las atrocidades que se desencadenan en nombre de
la Patria, del Partido y hasta de Dios, que dan vuelta al mundo, siembran la prepotencia y el terror, no son
los pueblos las que las promueven, son
los que sufren las consecuencias de la irracionalidad de las masas.
La masa surge cuando por influencia de adoctrinamientos,
dirigidos a quitar la voluntad propia a las personas, éstas se enajenan a
voluntades que pensantemente no las aceptarían y se encauzan como si estuvieran
convencidas de los mensajes que apabullaron su entendimiento.
En la sociedad actual y en el ambiente de la
globalización que la caracteriza se produce ese fenómeno en todos los aspectos.
Con la concepción de que lo importante es crear riqueza para repartirla a
quienes no la tienen, se organizan una serie de técnicas comunicacionales dirigidas
a poner uniforme a las conciencias y al entendimiento y nos venden fácilmente
el convencimiento que más importante que la protección del ambiente y de la
naturaleza es extraer las riquezas de los subsuelos y entregarlas a los que
pueden pagar por ellas, quienes luego, transformadas las venderán a los mismos
pueblos de las que sacaron estos recursos, obteniendo réditos que superan
largamente la compra de las mismas. Esos
países industrializados, siempre tendrán las “evidencias” que no existe contradicción
entre la explotación del subsuelo, el medio ambiente y el futuro de los pueblos.
Esto puede ser evitado, si ese conglomerado se sacude de la masificación y
orienta su vida conforme los principios de solidaridad y el auxilio de las
ciencias naturales y sociales en cuanto en ellas está la posibilidad de
descubrir las alternativas para un mejor vivir individual y socialmente. Esto
impone organizar su convivencia sobre
reglas justas y acciones planificadas, de modo de garantizar la subsistencia en
el futuro; porque después de agotados los recursos naturales habrá que vivir de
algo que tendrán que producir con lo que queda: la tierra, el agua y el
conocimiento.
Por cierto que los países con riqueza de recursos
naturales tienen que utilizarlos para financiar su crecimiento y desarrollo,
pero ello debe ser con racionalidad y responsabilidad de los gobiernos, es
decir, de las personas que han de emerger de los pueblos y no, de las masas. El
pueblo elector ha de elegir con conocimiento y conciencia de su destino,
apuntando a programas más que a mesías o supuestos mágicos salvadores.
En fin, este libro no pretende abordar con rigor
científico los asuntos relativos
al hombre y sus expresiones (Antropología y Psicología)
o al pueblo o sociedad y sus organizaciones (Sociología y Política,)
ni las relaciones individuales e interindividuales y junto con éstas los
aspectos de la ética, de la filosofía, de
la religión y de la moral. Sólo quiere despertar la inquietud para la reflexión
sobre estos temas, en orden a su
naturaleza, su utilidad para la vida y
sus proyecciones y tal como el hombre corriente las percibe y siente.
¿Por
qué Sociología Popular?
Sociología porque
los cuadros que aquí presentamos, bajo la forma de ensayos breves, son
precisamente expresiones sociales, reflexiones sobre los productos culturales o posiciones
colectivas, como la religión y la música o los comportamientos o actitudes,
características del hombre en sociedad, en lo doméstico como en lo colectivo o
público; es decir el movimiento de una
colectividad, inmersa en sus propias circunstancias y reflexiones históricas y
culturales.
Cuando nos referimos a la sociología estamos aludiendo al
estudio de las relaciones del hombre en sociedad y a la sociedad en sí, como algo independiente de las individualidades, pero
expresión de ellas por lo que importa un cruce de la filosofía, de la
sicología, de la religión, de la política de
la ética y de la moral.
No quisiéramos perdernos en buscar definiciones de lo que
se entiende por sociología como disciplina científica y, simplemente, nos
quedamos en lo que fácilmente puede ser comprendido y asimilado sin
exquisiteces de esa naturaleza.
No discutiremos aquí cuál modelo, diseñado y construido
por cientistas antropólogos y sociólogos , es el mejor para el estudio de estos hechos y fenómenos; pues
lo que quiero es decir como siento y veo estos hechos y fenómenos de los cuales soy un sujeto actuante, pues no
estoy fuera de ellos y es deber intelectual así señalarlo. Éste es el objetivo
de esta publicación, que el lector sienta en sí su alrededor en el presente y en el pasado y se proyecte al
futuro, con un sentido de mejoramiento o superación, contribuyendo al
crecimiento y desarrollo del colectivo y nunca de retroceso o involución.
Presentamos hechos y fenómenos que se comprenden en la dinámica del hombre, como sujeto racional de
la naturaleza en sus relaciones con sus semejantes como con sus diferentes,
otros sujetos instintivos de la naturaleza,
en tono de comparación
entre sí y de acuerdo a una visión del mundo y de la vida. Es un
conjunto de estampas y reflexiones, de críticas y elogios que escapan ya del
tiempo en que ocurrieron o, simplemente, ajenos a la circunstancia temporal.
