En medio de un pueblo oprimido, bajo el yugo del imperio romano y, seguramente con odio sostenido por el miedo a las represalias crueles, este hombre, un verdadero revolucionario, levanta su voz para predicar paz y solidaridad, construyendo una nueva sociedad opuesta a la que y en la que se vivía, dispuesto a dar la vida por ello, como así fue, víctima del odio y de la sed de venganza por los líderes de su nación, a quienes no vaciló en señalar como sátrapas, malvados y grandes traficantes envileciendo la fe, cuya guarda les había sido confiada (Mateo, 23, versículos del 1 al 39). Lo que allí dijo, muy duro y acertado, no le sería perdonado y si hubieran tenido el arma de la inquisición lo hubieran quemado vivo, pero prefirieron escudarse en el gobernador romano y hacerlo su instrumento para la realización de su venganza. Desgracidamente, como lo constatamos, todo su esfuerzo parace haber sido en vano, un fracaso.
UNA LLAMADA ESCANDALOSA
José Antonio Pagola
Una llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían
con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor
síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les
hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno
de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que
alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de
odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su
llamada: "Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian".
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero
totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es
violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie.
Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a
todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio
ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza
secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección
heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva
ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la
violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio
contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está
pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o
cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del
que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos
de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no
hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos
si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos
o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el
odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal.
Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien
si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos
cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En
algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento
prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de
venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos
comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos
capaces de perdonar.
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