
Desde mi Celda
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El presente Blog incluye escritos jurídicos, educacionales y comunicológicos de mi producción intelectual, como tmb escritos de otros autores. |
miércoles, 10 de mayo de 2017
jueves, 2 de marzo de 2017
POLÍTICA, ÉTICA Y MORAL
Se suele dividir el colectivo nacional en sociedad civil y sociedad política, lo cual no importa;sino, sólo un expediente didáctico, pues las personas en uno y otro caso son las mismas, sólo que en circunstancias jurídicas distintas. Surgen así gobernados y gobernantes, correspondiéndoles a los primeros la pertenencia a la sociedad civil y a los segundos, la sociedad política. En la sociedad política se alojan gobernantes y personal de la administración y, en esto, también hay que distinguir las diversas situaciones de servicio. Los miembros de la sociedad política son, al fin, los mismos de la sociedad civil, de modo que cuando hablamos de ética y moral son aspectos que importan a la persona y no a la situación legal. Por ello, no se falta a la ética o a lo moral como ente de uno u otro sector; sino, como persona. Tan perverso es el empresario o individuo que ofrece un "incentivo" para obtener un beneficio, como el funcionario o autoridad que lo recibe o lo reclama o lo insinúa.
POLÍTICA,
ÉTICA Y MORAL
GUILLERMO G. GUERRA CRUZ.
Los miembros de la sociedad política, vale decir de los órganos de
gobierno, en cuanto asumen la titularidad de la dirección del Estado y ejercen
la representación de la ciudadanía o de los vecinos o paisanos, vale decir de
carácter nacional, o municipal o regional pasan por un proceso de elecciones,
proceso que ha de ser aleccionador para las juventudes, en las que siempre se
incuban ilusiones y esperanzas, en los
que aún las pueden conservar, lejos de las fantasías del vicio que causa
dependencia o de las que por fuerza del destino maduran rápidamente, tienen la
oportunidad de evaluar posibilidades y realidades para votar a los candidatos
con resultados positivos; pues, al fin, esos serán los gobernantes y cada
pueblo tiene los gobernantes que se merece.
Política:
Ocupación o participación
Desgraciadamente, las prácticas de quienes toman la política como el
medio fácil para sobrevivir o sobresalir o cuidar los intereses personales
propios o ajenos o hacerse de medios de riqueza con prontitud y facilidad, la
han convertido como la expresión de la inmoralidad y peor, aún, como un sistema
que atenta, por sí mismo, contra la ética, para justificar todas las
atrocidades que del mal uso del poder se derivan.
Ese es el motivo de la monserga de inmoral que se cuelga a la política. Es
también causa de desilusión y desesperanza, de modo que, esos jóvenes
consideran mejor apartarse de la
política y huir del país, antes de ofrecer su inteligencia para el desarrollo
de su municipio o región o del Estado participando en el campo de la política,
como un deber de vecino, paisano o ciudadano; pero siempre demostrando
fortalezas ocupacionales y, colateralmente, capacidades en acciones de gobierno, poniendo al servicio público sus
conocimientos, habilidades y experiencias laborales o empresariales o
académicas.
Estrategias
y tácticas políticas
Las estrategias comunes que se pueden o han podido visualizar en las contiendas
electorales fueron y son más el auto elogio, considerándose como
salvadores o las reservas morales de la sociedad, antes que evaluar el quehacer
sobre los requerimientos para el desarrollo y la solución de los problemas
centrales, a la luz de las posibilidades reales de cada uno de los campos:
municipal o regional.
Las tácticas se suelen basar en ataques a los coparticipantes, como si no tuvieran derecho a la postulación y
sólo él “el mesías” tuviera derecho a ello, perdiéndose la oportunidad de hacer
docencia política. Es que para muchos, en pensamiento y práctica, el insulto,
la calumnia y la diatriba son las armas
más valiosas en la “política” y no tienen recato en decir que en la política
vale todo. Con esas tácticas confían en la destrucción de la persona con el estribillo
“calumnia, calumnia que algo queda” No importa el espacio: municipal, regional,
nacional o hasta institucional. Tampoco faltan repudio a las encuestas y
encuestadores, perdiéndose la paciencia y el realismo.
Planificación y Administración
Cualquiera fuere el resultado de un proceso electoral, lo importante
será la conducción del interés público sobre la base de un diagnóstico serio y
objetivo y la revisión de los planes estratégicos - Municipalidad o Regional o
Nacional- para introducir los ajustes que los nuevos tiempos requieran,
evitando perderse en críticas vacías, sobre generalidades o en la innoble
cacería de brujas. Habrá que corregir, lo que fuera necesario y proyectar lo
inmediato y posible, de acuerdo a prioridades y a los recursos disponibles, sin
echarse a llorar porque la crisis ya nos alcanzó; en el caso nacional o en los
regionales o municipales, porque el
Gobierno Nacional no ayuda u obstaculiza. Importante será imprimir una
dirección apropiada a la Administración para que actúe con eficiencia y
eficacia, técnica e imparcial, lejos de cambiar por cambiar o, dejando lo bueno
por lo malo, sólo por decir que se es mejor y, peor aún, tomando la
Administración como un botín personal o
de grupo.
Elegidos los gobiernos la conducta de la autoridad ha de ser de todos a
trabajar de modo solidario y decente, sin perder la óptica de sancionar,
aquello pudiera evidenciar delito contra el patrimonio público o institucional
y de acuerdo a los procedimientos legales, sin ruidos innecesarios.
Guillermo G. Guerra Cruz
martes, 13 de diciembre de 2016
DESCUBRIENDO EL TIEMPO
Estimados cibernautas, les recomiendo el Capítulo tercero de este pequeño libro en el que se inserta un cuento navideño titulado JAIME FRANCISCO que trae a colación los modos tradicionales de la celebración de esta fiesta en nuestra realidad, algo de lo cual es importado. Lo importante en esta fiesta es poner la mirada y el corazón en Jesús de Nazaret.
PRESENTACIÓN
Descubriendo
el Tiempo es un cuaderno de recuerdos, fantasías, buenos deseos y, por qué no,
de una nueva visión del mundo y de la vida, procurando con ello el ejercicio de
la libertad.
Es
entrar en la búsqueda de las vivencias del pasado, el reconocimiento de las
virtudes ajenas, la exposición de los defectos y de las limitaciones para
comprender a los demás, y esforzándonos por reconocernos a nosotros mismos.
No
pretendemos fungir de literatos, simplemente, queremos dejar un mensaje para
las generaciones que vienen, basándonos en la experiencia de las generaciones
que se fueron y de las que se van, presentando de ellas lo mejor que tuvieron
con sus errores y sus aciertos.
Aunque
parezca que quisiéramos fugarnos de la realidad; pero, no, en verdad, lo que
queremos es simbolizarla, aunque con ello tengamos que ofender a los seres del
reino animal que carecen de alma y sobre los cuales el hombre ejerce una
obstinada persecución.
El
conjunto de reflexiones que emergen de estos cuentos son también un llamado al
esfuerzo para reconocer que lo que consideramos “malo” o “pecaminoso” podría
tener una justificación, un dolor que sólo corresponde a la persona que lo
lleva y lo exhibe; pero, si lo reconoce de modo sincero, es el camino que
conduce a la redención personal para poder iniciar el servicio a los demás.
En
el fondo, es el reconocimiento de que Dios está en todas partes y, como el mal,
vive en nosotros. Nuestro deseo, vehemente para todos, es que en cada Navidad,
Semana Santa o Pascuas de Reyes serán siempre una oportunidad propicia para
pedir a Dios que nos ayude a vencer el mal y a ampliar el espacio en nosotros
para él, por nuestro bien, por el bien de los nuestros y por el bien de los que
no son nuestros.
Agradecemos
a todos los que quienes tuvieron la paciencia de leer los textos iniciales, por
sus sugerencias y su aliento: a Víctor Julio Ortecho, Juan Carlos Vela, Luis
Amaya Deza, Carlos Castañeda, Ricardo Noblecilla, Carlos Reiner Guerra,
Guillermo Ludwig Guerra y Nelly Salas. Mi gratitud especial al Editor señor
Manuel Solórzano Martínez y a Domingo Varas Loli, quienes han hecho posible una
mejor luz para las reflexiones que contienen éstas páginas con sencillas
narraciones.
Trujillo,
Julio de 1999
Guillermo
Guerra Cruz
CAPITULO I
LA CASA DE DOÑA LAURA
A modo de Exordio
¿Qué
persona no guarda sus vivencias en el cofre de su memoria? ¿Quién no quisiera
contarlas como fueron o como debieron ser o como le venga en gana, con ansias
de volver a vivir esos tiempos? ¿Quién no quisiera lleno de esperanzas poder
cambiar algunas cosas malas o dolorosas y retener otras buenas, con el deseo de
volver a ver a amigos y enemigos, de corregir errores y potenciar virtudes?
Esto estoy haciendo en las páginas de este libro. Un poco de realidad y mucho
de fantasía. Algo de narrativa y mucho de cuento.
Los
amigos y conocidos que por aquellos tiempos estuvieron –son muchos-, a ellos
les pido que no me reprochen por la inexactitud de los personajes, de los
hechos y de los lugares. A los amigos que ya no están entre nosotros nos
iluminen con la luz de la esperanza, desde aquel mundo de paz del más allá,
donde ellos habitan.
Estos
relatos sólo son una aproximación al mundo ideal, en medio de ensueños y de recuerdos.
Son la expresión de un vehemente deseo de mirar las cosas positivas del
mundo y demostrarles que no son ni las tiendas ni las capillas las que
califican a los hombres; sino, los mismos hombres los que hacen el carácter de
las tiendas y de las capillas. La pesada realidad sólo es un pretexto, una mera
referencia para estos desatinos.
Estaré
satisfecho por las iras y los beneplácitos de quienes se atrevan a leer estas
páginas que son el pálido reflejo de una época que muchos quisiéramos que se
repita.
Siempre
pensé –aún hoy sigo pensando- que el país sería mejor si los hombres buenos de
todas las capillas políticas y religiosas formaran un solo movimiento, honesto
y vigoroso para trabajar sin tregua contra las desigualdades convencionales.
Lamentablemente, esto de bueno o malo, justo o injusto es tan difícil de
definir que las actitudes estarán siempre mezcladas.
El
tiempo muestra lo que en el pasado no pudimos o no quisimos ver o hacer. Pero,
si a pesar de los años, seguimos mirando el mundo con las mismas limitaciones y
vehemencia de la adolescencia, no hemos aprendido nada bueno o las cosas siguen
tan mal dentro de nosotros que provoca hacia nuestro interior reacciones de
terca oposición. No creo que ésta sea nuestra situación. Por eso, invito en
estas líneas con la serenidad y la vocación de consejero a que gocemos las
reminiscencias que en ellas se reproduce y a que guardemos nuestras iras para
gozar lo positivo que de ellas puedan emerger.
Escribo
estas fantasías, animado por ese dicho que reza así: “no hay libro malo; sino,
lector impaciente-fanático diría yo- que
sólo quiere lecturas que se acomoden a su modo de pensar”. No, no escribo para
ellos. Escribo porque algo dentro de mí me impone la necesidad de expresar lo
que siento. Me importa sí, que esta lectura conmueva la mente y el corazón
de jóvenes y ancianos y que a ellos alcance la fuerza de la fe y la confianza
en sí mismos.
Detesto
la odiosa práctica de quemar libros para disolver ideas o de imponer censuras
para esconderlas. Preconizo la solidaridad en la lectura. Busco el intercambio
de ideas para descubrir las agonías, las iras o las frustraciones de los
autores. Indago en las líneas de los libros las bondades y los odios de los
personajes que en ellos aparecen.
Estoy
tranquilo, porque mis lectores serán de los que leen con entusiasmo, pasión y
sentido positivo.
Estoy
harto de esa literatura seudonaturalista, que incluye en el relato la
realización de todas las fantasías que pueden ocurrírsele a la perversión
humana. No se trata de oponer la “hipocresía” a la “franqueza”; tampoco, de ocultar
miserias o lacras humanas. Es cuestión de explorar el alma humana en la
manifestación grosera de la realidad y en la sencillez de la vida doméstica,
dejando que la libertad y el buen sentido descubran lo demás. La gente mira
mucho más de lo que nosotros imaginamos.
Siempre
creí que la delicia del vivir está en la búsqueda permanente de la felicidad y
que el reto más sublime para el hombre es el misterio. Si se pierde el
misterio, sólo queda el aburrimiento y surgirá la necesidad de crearlo. Por
esta razón, la más bella etapa del ser humano es la infancia que crea y recrea
cada momento de la vida.
Volvamos
a ser niños para jugar con estos relatos, recreándonos con nuestra propia
fantasía. Carguemos nuestro espíritu con la virtud de la compresión y del perdón.
Busquemos cómo entender a cada cual en su propia circunstancia. No cacemos
pecadores para condenarlos.
Detengámonos
más bien en nuestros propios pecados que, seguramente, no serán pocos.
1.
EL NUEVO HOTEL
Ahora,
en lugar de ese viejo edificio, alguna vez, tierno, adolescente y adulto, está
el cine Star. Antes este edificio se llamaba “Nuevo Hotel”. Tuvo sus tiempos
buenos y vigorosos. Le había llegado la vejez, como nos llega a todos, sin
darnos cuenta y sin darle crédito al espejo.
La
diferencia está en que los humanos viejos cuentan aventuras de adolescentes con
todas sus fantasías y eso son puras fantasías y los viejos edificios sólo
guardan recuerdos de aventuras en sus paredes con oídos, que se conservan en la
memoria de todos los que por allí pasaron. Recuerdos que, con el correr de los
años, parecen cada vez realidades más intensas, en las que siempre hay algo
nuevo que contar. Aunque viejos, conservan lozana juventud, sin importar que ya
no estén más allí, como el caso del “Nuevo Hotel”. Son recuerdos que, por
amargos que sean, ponen siempre algo dulce al llegar al ocaso de la vida. Los
recuerdos son el futuro del presente y –como dijera el poeta- “cualquier tiempo
pasado fue mejor”. Los recuerdos son una especie de esteroides para las
fantasías musculares de los ancianos.
Para
esos tiempos, en los que las lágrimas se tornan en sonrisas y éstas, en
lágrimas, los recuerdos son las sombras que mitigan la soledad.
La
vieja finca pertenecía a la sucesión Callegari. Quien cobraba las rentas era
don Guillermo Callegari, uno de los herederos o, quién sabe, ya el dueño
absoluto de la finca. Para el efecto poco nos importaba. Don Guillermo era un
amigo, más que un casero. El seleccionaba a la gente a la que alquilaba las
habitaciones y a las que alquilaba el “sitio”, expediente que adoptó por
consejo de su abogado, para poder desalojar sin problemas a los inquilinos morosos y atrevidos, con el argumento que no
tenían en posesión una habitación de modo que mal podían cerrar el cuarto en
cuestión, al que se podía ingresar sin restricciones.
Don
Guillermo siempre fue amable y comprensible. Algunos inquilinos se fueron sin
pagar, pero muchos de ellos volvían con el tiempo a saldar sus deudas. Cosas de
la necesidad y efectos de la honestidad. Sin embargo, no siempre fue así. Don
Guillermo decía: “ya volverán, simplemente es una siembra de monedas, unas
veces en suelo fértil y otras en la arena”.
El
hotel se levantaba en medio de la cuadra 7 del jirón Orbegoso, en la acera
izquierda, caminando de norte a sur, entre los jirones Ayacucho y Grau. El
edificio era de dos pisos. Tenía una portada grande que daba ingreso a un
zaguán, al que de inmediato seguía el gran patio. Durante el día, la enorme
puerta de dos hojas permanecía abierta de par en par, pero, a partir de las 7
de la noche, quedaba abierta sólo la pequeña puerta, encajada en la hoja grande
de la derecha. Entonces, se temía únicamente a que algún loco callejero
allanara la propiedad para jugar con sus locuras. No había que cuidarse de
ladrones o pirañas.
El
patio llevaba directo a la administración y a las áreas sociales, que se
colocaban entre dos pasajes que conducían al traspatio. Las habitaciones del
primer piso se distribuían desde el zaguán. Entrando, había una habitación al costado izquierdo, con ventana al exterior
y otra en el lado derecho, con puerta al interior y a la calle, además de una
ventana. Las demás habitaciones corrían por la derecha después de la escalera
que llevaba al segundo piso y, haciendo un corredor, llegaban al traspatio
formando una L. En esa habitación del lado derecho funcionaba la “Fotografía de
Orlando Castro”, un artista del lente.
La
segunda planta exhibía cuatro balcones de madera calada, los que sobresalían
ligeramente hacia la calle.
Correspondían a sendas habitaciones, armonizando con el edificio situado
enfrente.
Ambos
edificios, ahora, lucen distintos. En donde estaba el “Nuevo Hotel”, es ya un
edificio de material noble. El edificio de enfrente está en ruinas, sufriendo
una doliente vejez. Al parecer, medio vacío y completamente descolorido, queda
aún como silencioso testimonio de los viejos tiempos, mientras las casas
vecinas se transformaron y remozaron. En fin, así sucede con todas las cosas y
también, con las personas.
El
“Nuevo Hotel” tenía habitaciones grandes y pequeñas. La mayoría de éstas eran
subdivisiones hechas de tocuyo y forradas con papel. Sólo las primeras cuatro
habitaciones tenían baño propio. Para las demás existían áreas comunes de
servicios higiénicos en el primero y segundo piso..
El
“nuevo Hotel” había dejado de ser hotel de viajeros para convertirse en una
residencia de estudiantes. Desde la perspectiva del estudiante, era cómodo. Los
cuartos tenían una cama, uno o dos pequeños viejos roperos, una mesa y un par
de sillas. Había que barrerlos todos los días. Limpiarlos a fondo, cuando menos
una vez a la semana, echar petróleo en el piso y en la tarima de la cama para
correr a las pulgas y evitar los chinches, esos bichitos proletarios.
Sus
paredes estaban llenas de inscripciones. Estas notas, eran recuerdos de
estudiantes ya profesionales.
Curiosamente- como si se hubiera suscrito un pacto entre sus
ocupantes-no había inscripciones obscenas a la vista del visitante. Pero; sí,
algunos mensajes con picardía, salvo en las paredes y en las puertas de las
duchas y de los excusados, cuya literatura y dibujos eran tantos que ya no se
podían leer. En estos íntimos espacios podían aún distinguirse, por su repetida
insistencia, mensajes como éstos: “Un día serás esto mismo que aquí queda”.
“Aquí termina tu vanidad y empieza tu realidad”. “Prohibido dejar más de un
kilo”.
En
aquel entonces, habitaban esta pensión unos cincuenta estudiantes y algunos
profesionales. El mayor López, comisario del puesto policial del jirón
Ayacucho, ocupaba la habitación más grande y más cómoda del segundo piso. Tenía
como vecinos a René Cárdenas, “Brasil” y a Rodríguez “Ricurita”, profesor de
educación física.
El
mayor López leía mucho, lo que nos parecía una curiosidad en un policía. Sucede
que estudiaba Derecho y cursaba el último año de la carrera. Era un profesional
de la seguridad pública con muchas aspiraciones. Después de su salida jamás
volví a escuchar de él.
Las
áreas sociales del primer piso eran amplias y servían para la Administración y
sala de estar para los pasajeros. En estos aposentos, que daban de patio a
traspatio, vivían para el lado del patio una joven pareja de
profesores-abogados que, con el correr del tiempo, se destacaron en puestos
importantes de la magistratura y de la administración educativa en Trujillo. Al
frente del traspatio vivía otra familia de apellido notable, algunos de cuyos
miembros-casi todos- tenían fama de locos; con escudo de armas, pero con bienes
por reclamar y casi nada para gozar de inmediato.
El
“Nuevo Hotel” colindaba con el colegio nacional de mujeres “Santa Rosa”, que
existe aún hoy, en la esquina que forman los jirones Ayacucho y Orbegoso. Desde
cierto lugar del hotel podía verse el patio y el pabellón de dormitorios del
colegio. En aquella época existía el internado.
Esa colindancia era muy buena para las alumnas internas, quienes ciertas
noches se deleitaban con las serenatas de los estudiantes jaraneros del hotel.
Era irritante para las monjas que administraban el colegio y para don Guillermo
que recibía las quejas frecuentes de la madre superiora y hasta las amenazas de
expropiar la finca para ampliar el plantel.
Poco
antes de que fuera derribado este edificio decidí hacerle una visita. Era ya un
tugurio. Las escaleras habían perdido muchos peldaños. Los pasadizos del
segundo piso parecían muelles en ruinas.
Algunos
de los huéspedes, que se resistían en abandonarlo, lo llenaban de humos y
olores a ajos y cebollas. No pocos eran estudiantes con alguna conviviente o
mujeres ingenuas que quedaron abandonadas, esperando el retorno de los que se
fueron con el título profesional en la mano y con la promesa de volver pronto.
“El
Nuevo Hotel” es, ahora, sólo recuerdos en las mentes de varias generaciones.
2.-
LAS TERTULIAS
En
el curso del ochenio de la dictadura de Odría, los estudiantes universitarios
solíamos hacer tertulias literarias y dándole cierto sabor político. Fungíamos
de futuros salvadores del país, al que prometíamos devolverle la libertad,
ayudarlo a constituir un gobierno honesto y a salir de la pobreza y del
colonialismo mental. Eran anhelos juveniles, un complejo, que podríamos llamar
“Corazón Valiente para librar al pueblo de un tirano”. Anhelos como éstos no
deben morir jamás en el alma de la juventud. Si esto ocurriera, ese pueblo
habrá perdido toda opción de un futuro libre, hecho indeseable por toda
colectividad que se respete. El gran problema era-y lo es hasta hoy- cómo
conjugar libertad con disciplina. La emotividad es nuestra característica y el
entusiasmo vacío, es nuestra desgracia.