Claro que estuvieron y están en sus tiempos, pero con consecuencias en el
futuro y eso será en el hoy y en el mañana. Son insumos que yacen en la base de la sociología y que se personifican y
dinamizan sin importar el cuándo ni el
dónde, centrados en los conceptos que
explican cada uno de los temas de estos ensayos.
En el
fondo, hay algo así como una agonía convocante a la
solidaridad, a la responsabilidad y al abandono del individualismo; pero, sin
llegar a asfixiar la autonomía propia del individuo, cómo que ésta no puede ni
debe causar daño al colectivo, pero sí, cumpliendo
con la responsabilidad de las funciones y deberes que asumió o tiene asignadas por
fuerza del destino. Ese es el mensaje que se encuentra en los ensayos que aquí
se articulan. No queremos pecar de optimistas, pero considero que la historia
nos revela que algo hemos progresado, aunque con distorsiones importantes,
respecto a las consideraciones mutuas como el vencimiento de la religiosidad en
espacios en donde se le condenó y persiguió y en la exigencia del respeto a los
derechos humanos, como la extensión de los sistemas democráticos; pero,
desgraciadamente con distorsiones que dicen siempre como si fuera algo fatal
eso de “la naturaleza humana”. Digno de destacar es la consideración de los
seres instintivos de la naturaleza (los animales), cuya natural colectivización
es ejemplo hasta de teorías socio-políticas. En este sentido nos hemos atrevido
a realizar comparaciones de conductas de seres racionales con el pavo real o con el burro. Claro, si
advirtiéramos o quisiéramos señalar
paradigmas paralelos, diría, por ejemplo, que Einstein es un paradigma humano
de la inteligencia y el burro, un paradigma de la constancia y de la
consecuencia, del que muchos humanos debiéramos tomar ejemplo.
Ese avance es el posible remedio para curar la corrupción
que parece incurable con disposiciones legales y medios de sanciones
administrativas o penales, en un proceso de hipocresías de toda índole y en un
sistema en el que la Administración de Justicia no tiene aún niveles importantes
de moralidad y coherencia y que la seguridad personal y colectiva está
descubierta, al punto de que es preferible encontrarse con “el muerto” que con
policías o cierta clase de personas con
uniforme, cuyo deber es la seguridad del colectivo. No quiero decir con esto
que los jueces o los agentes de seguridad son por sí incoherentes y, menos,
inmorales; no, porque sería injusto; sino, que el sistema de Administración de
Justicia como el de la Administración Pública están inmersos en un macro sistema
social con una cultura subdesarrollada que llega hasta el seno de los máximos
niveles de ese subsistema socio-político y que constituye desencanto de muchos
jóvenes llenos de ideales. Como decimos en uno de los ensayos, la corrupción
circula por todo el sistema social, sea público o privado, de modo que
localizarlo en un subsistema, independizándolo de los demás, es errático o
interesado.
No postulamos una renuncia total al ego; sino, un descenso de éste a favor de la
convivencia social y un comportamiento o un
diseño de la organización para la conducción social de modo que las
reglas se adecuen a las necesidades propias del ser humano en un espacio y
tiempo determinados, de cara a la consecución del bien común y de la justicia
social, lo cual debe empezar desde la
célula básica de la sociedad: la familia. El egoísmo destruye familias o
simplemente las ignora y es una de las causas del deterioro social y de la
delincuencia.
El pueblo, como colectivo organizado en esta parte del
país, está inmerso en un tipo de subculturas,
tejidas por relaciones dañinas socialmente, es decir perjudiciales para el
desarrollo político, económico y social, que tienen que ver con la moralidad o
con la simple comprensión de la vida en común.
Así lo dejamos
entrever en nuestro ensayo sobre el “Desperdicio”. Es que en esta parte del
Continente desperdiciamos tiempo, luz, agua, salud y hasta el amor; pues qué
otra cosa es la siembra de hijos para dejarlos abandonados como si fueran yerba
mala, qué más con el aumento de los maltratos a la mujer y de las desgracias de
la que son presas muchas familias, como consecuencia de la drogadicción que ya
está avanzando en una segunda generación, de modo alarmantemente creciente y
descendiendo a edades propias de la infancia y la pubertad (entre 8 y 15 años),
generaciones que desperdician los dones que les obsequia la divinidad o la
naturaleza.
De igual manera, deslizamos con franqueza nuestra
protesta por el cinismo de los lobbies en la Administración de Justicia y en la
Administración Pública, como contra el cinismo de quienes investidos del poder
público, utilizan este poder a su favor, corrompiendo las normas y las sanas
prácticas y hasta amenazando a los subordinados o tomando represalias,
hipócritamente, cuando sus demandas no son satisfechas. Lo peor de todo es que
a vista y paciencia de la colectividad tales individuos se mantienen en
posiciones prominentes funcionarial y hasta académicamente. ¿Quién los protege
y por qué? ¿Cuál es el mensaje que reciben los jóvenes?
Por esas razones, este texto, sencillo y breve se
presenta en cuatro ejes que agrupan hechos relativos a temas que se homologan y
articulan entre sí. Estos son: I. Más allá de la muerte. II. Educación Superior
y Desarrollo. III. Perfiles y Costumbres
y IV. Política, Gobernabilidad y Administración.
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