ESTIMADOS CIBERNAUTAS:
INCLUYO ESTE ARTÍCULO DE CÉSAR HIDEBRAND Y LO SUSCRIBO EN TODA SU EXTENSIÓN.
COMENTARIO:
COMENTARIO:
DESGRACIADAMENTE, LA PASIÓN EN LA POLÍTICA ENCEGUECE, COMO CUALQUIER OTRA PASIÓN Y ELLO, EN ESPECIAL, EN LA CONTIENDA POLÍTICA NO PERMITE VER LO POSITIVO; PUES ENFOCA MÁS LO NEGATIVO Y SE AHOGA EN EL PROTAGONISMO. ESTO SUCEDIO CON LAS FUERZAS POLÍTICAS QUE ACOMAÑARON A DON FERNANDO Y PEOR CON LOS QUE, ENTONCES, SIEMPRE ESTUVIERON EN OPOSICIÓN, TANTO EN SU PRIMER GOBIERNO (1963-1968), COMO EN EL SEGUNDO (1980-1985).ÉSTOS ÚLTIMOS, HOY, FUERZAS POLÍTICAS EN MINORÍA EN EL ACTUAL CONGRESO (2011-2016) SE QUEJAN AMARGAMENTE DE LA POSICIÓN MAYORITARIA DE OTRAS FUERZAS POLÍTICAS; PERO, ENTONCES, HACIENDO USO Y ABUSO DE SU POSICIÓN MAYORITARIA, NO LE DIERON PAZ A DON FERNADO Y CENSURARON MINISTROS POR NIMIEDADES Y HASTA CON TRAMPAS. BUENO, MUCHAS COSAS DE LA VIDA SON ASÍ, HASTA QUE EMPEORAN.
Guillermo G. Guerra C.
!Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde!
Recordando a Belaunde Terry
César Hildebrandt
No fui justo con Fernando Belaunde Terry. No fuimos justos. No le
perdonamos nada.
Y ahora que la política peruana parece a veces un muladar es bueno
recordar lo mejor del legado de Belaunde: su probada honradez, su
incapacidad para la rapiña.
Belaunde murió en un departamento de 50,000 dólares que, años atrás,
había comprado Violeta Correa, la compañera de toda la vida.
Belaunde había vendido su casa de Inca Rípac, en Jesús María, y había
hecho lo mismo con su departamento playero en la playa La Honda. Parte
de ese dinero se lo había ido gastando en pequeños gustos y con lo que
quedó -más la ayuda de algunos populistas- había accedido a un
departamento mesocrático, amoblado sin ninguna demasía.
Pero pasada su segunda presidencia, más que octogenario, vendió esa
última propiedad, obtuvo por ella 90,000 dólares y repartió ese dinero
entre sus tres hijos. Sabía que la muerte lo había empezado a rondar.
Por esos años, Violeta había recibido una escueta herencia. Con ese
dinero –unos 50,000 dólares- compró el piso donde ambos vivirían lo
que les quedaba de vida y donde ella se moriría –porque la muerte
siempre es una traición- antes que Belaunde.
Dicen que Belaunde jamás pensó que sobreviviría a quien había sido la
mujer que lo sacó de la pena y lo liberó de la sonrisita limeña. Dicen
que quedó devastado y que miró la muerte como un modo de reunirse con
Violeta. En el entierro de su mujer, el arreglo floral que le dedicó
tenía encima una tarjeta sencilla con una sola frase escrita con
caracteres de anuncio: “¡Espérame!”
De Belaunde se puede decir que no hizo esto y que omitió aquello, que
permitió la proximidad de los PPK y las mañas de Ulloa y las
representaciones de Rodríguez Pastor. Se puede decir también que “la
conquista del Perú por los peruanos” sonaba a campanario antiguo y a
tautología de bandera. Y hasta puede decirse que con Belaunde el arte
de cerrar los ojos a la realidad adquirió ribetes de tragicomedia. Le
sucedió cuando llamó abigeos a los guerrilleros de los 60 y cuando
reincidió en algún adjetivo bandoleril en el momento en que Sendero
asomó su sangrienta pezuña.
Pero también habría que decir –y no se dijo a tiempo, no lo supimos
decir a tiempo- que Belaunde reivindicó la serenidad del centro, la
naturalidad del justo medio, el pragmatismo tranquilo del sentido
común. Porque este hombre de modales pensados y hablares de lavanda
jamás fue tentado por ningún extremo. La mesura fue su gran pasión.
Y lo más importante: Belaunde no tocó un centavo del tesoro público,
no se hizo rico en la presidencia de la República, no se ensució en
contabilidades invisibles ni firmó declaraciones juradas plagadas de
mentiras.
Y hoy que la política peruana consagra la impunidad y azuza el saqueo
-desde los pollos de un pobre diablo llamado Anaya hasta los negocios
de aguas servidas próximos a consumarse en lo de Taboada-, hoy es
preciso decirle a los jóvenes que la política de este país supo
también de gente decente que llegó al poder sin dinero y salió del
poder sin dinero. Sin dinero pero con honor.
Y es bueno que lo escriba un periodista que fue implacable con
Fernando Belaunde. Un periodista que hoy extraña a rabiar esa
perseverancia en el decoro que hoy agiganta su figura
No hay comentarios:
Publicar un comentario