Corría
el año 1954 y en el próximo inmediato se convocaría a elecciones. Había que
luchar para evitar el fraude electoral y el ingreso de un gobierno que
encubriera la rapiña del que se iba, no por que así lo quisiera; sino, como
necesidad y seguridad políticas, bien percibidas por el ejército de entonces.
Sería una tarea harto difícil, pero estábamos seguros de cumplirla.
Tratábamos
de convencernos que para la juventud nada resulta imposible, siempre que se
actúe con pundonor y constancia. Eran pensamientos con grandes y nobles deseos,
pero ingenuos. Semejante objetivo resultó siendo una misión imposible. Perdimos
de vista los sucesos de la dimensión desconocida, es decir, de las
negociaciones de alto nivel, donde se toman las decisiones efectivas y definitivas,
por encima de ideologías, combinando intereses individuales y de familia,
ignorando idearios y en las que el bienestar del pueblo es sólo un pretexto.
Olvidamos la existencia de organizaciones sociales que actúan por encima de
grupos y de partidos políticos. Pasamos por alto que el pasado y el futuro en
las alianzas políticas son momentos que corresponden a la memoria del pueblo y
la memoria del pueblo es mala. El futuro político no tiene riesgos y queda
limpio cuando se hace presente, porque el pueblo olvida fácilmente. Semejantes
condiciones estuvieron fuera de nuestro entender, pero muy claras en los
políticos de siempre, quienes no vacilan ante las oportunidades que consideran
más convenientes para ellos y, a veces, si algo queda, también para sus colectividades.
La
política era para nosotros una adhesión estética y un sacrificio religioso.
Lejos estábamos de su auténtica naturaleza: conciliación de inconfesables
intereses, ventajas mutuas para las partes aliadas, desconfianza permanente y
poca lealtad entre ellas. Olvidamos que la política es el más cruel de los
negocios. En la política, las virtudes estorban y la ingenuidad es un pecado
mortal.
Pasábamos
algunas noches, particularmente en vísperas de feriado, discutiendo temas
diversos. Empezábamos en la cafetería de Masami, en la esquina de Grau con
Junín, al costado del que fuera el cine “El ´Pueblo”. Allí, alrededor de un
vaso de leche o de una taza de café, comentábamos los acontecimientos
universitarios, del país o el ejemplar de Cuadernos Trimestrales, dirigido por
Marco Antonio Corcuera, con poemas de Torres Ortega-el Poeta del Mar- Carlos H.
Berríos y otros vates laureados.
De
vuelta al “Nuevo Hotel”, nos deteníamos en el chifa el “Gallo Rojo”, a mitad de
la quinta cuadra de Grau, del que nos despedían cortésmente a la una de la
madrugada del otro día. Después de todo, sólo consumíamos una taza de té
jazmín. Terminábamos en el traspatio del “Nuevo Hotel” a eso de las dos de la
mañana.
El
traspatio, aunque pequeño, era acogedor. En el centro, se levantaba una banca
en media luna con un cómodo respaldo. Estaba hecha toda de cemento. Hacíamos de
este traspatio una pequeña plazuela y un jolgorio de conversaciones. Unas
veces, a la luz de la luna llena y otras, con las luces que llegaban de alguna
parte. En esos trances, Rubén Vallejos tenía siempre algún poema para declamar,
pero en cada sesión no faltaban sus “Heraldos Blancos”, un himno a la esperanza
y optimismo.
Fue
una etapa de solidaridad. No había distinción partidaria y nos unía un solo
propósito: rescatar las libertades individual y pública.
Nuestras
fantasías políticas se exponían con iluso entusiasmo juvenil, exagerada
vehemencia y levantando la voz. Los inquilinos de las habitaciones vecinas,
tanto del primero como del segundo piso, protestaban con gruesas expresiones,
de las que una de las más suaves era “¡Ya, carajo, políticos de mierda dejen
dormir!” ¿Qué nos quedaba? Con tan “elegantes palabras” cualquiera entiende.
Tertulia acabada y, calabaza, calabaza, cada uno a su casa.
3.- EL SERMÓN
Era
un viernes del mes de febrero. Tenía clases de inglés a las 7 de la mañana.
Salí presuroso hacia el edificio “Joaquín Jiménez” de la Sociedad de
Beneficencia Pública de Trujillo, situado enfrente de la Plaza de Armas, en una
de cuyas oficinas tenía en su academia de idiomas mister Loyer. No imaginaba,
por aquellos tiempos, que en esos mismos ambientes tendría yo, unos años
después, mi habitación y oficina.
Por
piedad o por costumbre, estando la iglesia San Agustín en el camino, quise
antes entrar en ella y orar. Sólo era cuestión de unos pasos a la derecha.
Después de todo, tenía que tomar algo en la juguería “San Agustín”.
Entrando
a la iglesia, tropecé con doña Laura. Ella venía acompañada por Yolanda, una de
las chicas más bonitas de la “Casa”, un enigma con respecto a la profesión allí
practicada. Doña Laura, a la que siempre conocí, sino adusta, por razón de su
trabajo, riendo, por la misma razón; ahora, lloraba y lloraba con sollozos
retenidos, como lo suele hacer la gente elegante, enjugando suavemente sus
lágrimas con un pañuelo de seda, mientras Yolanda, nerviosa, la consolaba.
“Librerito – me dijo doña Laura - ¿Ésta es la
iglesia de la que me hablaste? El cura está vociferando contra las prostitutas.
Ha mencionado con ira mi casa. ¿Qué le han hecho mis chicas? Míranos, estamos
vestidas con decencia, con mangas tres cuartos, a pesar del calor. Todo lo que
hemos querido es orar por el alma de Nora. ¿Te acuerdas de ella?” Claro que sí,
murió en Lima, su hijo se recibió de médico. Yolanda tomó el abanico español
que doña Laura llevaba y le echó aire. “Visítame, Librerito” – me recomendó
doña Laura – y, acariciándome con la ternura de una mujer dolida, me recordó no
dejar de llevarle sus revistas “Burda”, “Para Ti”, “Vanidades” y las novelitas
de Corín Tellado para las chicas. Se alejó, colgada del brazo de Yolanda,
caminando en dirección al viejo Mercado Central, hacia la inmediata cuadra del
jirón Bolívar, entonces un apacible lugar de paseo.
Intrigado, ingresé al templo. El cura
predicaba aún y con tono premonitorio advertía que no era cosa de caballeros ni
de buen cristiano mezclarse con prostitutas, mujeres perdidas, desalmadas, sin
escrúpulos. “A esas perdidas –gritaba- hay que eliminarlas. Ellas son causa de
tentación y de pecado para los hombres buenos, son la negación del amor; pero,
las autoridades no ven estos lupanares, se hacen de la vista gorda y permiten
esas casas de tolerancia que, sabe Dios, si ellos también las visitan…” El cura, de contextura robusta y mejillas
rechonchas, levantaba el dedo acusador señalando hacia el auditorio, su
garganta se inflaba y su rostro se irritaba. Era tanta la ira, real o fingida,
que atropellaba las palabras, hasta que al fin, bajando la voz, concluyó: “el
perdón no es para ellas, el templo de Dios no es para ellas, las misas no son
para ellas; sino se arrepienten y renuncian a Satanás”. Entonces comprendí que
en alguna parte del sermón habría hecho mención directa a la “Casa” que doña
Laura regentaba o quizás hasta las habría señalado. Pero no podía ser, ¿dónde
las habría conocido?
Era el 14 de febrero, día de San Valentín,
día del amor. La misa era alguna de las mandadas a celebrar en honor al Santo
Patrono de la ciudad de Trujillo. Las bancas delanteras estaban llenas de
señoras elegantes, pertenecientes a la cofradía del Santo. Compartían esas
bancas ancianos caballeros, acompañantes de las feligresas destacadas. Muchos
de ellos, ahora que estaban dedicados a prácticas piadosas, habrían hecho ya
recuerdos de los frecuentes momentos pasados en esa “Casa”, extrañando los
tiempos de pecado. Esto explicaba el tema del sermón. Lo peor de todo era que,
en la búsqueda de los caminos a la virtud, tenían que pagar la factura las
prostitutas, a las que irónicamente el vulgo las apoda con términos
despectivos, como polillas, mariposas nocturnas, marocas, bocas pintadas y
otras monsergas que es mejor callar, como callan esos imbéciles, el deleite que
obtienen de ellas para luego cargarles las culpas de su propia miseria.
Semejante hipocresía condena a la prostituta y goza la prostitución.
Avancé un poco. Quedé frente a uno de los
cuadros del vía crucis. Allí estaba Jesús, crucificado entre dos desconocidos;
María Magdalena lloraba, abrazada al pie de la cruz. Estaba lleno de ira, pera
esa imagen me apaciguó y motivó a la reflexión. Sí, María Magdalena fue una
prostituta y dejó el oficio sin tomar en cuenta el temor al infierno. Ella, la
Magdalena, llorosa allí, supo de la prédica de amor que ese Hombre de Galilea
anunciaba, sin límites ni distinciones de raza, religión, nacionalidad o clase
y admiró el testimonio que con su vida daba de ello. Por eso fue a halagarlo,
lavando y perfumando sus pies; reconociendo sus pecados y honrando, a su
manera, la consecuencia del maestro, mientras los hipócritas se revolvían en su
oculta maledicencia, porque sólo ellos sabían cuánto habían gozado de sus
favores a cambio de darle su maldito oro o, por lo mismo, con otras, en
situación semejante.
Entonces, imaginé a Yolanda como una María
Magdalena. Creí encontrarle un parecido con la mujer de la pintura. No se me
ocurrió pensar en su redención. Quizás, ella tampoco sabría qué hacer en
libertad, como pasa con las aves en cautiverio que escapan de la jaula que las
encierra; pues necesitan siempre de un dueño que cuide de su vida, a cambio de
sacrificar su vuelo. En fin, confiemos en la voluntad de cada cual y en la
bondad de Dios. Nadie conoce el futuro, aunque puede labrarlo con sabiduría y
paciencia.
Al salir del templo, mojé mis dedos en la
pila de agua bendita y pensé en la desilusión religiosa de la pobre Doña Laura.
Había logrado venderle una biblia de Nácar-Colunga, convenciéndola al leerle
los versículos iniciales del canto primero del “Cantar de los Cantares”.
Doña Laura quedó impresionada y, diría, hasta
intrigada con el Libro Sagrado. Tenía la esperanza que supiera diferenciar
entre el hombre y la Iglesia como ecuménica organización.
Salí a la calle aliviado, pero confuso. En el
camino me preguntaba: ¿No es la casa de Dios para todos su hijos? ¿Acaso sólo
tiene valor la oración del virtuoso? ¿Son las prostitutas las pecadoras? ¿Y qué
de los clientes que allí van? ¡Vaya Ud. a saberlo! La vida es mucho más
complicada que las especulaciones de un fanático sermón. Sí, tan difícil como
el agónico discurrir del celibato en aras de cualquier ideal: religioso,
político o social. El celibato, cruel sacrificio del excelso don de la
paternidad, que nos hace partícipes de la obra creadora.
El bullicio de la calle me despertó. Llegaría
muy tarde a mi clase de inglés. Apresuré el paso y me perdí entre las palmeras
de la “Plaza de Armas”.
4. EL TROCADERO
Los viernes y sábados
eran días festivos en el restaurante "El Trocadero". Una multitud de
clientes se aglutinaban en sus espacios para terminar la semana o para celebrar
éxitos u olvidar fracasos. Tampoco faltaban parroquianos en el curso de la
semana. Estudiantes, trabajadores -bancarios en especial- y forasteros
llenaban sus mesas. Era lo que ahora se llamaría un "chupódromo", un
canchón con numerosas mesas ocupadas por bebedores. En aquel entonces, la
cerveza Trujillo no sólo sabía a remedio o a lejía; sino que hasta descomponía
el estómago. Se prefería alguna de las cervezas de Lima o del Callao. Otros
tomaban pisco o ron, puros o combinándolos con Coca Cola o Canadá Dry. Los
parroquianos de este bebedero apostaban a emborracharse, en medio de un
ambiente de voces, música y humos de tabaco. Las sombras de la cirrosis y del
cáncer no se percibían, parecía no importarles a nadie. "Al fin, de
algo se morirá y el mundo se acabará", decían levantando el vaso,
haciendo salud o echando gruesas bocanadas de humo en forma de anillos.
La política no
era la conversación preferida en la primera mitad de los años cincuenta, por
temor a los soplones y, en la segunda mitad de esa década, para evitar romper
el encanto de la reunión. Se prefería el entretenimiento literario o el chiste
equívoco o de doble sentido; cuando no, el chiste rojo, humor con mezcla de
sexo y frases soeces, o los cuentos y fantasías de aventuras propias; exaltando
y hasta exagerando la extraordinaria capacidad masculina de cada narrador.
Estos temas eran mejores que los políticos, en lugares donde el alcohol es un
pésimo consejero, particularmente al llegar al "estado del León",
terrible momento de la borrachera, que eleva el ánimo pendenciero.
"El
Trocadero" ocupaba un local en la quinta cuadra del jirón
Gamarra, frente a lo que antes fuera el Banco Internacional, entre la casa Banante
y el Banco de Crédito. El local llegaba hasta el borde de la esquina con la
Plazuela Iquitos, interponiéndose una peluquería japonesa, muy concurrida.
Este local tenía una
rockola. Un equipo, que parecía una de esas máquinas de juegos mecánicos, con
una colección de lo más variada en discos pequeños de 45 rpm, que giraban por
una moneda de 20 centavos.
Entonces, el mambo
de Pérez Prado era ya música del recuerdo. Hacía furor
el rock de Elvis Presley. Estaba de moda la "Coca Cola"; símbolo de
vacuidad juvenil.
En la rockola se
alternaban el rock con los boleros. Esas románticas
baladas tropicales que motivan la tranquilidad y hasta parecen eternas. Valses
y polcas ponían la nota eufórica, cuyas letras eran temas de conversación. No
menos de un problema se suscitaba por las preferencias musicales de los
clientes. Era cuestión de jugar a las ganadas para echar monedas en la rockola.
Si alguien alteraba
el orden porque así le venía en antojo, el bar-restaurante tenía sus
aspirinas, boxeadores en quiebra, aún con puños muy firmes. Cualquier lío
terminaba en la calle o en la comisaría.
Los parroquianos,
intoxicados por el alcohol, ya en la calle, les daba ganas de torear a la policía, de
hacerse los machos, de practicar los 100 metros planos y, con ese motivo,
lanzaban el grito de guerra, a todo pulmón "¡Viva el APRA, Carajo!"
Muchos de ellos terminaban en la comisaría de Ayacucho, pues caían al suelo de
puro borrachos. Al día siguiente -ateos,algunos- juraban por Dios y confesaban
al comisario ser apolíticos.
Más tarde,
no pocos de estos aventureros de ocasión afirmaron, en las buenas épocas del
Partido Aprista, haber estado en la carceleta de aquella comisaría, por razones
políticas y, por esa hazaña, reclamaron la recompensa de "su
partido" como si algo les debiera.
5.- LOS
ARTISTAS
Los sábados por
la noche solía llegar al "Nuevo Hotel" el negro Olaya para
encontrarse con Izquieta. Juntos hacían dos talareños, aficionados a la
guitarra, al canto y a la jarana. Completaba el trío un muchacho arequipeño
apellidado Cavagnaro que, trabajaba en una fábrica de textiles aquí en Trujillo
y estudiaba en la Universidad. Cavagnaro había sido hospedado por el mayor
López, quien rara vez se quedaba en el hotel los fines de semana.
Haciendo tiempo
para salir de parranda, el trío artístico y los demás acompañantes empezaban a
musicalizar a punto de las diez de la noche. De pronto se desplazaban hacia el
alero del techo que daba al colegio vecino y, en agradable armonía, empezaba la
serenata para las internas. El limeño estaba detrás de una de ellas. Era un
amor a distancia, un amor a primera vista y con catalejos. La interna no
salía ni los sábados. Sus padres eran de San Pedro de Lloc. Ellos viajaban con
frecuencia a Lima, donde estudiaban sus dos hijos varones. Era un amor por correspondencia
y notas musicales, un amor de suspiros, de los que ya no existen; menos ahora,
que las mujeres fuman, beben cerveza, eructan ron y juegan al fútbol.
Izquieta era la
primera guitarra, Olaya la segunda y el limeño, guitarrista
y vocalista estrella. El limeño decía que era pariente del compositor de
aquella triste canción Osito de Felpa -a veces he pensado que fue el mismo
compositor- la que interpretaba con sentimiento realmente conmovedor, al punto
de hacer llorar a más de uno. El repertorio era amplio. Habían días en los que
se reunían sólo para ensayar. Esos eran momentos para correr de aburridos.
Discutían sobre los temas y sus expresiones, incluidos valses criollos y
polcas. Afinaban y reafinaban las guitarras. Recuerdo la emoción que solían producir con los valses Hermelinda, el
Plebeyo, el Canillita, el Huerto de mi Amada, el Provinciano. No había
bolero del trío Los Panchos que no supieran. Lo admirable era el estilo con el
que ejecutaban sus interpretaciones musicales. Eran unos verdaderos artistas.
Izquieta y Olaya
eran estudiantes de Ingeniería Química, vocación muy común entre los talareños.
En Talara, los hijos de los trabajadores de la International Petroleum Company
que destacaban en los estudios, recibían -sea por convenio colectivo o por el
interés empresarial en la
formación y sustitución de cuadros técnicos- ayuda
significativa para que estudiaran en Trujillo o en otros países. Esto y las
ventajas del trabajo seguro e inmediato en el área de los hidrocarburos,
alimentaba el entusiasmo para el estudio de esta profesión. Por otra parte la
Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional de Trujillo había
adquirido gran prestigio con los ingenieros Carranza, Gorbitz, Flores y
Cárdenas, para mencionar a los que más recuerdo.
Walter Palacios,
"pocos trapos", por lo flaco que era, nos acompañaba en
los encuentros musicales con sus recitales poéticos. Al son de la guitarra de
Izquieta, Walter traía poemas de Acuña, de Juan de Dios Peza, de Salaverry y de
Neruda. Estas serenatas y recitales no tomaban más de una hora, por el frío y
por el temor que llegara la policía. Siempre pensé que tal cosa no pasaría. No
podía imaginar que las monjas perdieran su sensibilidad de mujer por el hecho
de haber optado el hábito. Sin embargo, también estaban las razones de
disciplina que era el fundamento de las quejas que, el día domingo, recibía Don
Guillermo, muy temprano en su casa, ubicada en la calle Grau. Pobre don
Guillermo, siempre amable. Era su comprensible decir: "no lo vuelvan a repetir,
muchachos". Eso era todo, casi cada semana.
6.- POLÍTICA, DICTADURA Y FORTUNA
Empezaban a
caldearse los ánimos políticos, aquellos que habían quedado
embalsados por la feroz represión del gobierno "democrático" del
General Odría, electo en 1950 en un cómico proceso electoral, con los
candidatos y personeros de las listas del general Ernesto Montagne puestos en
prisión en todo el país, incluido el general candidato. En tales elecciones, el
candidato único, don Manuel Odría obtuvo el 100 por ciento de los votos y nadie
recurrió a los fueros supranacionales y ni siquiera se quejó.
Odría tenía ya más de 6 años de gobierno. Desde 1948, se jactaba de su
política de "hechos y no palabras" y de mantener al país en
tranquilidad sobre la base de brutales acciones represivas contra todo
opositor. Le tocó administrar los excedentes del comercio de los metales en el
mercado internacional, de gran demanda y excelente cotización, a causa de la
guerra de Corea. La "bonanza" precaria de este fenómeno en los países
proveedores de metales, pudo haberse invertido en el despegue para el desarrollo, pero lo
más rentable políticamente era la industria de la construcción.
Cualquier otra inversión resultaba de beneficios retardados y favorecerían más
al próximo gobierno.
Las construcciones
hospitalarias monumentales, de unidades escolares y vecinales, o de alguna obra
de irrigación, como la del río Quiroz, en el norte del país,
atrajeron al poblador de la sierra a las ciudades principales, particularmente
de la costa. Esta política generó una
precaria multiplicación del empleo y significó para los hombres del
régimen buenos rendimientos económicos y políticos. Excelente manera de hacer
dinero y de asegurar el futuro político, sin más reproche que el de intelectuales
honestos, metidos circunstancial-mente en política.
El general Odría terminó su mandato con una significativa fortuna
-según él- resultado de "grandes regalos" que aceptaba gustoso. En
efecto, el dictador declaró, a propósito de las cuentas que la bancada
democristiana le hiciera en el Congreso sobre la diferencia entre su fortuna y
los posibles ahorros de su sueldo de general que, simplemente, rechazaba los
regalos de poco valor y aceptaba los presentes que valían la pena.
Con el general, se
enriquecieron también sus promotores, áulicos y colaboradores. Muchos
de ellos sin arriesgar responsabilidad, ni imagen. Sí, más bien, mostrándose
como hombres decentes, como políticos sagaces que saben hacer
"finanzas" con las obras públicas y los trámites administrativos sin
dejar huella alguna.
¡Cómo son las cosas y la memoria del pueblo! Hace
poco, leía un artículo publicado en la página editorial de un diario local un
elogio a la obra del general Odría. Durante esa semana, según unas encuestas
difundidas por la televisión, el público de aquella época recordaba al general
Odría como el mejor presidente de los últimos años. Después de todo, esto no es
para sorprenderse. En 1962, por poco no resultó, nuevamente, presidente de la
república. Los comandos de las fuerzas armadas de entonces lo impidieron, sea
por viejos y justificados resentimientos o arbitrarias postergaciones en las comisiones
o en los ascensos o por las rencillas propias que suelen producirse en estos
cuerpos de servidores públicos. Ernesto Montagne, hijo, ya era un prominente
oficial de los comandos de las fuerzas
armadas. Era comprensible que este alto oficial no
recibiera con agrado la posibilidad de un nuevo mandato de don Manuel A. Odría, pues
hubiera sido un insulto a la memoria de su digno padre.
