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sábado, 13 de agosto de 2016

HOMBRES MÁGICOS: ENTRE LA ILUSIÓN Y LA ESPERANZA




Estimados cibernautas: Este artículo fue escrito en el mes de septiembre de 1999, previo al año de las elecciones generales para el periodo 2000-2005. Entonces, en medio de dudas, de ambiciones y de rencores, se debatía la posibilidad de la reelección del presidente en ejercicio, Don Alberto Fujimori. Evidentemente, entonces, Fujimori no las tenía fácil. Por cierto que el país había logrado salir de la crisis económica y alcanzado una relativa paz social, con muchos problemas embalsados y, lo peor, los fuertes operadores económicos enfrentados con disfraces de cortesía, pero buscando ya un vocero, cada uno por su parte. Montesinos estaba ya en la mira de la DEA y las perspectivas se movían de castaño a oscuro. El ciudadano había perdido la fe en las ideologías de los partidos políticos y estaba desencantado por la distancia que había entre lo que decían y lo que, en verdad, hacían. Por estas razones, volvían a esperar a un hombre mágico.  ¿No lo seguiremos esperando y esperando?    


HOMBRES MAGICOS, ENTRE LA ILUSIÓN Y LA ESPERANZA

Por Guillermo G. Guerra Cruz

El ambiente electoral pasa de lo tibio a lo caliente. El mes de octubre será un mes de decisiones para los funcionarios, pretendientes a la cúspide de lo que damos en llamar sociedad política; pues, para ello, deben dejar sus cargos y, temporalmente, su medio de vida,  financiando con sus ahorros o los de algún inversionista la campaña de convencimiento a sus electores, para que éstos confíen en ellos.

Las Esperanzas del pueblo
  
Mucho tiempo hace que los pueblos, ante la opresión a que estaban sometidos por emperadores y tiranos, ponían su mirada en el más allá. Sólo esperaban el goce en el Paraíso. Pero no mucho tiempo ha, los pueblos humillados esperaban al hombre providencial, barnizado por algún tipo de magia que los reivindicara en el mundo de lo temporal. El pueblo quería no sólo liberarse, sino ver humillado a su tirano y gozar con la destrucción física de éste y todos sus cortesanos. Entonces, se llevaba en el espíritu un germen de violencia, el que misteriosamente se colectivizaba y se impregnaba en algún tipo de doctrina o  de  ideología inmediatista.  Ahora, la mayoría de los pueblos del occidente desean la paz y se inclinan más por la conciliación de intereses que por la confrontación. Las esperanzas se han puesto ya en el bienestar y en la seguridad. La globalización de las comunicaciones transfiere pronto el éxito de unos países -los ricos- y el calvario de otros países -los pobres. Las esperanzas de la juventud y de las inteligencias son emigrar hacia los países en los que avizoran un porvenir ventajoso. Los países pobres se hacen más pobres y los ricos, más ricos. Frente a esto, la preocupación de las naciones, como el de las perspectivas de las dificultades que pudieran producirse de no solucionar los problemas de la marginación y del hambre, ha dado lugar a la necesidad de la concertación internacional para luchar por la superación de la  pobreza crítica, proteger el medio ambiente y combatir el crimen y la exclusión social.

Los hombres mágicos

En  los  tiempos de tiranía, de ansias del más allá, los hombres mágicos fueron los anacoretas. Ellos traían la buena nueva. Los hombres rendían su vida a la promesa de la marcha al Paraíso.  El anacoreta era un hombre divino. En este caso no existía  problema alguno y al hombre mágico no se le exigía favores contingentes, sólo se esperaba que rece para obtener la misericordia del Todopoderoso. Nadie abrigaba la ilusión de que este hombre solucionara los problemas del hambre y de la desocupación. Nadie tenía porque  reclamarle, si la esperanza puesta en el maravilloso poder  no resultara cierta en el más allá. La magia continuaría en los hombres de fe. Es el caso aún en algunos lugares de la tierra.

En los tiempos de reivindicación de clase, los hombres mágicos se articulaban con una doctrina que justificara, explicara y consiguiera la adhesión de masas ilusionadas por una vida mejor, aquí en la tierra, dejando el cielo como una cuestión aparte. Se desestimaba la creencia en la vida más allá de la muerte, acusándola de anestésica. La violencia era el camino. La imposición de la fuerza, desde abajo o desde arriba, era la solución. El poder era la policía política o el partido o  la cachiporra.

