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jueves, 10 de enero de 2013

CORRUPCIÓN: MITO Y REALIDAD


CORRUPCIÓN: MITO Y REALIDAD

El tema

Como si en el mundo este tema fuera novedad, es ahora programa de gobierno y oferta electoral en cualquier país y particularmente en los de América del Sur, del Norte y Central, ofreciendo evitar o ejemplarizar la defenestración de la obligación del servicio público para ponerlo al servicio del enriquecimiento de la persona, quien se obligara bajo  juramento al cumplimiento de la función que la nación le confiara.  El asunto es que  la descomposición de la conducta humana no está constreñida a una profesión o estado ocupacional o espacio público o privado; sino que toca la misma médula de la sociedad.

Nadie niega que hay que combatir la corrupción en el ejercicio del poder o del servicio público y dónde ésta se encuentre, pero hay que hacerlo con veracidad y real honestidad, es decir, lejos de usarla como expediente o arma de destrucción política con incalificable cinismo.

El mito

La mitificación de la corrupción lo es en sentido negativo; pues surgen personajes a los que se les hace paradigmas de la viveza y aunque sirvan para los propósitos políticos o comerciales o de revancha del momento, proyectan una imagen de agentes capaces de aprovecharse y salir airosos de acuerdo al poder o a los blindajes que les cubren; en este sentido, los que reciben el “látigo correctivo” se amparan en la mala memoria del pueblo y no es raro que vuelvan al ejercicio del poder o de los privilegios del mismo.  Por otra parte se les alcanza como chivos expiatorios, con la promesa de prebendas inmediatas y posteriores.
Lo peor de  todo es que existen quienes,  amparados en el manejo de los resortes del poder y con fines de cubrirse así mismos o en beneficio de sus subalternos intereses,  buscan echar lodo a quienes siempre exhibieron una conducta irreprochable

La realidad

La corrupción es un virus o colonia de hongos que discurre por todo el aparato público y más allá de él. No obstante las reformas sucesivas del aparato estatal, la corrupción aparece constantemente, como si estuviéramos condenados a ella, no importa la esfera de gobierno o de administración. El ciudadano común y corriente se envuelve en el miedo y en la angustia cuando tiene que recurrir a los organismos tutelares de la seguridad y de la paz públicas, sea la policía, la justicia o la administración pública y no falta quienes, sin escrúpulo alguno, utilizan estos organismos  en su propio beneficio, como si se tratara de un arma común, útil para  liquidar a enemigos y estorbos para su propósitos, incluyendo organismos como contraloría general o superintendencia de tributación. 

El asunto es que no se trata de las instituciones en sí; sino de personas concretas, cuya conducta, generada en la dinámica social, contraviene las elementales reglas de comportamiento y lealtad a sus deberes y genera una imagen negativa de los colectivos.

¿Causas y remedios?

Desgraciadamente,  este problema se envuelve en un círculo vicioso que como el tsunami gira y se extiende por toda la circulación social golpeando fuertemente al colectivo institucional. Así, la familia se desarticula con más frecuencia, la educación no se desarrolla en un contexto de liderazgo y responsabilidades concientes, la fe en lo trascendente se hace cada vez más teatral que auténtica y el afán de riqueza pronta y fácil se siembra en las mentes juveniles con más fuerza. A eso tenemos que responder con la recuperación de valores, pero no como argumento político electoral o de mera expresión; sino sobre la base del testimonio de vida de padres de familia, jefes de colectividades, educadores; sí, educadores de todos los niveles, etc.

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