7.- LAS
TIENDAS DEL MERCADO CENTRAL
Tengo un recuerdo
vago de las tiendas ubicadas al este del viejo Mercado Central, en la calle
Gamarra. Era una fila de ellas, colocadas en serie y en planos elevados. Se subían dos o
tres peldaños para ingresar a algunas de ellas. La ventilación en esos
ambientes era escasa, pero los propietarios se esforzaban en la limpieza de sus
negocios.
El viejo mercado se
reemplazó por el mercado de ahora existente y, en la vera de
enfrente, de la misma calle, se han levantado varios edificios en el área de
las que fueran tiendas de don José D'Angelo y de otros almacenes de textiles.
Allí estaban hasta hace poco los almacenes "Aray" y aún hoy existe,
la ferretería Lau y el hotel Continental, entre otros. La farmacia "La
Española", de la esquina Gamarra-Ayacucho no está más.
El grupo de la UCES,
Unión Católica de Estudiantes Secundarios, solíamos
reunimos a tomar desayuno en uno de esos pequeños cafés del viejo Mercado
Central, después de participar en la misa de la Iglesia San Lorenzo y escuchar
la charla del padre Vanriest. Era un sencillo salón de desayunos, cuya
propietaria era una bondadosa ciudadana japonesa, una señora amable, de corazón
de oro. Siempre nos recibía cordialmente y nos facilitaba las mesas para
continuar la reunión, desayunando. Los domingos servía el exquisito frito trujillano
con una excelente taza de aromático té. Al parecer se deleitaba escuchando
nuestra conversación y, a veces, se acercaba para darnos noticias de su hijo.
Participaba su nostalgia y orgullo de madre con nosotros. Él estudiaba medicina
en la Universidad de San Marcos en Lima. Con alegría mostraba su foto, en la
que aparecía con mandil blanco y estetoscopio colgado en el pecho y nos
aseguraba que también pertenecía a una de las organizaciones católicas
universitarias.
Allí había
una rockola con discos de música culta y de conversación. Era nuestro solaz
escuchar a Mario Lanza interpretando II
Pagliaci, La Boheme o Adió Fiorito Asil de Madame Butterfly. Mario Lanza era el tenor de moda e incluía en su
repertorio canciones ligeras como Muñequita Linda, Caminito, Amapola, Paloma,
etc.
Después del
desayuno recorríamos las tiendas, dejando en ellas los impresos relativos al
evangelio de la semana. En algunos casos, recibíamos encargos de los
trabajadores de los mercados para gestionar algún asunto administrativo o
ayudarles a redactar sus peticiones para las autoridades políticas y
municipales.
Después de la
visita al mercado, nos dirigíamos a continuar el trabajo social en la llamada
"Barriada la huaca", ahora urbanización Torres Araujo, en memoria de
un luchador social. Entonces, era algo así como un improvisado asentamiento
humano. Logramos levantar allí un empadronamiento que pusimos a disposición de
la Municipalidad.
8.- LA
COALICIÓN NACIONAL
La Coalición
Nacional, un grupo de la más rancia derecha, se había lanzado a la campaña
política para las próximas elecciones. Por algún motivo fustigaba al dictador
Odría, criticando su gestión y prometiendo enderezar las cosas en libertad. El
grupo era lid erado por Roselló, conspicuo representante de un sector del
empresariado limeño. Su mentor era don Pedro Beltrán Espantoso, un liberal a
ultranza. Poco se puede decir de la ideología del movimiento de Roselló, pues
no exhibía doctrina ni programa, sus posibilidades se inscribían en el
liberalismo de Beltrán. Roselló y recorría el país en busca de adeptos, pero
sucede que no por mucho madrugar se amanece más temprano y así fue.
Roselló y su séquito habían estado ya en varias ciudades del país. Ese día
estaba anunciado para presentarse en Trujillo. La gente se había congregado en
la Plaza de Armas. Un puñado de zambos macucos se había instalado en la parte
superior del monumento a la libertad, mirando a la calle Pizarro. En efecto,
llegó un hombre robusto, de más o menos 1.80 m., sencillamente vestido, en
mangas de camisa y con un perfil campechano de hombre corriente. Esta era la
imagen y el slogan de su marqueteo político: "Roselló, el hombre común y
corriente". Alguien lo presentó, bajando de inmediato para alentar a la
concurrencia, buscando aplausos para el discurso de don Pedro Roselló
Roselló empezó su arenga, pero, apenas si había hecho la
exhortación inicial, fue interrumpido por un griterío producido por una
improvisada manifestación de jóvenes universitarios y trabajadores de las
haciendas vecinas que arribaron a la plaza portando en hombros a un tipo
delgado, "blanquiñoso", de cara alargada y nariz curvada. Abriéndose
paso entre la multitud congregada, a bocinazos, entró de retroceso una camioneta
a la plaza y se estacionó dando frente al orador, a unos metros del pie del
monumento. En ella se trepó el tipo, entre vítores y aclamaciones que hacían
tal barullo que acallaba la voz de Roselló. ¡Lucho, Lucho, Lucho...! Eran los
gritos a coro por la multitud que, al parecer, había estado esperando
pacientemente el momento. El recién llegado inició su discurso desde la
plataforma de la camioneta, rodeada de trabajadores de las haciendas aledañas
y muchachos universitarios. "Compañeros -empezó el intruso orador- traigo
al pueblo clavado en el corazón, porque su recuerdo y el ansia de terminar con
sus sufrimientos me mantuvieron en el destierro..." Después de una breve
presentación de sus penas en el exilio, fustigó a las oligarquías con tal vehemencia
que su entusiasmo invadía a la concurrencia que empezó a gritar "¡Afuera
Roselló, afuera Roselló!" La gente se agitó y puso atención a la aparición
de un hombre tan grande como Roselló, de cejas densamente pobladas, de mirada
dura, quien tomó el espacio central de la camioneta que, con cortesía y
respeto, le dejó Lucho. La presencia de este nuevo personaje alentó a Roselló,
quien con el micro en la mano izquierda se dirigió al recién llegado y
señalándolo con el dedo le increpó, diciendo: "Qué te pasa Armando
Villanueva, de donde acá eres tu hombre de pueblo, si hemos estudiado en la
misma clase y promoción del Colegio de la "Recoleta" en Lima".
Como si no fuera con él, Villanueva siguió con su discurso hacia la multitud,
exhortándola a "repudiar a la clase explotadora, responsable de la
miseria en el país y aliada del imperialismo yanqui".
El
clamor de la concurrencia seguía con la insistencia de
¡Afuera, afuera Roselló! ¡Lucho, Lucho, Lucho...!
Efectivamente, el blanquiñoso de nariz curvada era Luis de la Puente Uceda, de
quien teníamos noticias por su destacado liderazgo universitario y militante de
las juventudes apristas. Un político romántico.
De la Puente,
atendiendo al clamor de la multitud, se dirigió
nuevamente a la muchedumbre diciendo: "Esta plaza es del pueblo heroico de Trujillo y aquí no
tienen cabida las derechas caducas, cavernarias, explotadoras, aliadas del
imperialismo yanqui, hambreadoras del pueblo, responsables de la tuberculosis
de los trabajadores y de la prostitución de miles de mujeres". La masa se
enardeció. El orador, alentado, continuó: "Éste es un pueblo que sabe de
su libertad y de su honor, es un pueblo de mártires por la liberación, es un
pueblo de larga contribución a las luchas populares..." La concurrencia se
enardecía y el orador se expresaba como si estuviera en éxtasis, con los puños
de ambas manos elevados hacia el cielo: "En Chan Chan están enterrados los
cuerpos de nuestros compañeros, caídos en la lucha por la libertad; pero aquí
viven sus ideales con la esperanza de hacerse pronto una realidad". La
atención se centró en el vehemente universitario, ya bastante mayor, pero con
bríos y fuegos de adolescente redentor. "Éstos -prosiguió el orador- que
ayer encumbraron al dictador de turno vienen ahora aquí echándose de palomitas,
de salvadores y de políticos nuevos, ¡Que los compre quién no los
conoce!". "Aquí estamos los auténticos defensores de los derechos del
pueblo que venimos del destierro a tomar nuestro puesto de lucha y a enfrentar
a estos falsos profetas, a seguir en el camino que nos trazaron los mártires
del 32, cuya sangre no dejaremos correr en vano".
Roselló se
desgañitaba, retando a De la Puente y a Villanueva, echándoles en cara estarle
haciendo el juego a Odría, de ser tontos útiles del dictador y afirmando que
los habría traído para usarlos contra la voz de la democracia que representaba
la Coalición Nacional. "¡Trabajemos juntos y acabemos con la dictadura
militar!" -invocaba Roselló-. Nadie lo escuchaba. Algunos de los
curiosos, como yo y otros amigos, sorprendidos por la inusitada confrontación,
tratábamos de apaciguar los ánimos para dar lugar a un encuentro polémico,
pero resultaba imposible en medio del tremendo griterío.
Roselló,
visiblemente malhumorado, hizo gestos y ademanes de rabia y, protegido por sus macucos guardaespaldas, se retiró hacia la calle Orbegoso, abordando una
camioneta que él mismo condujo, flanqueado en los estribos por varios
guardaespaldas.
De la Puente
continuó con su discurso, al que puso fin con tono
triunfal: "¡Compañeros, aquí se acabó la farsa de la derecha "
"Aquí, en la cuna de la libertad y del aprismo. hemos enterrado a la
Coalición Nacional! ¡Viva el APRA, compañeros!"
La multitud siguió con la maquinita: ¡APRA, APRA, APRA...!
Quedamos intrigados
por el hecho de que alguien de la concurrencia voceara el nombre de los más
destacados líderes del Apra, pero sin respuesta ni eco en el grupo compacto que
rodeaba a de la Puente y, por el contrario, fue el nombre de Lucho el que
dominó la tarde. Allí estaban Walter Palacios, el gordo Quezada, Pita Díaz,
Malpica, Ángulo Ibérico, Ibérico Mas, Fernández Gaseo, Gonzáles Viaña y otros, quienes sacaron a De La Puente
en hombros y se dirigieron por la calle Pizarro, pregonando su triunfo y
cantando la "Marsellesa aprista".
El grupo
universitario cristiano tomó el asunto como un mal necesario, pese a nuestra
posición de pluralismo y tolerancia. Hablamos de la indispensable distribución
de la riqueza y de acabar con las oligarquías y terratenientes.
El negro Crespo
hervía de ira. Tenía cierta admiración por las gentes de
fortuna, aunque reconocía la necesidad de compartir la riqueza. No le convencía
nuestra posición de luchar por las reformas agraria, de la propiedad industrial
y de las finanzas y menos si para ello había que utilizar la fuerza. Le
repugnaba la violencia. Por eso, mortificado, nos echaba en cara: "Uds.
son iguales que los apristas, amigos de repartir lo ajeno, por qué no reparten
lo suyo. Lo que pasa es que son unos calatos". "En Piura -decía- los
que tienen tierras trabajan de sol a sol y ¿por qué no han de gozar lo que
ganan o es que sólo han de sufrir lo que pierden?". Sus razonamientos tan
prácticos no se hacían fáciles de responder y mejor cambiábamos la conversación.
Intercambiando
opiniones y comentando los acontecimientos, marchábamos al
café de "Kioko", ubicado en la esquina de los jirones San Martín con
Bolognesi. Dejábamos el tema político y hacíamos mención a lo sabroso del café
en esencia que se servía en ese sencillo y simpático salón, a precios
estudiantiles, a la bondad del propietario y al espíritu de trabajo de los
Inafuku-Higa. Este café, por su cercanía a la Universidad, era una estancia de
descanso para profesores y estudiantes, entre clase y clase.
Como el tiempo es
el mejor mecánico de la transparencia, hace algunas semanas me
enteré que el responsable de la contra-manifestación a Roselló fue nada menos que
Sigifredo Orbegoso. En ese entonces, Sigifredo Orbegoso era secretario de
Organización de la juventud aprista y, como lo narrara en amena reunión, sus
ocupaciones estaban en otro lugar, de modo que en esa oportunidad no estuvo en
la Plaza de Armas, aunque sí en los hechos diversos que desembocaron en esa
acción.
9.- LAS
SERENATAS
Palacios, Figueroa,
Izquieta, Olaya, el negro Crespo, Chalo de Bracamonte y yo, hacíamos un
grupo que se desplazaba por las calles para ofrecer recitales a domicilio,
frente a distintos balcones, ventanales o portones trujillanos. No eran
serenatas escandalosas, simplemente pulsaciones de guitarra y la melodía de
las voces que recitaban. Un poco más alto era el volumen del acordeón de Oscar,
pero eran tan deliciosas sus melodías que hasta los guardias de las esquinas se
quedaban discretamente a la vuelta de las mismas para matar el tedio de la
noche.
Las serenatas rompían el
silencio de la medianoche. Para evitar molestar a los vecinos no excedíamos de
una hora. Se alternaban las casas, evitando hacernos los cargosos y molestar al
mismo barrio más de una vez por semana. Por eso, sucedía como si fuéramos
esperados y extrañados por la gente del vecindario.
Cavagnaro nunca nos
acompañó a estas reuniones y eso nos apenaba. imaginábamos
el éxito que tendríamos con sus bolerísticas interpretaciones. Al fin, todos
estábamos como él en románticos idilios becquerianos. Lamentablemente, cosas
como éstas ya no se ven ahora.
Las serenatas
terminaban en la esquina de Pizarro con Orbegoso, en la carretilla del
emolientero, con un bizcocho y un jarro de chocolate caliente, o con una cebada
fresca, si era verano. Izquieta y Olaya no
terminaban allí, eso sólo era el comienzo.
Sus dotes artísticas los comprometía intensamente. Con ellos hacíamos una
alianza entre abstemios y giradores. Para nosotros era la aventura y para ellos
sólo el inicio de la noche.
10.- UN AMIGO DE TODOS
Crespo, natural de
Chulucanas, tierra del mango y del limón,
estudiaba el penúltimo año de Derecho. Como paradigma del vecino de un pequeño pueblo
de agricultores, era conversador, enterado de la vida y milagros de pobres y
prominentes, sin propósito de hacer daño y sólo como el más popular deporte de
pueblo chico. Gustaba saberlas todas, como una seña de conocer el mundo que lo
rodeaba. Era mejor llevarse bien con él, antes que empezara a recitar el
pasado, a hurgar el presente y a fastidiar el futuro.
De contextura
gruesa, más o menos de 1.75 m, cabello ensortijado y de
color oscuro. Lo llamábamos el "negro Crespo de la Zeta Arrióla" o
simplemente el "negro Crespo". La estima que se le tenía alcanzaba no
sólo a sus profesores y compañeros, sino a las autoridades universitarias,
personal administrativo y a numerosos estudiantes de las distintas
especialidades. Estudioso y amante de su carrera, no descartaba el éxito
económico que tanto deseaba, de pura boca, pero que no se lo augurábamos por su
inmensa vocación de servicio y su sentido de justicia. Le venía a pelo aquel
dicho: "Un negro con alma blanca".
Solía viajar
de Chulucanas a Trujillo en los camiones que llevaban mangos o limones a Lima,
los que a su retorno cargaban cualquier tipo de mercadería. Para viajar a
Chulucanas, esperaba esos camiones en la arboleda de Mansiche. De vez en cuando
lo acompañábamos haciendo un poco de bohemia y nos entreníamos con la guitarra
de Izquieta o el acordeón de Osear. No era Crespo el único viajero que esperaba
los camiones, sino muchos más estudiantes del norte o comerciantes o
simplemente viajeros a los pueblos entre Trujillo y Chiclayo y entre Chiclayo y
Piura.
En esos tiempos, la
carretera hacia el Norte corría, a partir de Lambayeque, por una serie de
poblados: Mochumí, Illimo, Pacora, Jayanca, Motupe, Olmos y Ñaupe, poblado,
este último, después del cual había que viajar sobre una cuesta muy empinada,
en cuyo extremo norte se alzaba una pequeña capilla en memoria de quienes
fueron víctimas de accidentes fatales.
Crespo arribaba en
ese viaje sólo hasta el Km. 50, paradero del cruce para
Chulucanas, a donde se llegaba después de recorrer unos ocho kilómetros hacia
adentro.
La
diferencia en precio de los pasajes en camión con los ómnibus era significativa, por lo que los camiones eran los
vehículos preferidos. Todos los viajeros mataban el tedio de la espera con
la algarabía de nuestras
canciones, aunque lo único afinado eran la guitarra y el acordeón.
11.- UNA
BROMA PESADA
Apenas terminó el año
académico, antes de navidad, despedimos a
Crespo, deseándole felices vacaciones y un próspero Año nuevo. Tenía que
ayudar en el campo a su hermano Eleodoro, el mayor, a quien debía sus estudios
y que veneraba, como expresión de una educación de jerarquía y de valores
familiares.
A mediados del mes
de enero, se nos ocurrió darle por muerto y hacer una colecta con el
argumento de enviarle una corona de flores con algún delegado de los amigos
contribuyentes. No recuerdo quién fue el autor de la idea, sólo puedo afirmar
que varios estuvimos en la confabulación y que la recibimos complacidos, con
ese espíritu bromista de los piuranos, inocentemente irresponsable.
Dejamos correr
algunos días y echamos a rodar la voz: "el negro Crespo
ha muerto. Sucedió en un accidente, viajando a Chulucanas. El camión se
desbarrancó en la cuesta de Olmos". Era un rumor creíble, por cuanto esa
cuesta era estrecha y resbaladiza en épocas de lluvia. La cuesta no estaba
asfaltada. Había que enrollar las llantas de los camiones con cadenas para
superarla con éxito, pues la menor falla era suficiente para que se
desbarrancara el carro. Fueron tantos los accidentes que, al fin se derivó, con
la reconstrucción de la carretera Piura-Chiclayo, aún por el mismo recorrido,
aunque sin ingresar ya a los poblados y con tramos importantes de nueva construcción.
Esta fue una
mentira despiadada, una broma pesada, hostil, infraterna e irresponsable.
Para la
colecta, nos repartimos las misiones. Yo tuve a cargo a los charapas, gentes de
buen corazón, como Juan del Águila, Rene Cárdenas, Froylán
Masías, el flaco Villacorta, Tito Hidalgo, Carlos Lozano; unos de Iquitos y
otros de San Martín y Chapapoyas. No tuve que convencerlos, pues no vacilaron
en aportar 10 soles, cada uno de los seis que me asignaron. No tocamos a los
piuranos, por obvias razones. Walter Palacios, más convincente, se ocupó de los
chiclaya-nos y de los estudiantes de cualquier lugar de la serranía. Gastón
Chunga se encargó de otros estudiantes cualquiera fuera el lugar. Reunimos casi
150 soles, unos 50 dólares de hoy.
No lo imaginamos, pero la noticia recorrió
rápidamente el ámbito universitario y, en especial, entre los compañeros de la
promoción del negro Crespo.
Alberto Vanini de los Ríos, entrañable amigo del negro
Crespo, su compañero de promoción hacía yunta de estudio y diversión con él.
Alberto era todo un caballero, de trato sencillo, criterio práctico, lejos de
petulancias y muy servicial. Gozaba del aprecio de sus compañeros de estudio y
de trabajo. Por mi parte, le tenía una gran estima. Llegó a visitarme,
acompañado de Pedro González Cueva, para preguntarme sobre el rumor. "¿Es
verdad lo que dicen? ¡No puedo creer que el negro Crespo haya muerto!" Es
la noticia que dejó Ruesta, de paso a Lima, le respondí. No lo hemos dudado y
debe ser cierto, pues, como sabes, acostumbraba treparse en los camiones y ya
le habíamos advertido del peligro que corría, pero el ahorro es siempre el
ahorro. Los dos amigos asintieron y quisieron dejar un aporte importante, pero
me negué a recibirlo, diciéndoles que este asunto ya le habíamos encargado a
León y que todo estaba conforme y hecho. Guárdense para la misa que mandaremos
a celebrar, fue mi contrapropuesta. Les entregué una de las esquelas en la que
se participaba la defunción. Vanini estaba realmente compungido. Con las manos
temblorosas encendió un nuevo cigarrillo, dejando un tercio del que aún tenía en los labios, como una señal de alivio.
Alberto era un fumador empedernido, de amena conversación. Gozaba mucho
con las charlas y los comentarios del negro Crespo, su compañero del alma. Fumó
un rato, parecía estar haciendo un esfuerzo para convencerse de aquello que
siempre parece mentira: la muerte. Finalmente, moviendo la cabeza, se despidió y,
ocultando su mirada, se alejó muy entristecido. González Cueva, acreditado
profesor de matemáticas, también entrañable amigo de Crespo, lanzó algunas
exclamaciones de reproche a la mala hora del accidente: "¡Pero que negro
para terco, ya se lo habíamos dicho!" -exclamó a su estilo- y se despidió. Me sentí muy mal. Alberto Vanini y
González Cueva eran buenos amigos. Me dolía engañarlos, pero decirles la
verdad, era desbaratar la irresponsable broma que había corrido como pólvora y
que habíamos prometido sostener hasta que el negro Crespo regresara de su
tierra. Entonces, diríamos que, como todos, también habíamos sido sorprendidos
La esquela fue muy
convincente. Se le ocurrió a uno de los paisanos, cuyo tío tenía una imprenta
en Piura, allí la hicieron a la medida y con el estilo y contenido precisos,
tal como él las pidió.
