Estimados cibernautas: Este artículo fue escrito en el mes de septiembre de 1999, previo al año de las elecciones generales para el periodo 2000-2005. Entonces, en medio de dudas, de ambiciones y de rencores, se debatía la posibilidad de la reelección del presidente en ejercicio, Don Alberto Fujimori. Evidentemente, entonces, Fujimori no las tenía fácil. Por cierto que el país había logrado salir de la crisis económica y alcanzado una relativa paz social, con muchos problemas embalsados y, lo peor, los fuertes operadores económicos enfrentados con disfraces de cortesía, pero buscando ya un vocero, cada uno por su parte. Montesinos estaba ya en la mira de la DEA y las perspectivas se movían de castaño a oscuro. El ciudadano había perdido la fe en las ideologías de los partidos políticos y estaba desencantado por la distancia que había entre lo que decían y lo que, en verdad, hacían. Por estas razones, volvían a esperar a un hombre mágico. ¿No lo seguiremos esperando y esperando?
HOMBRES
MAGICOS, ENTRE LA ILUSIÓN Y LA ESPERANZA
Por Guillermo G. Guerra Cruz
El ambiente electoral pasa de lo tibio a lo
caliente. El mes de octubre será un mes de decisiones para los funcionarios,
pretendientes a la cúspide de lo que damos en llamar sociedad política; pues, para ello, deben dejar sus cargos y, temporalmente, su medio de vida, financiando con sus ahorros o los de algún
inversionista la campaña de convencimiento a sus electores, para que éstos
confíen en ellos.
Las Esperanzas
del pueblo
Mucho tiempo hace que los pueblos, ante la opresión
a que estaban sometidos por emperadores y tiranos, ponían su mirada en el más
allá. Sólo esperaban el goce en el Paraíso. Pero no mucho tiempo ha, los
pueblos humillados esperaban al hombre providencial, barnizado por algún tipo
de magia que los reivindicara en el mundo de lo temporal. El pueblo quería no
sólo liberarse, sino ver humillado a su tirano y gozar con la destrucción
física de éste y todos sus cortesanos. Entonces, se llevaba en el espíritu un
germen de violencia, el que misteriosamente se colectivizaba y se impregnaba en
algún tipo de doctrina o de ideología inmediatista. Ahora, la mayoría de los pueblos del
occidente desean la paz y se inclinan más por la conciliación de intereses que
por la confrontación. Las esperanzas se han puesto ya en el bienestar y en la
seguridad. La globalización de las comunicaciones transfiere pronto el éxito de
unos países -los ricos- y el calvario de otros países -los pobres. Las
esperanzas de la juventud y de las inteligencias son emigrar hacia los países
en los que avizoran un porvenir ventajoso. Los países pobres se hacen más
pobres y los ricos, más ricos. Frente a esto, la preocupación de las naciones,
como el de las perspectivas de las dificultades que pudieran producirse de no
solucionar los problemas de la marginación y del hambre, ha dado lugar a la
necesidad de la concertación internacional para luchar por la superación de la pobreza
crítica, proteger el medio ambiente y combatir el crimen y la exclusión social.
Los hombres mágicos
En los tiempos de tiranía, de ansias del más allá,
los hombres mágicos fueron los anacoretas. Ellos traían la buena nueva. Los
hombres rendían su vida a la promesa de la marcha al Paraíso. El anacoreta era un hombre divino. En este
caso no existía problema alguno y al
hombre mágico no se le exigía favores contingentes, sólo se esperaba que rece
para obtener la misericordia del Todopoderoso. Nadie abrigaba la ilusión de que
este hombre solucionara los problemas del hambre y de la desocupación. Nadie
tenía porque reclamarle, si la esperanza
puesta en el maravilloso poder no
resultara cierta en el más allá. La magia continuaría en los hombres de fe. Es
el caso aún en algunos lugares de la tierra.
En los tiempos de reivindicación de clase, los hombres
mágicos se articulaban con una doctrina que justificara, explicara y
consiguiera la adhesión de masas ilusionadas por una vida mejor, aquí en la
tierra, dejando el cielo como una cuestión aparte. Se desestimaba la creencia
en la vida más allá de la muerte, acusándola de anestésica. La violencia era el
camino. La imposición de la fuerza, desde abajo o desde arriba, era la
solución. El poder era la policía política o el partido o la cachiporra.
