CORRUPCIÓN: MITO Y
REALIDAD
El tema
Como si en el mundo este tema fuera novedad, es ahora programa de
gobierno y oferta electoral en cualquier país y particularmente en los de
América del Sur, del Norte y Central, ofreciendo evitar o ejemplarizar la defenestración
de la obligación del servicio público para ponerlo al servicio del
enriquecimiento de la persona, quien se obligara bajo juramento al cumplimiento de la función que
la nación le confiara. El asunto es
que la descomposición de la conducta humana
no está constreñida a una profesión o estado ocupacional o espacio público o
privado; sino que toca la misma médula de la sociedad.
Nadie niega que hay que combatir la corrupción en el ejercicio del poder
o del servicio público y dónde ésta se encuentre, pero hay que hacerlo con
veracidad y real honestidad, es decir, lejos de usarla como expediente o arma
de destrucción política con incalificable cinismo.
El mito
La mitificación de la corrupción lo es en sentido negativo; pues surgen
personajes a los que se les hace paradigmas de la viveza y aunque sirvan para
los propósitos políticos o comerciales o de revancha del momento, proyectan una
imagen de agentes capaces de aprovecharse y salir airosos de acuerdo al poder o
a los blindajes que les cubren; en este sentido, los que reciben el “látigo
correctivo” se amparan en la mala memoria del pueblo y no es raro que vuelvan
al ejercicio del poder o de los privilegios del mismo. Por otra parte se les alcanza como chivos
expiatorios, con la promesa de prebendas inmediatas y posteriores.
Lo peor de todo es que existen
quienes, amparados en el manejo de los
resortes del poder y con fines de cubrirse así mismos o en beneficio de sus
subalternos intereses, buscan echar lodo
a quienes siempre exhibieron una conducta irreprochable
La realidad
La corrupción es un virus o colonia de hongos que discurre por todo el
aparato público y más allá de él. No obstante las reformas sucesivas del
aparato estatal, la corrupción aparece constantemente, como si estuviéramos condenados
a ella, no importa la esfera de gobierno o de administración. El ciudadano
común y corriente se envuelve en el miedo y en la angustia cuando tiene que
recurrir a los organismos tutelares de la seguridad y de la paz públicas, sea
la policía, la justicia o la administración pública y no falta quienes, sin
escrúpulo alguno, utilizan estos organismos en su propio beneficio, como si se tratara de
un arma común, útil para liquidar a
enemigos y estorbos para su propósitos, incluyendo organismos como contraloría
general o superintendencia de tributación.
El asunto es que no se trata de las instituciones en sí; sino de
personas concretas, cuya conducta, generada en la dinámica social, contraviene las elementales reglas de comportamiento y lealtad a sus deberes y genera una
imagen negativa de los colectivos.
¿Causas y remedios?
Desgraciadamente, este problema
se envuelve en un círculo vicioso que como el tsunami gira y se extiende por
toda la circulación social golpeando fuertemente al colectivo institucional. Así, la
familia se desarticula con más frecuencia, la educación no se
desarrolla en un contexto de liderazgo y responsabilidades concientes, la fe en
lo trascendente se hace cada vez más teatral que auténtica y el afán de riqueza
pronta y fácil se siembra en las mentes juveniles con más fuerza. A
eso tenemos que responder con la recuperación de valores, pero no como
argumento político electoral o de mera expresión; sino sobre la base del testimonio
de vida de padres de familia, jefes de colectividades, educadores; sí,
educadores de todos los niveles, etc.
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