12.- YOLANDA
Llegaron varias
revistas de moda a la librería "Peruana", entre ellas, la esperada
revista "Burda" y nuevas novelitas amorosas. Aproveché el sábado por
la tarde para ir a la "Casa de las Niñas" para cumplir con el pedido
de doña Laura, quien gustaba mucho de esta revista alemana de modas. Le comenté
a Crespo las perspectivas de mi visita, quien, sin que se lo pidiera gustoso se
ofreció acompañarme y aunque me resistí con el pretexto de que perdería tiempo,
él insistió con el argumento de que era mejor ir acompañado a la
"casa". Comprendí su intención y admití la compañía, la que, además,
no podía evitar.
Doña Laura
se alegró al vernos. En medio de su ajetreo, recibió la revista y me pagó de
inmediato y me autorizó para pasar a las habitaciones de un privado a buscar a
Yolanda para quien traía el "Para Ti" y algunas novelitas nuevas.
Crespo se escurrió hacia
los ambientes del servicio común a los clientes. Ejercía allí una paisana a
quien solía visitar como un amigo, una relación social de intercambio de
informaciones. Su paisana lo proveía de información valiosa sobre los hábitos
sexuales de algunos prominentes. Su nombre de batalla "La Queca", una
mulata de fina figura y de ojos verdes. La Queca gustaba del chisme y buscaba
las noticias de la tierra, de los muchos personajes que ella conocía, queriendo
a algunos y odiando a otros.
Según
afirmaciones de Crespo, la Queca era hija ilegítma de uno de los hacendados de
su tierra en una morena morropana que trabajaba en la hacienda. La vida que
ahora había asumido sólo era una forma de protesta. Estaba seguro de poderla
convencer para que retorne a Chulucanas a reclamar lo suyo. La herencia era
grande y él se haría cargo de la defensa. Le faltaba poco para obtener el
título de abogado. Me parecía un imposible que la Queca aceptara ese retorno,
pero él tenía mucha fe en todo esto porque le irritaba la idea de que se
mantuviera tanta injusticia. Según él, la había conocido desde niña y hasta
habían sido compañeros de juego. Años de inocencia, entonces, cuando nada hacía
prever semejante destino
Yolanda me recibió con
entusiasmo. Hojeó rápidamente la revista como si buscara alguna noticia. El
arreglo de la habitación era algo exótico: hermosas cortinas de terciopelo
azul, lámparas elegantes y una cama a modo de las que se ven en las películas
de reyes. Se percibía un ambiente exclusivo. Yolanda, reclinada en un sofá
hojeaba y hojeaba la nueva revista. "Sabes -me dijo- consigúeme un libro
con los horóscopos y con la interpretación de los sueños, el que trae esta
revista no me sirve de mucho, tengo el presentimiento de que este año próximo
me irá muy bien". Pero todavía es noviembre -le respondí. "No
importa, ya deben haber salido los horóscopos del próximo año". Me hablaba
con ilusión, de modo que me picó la curiosidad. ¿Estás enamorada, Yolanda? -le
pregunté-. "No seas indiscreto, Librerito, pero algo hay de eso".
"Ven mañana, iremos a la playa de Buenos Aires al mediodía. Mejor, allá me
encuentras y te contaré". No es que yo fuera chismoso, pero tenía simpatía
por esa chica, tal vez si el momento de su liberación había llegado o se
encontraba cerca.
Me costaba aceptar
que ella estuviera allí. Era tan joven. Me parecía llena de esperanzas y
de sueños. Ya me había contado en una de mis visitas comerciales, que venía del
interior de Tarapoto, de padre francés y madre nativa. Su padre se perdió en
alguna parte de la selva, cuando internado en ella buscaba plantas exóticas y
raras mariposas que enviaba a Francia. Jamás se supo de él. Todo intento de
búsqueda terminó en el fracaso. Cosas de la selva, la que parece devorarse
cuanto ser vivo se interna en ella, a los que devuelve, si le viene en gana. En
fin, es el precio de querer desentrañar el misterio.
Así quedó
Yolanda huérfana de padre, siendo aún muy niña. Su madre vino a Trujillo y
entró al servicio de doña Laura, quien la protegió hasta que murió, cuando
Yolanda ya tenía 16 años. Nunca le pregunté si su madre había atendido a
clientes en las zonas de servicio o si ella misma prestaba esos servicios.
Quién sabe le hubiera resultado tan natural, pues jamás le noté que asumiera
una actitud de vergüenza o de reproche sobre la profesión del amor y el trabajo
de doña Laura.
Yolanda tenía todo el
perfil de inocente criatura, increíble para el ambiente en el que siempre están
recibiendo directas e indirectas, insultos e insinuaciones. Creo que había
llegado a asimilar todo ello con
el natural sistema de autodefensa. Yo mismo paseaba por esos ambientes, como si
estuviera en cualquier casa de vecindad, saludando cortésmente a
todas las vecinas que, en ocasiones, en las mañanas veraniegas, las encontraba
en sus puertas con enaguas transparentes, los senos al aire y con el sosiego de
haber cumplido con su jornada de trabajo. Por mi parte, era una cuestión de
negocios. Había que tomarlo con calma y ponderación. Jamás les eché el tú, si
no las conocía. Aprendí de mis mayores que respetos, guardan respetos. Además,
¿quién era yo para hacer alguna observación o reproche? Ellas también tenían
derecho a vivir en paz, olvidando o envolviendo su desgracia en un capullo de
aparente resignación.
13.- EL SÓTANO AZUL
Esa noche, después de la
gira de serenatas, fuimos los cinco de la confabulación al "Sótano
Azul" para invertir el producto de la colecta en churrascos montados y
papas fritas. Al "Sótano Azul" concurrían todos los expulsados de los
bares que cerraban entre la una y las tres de la madrugada y los que requerían
de revitalización, después de sus faenas en la mansión de doña Laura. Sus
churrascos montados eran famosos entre los lechuceros.
En el camino,
comentábamos que tan rentable había resultado la sucia
mentira sobre la muerte del negro Crespo, nuestro inseparable amigo. Hacíamos
cálculos para cuántos churrascos alcanzaría la suma recolectada. Llegamos allí
casi a las 10 de la noche de un día sábado. El propietario del Sótano Azul era
muy amigo de Izquieta. Nos recibió con alegría. Le pidió que interpretara Osito
de Felpa, pero todos nos opusimos. "Esa canción es muy triste -dijimos- no
queremos perder el apetito". La verdad era que temíamos que la melancolía
de esa canción despertara nuestros cargos de conciencia. "Entonces,
échense una ranchera", dijo resignado el anfitrión. Empezó a sonar el
acordeón de Óscar y la guitarra de Izquieta con los aires de "Allá en el
Rancho Grande". La música atrajo a los transeúntes que se unieron a la
alegría. Nuestros churrascos fueron servidos de forma muy especial, rebasando
los platos, con una deliciosa y suculenta ensalada, cortesía de la casa. El
jolgorio que se armó con la música permitió que comiéramos sin mayores
remordimientos.
Por aquel entonces,
Trujillo era una linda y tranquila ciudad. Se podía
deambular de amanecida, sin compañía, si a uno le daba la gana. ¿Quién recorrería hoy en día, de
madrugada y solitaria su alma, las últimas cuadras 7 y 8 del jirón Junín o la
vía hacia el barrio Chicago?
El "Sótano
Azul" se ubicaba pasada la octava cuadra del jirón Junín, después del cine
"El Pueblo", más allá de lo que fuera el paso de la línea del
ferrocarril, de la que ya no hay rastros.
En esa cuadra,
"El Sótano Azul" abría el inicio del barrio Chicago.
Se llamaba así, porque el primer plano estaba a poco más de 60 cms. bajo el
nivel de la calle y sus paredes y puertas estaban pintadas de azul.
Hoy en día, la
ciudad de Trujillo luce más hermosa que linda. Sólo los inconscientes y los
audaces o los que no tienen otra alternativa se atreven a caminar durante
altas horas de la noche o en la madrugada por sus ya no más silenciosas calles.
Las pandillas juveniles ha infestado barrios conexos al centro de la ciudad.
En la misma Plaza de Armas, alrededor del coloso monumento a la libertad, los
indeseables han sentado sus reales. Ahora, es difícil cruzar la Plaza Mayor por
la madrugada sin toparse con gente de mal vivir, dispuesta a
"expropiar" al pacífico transeúnte o molestar o buscar pendencia,
como simple diversión.
14.- IDIOMAS Y CULTURA
Un joven académico
alemán estableció un Centro de Idiomas en el que se impartía enseñanza de
secretariado comercial; lenguas alemana, francesa, italiana e inglesa;
taquigrafiarte. La llamó "Academia Cosmos". Funcionaba en el segundo
piso del edificio "San Carlos", situado en la plazuela Iquitos.
Lingüista de
profesión, el joven alemán asumió en la Universidad Nacional de la
Libertad-Trujillo(UNT) la enseñanza del inglés y del alemán, al que nos
aficionamos algunos. El concepto de disciplina, que traía de un pueblo que
emergía rápidamente de las ruinas, chocó con la laxa actitud que practicamos
con frecuencia y a la que llamamos "flexibilidad". Pronto tuvo
problemas con aquellos alumnos que querían ingresar al aula a la hora que les
venía en gana, que exigían las materias casi digeridas y los cursos de
especialidad dictados en lenguaje vulgar, lejos del propio de la disciplina,
técnica o científica. Estudiantes para quienes el aprendizaje de idiomas era un
medio de dominio del imperialismo; pero que, para su desgracia, carecían de habilidad para las lenguas
no nacionales y aducían como pretexto "falta de metodología". Según
ellos, la carencia de método no les permitía entender lo que, por sus
limitaciones, nunca entenderían. En esta controversia nos conocimos con el
profesor y coincidimos en que la única forma de cambiar las cosas era sobre la
base de trabajo y disciplina. Menos mal, los estudiantes conscientes de su
destino profesional lograron imponerse, con el apoyo de una docencia y
dirección institucional responsable.
Fue alrededor de
ese Centro o Academia que, preocupados por las cuestiones sociales y económicas,
decidimos constituir una asociación cultural que bautizamos con el nombre de
"Asociación Cultural Cosmos". Guillermo Fuentes Díaz, profesor de
antropología y el director del Centro se preocuparon de la difusión de los
objetivos de la asociación.
Integramos el
grupo no sólo de estudiantes universitarios, sino también de
colegios secundarios, procurando unir inquietudes políticas, científicas y
literarias. Se agruparon como fundadores Oswaldo Zegarra, "Finquito";
Roberto Mariani, el Gringo; Gonzalo de Braca-monte, "Chalo";
Feliciano Velázquez, "el Santo"; Víctor Irribarren, "el
Cura", Roberto Ato del Avellanal, "el Intelectual"; Juan Manuel
del Águila, el "Charapa"; César Liza Ortiz, Orlando Hernández, Lucho
Tincopa, Elio Pimentel y con ellos muchos más. Guillermo Fuentes fue el primer
presidente de la Asociación. Ahora, algunos estamos dispersos en el país y,
otros, en el más allá, gozando en el paraíso o, simplemente, en la inmensidad
de la energía universal.
Tratamos de
abarcar las diversas ramas del conocimiento. Nos propusimos convertir a la
Asociación en un agora de las inquietudes intelectuales de
entonces.
Llegaron a
nuestros conversatorios Augusto Salazar Bondy con su exquisita propuesta de
arte y la estética, César Augusto Reinaga, profesor de economía
en la Universidad San Antonio Abad del Cusco; Néstor Martos, profesor en el
colegio nacional "San Miguel de Piura". Este maestro trajo la
inquietud sobre la misión del periodismo en el cambio social junto con Jorge
Moral, director, por entonces del Diario "La Industria". El profesor
de Sociología General y del Perú, Víctor Camacho Ugaz, interlocutor permanente
en nuestras sesiones; Rafael Narváez, expuso el panorama histórico del Perú;
Antonio González
Villaverde, dio lecciones magistrales de preceptiva literaria; los sacerdotes
Romeo Luna Victoria, jesuíta y Ulises Calderón, diocesano; Luis Jaime
Cisneros; los poetas Julio Garrido Malaver y Carlos H. Berríos nos legaron sus
lúcidos conocimientos en materias sociales, literarias, lingüísticas y
filosóficas. Muchos de ellos, jóvenes académicos o profesionales, dispuestos a
ofrecer su mensaje a una juventud, ansiosa de participar en él o de
contrastarlo de modo positivo y productivo. Frecuentemente nos acompañaron
Grimaldo Luna Victoria, Augusto García Llerena, Enrique Vanini, Víctor Ganoza
Plaza, Manuel Ángel Ganoza, Virgilio Rodríguez Nache, Lucho Navarro Cueva,
Francisco San Martín y muchos otros que con generosidad contribuyeron con los
fines de la Asociación.
Luis Gorritti, recién venido
del Brasil, trajo nuevas técnicas sobre proyectos de inversión y teorías de
política económica, en los tiempos que la economía era dominada por ingenieros
en lo referente a matemáticas y por los abogados, en lo que requiere de
política y sociología.
Virgilio Roel nos
ilustró sobre las corrientes de la planificación
económica-social, en debate intenso en el país. La planificación recibía serios
reparos desde las tiendas liberales, atrincheradas en el diario "La
Prensa" de Lima. Desde estos predios, la planificación era considerada
como la punta de lanza del intervencionismo estatal y había que cerrarle el
paso.
El maestro don
Jorge Ángulo Argomedo insistió en la construcción de una
doctrina laboral, sobre la base de la doctrina social de la Iglesia. Se buscaba
ya la participación del trabajador en las utilidades de la empresa y se
promocionaba su gestión en la empresa.
El director-propietario
del diario "La Prensa" era don Pedro Beltrán
Espantoso, promotor de la Coalición Nacional. Beltrán fue Ministro de Hacienda
y Comercio, audazmente nombrado por don Manuel Prado, en su segundo gobierno.
Ironías del acontecer social, imagino cuan feliz estaría don Pedro Beltrán con
el modelo político-económico del Perú de hoy, no obstante tengo ciertas dudas
sobre ello. No sé si don Pedro aceptaría como modelo liberal lo que ahora se
hace en el país.
La "Asociación
Cultural Cosmos" alcanzó gran prestigio. Reunía en sus encuentros y
coloquios semanales a estudiantes, profesionales.empleados y obreros; todos, interesados en las académicas
confrontaciones de los problemas políticos y culturales y editó importantes
publicaciones con la técnica del mimeógrafo. Fue una muestra de que para hacer
algo, las limitaciones económicas no son un obstáculo.
Creo que los que aún andan
por allí, no han olvidado aquella reunión motivada por el profesor Alvaro
Mendoza Diez.
El Dr. Mendoza Diez
no disimuló jamás su inclinación marxista y, por el contrario,
sus lecciones de economía siempre estuvieron orientadas de modo erudito y
científico en el marco de estas corrientes. Hay que advertirlo, el profesor
Alvaro Mendoza jamás comprometió su labor académica como instrumento de
negociación prose-litista, aunque, de modo consciente y responsable, hubieron
muchos estudiantes que asumieron posiciones y concepciones propias de las
doctrinas marxistas, como instrumental de análisis de la historia del mundo y
de la vida. Él y el Dr. Mauro Herrera Calderón representaron una línea de
conocimiento desde la perspectiva de la concepción marxista. Don Mauro Herrera,
profesor de pedagogía, puso siempre el sello de seriedad y de dignidad docente.
Esa noche, con todo
entusiasmo, con un auditorio lleno, el profesor Alvaro Mendoza expuso sus tesis
marxistas, explicando el fenómeno de la evolución política y económica de Rusia.
Al momento del coloquio, fue contestado por Luis de la Puente Uceda. Sostuvo de
la Puente que la economía rusa era un "Capitalismo de Estado" sin la
necesaria libertad para adoptar decisiones, con un sistema político inaceptable
de partido único y la creación de una clase política que reemplazaba a las
castas oligárquicas. En su exposición, de la Puente trajo a colación el texto
que escribiera Haya de la Torre el "Anti-imperialismo y el Apra",
haciendo una glosa de su contenido y afirmando esos programas, el máximo y el
mínimo, como base de lucha de los pueblos de "Indo-america". La
vehemencia, con la que Lucho de la Puente sostuvo estas tesis, dejó en mí la
impresión de que en el fondo abrigaba con firmeza una posición social
demócrata, propia de su realidad. Una posición americanista, popular y antioligárquica,
para decirlo en los términos de entonces; pero, al mismo tiempo, percibimos
algunas vacilaciones y una especie de angustiosa búsqueda de nuevos caminos
para la lucha por la revolución popular, sin renunciar a la libertad, en
democracia y polipartidista. La agonía de siempre en las posiciones políticas es
la combinación de estrategia y tácticas. Nuestra adolescente vehemencia no nos
permitió comprender esta agonía política, ni buscar un diálogo más cercano.
Más bien nos parecía una contradicción en él y mantuvimos absurdas distancias
de grupo, pero con una inicial simpatía por su convicción. No menos convincente
fue la exposición y réplica del profesor Mendoza Diez, quien tenía en su
contra la densidad de sus proposiciones y la rigurosidad académica de su
exposición, más intelectual que anímica.
Algo había en la
exposición del maestro Alvaro Mendoza que estimuló y sensibilizó nuestra
emoción social, aunque nos distanciaban las posiciones religiosas, como si la
existencia de Dios dependiera en creer o no en él o en ser ateo o agnóstico.
Dios es el supremo hacedor, trascendente a nuestra contingente realidad y
siempre fue y será por encima de todas las cosas. Dios vive en el corazón de
quien quiere o puede creer en él.
En otra
oportunidad, Luis de la Puente hizo una exposición
magistral sobre la problemática político-social del Perú contemporáneo.
La Asociación
Cultural Cosmos fue un modelo de encuentros de pensamientos diferentes,
políticos y religiosos, que no alcanzamos a profundizar y a poner en
práctica,arrastrados por una época y un sistema sustentados en el conflicto y
en la desconfianza.
15.- TRUJILLO
EN EXPANSIÓN
Trujillo es llamada
la capital de la primavera. No gratuitamente, sino por su frescura y el
ambiente lleno de lozanía que durante mucho tiempo se respiró en la ciudad
y sus alrededores
Por aquellos años,
superando apenas el primer lustro de la mitad del siglo, no podíamos hablar aún
de urbanizaciones. Recién despuntaba la Urbanización California, como
asentamiento de los funcionarios y
técnicos de la firma a cargo de las obras portuarias de Salaverry, al
oeste de la ciudad, incorporada al distrito Víctor Larco, conocido como Buenos
Aires. Tampoco había pueblos jóvenes, apenas si se consolidaba la llamada
barriada la "Huaca", en el lado noroeste de la ciudad, que ahora se
denomina Urbanización "Torres Araujo"
Declinaba el apogeo
del Ferrocarril, administrado por la Peruvian Corporation, concesionaria de
este servicio. Su muerte estaba ya anunciada y, al parecer, su administración se
afanaba en hacerlo fracasar. Ya no existía
la línea Trujillo-Buenos Aires; pero sí, las Kneas al Valle Chicama y a
los puertos de Pacasmayo, hacia el norte y Salaverry, en el sur. Era tan
agradable escuchar las campanas de la "Estación del Ferrocarril" y el
silbato de las máquinas, cuya sinfonía rompía la monotonía del silencio
característico de Trujilo. El Ferrocarril era el reloj orientador de la
ciudad, por su puntualidad inglesa. Diría que el latrocinio que cometieron con
el Ferrocarril es la prueba irrefutable de como el país se gobernó sobre la
base de los intereses de las grandes firmas extranjeras y de los políticos
codiciosos que amasaron grandiosas fortunas que se pierden en la memoria del
pueblo que los ensalza de por vida.
La historia se
repite y, aunque con otros personajes y métodos, el
Perú de hoy vive nuevamente ese riesgo de las concesiones. Se trata de
reacomodos de los contratos y de exigencias del financia-miento. En resumen, la
plusvalía del trabajo y la explotación de los recursos se transfieren a las
cuentas nacionales de otros países. Hoy se usan nuevos nombres para lo mismo:
privatización, globalización, expansión de mercados y otros expedientes que son
la falsificación y la mascarada de la explotación del hombre por el hombre, que
hunde en la desesperanza a pueblos enteros.
Sin embargo, hay
que aprender del pasado y asumir los riesgos de modo calculado, buscando el
beneficio del país para capitalizarlo e independizarlo
económicamente. No se trata de resistirse a la inversión extranjera. Queremos
que nuestro país pueda negociar con los otros en igualdad de condiciones y
ventajas. Que permanezcan en él parte equitativa de los excedentes y que éstos
devenguen en capitales nacionales propios. Al parecer, no tenemos alternativa,
o usamos los excedentes de los países ricos para crear los nuestros o quedamos
en la pobreza crónica. Nadie tiene la receta mágica para fabricar de la noche a
la mañana un porvenir venturoso que no sea con disciplina, trabajo y ahorro
interno, evitando la anticultura del desperdicio. para el transporte colectivo,
los ómnibus rojos de Zarzar, grandes y cómodos, circulaban por las calles de la
ciudad, cubriendo las rutas entre el centro y los barrios Chicago, en el sur y
la Unión, hacia el este. Para Buenos Aires existía un servicio de góndolas, más
o menos arregladas. Gracias a
Dios, que los vehículos llamados microbuses no existían. La vida
transcurría tranquila y alegre. La gente era indiferente a los relojes de la
torre de la catedral, como al de la estación.
16.- EL
BALNEARIO "BUENOS AIRES"
Era un domingo del
mes de marzo. El calor se dejaba sentir con fuerza. Tenía que ir
a Buenos Aires, según le había prometido a Yolanda.
Corrí al pasaje del mercado central y justo alcancé la primera góndola
que salía hacia el balneario. Eran las 11 y media y, casi a las doce, estaba ya
arribando al malecón del balneario más cercano a la ciudad. Entonces, el
vehículo no se detenía con frecuencia en el trayecto.