Los pueblos se confiaban en estos superhombres y esperaban de ellos la
solución a todos sus problemas, es decir forjaban la ilusión de que ese hombre
mágico sería el mago capaz de asegurarle
el bienestar en la tierra. Los pueblos fueron llevados a la guerra y se implantaron mecanismos policiacos para ahogar cualquier
brote de oposición. La vida y todo derecho humano eran de escaso valor frente
al valor del Estado, de la clase social
o de la raza. Los hombres mágicos no podían equivocarse. Todas las barbaridades
fueron posibles, porque esos hombres mágicos fueron apoyados y sostenidos por
fuerzas generadas en el rencor mismo de las sociedades que gobernaban. Este fue
el fenómeno en nuestro siglo con hombres como Hitler, Musolini, Stalin y otros
similares. Esos hombres eran sólo unos individuos más en el colectivo.
¿Gobernantes
magos?
En los tiempos de democracia, el bienestar y
satisfacción de todas las necesidades no son cuestión de normas de gobierno, se
llamen políticas, leyes o coacción; sino, son consecuencia del trabajo de todos
los miembros de la sociedad, en un concierto de condiciones generadas por el
gobierno: paz social, seguridad, equilibrio normativo, respeto a la
institucionalidad y a la libertad en sus
diversas formas. Al pueblo le corresponde cumplir el orden jurídico y controlar
la acción del gobierno, por cuanto éste no es otra cosa que su poder
jurídicamente organizado y no, el de una
familia o el de un grupo poderoso, dispuesto a avasallar a los demás.
Una sociedad que se respeta busca a esos hombres mágicos, pero no incurre
en la ingenuidad de tenerlos como magos, capaces de usar poderes ocultos y
fuerzas que nacen al interior de ellos. Lo importante es que esos hombres
mágicos correspondan a esquemas positivos, construidos sobre la base del
respeto a la dignidad de la persona humana, a la igualdad de los
individuos, y a los supremos valores de
la justicia divina y humana. Hombres que, receptores de la confianza de sus
iguales, sean capaces de coordinar los esfuerzos de todos, redistribuir los
fondos públicos, operando en la maravillosa dinámica de la institucionalidad.
Hombres que, pareciendo uno, sean muchos
en la obra creadora para sus semejantes.
Su magia estará en la entrega a su colectividad, en la inteligencia para
tomar las decisiones correctas en el momento oportuno. Pero no todo depende del
"Hombre mágico". La sociedad es un todo heterogéneo, una mezcla de
múltiples intereses, bajo la regencia de uno o un grupo de ellos que emergen
dominantes. He ahí el secreto de la política. Los académicos, las personas corrientes,
los juristas y profesionales de todas las especialidades y niveles quisiéramos
que el gobierno fuera siempre objetivo y jurídicamente aséptico. Del gran
problema y del dilema resulta el interrogante: ¿es esto posible, cuando la
estabilidad del gobernante depende de un complejo juego de intereses? La respuesta parece ser trágica. Recuérdese a Mahatma Gandhi,
Lincoln, Kennedy, etc. Sin embargo, piénsese en Roosvelt, Adenauer o Churchill.
Enigmas
Resulta infantil centrar el análisis del fenómeno
Fujimori en su perfil de hombre mágico, es decir, del ciudadano que atrajo la confianza del
pueblo frente a una desesperada circunstancia, bajo la promesa de
"honradez, tecnología y trabajo". Fue el hombre de la circunstancia,
oportuno para esos momentos desesperados, en los que se disolvían las
alternativas de los programas políticos tradicionales; pero sus dos gobiernos
no son el producto de pomadas y cataplasmas maravillosos; son la concertación con el poder real y el poder
económico y, específicamente, con los centros neurálgicos de estos poderes: la
inteligencia militar y el poder financiero.
Los grandes enigmas son: Si en el próximo proceso electoral
descubriéramos un nuevo hombre mágico ¿podrá este nuevo hombre mágico gobernar
sin concertar con el poder real y el poder económico? ¿Será posible que de las
alternativas que ahora conocemos, emerja ese hombre o mujer mágicos?
¿Cuánto hemos aprendido de las decepciones para votar sin vacilaciones
por una opción ideal? ¿Por cuánto tiempo más resistirán otros grupos de
intereses el dominio de los grupos de
estos dos últimos lustros? ¿Qué
esperanza pueden tener la inmensa
mayoría que vive del trabajo dependiente o los pequeños y medianos operadores
económicos o los miles de compatriotas, parias en otros países? ¿Qué suerte correrán las estrategias
neoliberales? ¿Qué tan compatibles son la acción política, la juridicidad, la ética y la moral? Esto último, lejos de discursos académicos o
de análisis de tribunas o de charlas de
café. No olvidemos que la política es el arte de lo posible, lo demás es
ilusión.
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