Este es un artículo centrado en la fe, convocando el espíritu religioso, valor sustancial en la vida, cuando se coloca en la existencia misma y sin necesaria mención al más allá; pero sí, en la humanidad misma, como Jesús la reconoció, proclamando igualdad y libertad. Más que el nombre de Jesús es la organización de principios que él antepone ante todo y sustentado en la comprensión mutua, en el amor.
Personalmente, considero importante o diré tan importante como la vocación o el acto religiosos, el acto del testimonio de vida, sustentado en estos principios, se llame o no el nombre de Jesús; pero sí, los hechos o su mensaje, donde quiera que estuviéramos o nos tocara actuar, como profesionales o seres miembros de diversas organizaciones sociales o políticas o económicas. Manosear el nombre de Jesús, como la mención de Dios, no le hace justicia y peor si se toma como paraguas para ocultar perversas intenciones para dañar al prójimo o sacar ventaja.
Guillermo G. Guerra
El Movimiento de Jesús
Joxe Arregi
Evidentemente, Jesús no "instituyó" ninguna Iglesia, ninguna
"estructura eclesial" propiamente dicha; una doctrina, una
liturgia, un gobierno... Jesús puso en marcha un movimiento, que
a través de muchas circunstancias y vicisitudes históricas
desembocará en iglesias organizadas, y mucho más tarde en una
Iglesia centralizada.
Jesús empezó quizá actuando solo, pero pronto reunió un grupo de
discípulos en torno a sí. Así lo habían hecho también Buda,
Confucio, Sócrates. Y Juan Bautista, de quien Jesús fue
discípulo durante algún tiempo.
Un grupo de hombres y de mujeres acompaña a Jesús a todas
partes haciendo con él vida itinerante; pero también
encontramos un grupo más amplio de personas que, viviendo en sus
casas y siguiendo en sus tareas, son sin embargo discípulos de
Jesús, le apoyan, lo reciben, le "siguen". Todos ellos forman el
"movimiento de Jesús".
También nosotros nos sentimos y queremos ser discípulos de
Jesús. El reino de Dios nos reúne. El reino nos necesita en
grupo, pero también nosotros necesitamos sentirnos
acompañados para poder ser profetas del reino.
Nos empuja su movimiento, y queremos empujarlo. Nos mueve la
alegría a menudo tan oculta de la misma buena noticia y la
esperanza difícil del reino de Dios. Somos Iglesia de Jesús.
Pero ¿cómo es la "Iglesia" que Jesús quiso?
En el origen del discípulo y de la Iglesia está la conciencia de
haber sido llamado. La voluntad y la decisión de uno son
imprescindibles, pero son despertadas por la llamada de otro;
por la llamada de Jesús y, en último término, por la llamada de
Dios. Eso es lo que significa originariamente el término
"Iglesia" (Ekklesia) "comunidad de llamados".
La llamada de Jesús se presenta de diversas maneras en los
evangelios, y es normal, pues el Espíritu actualiza la llamada
de Dios de modos muy diversos, según el temperamento y las
circunstancias de cada persona.
A veces, son los mismos discípulos los que se acercan a Jesús,
porque quieren seguirle; Yendo de camino, alguien le dijo: "Te
seguiré a donde vayas" (Lc 9,57).
Otras veces, es Jesús quien llama directamente, con autoridad;
"Venid conmigo y os haré pescadores de hombres" (Mc 1,6);
"Sígueme" (Mc 2,14).
Es sorprendente. No eran los escribas quienes elegían a sus
discípulos, sino a la inversa; eran los discípulos los que
solían elegir a sus maestros. En el evangelio no sucede así;
en muchos pasajes, es Jesús el que llama a sus discípulos,
y lo hace sin rodeos, sin dar explicaciones, sin hacer bellas
promesas. Llama directamente, con concisión. Ven sígueme. Todo
está en juego, y todo merece la pena, pero no es posible saberlo
sin seguirle (cf. Jn 1,39).
Existen también otras diferencias llamativas entre los
discípulos de los escribas y los de Jesús; los discípulos de los
escribas solían tener con sus maestros una relación temporal,
mientras que los discípulos de Jesús tienen con él una relación
permanente; los escribas no admitían mujeres discípulas, pero
Jesús sí.
Y otras veces, por fin, la invitación a seguir a Jesús llega al
discípulo por mediación de otro; "Hemos encontrado al Mesías" (Jn
1,41), dice Andrés a su hermano Pedro. La llamada llega a Pedro
por medio de Andrés, y a Natanael por medio de Felipe. Y así se
prolonga y se extiende la llamada de Jesús que constituye la
Iglesia.
El ser humano es un ser llamado. Llegamos a ser nosotros
mismos gracias a la llamada, la mirada, la palabra de otro. Y en
la palabra y en la llamada que nos vienen de otro, vamos
percibiendo que el misterio de Dios, totalmente otro y
absolutamente íntimo, nos envuelve y nos funda.
En la llamada de Jesús, los discípulos de Jesús han reconocido
la llamada de su propio interior, la llamada del pueblo
sufriente, la llamada de los tiempos difíciles y, en última
instancia, la llamada del Dios grande y cercano que les invita a
la fiesta y a la lucha por el reino.
Siempre es Dios el que llama, pero Dios llama siempre por
mediaciones: a través del propio deseo y de las propias
facultades, a través de la profecía y la compañía de una persona
concreta, a través del grito y la necesidad de los sufrientes...
Los discípulos, movidos por la presencia y la promesa de Dios,
se convierten en "pescadores de hombres", es decir, en
liberadores de hombres y mujeres, en la esperanza del reino de
Dios, en la lucha por el reino de Dios.
Joxe Arregi
Publicado en El Blog de José Arregi
http://blogs.periodistadigital.com/jose-arregi.php/2013/08/25/p339344#more339344 NOTA: Joxe (castellanizado: José) Arregi Olaizola nació en Azpeitia (Gipuzkoa) en 1952). Se doctoró en Teología en el Instituto Católico de París. Ha sido profesor de diversas materias teológicas en el Seminario de Pamplona y en las Facultades de Teología de Vitoria y Deusto. En el 2010 se vio forzado a dejar la Orden franciscana y el sacerdocio por presiones del obispo Munilla, muy resistido por los clérigos vascos y con quien mantenía un duro enfrentamiento.
Ha participado en diversas iniciativas de diálogo interreligioso. Es autor de diversas publicaciones en euskera y castellano. Actualmente es profesor en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto.
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