Las chicas de la
"casa" solían bañarse detrás del restaurante de Santiago
Morillas, conocido como el Casino de Buenos Aires. Este local era -y aún lo es-
una construcción de madera, al modo de una glorieta que despunta unos metros
adentro del malecón. Perteneció al Ferrocarril de Trujillo, haciendo de
estación local, mientras aquél existió. Era un típico local de playa, levantado
sobre la arena para que las aguas, durante la marea alta, discurran por debajo
de la casa sin dañar las estructuras. Las playas eran limpias. La concurrencia,
consciente de la propiedad colectiva, llevaba consigo los restos y desperdicios
de los fiambres para echarlos en lugar adecuado, evitando contaminar las
playas.
Alguien puede
pensar que estoy narrando un cuento de los años
verdes, pero, aunque no lo crean, así era esa playa del ahora distrito Víctor
Larco. Se podía pasear sin temor a lo largo de su orilla y gozar del
plenilunio, aún pasadas las 10 de la noche. Todo era tranquilo y seguro. Sólo
se temía que apareciera algún ahogado en pena y que lo arrastrara a uno al mar
para llevarlo como compañía al más allá. Se creía aún en las sirenas y no
faltaban quienes aseguraban haberlas visto escurrirse entre los totorales.
Desde el malecón,
alcancé a ver a Yolanda, flotando sobre las olas
como una hermosa sirena. Ella también percibió mi llegada. Salió de las
aguas, sacudiendo su hermosa cabellera, vino a la playa y, dando saltos sobre
la arena caliente, reposó sus pies húmedos sobre la toalla de baño. Doña Laura
había ido al restaurante a saborear el delicioso cebiche de Morillas. "¿Me
has traído el horóscopo?", preguntó introduciendo la conversación. Aún no, tan luego
salgan, te los llevaré gustoso. Ahora, quiero yo adivinarte la suerte, tienes
que contarme lo que te sucede, respondí ansioso. Se tiró boca bajo sobre esa
enorme toalla. Dejó que su mirada se perdiera hacia el norte de la playa. Al verla, era su figura tan graciosa,
el vestido de baño escurría el agua del mar y estaba tan ceñido que
traslucía la belleza de su cuerpo. Tan armonioso era el juego de su cintura,
glúteos y piernas que dejé volar por un momento mis fantasías eróticas; pero, a
mi disgusto, me deshice de ese sueño fugaz y preferí seguir con la
conversación. "Estoy enamorada, verdad que estoy enamorada", dijo
resuelta como hablando sola y siempre con la mirada perdida. "El es un
médico joven, parece un príncipe árabe, de esos que salen en las películas de
Erroll Flyn"-contaba suspirando. Sólo puede ser carita, el físico engaña,
pero ¿el alma y el corazón? -le repliqué- un poco preocupado. "Es un
ángel". ¿Qué dice de esto doña Laura? -pregunté-. "No lo sabe aún,
pero creo que lo sospecha, pues lo recibe muy bien "-contestó
tranquilamente-. "Ah, sí-continuó- el otro día, doña Laura se sintió muy
mal, su edad ya no la ayuda y también quiere descansar; pero, menos mal, él
estuvo allí y la atendió rápidamente". ¿Cómo? ¿Piensa ya, doña Laura, en
el más allá?, interrogué con inquietud. "No seas bruto, quiere retirarse y
traspasar el negocio", replicó como asustada. En ese momento, saltó mi
sentido religioso y pensé en la realización de un milagro. Si los fanáticos
puritanos escucharan esta conversación -pensé para mis adentros- sabrían
interpretar mejor el mensaje Evangélico de amor y de perdón. Entenderían que
todos los seres humanos tienen derecho a desear la felicidad y a buscar el
camino para alcanzarla. Por un momento, me asaltó el pensamiento de que todo
fuera pura ilusión de Yolanda. Tuve el temor de que la desilusión pudiera ser
catastrófica para ella, como, lo fue para la Queca. "Bueno, ya lo sabes,
si quieres una consulta gratis, te voy a recomendar para que vayas a su
consultorio. Lo necesitas, estás muy flaco", dijo Yolanda riendo. "En
este papel está su nombre y dirección, tómalo y ahora métete al agua que está
bien fresca". Retrocedió unos pasos, recogió arena con el empeine de los
pies y jugando la echó, sobre mí. Levantó su toalla y, sacudiéndola, me la
entregó pidiéndome que le sacara la arena de la espalda. Su cabellera se
deslizaba, húmeda y brillosa, hacia sus hombros. Puse la toalla sobre su cabeza
remolinándola para secarle el pelo. Sacudí con la mano la arena de su cuello y de sus hombros y pasé suave y
lentamente la toalla por toda su espalda. Ella, golpeándome el pecho con sus
dedos y, sonriendo, se despidió con un ¡Chao! Se puso la toalla sobre el hombro
izquierdo, se calzó sus sandalias y se dirigió al restaurante para hacerle
compañía a doña Laura. Por mi parte, me saqué los zapatos, arremangué el pantalón
hasta la rodilla y caminé hacia el norte, al filo de las aguas. Sentía el frío
de la arena húmeda. Aspiré hondo para llenar los pulmones con el aire fresco,
aplacando en algo la alucinación sexual que el tacto de su espalda y la belleza
de sus formas me produjeron. Nada extraño, por cierto. A cualquiera le sucede.
Tomé el papel
del bolsillo y grande fue mi sorpresa. El fulano era un médico conocido.
Pertenecía a una destacada familia chicla-yana, allegada a la mía en esa
ciudad. En alguna oportunidad, Gastón, mi buen hermano, me había hablado de él,
describiéndolo como un muchacho inteligente y de buen corazón. Gastón terminó
sus estudios secundarios en el colegio "San José" de Chiclayo, un
par de años después que este médico. Ambos pertenecieron al equipo de baloncesto
del colegio. Casualidad de casualidades. ¡Qué chico resulta el mundo!
17.-
RESURRECCIÓN
Las matrículas
para el nuevo año académico en la universidad estaban por cerrarse. Después de
pasar por Tesorería para abonar los 300 soles -unos 100 dólares- por derechos
de enseñanza, había que presentarse al departamento médico. Doña Susana atendía
la parte administrativa de este departamento y, a pesar de su gesto adusto,
tenía un corazón bondadoso, al punto que dejó caer algunas lágrimas al
enterarse de la supuesta muerte de Crespo. Esa pena la compartieron los
médicos y el dentista.
¡Buenos días!, dijo el recién llegado a la
enfermera. Susana que estaba escribiendo algo sobre una tarjeta clínica,
levantó la cabeza para contestar el saludo, pero inmediatamente se quedó muda,
el rostro pálido, sorprendida y estupefacta. ¡Qué pasa! -dijo con sorpresa el
interlocutor- parece que hubieras visto al diablo calato. ¡Jorgito de mi
corazón, has resucitado! ¡Bendito sea Dios!, te creíamos muerto, exclamaba la
enfermera Susana levantando los brazos hacia el techo. "¿Muerto Yo? ¡Qué
chiste! ¿Qué clase de cuento es ese?"
Susana le contó que
había corrido la voz por toda la Universidad que se había accidentado, viajando
a Piura en un camión. "Ahora me explico -respondió Crespo- porque en la
Tesorería todos me atendieron sorprendidos e incrédulos, como si hubieran
visto a un fantasma". "Ahora lo entiendo todo".
"Desgraciados, me las van a pagar".
Al escuchar los
lamentos de la enfermera, salieron los médicos
Tincopa y Holguín y, sorprendidos, al ver a Crespo, le preguntaron, al mismo
tiempo, "¿ regresaste del infierno, muchacho? "No. ni en el cielo ni
en el infierno me quisieron recibir". "Tengo mucho tiempo para fregar
la paciencia en esta vida", respondió entre irónico y riendo el
resucitado.
En el patio, Crespo
tropezó con don Lucho Coronado, jefe de la administración
de la Universidad, quien al verlo se echó a reír. "¡Vaya, ahora los
muertos andan!" -exclamó con tono de sorna-. "Pero la gente te
quiere, negro -le dijo como para consolarlo- todos nos llenamos de pena al
saber lo que fue una mala noticia; pero aquí estás, gracias a Dios".
Alberto Vanini le
dio la pista y Crespo vino a nosotros para reclamar parte de las cuotas. Le
juramos que Ruesta nos había dado la noticia de su muerte y le mostramos el
parte de defunción. No nos creyó una sola palabra. "Gallinazo no come gallinazo",
replicó. Le prometimos devolver las cuotas a todos los contribuyentes. Pero
Crespo se mostró inflexible. "Eso de devolver es cosa de ustedes"
-enfatizó el resucitado- "allá con vuestra conciencia." "Si
ustedes usaron mi nombre para estafar a la gente y sacarles el dinero, pues
dinero tienen que darme". Después de nuestras argumentaciones y de sus
insistencias, tranzamos con él y acordamos llevarlo al Sótano Azul para hacer
las paces.
El sábado por
la noche, enrumbamos hacia el Sótano Azul. Crespo pidió ir antes a la casa de
Doña Laura. Traía un encargo que hasta ese momento no había podido entregarlo.
Era un regalo de un pariente para la Queca. No tuvimos más remedio que aceptar.
Él era el dueño de la fiesta y teníamos que reivindicarnos a su vista.
Le advertimos que sólo era para entregar el encargo. En las noches de sábado,
la "Casa" se ponía algo difícil, con el ambiente pesado, con
bullangueros y camorristas. No queríamos que la broma se convirtiera en hecho cierto, es decir, que
sufriera algún percance serio.
Figueroa prefirió quedarse
inmediatamente en el "Sótano Azul", haciendo un poco de música con su
acordeón, al que solía acariciar como si fuera un bebé. Villacorta se apuntó
para hacerle compañía y otros con él.
Efectivamente, no
demoramos. Al ingresar Crespo al Sótano Azul, la mujer del dueño
casi se desmaya al verlo." ¡Carajo! -exclamó Crespo- como saber si soy tan feo o que esto es por verme
resucitado". "Qué tan crédula había sido toda esta gente. Lo
mismo me ha pasado con la Queca -comentó- por poco me tira el agua del lavador,
excusándose que sólo quería correr a los espíritus." "¡Dónde se han
visto espíritus negros!" "Todo el mundo me miraba espantado."
"¡Ustedes, desgraciados, tienen la culpa! y, ahora, me quieren engañar
con un churrasco." Terminó sentándose a la mesa para acabar con el
delicioso plato de carne que ya estaba servido. En -esas circunstancias, la
carne es la carne y no hay hambre que perdone.
18.- LAS
OPCIONES POLÍTICAS
Las elecciones
generales de 1956 estaban convocadas. Los partidos políticos se
movilizaban. Junto a los partidos tradicionales, de los cuales el único con una
ancha base popular era la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA),
emergían Acción Popular (AP) y la Democracia Cristiana(DC), como expresiones de
nuevas corrientes de pensamiento y de opciones de organización política y
económica.
Acción Popular
engrosaba sus filas con un contingente ciudadano contestario al APRA.
Resultaba una versión de centro con gran opción a ocupar el vacío que dejaba la
Unión Revolucionaria de Sánchez Cerro, aunque con un contexto de pensamiento
diferente, diríamos con tendencia a las corrientes liberales, pero con opciones
de promoción social. Recogía las aspiraciones participacionistas en las
cuestiones del poder político de más de una generación, las que buscaban un
espacio y un refugio para su realización cívica. Su cuerpo de ideas se plasmaba
en una frase: "El Perú como doctrina". La piedra fundamental de su
organización era el liderazgo. El líder, su constructor, tenía muchas
condiciones carismáticas para atraer a las falanges juveniles profesionales que no gustan
comprometerse ideológicamente con un sistema definido de ideas.
La Democracia
Cristiana atraía a sus tiendas a la intelectualidad educada en la
doctrina social de la Iglesia Católica, sin ser por ello confesional. Era una
versión de centro que buscaba constituirse en una opción de las clases
trabajadoras y medias, pero con un lenguaje que no fue para la época: la
dignidad de la persona humana; la cogestión en la empresa; el Estado de
Derecho, la administración del bien común y el equilibrio entre el capital y el
trabajo. Es posible imaginar que podía significar esto, en un pueblo en el que
la versión cristiana es sólo para las misas de domingo, de salud o de difuntos
y no para un testimonio de vida. Además, con otro origen y lenguaje, este
espacio de clases trabajadora y media (alianza de trabajadores manuales e
intelectuales) estaba ya ocupado por las tendencias social-demócratas, una
versión de las cuales era el partido aprista, ideológicamente visto. El partido
aprista resultaba muy compatible con la idiosincracia del pueblo peruano, de
aquella época; de modo que la Democracia Cristiana fue sólo un intento para
construir una colectividad política alrededor de un cuerpo de ideas, recusando
idolatrías y condenando la violencia como táctica política. Craso error. Tales
fórmulas no eran ni para el espacio ni para el tiempo histórico de aquellos
momentos, teñido de tensiones entre el capital y el trabajo, como si fueran
enemigos y no aliados, se perdía en el vacío lo precioso de un discurso que
sólo tuvo la admiración de propios y extraños.
El retorno del APRA
a la "legalidad" había sido condicionado a no presentar candidato propio
e inducido a embarcarse en un gran frente, cuyo candidato era un abogado
capitalino de círculos notables: Hernando de Lavalle. Al inicio, pareció un
candidato no comprometido y presentaba un perfil apropiado para el consenso,
capaz de aglutinar a las diversas fuerzas políticas y, como refiere algún
analista político, contaba con el respaldo del Apra y hasta de los diversos
nuevos grupos políticos. Por discrepancias diversas, sin embargo, se produjeron
alejamientos y surgió frente a él la candidatura de don Manuel Prado Ugarteche,
banquero destacado, domiciliado en París, quien retornaba, al decir de sus
promotores, "convocado por las masas populares" para hacerse cargo de
la dirección del Estado peruano.
Las elecciones para la presidencia de la República se
definirían entre tres candidatos.
Las tendencias que
parecían polarizarse entre Hernado de Lavalle Vargas y
don Manuel Prado Ugarteche, fueron interferidas por la emergencia de la figura
de Fernando Belaunde Terry, como expresión de un pujante movimiento juvenil que
sería base del nuevo partido. Este candidato se ubicó en el segundo lugar de la
elección con más del 36 por ciento de los
votos emitidos, contra el 45 por ciento de Manuel Prado y casi el 18 por
ciento de Hernando de Lavalle que se quedó con el apoyo de la Unión Nacional.
La correlación
política para los próximos 30 años estaba planteada. En aquellas elecciones
participaron, postulando al parlamento (diputados y senadores), otros grupos
además de los presidenciales, como la Democracia Cristiana, Izquierda y la
Unión Revolucionaria, la que quedó, prácticamente, minimizada.
19.- EL
CANDIDATO
La visita a
Trujillo de don Manuel Prado estaba anunciada para ese día a las 7
de la noche. El estrado se había levantado en el lado norte de la Plaza de
Armas, al filo de la acera, frente a la casa de la familia De Bracamonte, donde
después funcionaría el Banco Hipotecario y hoy una sección del que fuera
Instituto Peruano del Seguro Social. Los asistentes eran numerosos. Se
extendían a lo largo de la calle, haciendo una media luna entre la puerta
principal del edificio de la Sociedad de Beneficencia Pública y el que fuera el
Hotel de Turistas y bordeaban el filo de la Plaza de Armas, un poco hacia el
fondo.
El grupo de demócratas
cristianos percibimos cierta disposición de la gente a no aceptar a este
candidato, quien gobernó el país de 1939 a
1945. Aquella vez llegó a la presidencia de la República, como delfín
del dictador don Osear R. Benavides, después de oscuras maniobras para salir a
la palestra con un supuesto apoyo del partido Aprista que, en esa oportunidad,
no fue cierto. También, en aquel entonces, don Manuel Prado, de refinada
inteligencia, logró convencer a sus adversarios iniciales para que lo
apoyaran.
El candidato
apareció de pronto en el estrado. Tenía la presencia de un
venerable caballero, de mediana estatura, de fina y elegante figura, de andar
sereno y seguro. Fue anunciado por el maestro de ceremonias, mi paisano y amigo, locutor de una radio
local y presentado por el responsable del Movimiento Democrático
Pradista, en Trujillo. Al iniciar el candidato su discurso, empezamos el
griterío. Fui alzado en hombros y acercado al estrado. Don Manuel Prado, sin
inmutarse, me alcanzó la mano, pero la esquivé. El pueblo se enardeció y, de
pronto,por el lado este, casi frente a la casa Pinillos, sobresalió levantado
en hombros don Rómulo León Ramírez, líder aprista, expresión de una generación
sufrida. Surgió así una definida orientación para una masa políticamente
desubicada.
Hasta hoy estoy
convencido de que no hubo consigna oficial por parte del partido Aprista para
dañar la manifestación del movimiento pradista. Al
parecer, los círculos dirigenciales estaban a la expectativa de los
acontecimientos y de las definiciones. La candidatura de Lavalle se
desmoronaba. El asunto fue espontáneo, libre, circunstancial, abortado por la
euforia del movimiento juvenil, sin distinción de color político.
El candidato, con
mucho tino, se retiró con sus acompañantes, haciendo gala de serenidad y
cálculo político aprendido en el mundo de las finanzas y los asuntos de Estado.
Casi de inmediato me encaramé al estrado y empecé un improvisado discurso. Las
luces y el micrófono fueron desconectados, lo que no fue impedimento para
seguir. De pronto,por el lado sur, ingresó Luis de la Puente Uceda y se
posesionó en la cara norte de la parte superior del monumento a la Libertad.
Lucho llegaba de Santiago de Chuco, donde tenía algunas tierras, herencia de
familia. Entonces, al grito de ¡Vamos a la plaza!, nos movilizamos hacia allá,
no para combatir contra el recién llegado y sus huestes; sino para aglutinar
fuerzas. En esos momentos, la causa común era evitar que lo más representativo
de la derecha pudiera llegar a capturar la dirección del Estado para el próximo
período.
Al acercarnos al
monumento, el "cholo" Encalada, piurano, chulucaneño,
estudiante del quinto año de Derecho, parado en las primeras gradas detrás de
un cerco de sus compañeros, gritó señalando al grupo que me conducía en
hombros: ¡Allí viene Jesucristo! ¡Allí viene Jesucristo! ¡Amén! ¡Amén! Se había
formado un círculo impenetrable alrededor del monumento. En la base estaban
trabajadores de las haciendas, formando fuerza de choque. En la parte alta del monumento, Lucho de la Puente era sostenido por
Walter Palacios, Fernández Gaseo, el gordo Salazar, Quezada y otros. De
pronto, los búfalos se volvieron contra nosotros que hacíamos un grupo compacto
con Amado Ezaine, Eleodoro Villanueva, Domínguez, De Bracamonte, Rodolfo Armas,
Figueroa, Irribarren, Augusto Velezmo-ro, "El Chino", un nutrido
grupo de estudiantes secundarios de la Pre-UNEC (Unión Nacional de Estudiantes
Católicos) y también un grupo de jóvenes obreros, artesanos y estudiantes que
se unieron espontáneamente a nosotros y que se mostraban indecisos con respecto
a los bandos, que pronto se formaron, cuando todo parecía una sola voz.
No obstante
nuestras razones, el grupo de "choque" dándonos
empujones e insultos se alistaban a cumplir las consignas dispuestas a gritos
desde la parte superior del monumento: ¡Golpe con ellos, búfalos! ¡Afuera, los
cucufatos! ¡Viva la revolución popular! Algunos quisieron lanzarse contra
nosotros, pero con unas pistolas de fogueo que alguien nos prestó los paramos
en seco.
Hicimos un último
intento para conciliar, con los agresorespero fue
en vano y, dirigiéndonos al ocasional grupo dirigente, les gritamos: ¡Estos
mismos búfalos los golpearán mañana! No fue una profecía, ni menos un deseo;
sino una simple deducción a partir del panorama de tensiones que presentaba su
colectividad política. Algunos años más tarde, ésta sería la situación. Muchos
de ellos, aglutinados bajo el nombre de "APRA Rebelde", serían
asediados en las calles de Trujillo por el mismo sistema disciplinario,
siguiendo la lógica del escarmiento.
Nos plantamos allí un
momento mientras Lucho de la Puente decía: "El APRA no dejará jamás que el
hijo del traidor vuelva al palacio, ni que los banqueros sigan haciendo del
Perú un festín". Palabras que, a pesar de su dureza, las sentimos muy
nuestras, pero la euforia es mala consejera y la pasión política echa por
tierra la capacidad de reflexión. Era la expresión de una mentalidad
totalitaria y exclusivista, ahora superada. Por lo menos, así lo creo, si
tomamos en cuenta el esfuerzo por transformar el perfil y las actitudes
políticas de esta colectividad por Alan García, su joven secretario general en
el quinquenio del 85 al 90. En todo caso, es deseable la desaparición de cualquier aparato represivo en asociaciones que
deben tener como fundamento la libertad de afiliación y el
debate abierto de ideas.
El grupo del lado
este, con Rómulo León a la cabeza, había tomado otro rumbo, en
dirección a la calle Pizarro, al parecer sorprendidos por los hechos, pero con
el entusiasmo de la masa cuando alguien la motiva. Ese panorama fue para
nosotros un síntoma de que algo ocurría dentro de la unidad del partido
aprista, como puede suceder con cualquiera organización llegado el momento de
las definiciones.
Por nuestra parte
nos dirigimos al café de los Masami y, mientras ellos continuaban por el
jirón Pizarro hacia su local, nosotros tomamos el jirón Gamarra en dirección
al sur.
El negro Crespo,
siempre con nosotros, más como curioso que como partícipe, se burlaba de la
actitud de haber esquivado la mano de don Manuel Prado. "¿Cómo es posible
que no recibieras esa mano blanca, suave como un guante de seda ?" -decia
riendo- y se gozaba recordando el grito del "cholo Encalada":
"¡Allí viene Jesucristo! ¡Amén! ¡Amén!".
