ESTIMADOS LECTORES:
La universidad es una institución cuya actividad es un distintivo en cada país, siempre de acuerdo a su vocación y a su consideración en la arquitectura constitucional. Generalmente, en el mundo occidental, la universidad fue y creo que lo sigue siendo (con limitaciones) una garantía para el impulso de las libertades. Es cierto, lo que aquí se dice que es una de las más antiguas instituciones y por eso su resistencia al cambio, pero, hemos de referir cambio, sí, pero ¿en que sentido? Hacer de la universidad un centro de negocios convirtiendo el bien educación en un bien de comercio, sujeto a relaciones privadas, como ha sucedido en el Perú, eso no es admisible. Claro que las inversiones en educación son bienvenidas, pero INVERSIONES, sí nunca la apropiación, por y para unos cuantos, del patrimonio institucional por un simple procedimiento administrativo como está sucediendo en el Perú. Universidades, cuyo patrimonio corresponde a la universidad como persona jurídica, cuya personalidad le fue otorgada por ley, se convierta en una asociación de derecho privado, sin que los miembros de la nueva asociación hayan puesto un centavo y todo ese patrimonio acaeció por acción de la comunidad universitaria (Profesores, Estudiantes, graduados, egresados y estamento administrativo).
Claro, cambio, modernizando los sistemas y logística para el ejercicio de las funciones que el Estado les encomienda. Cambio para introducirla de lleno a contribuir con el desarrollo de la ciencia y del país, con aportes al progreso de la HUmanidad.
Todo esto, respetando la autonomía universitaria, en favor de la Libertad de enseñanza y científica.
Guillermo G. Guerra C.
TRIBUNA: IMMA TUBELLA
La universidad en tiempos de 'El nombre de la rosa'
IMMA TUBELLA 22/06/2009
La universidad ha perdido el monopolio del conocimiento. Los profesores ya
no somos los únicos depositarios del saber. La Red nos ha jugado una mala
pasada. Ahora tenemos dos opciones: impregnar de veneno los teclados de
nuestros jóvenes con la esperanza de que aún se chupen el dedo o, simplemente,
asumir nuestro nuevo e interesante papel de mentores experimentados y
acompañantes metodológicos, más preocupados en enseñarles a gestionar y
completar el conocimiento disponible y a desarrollar su capacidad crítica que
en enseñarles a memorizar unos conocimientos como si fueran una verdad única.
En las universidades norteamericanas ocurren dos fenómenos que preocupan
mucho a sus rectores y que no saben cómo afrontar, entre otras cosas porque
tampoco se han preocupado por analizar los cambios en las actitudes y valores
de los estudiantes del siglo XXI. Muchos profesores de élite, incluidos premios
Nobel, tienen tres o cuatro estudiantes en sus clases. ¿Los más interesados en
el tema? No. Los representantes de sus compañeros que se organizan para tener
unos buenos apuntes y preparar bien los exámenes. Los profesores, digamos
normales, ni tan siquiera tienen tres o cuatro. No tienen ninguno. ¿Cómo
aprenden y aprueban sus estudiantes? Se reúnen en la Red y optan por obtener
sus conocimientos de forma colaborativa, con materiales abiertos, de
universidades de prestigio. En Quebec, por ejemplo, hay la Universidad McGill tradicional,
y una Universidad McGill que funciona en paralelo gestionada por sus
estudiantes, que se organizan según sus necesidades. ¿Este es el modelo que
queremos? ¿O más bien queremos un modelo de universidad abierta a la sociedad,
motor de la estrategia de modernización del país y de liderazgo en la economía
del conocimiento?
En Estados Unidos ya hay cuatro millones de estudiantes en línea. Es verdad
que Internet se implantó antes y que los nativos digitales ya han llegado a la
educación superior, pero esta tendencia la empiezo a ver en mi universidad, la
Oberta de Catalunya (UOC), donde cada vez llegan estudiantes más jóvenes. En
ambos casos el motivo es el mismo: las demandas y necesidades de una población
estudiantil no tradicional requieren que nuestras universidades reconozcan la
enseñanza en línea como una pieza fundamental para el futuro y que este
reconocimiento vaya acompañado de una mayor flexibilidad institucional para
hacer frente a las nuevas necesidades de los estudiantes. Estoy convencida de
que el futuro es híbrido presencial/virtual o, en el caso de los estudiantes a
tiempo parcial, totalmente virtual. La enseñanza en línea no tiene nada que ver
con colgar materiales en la Red; requiere, como en el caso de la UOC, repensar
el modelo de aprendizaje y la misma estructura institucional.
Desafortunadamente, academia y cambio conjugan mal. Ya lo dijo una ex
rectora de la Universidad de Oslo: "Si quieres cambiar un cementerio, no
puedes esperar gran ayuda de los que están dentro". Quizás hasta ahora no
ha sido importante, pero vivimos un momento en el que no podemos perder mucho
tiempo. El cambio no es lo que amenaza nuestra supervivencia como instituciones
de enseñanza superior; lo que la amenaza es el inmovilismo y la negación de una
realidad evidente. Los inmovilistas son los mismos que lanzan adoquines a
palabras como eficiencia, flexibilidad, gobernabilidad o incluso emprendeduría
asociadas a la universidad.
La universidad desempeña un papel determinante en el desarrollo de la
sociedad formando sus futuros líderes y preparándolos para vivir en un entorno
en transformación continua. La pregunta clave es: ¿La universidad ha sabido
transformarse ella misma? Yo afirmaría, sin miedo a equivocarme mucho, que la
universidad es una de las instituciones más antiguas y con mayor capacidad de
resistencia al cambio.
Si las universidades no podemos o no sabemos reenfocar nuestra manera de
pensar y de actuar y redefinir nuestro papel en la sociedad, habremos fallado.
En cambio, si nos atrevemos a trabajar a largo plazo, a fortalecer lo mejor de
nuestro pasado y de nuestra tradición pero al mismo tiempo repensar y reforzar
nuestras instituciones para el futuro de forma innovadora y colaborativa,
daremos señales a la sociedad de que sabemos cómo afrontar nuestros retos, y
los suyos.
Imma Tubella es la rectora de la Universitat Oberta
de Catalunya (UOC).

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