Los pueblos se confiaban  en estos superhombres y esperaban de ellos la solución a todos sus problemas, es decir forjaban la ilusión de que ese hombre mágico sería el mago capaz  de asegurarle el bienestar en la tierra. Los pueblos fueron llevados a la guerra y  se implantaron  mecanismos policiacos para ahogar cualquier brote de oposición. La vida y todo derecho humano eran de escaso valor frente al valor del Estado,   de la clase social o de la raza. Los hombres mágicos no podían equivocarse. Todas las barbaridades fueron posibles, porque esos hombres mágicos fueron apoyados y sostenidos por fuerzas generadas en el rencor mismo de las sociedades que gobernaban. Este fue el fenómeno en nuestro siglo con hombres como Hitler, Musolini, Stalin y otros similares. Esos hombres eran sólo unos individuos más en el colectivo.

¿Gobernantes magos?

En los tiempos de democracia, el bienestar y satisfacción de todas las necesidades no son cuestión de normas de gobierno, se llamen políticas, leyes o coacción; sino, son consecuencia del trabajo de todos los miembros de la sociedad, en un concierto de condiciones generadas por el gobierno: paz social, seguridad, equilibrio normativo, respeto a la institucionalidad  y a la libertad en sus diversas formas. Al pueblo le corresponde cumplir el orden jurídico y controlar la acción del gobierno, por cuanto éste no es otra cosa que su poder jurídicamente organizado  y no, el de una familia o el de un grupo poderoso, dispuesto a avasallar a los demás. 

Una sociedad que se respeta  busca a esos hombres mágicos, pero no incurre en la ingenuidad de tenerlos como magos, capaces de usar poderes ocultos y fuerzas que nacen al interior de ellos. Lo importante es que esos hombres mágicos correspondan a esquemas positivos, construidos sobre la base del respeto a la dignidad de la persona humana, a la igualdad de los individuos,  y a los supremos valores de la justicia divina y humana. Hombres que, receptores de la confianza de sus iguales, sean capaces de coordinar los esfuerzos de todos, redistribuir los fondos públicos, operando en la maravillosa dinámica de la institucionalidad. Hombres que, pareciendo uno, sean muchos  en la obra creadora para sus semejantes.  Su magia estará en la entrega a su colectividad, en la inteligencia para tomar las decisiones correctas en el momento oportuno. Pero no todo depende del "Hombre mágico". La sociedad es un todo heterogéneo, una mezcla de múltiples intereses, bajo la regencia de uno o un grupo de ellos que emergen dominantes. He ahí el secreto de la política. Los académicos, las personas corrientes, los juristas y profesionales de todas las especialidades y niveles quisiéramos que el gobierno fuera siempre objetivo y jurídicamente aséptico. Del gran problema y del dilema resulta el interrogante: ¿es esto posible, cuando la estabilidad del gobernante depende de un complejo juego de intereses?   La respuesta parece ser  trágica. Recuérdese a Mahatma Gandhi, Lincoln, Kennedy, etc. Sin embargo, piénsese en Roosvelt, Adenauer o Churchill. 

Enigmas

Resulta infantil centrar el análisis del fenómeno Fujimori en su perfil de hombre mágico, es decir,  del ciudadano que atrajo la confianza del pueblo frente a una desesperada circunstancia, bajo la promesa de "honradez, tecnología y trabajo". Fue el hombre de la circunstancia, oportuno para esos  momentos  desesperados, en los que se disolvían las alternativas de los programas políticos tradicionales; pero sus dos gobiernos no son el producto de pomadas y cataplasmas maravillosos; son  la concertación con el poder real y el poder económico y, específicamente, con los centros neurálgicos de estos poderes: la inteligencia militar y el poder financiero.  Los grandes enigmas son: Si en el próximo proceso electoral descubriéramos un nuevo hombre mágico ¿podrá este nuevo hombre mágico gobernar sin concertar con el poder real y el poder económico? ¿Será posible que de las alternativas que ahora conocemos, emerja ese hombre o mujer  mágicos?  ¿Cuánto hemos aprendido de las decepciones para votar sin vacilaciones por una opción ideal? ¿Por cuánto tiempo más resistirán otros grupos de intereses el dominio de los grupos  de estos dos últimos lustros?  ¿Qué esperanza pueden tener  la inmensa mayoría que vive del trabajo dependiente o los pequeños y medianos operadores económicos o los miles de compatriotas, parias en otros países?  ¿Qué suerte correrán las estrategias neoliberales? ¿Qué tan compatibles son la acción política,  la juridicidad, la ética y la moral?  Esto último, lejos de discursos académicos o de análisis de tribunas  o de charlas de café. No olvidemos que la política es el arte de lo posible, lo demás es ilusión.

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