20.- EL JIRÓN PIZARRO
Qué
trujillano o amante de Trujillo -como el que esto escribe-no siente el jirón
Pizarro como un poema impreso en su alma. El jirón Pizarro es un bello trazo y
fue siempre una deliciosa ruta para el caminante. No importaba la razón de
transitar por sus calles: por trabajo o por itinerario obligado o, simplemente,
para ir y venir por las dos aceras, gozando de los escaparates de las tiendas o
de sus aires y haciéndose, sabe quién, cuántas ilusiones aún desconocidas.
Mucho tiempo atrás, parte
de esta vía fue llamada calle Progreso. Eso fue en una vieja época. Hoy, pese a
todos los cambios y giros de la localización comercial, sigue siendo el eje del
centro comercial de Trujillo.
Ahora florecen
tiendas y oficinas desde la primera cuadra, donde antaño sólo se
asentaban dos bodegas, una en cada esquina; en la de la avenida España, antes
circunvalación interior y otra, en la de Alfonso Ugarte. En el medio de la
primera cuadra existía un negocio llamado el "Licor de los Incas". Una
pequeña fonda en la que todavía se preparaba chicha, esa bebida de maíz que
alegrara a nuestros antepasados
prehispánicos. Un manjar raro, en estos tiempos de las mil
y una cervezas. Más allá, en la cuadra 3, estaba la cárcel, ahora "Centro
de Adaptación y Rehabilitación Social". Este "Centro" fue, hace
algún tiempo ya, trasladado a las afueras, hacia el noreste de la ciudad, en un
lugar llamado "El Milagro".
Descontando la
Plaza de Armas (Plaza Mayor), la luminosidad comercial del jirón
arrancaba desde la quinta cuadra, con el Bar 'Torturas" y la tienda de
Leónidas Moreno, en cada una de las esquinas, derecha e izquierda. En esta
última, seguía la Librería "Peruana" de Carlos Guijón Miranda, la
"Imprenta de don Ismael Otoya y la sastrería de mi paisano Cherres, la que
conservaba en una de sus paredes un mapa de Europa con los trazos del avance de
las tropas de la Alemania de Hitler y de las fuerzas aliadas. En la acera
opuesta, a la tienda de Moreno seguía la de Juan Franciso del Campo y después
de varias casonas, la sede de la Corte Superior de Justicia, al costado de la
iglesia de la Merced, como que todo el complejo fue el convento de la
congregación religiosa de los mercedarios.
Frente a la corte
estaba la Botica Llontop, al estilo de la vieja usanza, con una serie de pomos,
una balanza de precisión, polvos, sales, jarabes y esas cajitas de pomada
de zinc para las zafaduras o de belladona para las inflamaciones y las cápsulas
de trementina para los resfriados. Su amable boticario, siempre solícito, listo
para preparar las fórmulas que escribían los médicos con esa letra horrorosa,
con la que suelen, aún hoy, expedir sus recetas.
La esquina oeste de
la cuadra 6 de este jirón servía para las tertulias vespertinas de
conocidos caballeros, personas de experiencia que intercambiaban información
con lo vivaz de la calle y los recuerdos acumulados a lo largo de sus años. Cómo
no recordar a don Antonio Melly y a don Juan Chávez, tesorero y secretario administrativo
de la universidad; a don Humberto Landeras, tesorero fiscal, a don Víctor Julio
Rosell y, en fin,a tantos otros que sería interminable nombrarlos en tan poco
espacio.
21.- EL PASEO
DE DOÑA LAURA
Doña Laura
solía pasear por el jirón Pizarro de largo a largo. Empezaba desde la última
cuadra, en el encuentro con la plazuela "El Recreo". Despachaba su
correspondencia en el Correo Central, en la cuadra 7, aquella casa, en cuyo
frontis exhibía, empotrado en su
pared, un león de cobre, cuyas fauces servían de buzón. Solía
detenerse un momento ante la enorme puerta del "Club Central",
mirando hacia el interior las impresionantes y fastuosos columnas y lujosos
ambientes. Quizás soñaba con un local parecido para su negocio, con salones
semejantes para noches palaciegas de diversión y placer. Doña Laura se
santiguaba al pasar por la iglesia de la Merced y se detenía, suspirando, en la
plazoleta de enfrente de la Corte Superior, como deseando no verse nunca dentro
de ella. Algunas veces, terminaba su paseo en la Plaza de Armas para tomar uno
de los taxis que solían estacionarse en la recta del mismo jirón Pizarro y
otras veces, avanzaba hasta el Palacio Municipal o hasta la Prefectura para
recomendar alguna gestión. Sabía que allí sería bien recibida.
Un día doña
Laura se antojó hacer una estación en la "Librería Peruana" para
recoger ella misma las revistas que yo le solía llevar. Estaba allí un grupo de
asiduos contertulios, comentando con Carlos Guijón sobre los acontecimientos
políticos y las perspectivas de la vuelta a la democracia y apostando si
habrían o no elecciones municipales. Entró de pronto doña Laura, quien como
entre sorprendida y maravillada exclamó con algarabía: ¡Ah!, aquí están estos
muchachos. ¿Pero quién los ha corrido de mi casa? ¿Ya no se divierten? ¿Es que
con los años han perdido las energías o están volviendo a la ilusión de la
adolescencia? Don Carlos Guijón, arrecostado sobre las lunas de las vitrinas,
reía divertido por la ofuscación de sus amigos. "¡Librerito! -llamó doña
Laura- dame mis revistas y recomiéndame un libro de decorados, de esos buenos.
Yolanda me ha encargado uno, el mejor". Atendida que fue y mientras Carlos
Guijón daba vueltas a la manija de la caja, doña Laura con gran desparpajo,
agarrándole los vellos del brazo exclamó: "¡vaya con este hombre, parece
un oso y está bueno para el invierno!" Luego, dando un giro, como una dama
del elegante mundo burgués, dijo un adiós, con cierto tono de ironía y salió
del modo más natural, con la respetuosa respuesta de los concurrentes, quienes,
sólo después de un buen rato, soltaron la risa y comentaron el hecho,
culpándose mutuamente por las alusiones de doña Laura.
22.- UN INTELECTUAL VEGETARIANO
Entre solidaridad y
desacuerdos transcurría la vida en los ambientes del Nuevo Hotel. No es
posible referirse a una época o año. Los estudiantes iban y venían. No faltaban
quienes ya tenían una ocupación profesional y sólo esperaban cambiar pronto de
vivienda hacia ambientes mejores. Sin embargo, vale la pena recordar algunos
pasajes que descubren las delicias de la vida de estudiante, la escasez del que
lidia solo, la tranquilidad del hijo de familia, la irresponsabilidad del que
vive al día, sin importarle el mañana y las angustias del que tiene que dar
examen, por simple que este fuera.
Todos los días, desde
las seis de la mañana, se disponía en una mecedora a la vera del principal
Roberto Ato del Avellanal, con sus textos en inglés, repasándolos en voz alta
que disonaba con su tamaño. Roberto era de baja estatura, voz grave con
potencia de locutor, fanático de dietas vegetarianas y de beber agua pura. Recomendaba
no comer cadáveres de animales mamíferos. Tenía siempre a su lado uno de los 2
tomos de "La Decadencia de Occidente" de Oswald Spengler, por quien
sentía gran admiración. En cierta oportunidad,
visitó la Universidad Arnold Toynbee, escritor inglés, famoso filósofo
de la historia, quien ofreció una brillante conferencia en el paraninfo de la
Universidad. Roberto no resistió las críticas de éste a las tesis de Spengler,
escritor alemán, otro gigante de la filosofía de la historia. Ato solicitó la
palabra -con mucha seguridad- expuso las razones de su autor predilecto y la
fuerza de sus predicciones para un mundo que, Roberto, también consideraba
decadente. De gran sentido pragmático, dejó el "Nuevo Hotel" para
residir con la comunidad de habla inglesa de la congregación que administraba
el colegio San José. Tenía un gran deseo de leer a Schekeaspeare en su idioma
nativo. Terminados sus dos años de estudios de Letras -pre-derecho-emigró a
Lima para continuar en la Universidad de San Marcos.
23.- DOS LOCOS EN CONFLICTO
"El
Picho" Noriega, sanpedrano, estudiante de Derecho, aplicado y práctico,
era una persona radical en sus simpatías, como en sus antipatías. Noriega
tomaba partido definitivo por una posición y a ella se enajenaba. Si se trataba
de tangos, su ídolo era Gardel y ningún otro como Gardel. "Gardel, cada
día, canta mejor", exclamaba ante la enorme foto que colgaba en la pared
de su cuarto. En política, se decidió por Belaúnde y era más
belaundista que el mismo Alva Orlandini o que el propio Belaúnde. Todas las
mañanas, desde que salía de su habitación, levantaba el brazo derecho y,
haciendo la seña de estilo, gritaba el slogan del Partido: ¡Adelante!
Noriega había
conseguido un compañero de cuarto y estaba orgulloso de haberlo hecho. Es el
gentleman modelo, el filósofo del futuro -decía, orgulloso, por él-jactándose
de ser su amigo.
Al amigo de Noriega, en la universidad, lo apodaban
"Nietzsche". Era
menudo, de unos 30 años, acostumbraba el pelo corto y barbilla. Su terno
azul, el de siempre, le bailaba en el cuerpo. Su camisa de cuello duro parecía
más bien una pechera y gustaba de corbatas de colores encendidos.
Particularmente excéntrico y fanático de la higiene, de la tranquilidad y de la
oscuridad. Eso sí, era muy respetuoso y estudioso. Éstas fueron las causas por
las que él y el "Picho" Noriega no pudieron ponerse de acuerdo en
cómo realizar la limpieza de la habitación, el arreglo de la iluminación, las
horas de descanso y los momentos de estudio. El problema llegó al punto de
trazar una línea divisoria en el cuarto para separar las jurisdicciones.
Ninguno de ellos podía violar esa frontera sin ofender al otro. No pocas veces
vimos correr a "Picho" perseguido por todo el hotel por su entrañable
compañero, quien la emprendía a escobazos, por el mero hecho de poner la punta
de la pantufla en su territorio.
Cierto día, la
sangre llegó al río. "Nietzsche" perseguía a "Picho"
Noriega con un cuchillo de cocina, echando mil maldiciones, mientras Noriega
corría recitando: "b-a-ba, b-a-ba, tu madre corcoveaba, mientras mi padre
la montaba" y, dando saltos, reía a carcajadas. Era tal la rabia de su
compañero de cuarto que no entendía razones y no era parameños. El
"Picho" Noriega había consumido su enorme tarro de talco, lo había
rellenado con sal refinada; se había orinado en un rincón del lado que le
correspondía a su compañero de cuarto y, encima, le insultaba la madre.
Noriega tuvo que
desaparecer por unos días, esperando que su eventual compañero se fuera.
Efectivamente, un día domingo se fue. Salió "Nietzsche"
impecablemente vestido, parsimonioso, con una maleta en cada mano y sin mirar a
nadie. Para él, todos éramos culpables. A su juicio, debimos haber sancionado
al "Picho" y no lo hicimos. Nosotros comprendimos su angustia y nos
despedimos con señas que él
no respondió. Tampoco podíamos dejar que lo mate en un arrebato de cólera. Eso
sí habría sido una desgracia que lamentar toda la vida.
24.- EL BAR
AMERICANO
En la esquina,
formada por la quinta cuadra del jirón Pizarro y la cuarta del jirón
Orbegoso, se situaba el "Bar Americano", conocido también como el
"Bar Porturas". Padre e hijo compartían la atención de este viejo
local, no sólo por la antigüedad del mismo; sino por sus arreglos: mesas y
mostrador de mármol, sillas de madera en una peculiar forma, con brazos y
respaldar cóncavo; escaparates con espejos y una gran heladera de madera para
conservar sus embutidos y refrescar sus
bebidas. Sobre el mostrador y en los escaparates habían unos lindos
depósitos de vidrio en los que se conservaban las aceitunas, las frutas secas,
los licores macerados y otras delicias hechas en casa.
Este local con el
de la Librería Peruana eran casi gemelos. En alguna época
habrían formado un solo ambiente, por la precariedad de la solución de
continuidad entre los mismos.
Este Bar era el
refugio de comerciantes, abogados y poetas, algo así como el
centro de alivio de las tensiones de la tienda y de los litigios. Era una
especie de estación para el diálogo artístico o comercial. Con cierta
frecuencia estaban allí los parroquianos con el cachito, los dados y una Cuba
libre. Los poetas del grupo Trilce o de Cuadernos Trimestrales solían hacer
largas tertulias de crítica y de composición literarias. Era un ambiente
tranquilo, de gente que sabe como echarse unas copas sin llegar al escándalo.
Era cuestión de matar las angustias del juicio en marcha y de final incierto,
del negocio posible o del poema apretado en el alma que se niega a ver la luz.
De cuando en cuando
y siempre que no hubiera concurrencia de público en
la librería, me trasladaba a la bodega, donde se escuchaban los diálogos de los
parroquianos. Allí disfrutaba de las recitaciones que los poetas hacían de sus
recientes composiciones, algunas de ellas inspiradas en la misma mesa. De esa
vena eran los abogados y poetas Wilfredo
Torres Ortega, Carlos H. Berríos y Marco Antonio Corcuera.
El gordo
Porturas(hijo) y su mujer eran nuestros vecinos en el Nuevo Hotel. Habían
ocupado las habitaciones del principal, después de que sus antiguos inquilinos
se mudaron. El solía sentarse en una silla, poniéndola al revés. Se posaba en
la entrada del Hotel. Abría de par en par el portón del edificio para poder
gozar de la vista de la calle. Así, disponía de un amplio panorama, miraba a
los transeúntes, evaluaba su andar y sus vestidos y, no pocas veces, recordaba
la historia de alguno de ellos. Temíamos que subiera al segundo piso; pues era
tal su exceso de peso que bien podía acabar con unos cuantos peldaños de la
vieja escalera de tan viejo edificio: nuestro "Nuevo Hotel".
También llegaba
a este antiguo bar un viejo hacendado, jactándose de su hombría y supremacía.
Con unos cuantos whiskys en la cabeza, sacaba una pistola, la ponía sobre la
mesa y solía confrontar a sus contertulios, preguntando: "Digan cualquiera
o todos Uds. ¿A cuántos hombres han matado y a cuántas hembras han montado para
llamarse hombres?" Las respuestas disparaban siempre por la segunda
parte, quién menos tenía impresionable contabilidad de amores con nombres y con
todo; mas no los muertos, ya que todos eran hombres de paz.
Resulta que el
viejo siempre las ganaba en todo. En muertos y en mujeres. Según él,
además de los derechos de pernada, bien gozados en su hacienda, tenía varias
religiosas en su haber. Recitada su proeza, volvía a preguntar, a ver ¿ quién
es el machito que me supera. Nadie se atrevía a confesar semejante lisura.
Además, se ufanaba de no tener que utilizar anticonceptivo alguno. "Esas
son cojudeces" -decía- "yo monto yeguas y mujeres sin aperos","yo
soy gallo en cualquier corral". Con semejante ventaja de no tener que
responder por los resultados, cualquiera se manda de hacha. Imagínense la
cantidad de descendientes que este viejo dejó, con su apellido o sin él; pero,
para el efecto, lo mismo da y por allí andarán algunos o muchos, quien sabe si
orgullosos de tener ese apellido con el "de", colgado adelante del
sustantivo.
Ahora, en este bar,
con eso de la moda de pollos a la brasa, de hamburguesas, salchipapas y menús,
funciona allí una mezcla de restaurante, pollería y cafetería. No es ya la
sombra de lo que fue.
25.- EL MAROMERO
Cierta tarde de un
domingo se armó un gran alboroto a la entrada del "Nuevo
Hotel". El flaco Villacorta, estudiante de medicina, quiso hacer una
proeza a los ojos de las chicas que habitaban en el edificio de enfrente.
El
"Flaco" empezó a saltar de un balcón a otro. Tenso por las
miradas de una de ellas, en el cuarto y último salto, no alcanzó la baranda del
balcón siguiente y cayó al suelo. No se hizo daño, ni siquiera se dislocó
alguno de los tobillos, ni sufrió zafadura y menos rotura de algún hueso. Lo
vimos dar una vuelta en el aire y caer con la técnica de un felino. Hubo un
momento de suspenso. Las chicas que lo miraban dieron gritos de angustia y
terror. Era tan buena gente que, si algo le hubiera pasado, nadie hubiera
dejado de sentirlo. Todos sus amigos, entre alegres y consolados, corrimos a
él. "¡Flaco eres lo máximo, eres un tigre!", le dijimos abrazándolo.
Sin inmutarse, el flaco Villacorta respondió: "No fue nada. Todo, por una
mujer que llevo en el corazón, ensartada como anticucho. Por ellas, aunque mal paguen". También es cierto que las maromas
no se volvieron a repetir, de modo que, un gran susto debió haberse
llevado este flaco maromero, aunque lo disimulara con cierto porte de serenidad
y triunfo.
26.- DESARMONÍA
El comején de la
discrepancia política llegó de modo súbito a los ambientes del "Nuevo
Hotel" y a la Universidad. Antes, era como si todos participáramos de la
misma opinión idealista, sin colores ni tendencias. Se trataba de salvar al
Perú y debíamos hacerlo juntos. Aparecieron los partidos tradicionales y los
modernos y con ellos, las consignas de los locales y las corrientes de opinión.
Se pasó de la concordancia y de la unidad de criterio a la desarmonía y a la confrontación
ideológica para imponer la suya como la mejor opción.
Entonces, más que
combatir a las oligarquías, empezamos a combatirnos a nosotros mismos,
expresiones de clase media y popular. Los dueños del Perú seguían
enriqueciéndose, en ciertos casos, con el apoyo, forzado o intencional, de
fuerzas políticas que siempre se reclamaron "populares".
Sin comprender las
reales angustias internas de los grupos que hacían la
mayoría de entonces, no perdíamos la ocasión de enrostrar les sus errores. Lo peor era que ni siquiera se esforzaban por
esgrimir argumentos que sustentaran su razón, si
tenían alguna. La situación era difícil de sostener. Evitaban la verdad de las
cosas. Pero ese tipo de comportamiento era explicable, en función de la
coherencia y de la disciplina, característica de su colectividad, pues, de otro
modo, podían perecer como organización. Eso se comprende con el tiempo y
después de ver otras experiencias en el mundo.
No se trataba ya de
discusiones; sino de disputas que llegaban a lo personal. En el fondo, había
ambiciones de protagonismo e intereses individuales que comprometían a las
colectividades. La solidaridad para las serenatas se convirtió en insostenible
desarmonía. La música era ya un insoportable ruido.
Una absurda pasión
política, sin norte colectivo y llena de emociones irreflexibles, nos cegó. No
pudimos ver más allá de los anillos ideológicos que nos abrazaban o de las
especulaciones que tomábamos como verdad, sin llegar a verificarla. Pensábamos
con parámetros que no nos permitían analizar la realidad de los problemas
concretos, porque no cabían en nuestros sistemas. Las coincidencias eran más
que las discrepancias, pero nos aferrábamos a estas últimas y distorsionábamos
las primeras.
27.- COSAS Y
SORPRESAS DE LA POLÍTICA
Hernando de
Lavalle, en alguna de las entrevistas que suelen hacerse a los candidatos,
declaró que de ser elegido presidente de la República
continuaría con la política de orden y disciplina del general Odría. Esto
produjo la deserción de las agrupaciones políticas que simpatizaban con su
candidatura y, particularmente, del partido aprista, que era el más auspicioso.
Los líderes de este partido lo exhortaron a que se rectificara. El candidato
advirtió que era un caballero de palabra y no admitió dar paso atrás. Alguien,
de su entorno inmediato, esperaba esta conducta y ese alguien hasta la habría
inducido, con el fin de cambiar el curso de las cosas, pues nadie puede prever
los siniestros propósitos de las altas esferas de los poderes de la política y
de la economía que, no siempre, son cosas distintas.
Trujillo preparaba
una gran recepción al nuevo candidato de las mayorías, don Manuel
Prado Ugarteche. El estrado se había levantado al costado del palacio
arzobispal. En esta oportunidad la promoción y el entusiasmo de la visita era auspiciada por
el partido aprista, quien exaltaba a don Manuel Prado como un paladín de la
democracia y el hombre más capaz para dirigir el país en orden, lejos de las
atrocidades de la dictadura de Odría.
El panorama era
sombrío, pero el banquero había logrado su propósito, tan
finamente como el más exitoso negocio de sus finanzas. El imperio de los Prado
había conseguido, no sé con cuanta facilidad, abrir en el APRA aquella brecha y
espacio que no consiguiera en los años del 1939 al 1945. Entonces, fueron
muchos los trances dolorosos ocasionados
por el mariscal Osear R. Benavides y los Prado a Haya de la Torre y a
los más connotados líderes de este partido.
Prado estaba
convencido que sin el apoyo del APRA su candidatura estaba perdida. El maquiavélico
financista, el personaje de las más inexplicables negociaciones, a quien se
atribuyen máximas políticas que expresan lo indeseable de ésta, el Stalin
peruano, como incomprensiblemente lo llamara un caudillo comunista, había encontrado
la coyuntura favorable y la aprovechó, como cualquier hombre de negocios.
Pudiera ser que el
APRA estuviera en un callejón sin salida, en ese momento y que muchos de sus
líderes estuvieran agotados de combatir frontalmente sin los resultados esperados.
¿Quién lo sabe?. Al fin, alguien ha dicho que la política es el arte de lo
posible y de lo conveniente. Dejemos esta preocupación a los politólogos e
historiadores.
