¡Cristo
nacerá!
Cristo
nacerá. El comercio se afana en adornar las calles. No faltará quien lo haga
con el entusiasmo de la fecha; como muchos con la esperanza de llenar las
cajas. No lo reprochamos, ni tenemos un porqué. La gente se alegra y demanda
desde lo más humilde hasta lo más sofisticado para expresar su cariño. Así
somos los hombres.
Si
hay demanda tiene que haber quien oferte y ésta es la función del comercio. Se
produce y se oferta y, en ambas situaciones, hay trabajo. El hombre tiene que
vivir, tiene que alimentar su cuerpo para tener la oportunidad de la eternidad.
El problema fundamental no es éste, porque esto es pura dinámica económica, a
la que ningún pueblo puede renunciar.
Entre
el amor y el odio
El
problema serioc es que Cristo nacerá y volverá a ser odiado y será crucificado
en la próxima Semana Santa, porque su mensaje de amor sólo se recibe con
suspiros y el nombre de Jesús se ha trocado en cadencioso halago a los oídos y
en una blanca túnica de angelical pureza.
Cristo
nacerá y lo hará en un pesebre maloliente, como cientos de miles de niños en el
mundo. Nacerá y a los pocos días conocerá la persecución implacable, por el
solo hecho de la confusión ignorante; aunque, tal vez, por la peligrosidad de
su mensaje: Justicia contra prepotencia, deber contra lenidad, igualdad contra
discriminación, libertad contra esclavitud y compromiso contra indiferencia.
Cristo
nacerá para dividir. Yo no he venido a traer la paz; sino la espada, es su
mensaje.
¿Contradicción?
No. Cristo es justicia y la justicia divide. Quien se ponga de su lado sufrirá,
como que está obligado a luchar. Os matarán
y seréis aborrecidos a causa de mi nombre, será su mensaje.
Desposeídos,
Responsabilidad y Justicia
Cristo
nacerá para los parias. Nacerá para los humildes de corazón, para los
desposeídos sin causa, para los humillados y ofendidos; aunque pronto lo
adornarán con flores y lo vestirán con galas que jamás reclamó y lo sentarán
entre los gentiles, sonriendo con cara
de mancebo resignado. Será necesario que esto se haga para acabar con el hombre
recio que expulsara a los mercaderes del Templo del Señor y que lapidara a los
fariseos: “Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis un camello”,
les dirá en su cara.
Cristo
nacerá y con él, el grito de dignidad y de justicia social. Nacerá y exigirá
actitud franca y leal a los deberes sociales; no la limosna de los soberbios. “Apartaos
de mí, malditos de mi padre, al fuego eterno… Tuve hambre y no me disteis de
comer, tuve sed y no me disteis de beber, estuve desnudo y no me vestisteis…”
He aquí el juicio final y la separación de justos e injustos. No es la letra lo
que importa; sino el sentido del mensaje: Los deberes para con los semejantes.
El sustento y fin de la vida social. Defrauda estos deberes el patrono que
explota y humilla, cuanto el trabajador ineficiente y conformista; la autoridad
déspota y arbitraria o el ciudadano lenil e indiferente.
¡Cuánta
gente es recluida en prisión por delitos ocasionados por pasión, hambre,
desesperación o despecho! Sin embargo, cuántos otros quedan impunes y hasta se
les obsequia con galardones por trabajos y funciones que jamás realizan o que
cumplen a medias; no obstante el salario, sueldo o dieta que la colectividad
les paga. Pagos que son el esfuerzo y la sangre del común.
Solidaridad,
Amistad y Testimonio
Cristo
nacerá. Nacerá para predicar la solidaridad y condenar el contubernio. “Los
hijos de este siglo son más avisados en el trato con los suyos que los hijos de
la luz. Los hijos de las tinieblas se confabulan, mientras los hijos de la luz
confían”. La solidaridad es expresión de la amistad y la amistad es un valor
positivo que sólo cabe en la pureza del corazón, nunca en la avaricia y en los
intereses creados. Cristo nacerá para terminar ofrendando su propia vida. “No
hay amor más grande que este, el de dar la vida por los amigos”.
Cristo
nacerá. Alegrémonos, todos. El día pasará muy pronto. Después nos
tranquilizaremos, pues el ideal navideño, el mensaje del pesebre será sólo
cánticos, hermosas sonrisas de niños y, quién sabe, el recuerdo de la
renovación de una fe que no tenemos o que únicamente exhibiremos en cuanto no
nos exponga al ridículo ni impida nuestro éxito social. Después de todo,
siempre estaremos prontos para los actos de caridad doméstica y, mejor aún, si
se adornan con el sabor de la aspiración de muy buena gente.
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