El candidato fue
recibido multitudinariamente. En el estrado lo acompañaban dirigentes
de los trabajadores de las "haciendas" caña-veleras del alrededor de
Trujillo. La suerte estaba echada y el próximo presidente de la República sería
nada menos que el más conspicuo representante de las más rancias derechas en el
país y, peor que eso, "el más refinado e inteligente de su frivola clase,
como lo calificara don Luis Alberto Sánchez", dos años antes de las
elecciones y un año antes de la indeseable alianza política.
Aquella vez, metido
en la multitud, pero un poco en los círculos
externos, tuve oportunidad de ver correr lágrimas de los ojos de viejos y
anónimos combatientes apristas, con quienes siempre sostuvimos coloquios
serenos en reuniones que se realizaban en clubes deportivos y asociaciones culturales del barrio Chicago y
en la liga de artesanos y obreros.
El desencanto en
las juventudes apristas se hizo evidente. Por cierto que no faltaron aquéllos que
siempre calculan los rendimientos personales. Los viejos luchadores procuraban
convencerse a sí mismos de no estar soñando y que sólo se trataba de una
pesadilla que acabaría con el despertar. Otro sector, más realista, pasaba con
dificultad su amargura, pero tenía la convicción que se trataba de un mal menor
y que por delante estaba la subsistencia de su colectividad política la que
tenía que prepararse para ser gobierno. Estos últimos esperaban en un futuro
muy próximo poder hacer la revolución en democracia y realizar el ideal lanzado
alguna vez por el propio Haya de la Torre: " Pan con Libertad". Sobre
todo, estaba la posibilidad de ordenar el País y de encauzarlo por sendas
democráticas, sacando ventaja de la desventaja, como corresponde a todo
político. Se tenía esperanza que don Manuel Prado convocaría a elecciones
municipales, en las que, con seguridad, ganaría el partido aprista. Esperanza
cifrada en lo que sólo fue una promesa incumplida.
Como hemos dicho,
la situación para los grupos universitarios apristas fue
desastrosa. Muchos aceptaban los hechos con resignación. Otros los recusaban
con fuerza, llegando a calificar de modo muy duro a las cúpulas partidarias,
pero la disciplina podía más que la razón. Había algo más importante, la
juventud aprista se estaba disolviendo en un puro activismo, buscando el camino
hacia el Poder más próximo, explicando estos hechos como una táctica partidaria
que los encauzaría con éxito a la meta triunfal en el futuro. Luis de la Puente
ya lo había manifestado con preocupación. Lo malo era que aceptaban la
violencia como algo inherente a la política, como propia de su naturaleza,
hecho muy contrario a las tesis y postulados de democracia y tolerancia que
predicaban y sostenían sus principales líderes que sabían de destierro y de
prisión.
No conozco texto
alguno que hable al desnudo de estos momentos políticos,
excepto aquellos testimonios de don Luis Alberto Sánchez, sobre los
acontecimientos de 1939. Tampoco podría decir qué tan desesperada era la
situación política del Partido Aprista para no superar los diferendos con el
candidato, don Hernando de Lavalle, para obtener finalmente garantía para sus
objetivos políticos. Por otra parte,
como el APRA no podía auspiciar candidato propio, buscaba el modo de obtener el máximo de ventajas en las
negociaciones políticas. ¿Cuál hubiera sido la situación si la alianza
se hubiera concretado con el candidato del "Frente de Juventudes",
liderado por el arquitecto Fernando Belaunde? Eso es historia de lo que pudo
haber sido y no fue. Otra vez, el APRA se encontraba en la misma posición de
1945.
Era evidente, a
todas luces, que algo se traían los dueños del Perú, es decir las altas esferas
de las finanzas.
En aquella época no
podía hablarse de presión internacional por parte de las potencias dominantes
para presentar perfiles democráticos. El diferendo con don Hernando de Lavalle
tenía que ser salvado de algún modo y, como hemos dicho, el Partido Aprista sin
opción para disputar electoralmente la Presidencia de la República, eligió el
mal menor: la alianza con el viejo enemigo. ¡Qué enemigo! Tan enemigo que, con
el tiempo, los hombres más conspicuos del pradismo resultaron en los predios
del APRA, desplazando a quienes tenían derechos ganados con sus sufrimientos y
la sangre de compañeros y de parientes y, al parecer, hasta desenrumbando al
Partido, colocándolo a la derecha, con un lenguaje de izquierda indispensable
para el encantamiento de las masas. ¿Pero por cuánto tiempo durarían los fuegos
artificiales? La historia muestra que no es tan fácil matar las ideas. El
problema es conservarlas con la pureza de sus orígenes y mantenerlas en su
evolución, en el contexto de la honestidad de sus constructores. Esto es
difícil, pero no imposible.
Por principio,
quiero dejar sentado que, en la colectividad promovida por los Prado, no dejaba
de existir gente de buen corazón y de buena fe; pero es el caso que sólo cuenta el
pensamiento que inspira al Movimiento y los círculos que adoptan las decisiones
finales.
Se sentía venir
un cambio en el continente. En Cuba, luchaban Fidel Castro, Cienfuegos, el Che
Guevara y otros revolucionarios, buscando la liberación de su pueblo de la
codicia del capitalismo egoísta y de la corrupción oficializada por el
exsargento Batista.
28.- SOCIEDAD Y UNIVERSIDAD
Los años de la
mitad de la segunda década del cincuenta fueron tiempos de grandes tensiones
políticas y de reformas sustanciales del Estado. Fue una época de
grandes divagaciones en relación al mejor sistema de organización de la
sociedad y de su gobierno. Se buscaba la configuración de un tipo de Estado que
no aparecía claro en la mente de la clase política. Se acentuó la tendencia de
afrontar la vida pensando por sistemas, tratando de estudiar el bosque,
abandonando la perspectiva del árbol, es decir de la persona. Era más
importante adherirse a un sistema de ideas que resolver el problema específico
en su propia realidad, sin que por ello dejemos de lado los principios
fundamentales que hacen la vida individual y social.
En todos los
ambientes y foros eran temas de discusión las
reformas agraria, financiera y de la Administración Pública. Se pontificaba
sobre el cambio de las relaciones de la propiedad de los medios de producción,
la distribución de la riqueza, romper la dependencia del exterior o aniquilar
la explotación del trabajo por el capital. En el lenguaje era frecuente el uso
de términos como antiirnperialismo, oligarquía, gamonalismo, plusvalía, etc. Es
posible que en el fondo estuviera siempre presente la dicotomía libertad
¿reeminencia de la sociedad civil) y control gubernamental (preminencia de la
sociedad política), pero con escaso conocimiento y conciencia de lo que ello
pudiera implicar.
Semejante fenómeno no
podía dejar de afectar a la Universidad, institución que toma sus
características de la sociedad en la que se desenvuelve. La Universidad tiene
la misión de crear ideas y de analizar las que se producen en la confrontación
o en la dinámica de las tensiones sociales, no por el puro objetivo de
conocimiento; sino con el propósito de cooperar en el encuentro de las
soluciones. Esta misión se llama proyección social que, en un afán promotor,
también se le designa como Universidad y Empresa, además de otras menciones
que buscan hacer de la Universidad un agente de transformación, orientación y
cambio social.
Mucho de esto se
produjo con la engañosa esperanza de ventajas institucionales y
académicas que era más que disfrazar la triste realidad de la desconfianza y
recelos que se generaron contra las universidades, en cuanto éstas orientaron a
los movimientos contest-arios al sistema, no siempre con acierto. No en todos
los casos esta actividad tuvo suficiente sustento y fue, más bien, sólo el
reflejo de la mediocridad y de la indisciplina. Tampoco es justo negar que, en muchos de los campos, la Universidad ha entregado
productos de su actividad científica y tecnológica al área productiva del país y a
la solución de serios problemas sociales. Sin embargo, hay que mantener ese
anhelo de hacer de la Universidad un ente promotor del crecimiento y del
desarrollo económico, social y cultural del país. Ayer, como hoy, debe
mantenerse la Universidad como el faro que ilumina las sendas de la libertad y
de la justicia social, valores que deben sustentar cualquier organización
social. Esto supone trabajo arduo, compromiso vocacional y testimonio de vida.
29.- LA LIBRERÍA PERUANA
Una librería no es
almacén en el que simplemente se adquiere un texto o una revista. Una librería
es el arroyo en el que se busca orientación para el saber o la ilustración.
Esta fue la actitud y el pensamiento que animó a los Miranda al fundarla con el
nombre de "Librería Peruana".
Establecida en la
quinta cuadra del jirón Pizarro y permanece allí como un elocuente
testigo de los afanes políticos de esos tiempos y de los proyectos de varias
generaciones que empezaron a visitarla escogiendo los colores, las acuarelas y
los textos para el colegio.
La librería quedó
en propiedad de Carlos Guijón Miranda, sobrino
del fundador. Carlos Guijón, ya casado con Inés Guerra, quiso llevar el libro al nivel de primera necesidad y
hacerlo accesible a todos, sin excepción y se afanó en la importación
del libro argentino y español que, por aquellas épocas con la política del
libro barato y aliento a los intelectuales hizo realidad el anhelo de la
biblioteca propia.
Eran los libros,
entonces, como la brisa llena de oxígeno, refrescantes del alma y
tónico para las mentes. Se exhibían en sus vitrinas producciones de la
editorial española "Aguilar" con sus preciosas colecciones
"Eterna", "Joya" y "Crisol", ejemplares de lujosa
encuadernación y en papel "biblia"; de editoriales argentinas y de
Chile y de cuanto libro se publicaba en el país, en admirable esfuerzo de sus
autores o de eventuales editoras que languidecían por la carencia de una
política nacional del libro.
La
"Librería Peruana" era el lugar
de estación obligada de cuanto conferencista llegaba a la Universidad. Tal vez fue
un error no abrir un libro de visitantes ilustres, pues si éste hubiera
existido se podría constatar
que por allí pasaron eminentes juristas como don José León
Barandiarán y Jorge Eugenio Castañeda; literatos como don Enrique López Albújar
o don Juan Camino Calderón. Por mucho tiempo fue centro de distribución de las
revistas de derecho como Normas Legales, Jurisprudencia Peruana y la Revista
Jurídica del Perú. El gremio abogadil desfilaba mensualmente por sus ambientes.
Cómo no
recordar las frecuentes visitas de Manuel Jesús Orbegoso, buscando literatura
jurídica o adquiriendo, mensualmente, las revistas de Jurisprudencia Peruana y
Jurídica del Perú. Por entonces, don Manuel Jesús era profesor del Centenario
Colegio de "San Juan", vestía muy pulcramente y, si la memoria no me
traiciona culminaba sus estudios de Derecho o ejercía ya la profesión. Percibió
mi inquietud por las faenas universitarias y, generosamente, me hizo partícipe
de su visión de lo que debiera ser una universidad y un universitario; es
decir, concebía a la primera como un centro de búsqueda de la verdad y al
segundo, como una persona que debe procurar encontrarla. "Esto -me decía-
sólo es posible con trabajo duro, respeto a las tradiciones y a los
valores". Para mí siempre fue un placer poder atenderlo.
Uno de los clientes
asiduos de la "Librería Peruana" fue don Pablo Villacorta, conocido como "don Pablito", al que la
gente llamaba "el Dr. Pablito", porque en él encontraban
alivio todos aquellos males ocasionados por inflamaciones agudas o tumuraciones
no malignas. Sus tomas y sus pomadas eran una maravilla para tales dolencias,
como su sicoterapia previa a las operaciones que solía recomendar, con el
conocimiento de los galenos, algunos de los cuales probaron también de sus
yerbas, cuando sus cuerpos no resistían más los fármacos. La fama del "Dr.
Pablito" trascendió las fronteras nacionales. Don Pablito solicitaba
libros de botánica superior y de medicina.
No existía revista
que se produjera a nivel nacional o local que no se encontrara en la
"Librería Peruana". Muchos de los poemarios locales adornaban sus
escaparates y los esposos Guijón-Guerra no escatimaron esfuerzos para promocionarlos.
Los estudiantes
universitarios concurrían a la librería y era la preferida. No habrá
profesional, estudiante en aquellos tiempos, que no recuerde la "Librería
Peruana" y que no haya solicitado un título para que se lo trajeran del
lugar de edición.
La "Librería Peruana" coexistió con las librerías
"Divulgación" de don Mariano Alcántara, situada en el jirón Gamarra,
donde ahora se erige el Banco Continental; la librería " Mundial" de
la Srta. Meza, dedicada más a lo que fueran textos de música y partituras y
hasta a instrumentos musicales y la librería "Zig-Zag", especializada
en revistas de entretenimiento. Habían otras librerías pequeñas, generalmente,
proveídas por la "Librería Peruana", como la de don Panchito Ramírez,
cuyo local se encontraba en la esquina del jirón Bolívar con la plazuela "
San Agustín".
Don Carlos Guijón,
acucioso y atento, siempre dispuesto a orientar al comprador del libro y de la
revista científica o de entretenimiento, sin distinción de arte, profesión u
oficio. Tenía buen ojo para intuir las exigencias de lectura de cuantos se
acercaban a sus escaparates, inquietos o no por los libros que silenciosos
esperaban un dueño. Era el librero alegre y optimista que encontró en Trujillo
una ciudad ávida de la sabiduría de los libros.
30.-
EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL
La efervescencia
social se polarizó en la Universidad entre los años cincuenta y
sesenta. Aparecieron nuevas tendencias políticas, en remplazo de otras viejas.
Movimientos insurgentes que buscaban llenar los espacios que desalojaban otras
tendencias que, fueron radicales en los años treinta, iban encontrando caminos
en la transacción entre la democracia liberal y el socialismo. De estas mismas
canteras, en dialéctico proceso, emergieron esas tendencias de nuevos
radicalismos, decididos a destruir las dependencias interna y externa y de
generar un movimiento de liberación de las clases explotadas. El esquema se
completaba con movimientos de esencia liberal y conservadores, con caudillos
nuevos de atracción popular; y movimientos de centro, los que pese a su
sustento doctrinario no consiguieron tácticas de entroncamiento popular. Este
fue el caso de la Democracia Cristiana, fundada sobre una base de intelectuales
y tecnócratas que, aunque pertenecientes a una misma corriente ideológica,
adoptaron enfoques que abrieron tendencias conservadoras y progresistas que poco a poco se fueron haciendo irreconciliables.
Se integraban en la
Universidad organizaciones estudiantiles que querían y se
disponían hacer frente a hegemonismos y a posiciones, que pretendían convertir
a la universidad en mero instrumento o peldaño de partidos políticos o de
ambiciones personales muy específicas. Se
perdía la perspectiva del fin esencial de la Universidad, de orientar la
formación de conciencia de solidaridad en la sociedad inmediata e influir en
las concepciones y técnicas de gobierno, mediante la investigación y la
formación de cuadros profesionales idóneos y suficientes.
En la Universidad
Nacional de Trujillo, las organizaciones culturales o literarias se convertían en
bases politizadas y se polarizaban las fuerzas entre politicismo y
antipoliticismo partidario. Esta última posición no rechazaba las opciones
políticas; sino las dependencias de partidos políticos. Entendían que la coincidencia
ideológica, no tenia por que comprometer o enajenar el fin de la universidad,
aunque el individuo pudiera enajenarse a su colectividad, si así le pareciera.
Coordinación no supone subordinación. Era menester mantener la autonomía
institucional y protegerla de intolerancias y argollas internas y de agresiones
y manipulaciones externas, cualquiera que fuera su origen.
El destino de la
Universidad debía resolverse en la misma Universidad y de ningún modo, en los locales políticos o por consignas partidarias.
La autonomía
universitaria no puede ser entendida sólo como protección del poder policial;
sino como la condición necesaria y suficiente para que el pensamiento se
desarrolle con libertad y amplitud de criterio. Esta condición vale también
para el interno de la misma universidad, donde se suele manipular masas
estudiantiles para achatar a los individuos pensantes y encumbrar a individuos
útiles, fáciles instrumentos para las codicias personales.
Como
consecuencia de esta controversia se desembocó en el
campo de las estrategias de dirección del movimiento estudiantil, que se
organizaba en Centros Federados a nivel de Facultades, Federaciones
Universitarias, en cada Universidad y en la Federación de Estudiantes del Perú
(FEP).
Los estudiantes polarizados
se agrupaban en asociaciones que adoptaban nombres como Movimiento
Universitario Reformista (MUR), Asociación
Universitaria Reformista (AUR), Frente Universitario Cristiano (FUC), que
respondían a las ideologías aprista, acciónpopulista y socialcristiana,
respectivamente. Las corrientes marxistas no lograban aún cohesión, pero se hacían
presentes muy definidamente.
De cierto modo, los
contenidos se mantuvieron, con variaciones, con nombres distintos, entre los
cuales podemos mencionar al: (ARE) Alianza Revolucionaria Estudiantil, de
tendencia aprista; (FESC) Frente Estudiantil Social Cristiano; (VER) Vanguardia
Estudiantil Revolucionaria, de tendencia marxista y otras siglas de oportunidad
y de las más variadas tendencias. Estas siglas vienen transformándose,
en algunos casos, en razón de nuevas tendencias o de divisiones internas.
Ahora, la gran tendencia es a la individualidad, al predominio de corrientes
independientes, como una respuesta a la oligarquizacíón de las viejas
organizaciones políticas y sociales, en general.
El número de
universidades era reducido y sólo existían la Universidad de "San
Marcos", la Universidad Nacional de Ingeniería, la Escuela Superior de
Agronomía y la Pontificia Universidad Católica, en Lima; "San Antonio de
Abad", en el Cusco; la "San Agustín", en Arequipa y la de
"Santa Rosa y de Santo Tomás de Aquino", en Trujillo.
En la década del
50 se carecía aún de una Ley Universitaria, pues la Ley 10555 (Estatuto
Universitario) de 1946, iniciativa del maestro Luis Alberto Sánchez, que
recogiera los principios de la Reforma Universitaria, no llegó siquiera a
implantarse, pues se frustró con la caída del gobierno del insigne jurista, don
José Luis Bustamante y Rivero y la instalación de la dictadura del general
Manuel A. Odría en 1948. Entonces se retornó a la Ley de Educación que mantuvo
a la Universidad en cautiverio hasta la dación de la Ley 13417 en la década del
60.
Toda la
comunidad universitaria buscaba su propio espacio normativo, consciente de que
en ese período habían llegado al Congreso conspicuos maestros
universitarios y que era el momento de lograr una ley que permitiera el
desarrollo y la consolidación de la universidad peruana.
La dinámica de
estos movimientos dio lugar a los llamados congresos de estudiantes, con el fin
de homologar criterios, aunque no faltaron tendencias de quererlos convertir en
fáciles instrumentos de manipulación para obtener ventajas en materia de
política de partido. La participación en ellos no era lo que
podríamos decir pacífica.
Serán los
historiadores los que se encarguen de la historia. Ésta es una narración con
fantasía, aunque aparezcan nombres de personas que aún viven y de otras ya
desaparecidas; así como hechos y lugares ciertos que, ya no son más, como
entonces fueron.
Ahora me interesa
repasar, con cierta creatividad, pero sin distorsiones, un momento de tensión que
refunde todas esas inquietudes y situaciones. Me interesa hacerlo dejando de
lado los pormenores y las secuencias de principio a fin y concentrarme sólo en
el acontecimiento específico para esta narración. Me refiero a la pugna entre
el que llamáramos Pro-congreso Nacional de la FEP y el Anticongreso, generado
por el temor del entonces grupo estudiantil aprista, a perder definitivamente
la conducción del movimiento estudiantil que se les escapaba de las manos, a
consecuencia de las alianzas del partido en la política nacional. El movimiento
estudiantil aprista pasaba un momento de serias contradicciones internas, lo
cual de por sí no era una situación negativa; sino el signo de vida y la
oportunidad de proyectarse al futuro. Era una posibilidad de aplicar la
inteligencia y la capacidad de trabajo social. Podríamos decir era una crisis
de desarrollo, aunque no sé si lo llegaron a percibir de ese modo. Esto era también
la consecuencia del fenómeno de las readecuaciones ideológicas, reflejo de las
correlaciones internacionales posteriores a la segunda guerra mundial.
El Congreso
Ordinario de la FEP, convocado por su presidente Carlos Enrique Melgar, debió realizarse
en la ciudad del Cusco. Era presidente de la Federación de Estudiantes del
Cusco José Tamayo y Valentín Paniagua Curazao, el vicepresidente. Una
delegación de la Universidad de Trujillo, presidida por Hernán Rojas e
integrada, entre otros, por Víctor Julio Ortecho, viajó al Cusco en
representación de la Federación Universitaria de Trujillo (FUT).
En el Cusco se armó una gran
confusión. El Congreso no se pudo realizar. La mayoría de las delegaciones
acordaron realizar un Congreso Extraordinario de la Federación de Estudiantes
del Perú en Trujillo, nombrándose una comisión para su organización, cuya
presidencia fue confiada a Víctor Julio Ortecho. Esta situación fue motivada
por la actitud intransigente de los grupos oficialistas que se reunieron en Sacsahuamán,
pretendiendo celebrar allí el Congreso de Estudiantes, hecho que fue
desconocido por los delegados de la mayoría de Universidades.
La corriente académica
había tomado el liderazgo. Los choques serían recios, pero era hora de cortar
hegemonismos y de romper con tácticas o métodos que nada tenían que ver con la
dinámica del pensamiento y la libertad de opciones académicas. Víctor Julio
Orte-cho asumió el compromiso y recibió el apoyo de los distintos grupos
estudiantiles locales y nacionales. El reto estaba planteado y era una cuestión
de honor llevarlo adelante. Los grupos oficialistas no darían tregua, se
aferraban a su Congreso de Sacsahuamán.
Se sentían ya
aires de cambio y un giro en los acontecimientos del movimiento estudiantil. El
problema era el norte que tomaría.
31.- EL
CENTRO FEDERADO DE DERECHO
En la búsqueda de
caminos orgánicos, los estudiantes de Derecho se reunieron en el aula 11 del antiguo
edificio de la Universidad. Se designo un director de debates para discutir y
determinar la organización a fin de elegir a los integrantes del primer Centro
Federado de Derecho. El sentir mayoritario era el de realizar esa elección en
un proceso que garantizara la máxima participación de los estudiantes, de modo
ordenado y democrático, por voto secreto.
El MUR discrepaba
abiertamente de esa sistema y en esa oportunidad, Luis de la Puente,
justificando esa posición expresó: "Lo que llaman sistema democrático
no es sino la cobardía de no querer expresar de modo directo sus simpatías y
adhesión por el estudiante más idóneo para dirigir los destinos de la
organización estudiantil que significa el Centro Federado. Debemos aprender de
los Griegos, quienes en el agora elegían a sus gobernantes cara a cara,
asumiendo la responsabilidad por el error que en la elección cometieran.
Nosotros no permitiremos que se cometa ese latrocinio que significa el engaño
de elegir representantes estudiantiles por la farsa del voto secreto. Propongo
que se convoque una Asamblea de estudiantes de la Facultad para exponer ideas
y planes y allí escojamos a los mejores". Por cierto que fue la
intervención de la que de la que mejor memoria tengo por lo lúcido y la fuerza
de los recursos oratorios, pero fueron varios los que secundaron la opinión,
entre los que recuerdo a Humberto Carranza Piedra, Walter Palacios y Miguel
Angelats, el más pibe,
pero que despuntaba ya con una oratoria excelente. Estoy seguro que ésta no era
una convicción, porque a todas luces contradecía los sustancial de la doctrina
social demócrata, pero sí, una táctica segura, pues constituían un grupo muy
compacto y disciplinado, al punto de poder resistir una maratón de oratoria
que, venciendo por cansancio a los asistentes, ellos quedaran en número
superior hasta llegado el momento de la elección.
Las réplicas no
se dejaron esperar y surgieron las opiniones de Hernán Rojas, de convincente
oratoria; Jorge Campana, de emotiva expresión; Elio Pimentel, cuya serenidad y
sólida argumentación resultaba muy acorde con las nuevas corrientes de trabajo
intelectual, aspiración de las juventudes del momento; Eduardo Monsalve, de
gran emoción y directo lenguaje; Segundo Boggiano Estela, con un magisterio muy
digno de recordar; Víctor Julio Ortecho, directo e implacable en sus
apreciaciones; Amado Ezaine, conciliador, pero contundente más allá de las
meras fórmulas de rutilantes oratorias; Carlota Paredes y Ofelia Rodríguez,
liderezas respetables y con ellos muchos más.
La reunión del
salón 11 sólo fu en un comienzo, el asunto se decidió en una Asamblea en el
patio de Bolívar y Sánchez Carrión (el patio central del edificio) y no
obstante las dilaciones a que se recurrieron, la decisión que se tomó fue la
designación de un Comité electoral presidido por Eduardo Monsalve Morante.
El
proceso electoral se llevó a efecto, la convicción real
se impuso sobre el expediente táctico. Por cierto que se
corrieron voces que a determinada hora se dispondría que los
"búfalos" destruyeran las ánforas, lo cual estaba fuera de cuenta.
Sin embargo, Lalo Monsalve tomó sus precauciones y con él, algunos de los
miembros del Comité Electoral. Se advirtió a los miembros de las mesas del
riesgo posible. Alguien, en una posición exagerada, recomendó que si era el
caso, se tendría que defender el ánfora con la vida misma, a lo que Crespo
respondió: "por mí que se lleven el ánfora, que las elecciones las podemos
repetir, pero nadie me devolverá la vida". Las elecciones transcurrieron
sin problemas.
No se logró una
candidatura de consenso. El candidato electo fue Elio Pimentel, quien gozaba de
una gran simpatía entre el estudiantado jurídico, no sólo por su aplicación,
sino por su don de gentes
y serenidad, que auguraba imparcialidad en los enfoques y decisiones necesarias
para esos álgidos momentos.
A Elio Pimentel le
correspondió una gestión que prometía ser agitada, pero que logró
superar con éxito. Fue una faena, digna de la Facultad de Derecho, la que tenía
que mostrarse como la Facultad Rectora del acontecer universitario, en lo que a
principios de legitimidad y legalidad se refería. Estas ideas primaron en
todos los grupos, aun en aquéllos que se opusieron en un inicio.
32.- ALLANAMIENTO E INSPECCIÓN
Jorge Campana
sugirió reunir a los capitanes de los tres "batallones",
ya estacionados en diversos lugares, dispuestos a retomar por asalto los
locales de la universidad. Los ambientes centrales de la universidad habían
sido allanados y capturados por un grupo radical de estudiantes del Movimiento
Universitario Reformista (MUR) que, al parecer, actuaban por su cuenta, con el
fin de impedir la realización del Congreso extraordinario de la Federación de
Estudiantes del Perú(FEP).
El objeto de la
reunión era para dar a los capitanes un poco de chocolate
caliente rociado con granitos de pólvora. Según Jorge Campana, era un secreto
para enardecer y hacer perder el miedo a cualquier cosa que pudiera
presentarse. Eran ya más de las diez de la noche, hora adecuada para la
convocatoria. Los capitanes acudieron puntuales y entusiastas. Cada uno de
ellos recibió dos baldes de chocolate caliente y 50 vasos descartables. Para el
servicio se impartieron las instrucciones respectivas.
Se presumía que
-con los estudiantes- también habían allanado el local central de la
universidad trabajadores de las haciendas aledañas, afiliados a la misma
colectividad política. Para tomar información directa, decidimos dar una
vuelta a la manzana en el camioncito de Gutiérrez. En el curso del recorrido a
la manzana, al cruzar por la esquina de las calles San Martín con Diego de
Almagro, pasó disparado un perdigón entre la cabeza de Gutiérrez y la mía hasta
atravesar el parabrisas. Esto nos enardeció. Gutiérrez cuadró el camioncito, al costado de lo que es hoy el Banco
de la Nación y, desde esa vera, alcanzamos a ver en la penumbra algunas
siluetas que corrían por el techo de lo que antes fue el comedor universitario.
Gritamos algunas "alabanzas" a sus familias y, retrocediendo, dimos vuelta por el jirón Diego
de Almagro, avanzando hacia el sur hasta la esquina de Independencia con
Pizarro. Aquí bajamos y nos agrupamos en la pequeña plazoleta que precedía la
entrada principal al local de la Universidad y a la capilla adyacente, ahora es
el auditorio César Vallejo. No vimos a nadie en ninguno de los lados, ni
asomarse por los techos, sobre los que habían colocado carteles alusivos a la
captura del local. Dimos una segunda vuelta para asegurarnos de la situación de
la puerta posterior de la universidad, que estaba ubicaba en la tercera cuadra
del jirón San Martín, puerta que daba acceso a la carpintería o, lo que es lo
mismo, una entrada o salida para la universidad. Consideramos que ésta era una
puerta vulnerable, que pudieran haberle arrimado todas las carpetas, de tres y
hasta de cinco cuerpos que se acumulaban para su reparación. También evaluamos
como lado débil la puerta principal de Almagro-Independencia y todas las
ventanas del costado que daban a esta calle, que correspondían a la biblioteca
central. Las ventanas eran muy simples, no tenía barrotes y hubiera bastado un
empujón para abrirlas de par en par.
A la luz de
esa inspección obtuvimos la información necesaria para trazar el
plan de ataque y rescatar de los intrusos el local de la universidad, que había
sido allanado.
33.- EL LOCAL CENTRAL DE LA UNT
La universidad de
ese tiempo -aún, ahora, en parte- funcionaba en lo que fue el
convento de la Compañía de Jesús, asignado a ella por el Libertador Simón
Bolívar, su fundador. Ocupaba este edificio parte de la manzana formada por las
cuadras 3 de los jirones Independencia -Bolognesi-San Martín- Diego de
Almagro. La Universidad compartía la manzana con propiedades de la
Beneficencia Pública de Trujillo.
Se ubicaban allí,
alrededor del patio central, los servicios de la Administración general, algún
salón de clase y el paraninfo, es decir el salón de actuaciones solemnes, lugar
en el que se desarrollaría el Congreso Extraordinario de la FEP ya convocado.
En una combinación de restos antiguos y construcciones adicionales, situadas
en el lado norte del edificio, se ubicaban las aulas para Ingeniería Química y
Ciencias Económicas y todas las aulas para las carreras de Derecho, Educación,
Farmacia, etc. La Facultad de Medicina, recién gestada, se localizaba en un
novísimo local al norte de la ciudad.
No nos imaginábamos la
realización del Congreso en otro lugar que no fuera el Paraninfo, al que temamos
como el agora de la esencia académica. Tal vez nunca entendimos del todo la
majestad de la disposición de sus asientos, colocados en dos filas cuyos
asientos se miraban frente a frente, en tres niveles y con un corredor en el
centro, interrumpido por un pulpito, en el lado izquierdo, terminaba en la
plataforma sobre la que se situaban los asientos de la más alta jerarquía. Su
mobiliario conservaba el estilo eclesiástico, adecuado a la solemnidad cuando
servía a sus antiguos propietarios, la Orden de la Compañía de Jesús.
En aquel entonces,
el perfil de la Universidad por el lado de la calle Diego de Almagro era
distinto del que hoy presenta. Allí se instalaba, en una edificación
de dos pisos, el museo arqueológico, entre la pared lateral del actual
auditorio "César Vallejo" y la puerta al patio de lo que era la
Facultad de Farmacia. En este mismo lado estaba la pequeña biblioteca de Letras
y la biblioteca de Derecho en los altos de lo que es ahora el Consultorio
Jurídico Gratuito. Hacia la esquina, estaba
el comedor universitario y, con cara al jirón Diego de Almagro, en ese
extremo, había una puerta de acceso al mismo. El comedor era presa de las
minúsculas ambiciones de individuos que se llamaban así mismo dirigentes
estudiantiles, grupos que fungían de físca-lizadores, pero que no eran más que
aprovechadores de las ventajas que se tomaban en su condición de corifeos y en
ejercicio deshonesto de esta función.
34.-
LA QUECA
Crespo llegó triste
esa tarde. Conversábamos animadamente Chalo Bracamonte, "el gringo"
Mariani, Zegarra y Quezada, "el Santo". La Queca estaba en el
hospital "Belén". Había sido herida por una de sus compañeras, la que
le asestó dos puñaladas por la espalda. Según Crespo, desde tiempo atrás venían
peleando por el mismo "protector", llamado vulgarmente
"cabrón" o "cancho", es decir un proxeneta, alguien que se
ganaba lo suyo arriesgando su propia integridad corporal para proteger a las
chicas de los clientes necios o avivatos que pretenden los servicios sin abonar
la paga o que buscan perversidades fuera del libreto que ellas admiten. A
cambio de esa protección, se llevan buena parte del producto y de todo lo demás
quemaba.
"El colmo de
los colmos -decía Crespo-ya se lo había advertido, pero ella estaba
enamorada de ese tipo, agarrado con la Chalaca desde hacía ya un tiempo".
La "Chalaca" era una zamba de armas tomar y, si bien, no menos era la
Queca; aquélla era más rápida y traicionera. "La Chalaca" se jactaba
de ser una "buena puta", con todas sus letras.
Así, como
estaban las cosas, sucedió la desgracia. Las puñaladas habían comprometido los
pulmones. La Queca estaba grave, internada en emergencia. El hospital se
ubicaba a dos cuadras del "Nuevo Hotel". Crespo narraba los hechos
moviendo manos y pies, jalándose los cabellos ensortijados y con los ojos
inyectados. "No es llanto -justificaba- es rabia, pues el desgraciado,
encima de todo, echa la culpa a la Queca. ¡ Qué será de la pobre! Peor todavía,
¿qué será de la hija que dejó con su madre en Morropón?" En efecto, la
Queca solía enviarles puntualmente la mesada para ayudarles a sostenerse. Para
su familia, la Queca era una mujer de éxito aquí en Trujillo. La recordaban
como la muchacha rebelde, agresiva y ambiciosa de llegar a ser alguien en la
vida.
Tratamos de
consolar el negro Crespo, advirtiéndole que su bondad y su deseo de
rehabilitar a la chica no debieran agobiarlo hasta ese punto. El problema era
que ya casi la había convencido para que volviera a la tierra y pudiera
comenzar una nueva vida. Por nuestra parte, argumentábamos un poco desconfiados:
¿Nueva vida en un pueblo chico? ¿No te parece ingenuidad? Imagínate cuando
algún estudiante de aquí o comerciante o agente viajero llegue a ese lugar y la
reconozca. Tu sabes que a la gente le nace la maldad y evita la rehabilitación
del caído en desgracia. Estas y otras reflexiones hacíamos con Crespo, lo cual
admitía, pero, como él decía, el campo es amplio y no necesariamente tenía porque
estar en el pueblo mismo. Además, lo importante era que dejara esa vida que la
estaba matando, pues en la tierra podía conseguir un buen hombre con quien
pudiera hacer vida en común, afirmaba y reafirmaba Crespo.
Todos teníamos la
convicción de que la Queca era una buena mujer, aunque algo chismosa. El chisme
para ella era como ponerle un poco de sal a las conversaciones, pero lejos de
la insidia y más de las calumnias. Gustaba gritar en la cara las verdades y se
jactaba de ser una buena norteña, valiente, pero generosa. La hermosa mulata,
de cintura fina y bien formadas caderas había marcado época en la
"casa" de doña Laura.
Ahora, las cosas podrían cambiar. Decidimos ir a visitarla y buscar ayuda,
mientras ella se mantuviera en el hospital. Sabíamos que había logrado comprar
una casita cerca de la "Casa", en la calle Zela, la que había
arrendado a unos conocidos.
En la
"casa" de doña Laura, las chicas se habían dividido. Unas, la
mayoría, apoyaban a la Queca; pero otras estaban a favor de la
"Chalaca". Éstas aducían que el cabrón era marido legítimo de la
Chalaca y que la Queca era una entrometida. Esa era su razón. De todos modos,
ese fenómeno de celos, en un lugar como la "casa" de doña Laura, no
deja de despertar cierta curiosidad.
35.- PLAN DE ATAQUE
Reunidos,
Jorge Campana, "Cheti" Martínez,
Fernando Llirod, "el tenor"; Carlos Moreno, "Sayapuyo";
Alvaro Castillo, el "ateo"; Rodolfo
Armas, "el loco"; Espejo, y otros comprometidos en la acción, procedimos
a trazar la estrategia de la operación rescate de los locales de la
Universidad.
El grupo que
acampaba en la concha acústica de Mansiche entraría por el portón del jirón
San Martín -la carpintería de la U- y el grupo que estaba en la plazuela de la
Iglesia San Francisco, se desplazaría prudentemente y atacaría por la puerta
principal y por las ventanas de la biblioteca central del Jirón Independencia.
Cada grupo de ataque estaría precedido por 3 miembros provistos de bombas
molotov y un miembro del mismo grupo que portaría un extinguidor -conseguidos
por Jorge Campana-. Este último grupo se encontraba instalado en el segundo
piso de una casa en la quinta cuadra del jirón Independencia. Era capitaneado
por Carlos Moreno.
Para observar los ánimos y
evaluar las posibilidades, realizamos una inspección a los
"batallones". Si bien participaban estudiantes de todos los grados,
en su mayoría eran cachimbos, siempre los más entusiastas y por allí alcancé a
ver a Carlos Castañeda, Froylán Masías, Carlos Rentería, Carlos Lozano, el
"charapa", todos estudiantes de los primeros años universitarios,
pero decididos a defender los fueros académicos de la Universidad. Me constaba
su entusiasmo por el estudio y el trabajo universitario. Esto sembró cierta inquietud
en mí, con respecto a las consecuencias que un encuentro violento podría
derivar.
Establecido el plan
de ataque, nos desplazamos hacia la Alameda de Mansiche para probar el efecto
de las bombas molotov, esas botellas llenas de gasolina con una mecha instalada
y empapada con el líquido inflamable.
Era ya la
medianoche y hacía frío. Las calles estaban vacías. Como siempre,
uno que otro esperaba los carros que pasaban al Norte. Escogimos un árbol.
"Sayapullo" tomó una de las botellas, prendió la mecha y con gran
destreza la lanzó contra el árbol, el cual ardió sorprendentemente, al punto
que las llamas casi cubrieron el ficus, robusto y alto. Nos sorprendió el efecto
incendiario del artefacto y nos asustaron las posibles consecuencias que
podrían producirse. Imaginé ardiendo la carpintería, la biblioteca y toda la
manzana, pues las construcciones eran -y aún lo son-de adobe, quincha y madera
envejecida. Ante ese espectáculo nuestros cálculos aconsejaron que los
extinguidores serían juguetes y la confusión sería tal que de nada habría
servido recuperar el local. Dimos una segunda vuelta y pedí "al
comando" reunimos en el "Nuevo Hotel".
36.- INCENDIO FRUSTRADO
Nuestras reuniones
estratégicas se hacían en el cuarto de Óscar Figueroa, por ser uno de los más amplios en el
primer piso del "Nuevo Hotel". Expuse el planteamiento a todo
el Comando. Era mejor buscar un nuevo local para realizar el Congreso
extraordinario de la FEP, tal vez el de la Federación de Empleados Bancarios
(FEB), cuya directiva estaba en la línea
progresista. La cuestión no era ya un juego. Entrar con las bombas
molotov sería un desastre e imprevisible el avance del fuego por toda la
manzana. Sin luz en el interior de la Universidad, nadie sabría quién es quién
y, sabe Dios cuántos morirían o resultarían lesionados.
Había que
hacer tiempo y, más o menos a eso de las dos de la mañana, cada capitán
advertiría que, por razones de seguridad y negociaciones adelantadas a fin de
conseguir un nuevo local para realizar el Congreso Extraordinario, se suspendía
la operación rescate y se les citaba para más tarde frente al hotel de
Turistas.
Todos los capitanes
y responsables del "comando" entendieron que no teníamos
ningún derecho de arriesgar a los muchachos. Sin embargo, no faltó uno de los
presentes que se opuso y, eufórico, la emprendió con insultos y, tildándonos de
cobardes y de traidores a la
causa, propuso aprovechar la organización y la
voluntad de los estudiantes para atacar al Diario "El Norte".
Semejante iniciativa era una idea absurda y, sin más, todos la rechazamos
rotundamente. Por el contrario, reafirmamos la voluntad de mantener el máximo
respeto a la propiedad, a la libertad de prensa, al pluralismo político y al
libre juego de ideas. Estos eran nuestros ideales, por los cuales estábamos
luchando. No se trataba de una confrontación con los partidos políticos y menos
con la prensa. Llamé a la comprensión y advertí que el hecho de tener posiciones
distintas, no nos hacía enemigos personales. Se impuso la razón. Todos
estuvimos conformes que era la mejor opción y la más sensata y procedimos a
desactivar la operación "rescate del local universitario".
Con el tiempo, los
actores de uno y de otro grupo, ahora en distintas tiendas políticas a
las que entonces pertenecieron, o ya en ninguna de ellas, nos hemos reído de
estas aventuras. Uno de ellos, que estuvo adentro allanando el local de la
universidad -me decía-"¡Pá su macho! Si que pasamos apuros. Adentro, no
éramos muchos y de afuera recibíamos mensajes de cuántos eran Uds".
"Si la insensatez se hubiera impuesto, quien sabe no hubiéramos quedado
uno solo para contarlo o recién estaríamos saliendo de la cárcel". Como
entonces, este estudiante, un gran amigo, emigró de tienda política y, pasando
primero por el "Apra Rebelde", llegó a ocupar la Secretaría General
del Partido Demócrata Cristiano de Trujillo. Ahora, no nos acompaña más en este
valle de lágrimas. ¡Qué en paz descanse!
37.- SE
ACABARON LOS MACHOS
Al hacendado
prepotente y abusivo, con ínfulas de colonizador se le llamaba gamonal,
explotador y manipulador de las personas en su propio beneficio. El gamonal no
sabía de la dignidad de la persona humana, salvo de la suya. Era una especie
que desprestigiaba a la buena gente del campo, al hacendado laborioso, humano,
cristiano y creyente en la justicia.
Trujillo conoció de la
prepotencia y angurria de los gamonales, generalmente dueños de grandes
extensiones de tierras, de modo especial, en el interior del país, ya que los
propietarios de los grandes latifundios vivían en el extranjero y los de las
haciendas importantes lo hacían entre Lima y Trujillo, manteniendo cierto porte
de bonhomía, de benefactores o de filántropos.
El gamonal de la
serranía tenía a su servicio a las autoridades políticas
-no menos en la costa- las que le debían el favor del cargo, por las
influencias que éstos ejercían en las autoridades de las diversas instituciones
administrativas y judiciales, en los centros de decisión departamental y hasta
nacional. En la serranía, el gamonal era amo y señor. Se arrogaba por sí y ante
sí ciertos derechos medievales que irrita el recordarlos.
Esto hacía que,
como los gamonales tenían sus residencias en Trujillo, sus herederos quisieran
también aquí, en la ciudad, extender sus privilegios más allá de la gestión
"exitosa" en los estrados administrativos y judiciales, en asuntos
en los que no tenían derecho alguno.
Una tarde de sábado,
bebían tranquilos y animadamente, tres amigos en una de las mesas del
Trocadero. Uno de ellos, de contextura muy delgada y no más de 1.60 m. de
altura, decía a todo pulmón: soy chalaco de
raza y de corazón y, golpeándose el pecho como tarzán, no cesaba en
narrar audaces encuentros con matones de todo pelaje en más de un lugar del
país, amorosas aventuras y halagaba su suerte de llevarse mujeres ajenas y
devolverlas cuando le daba la gana. Los clientes de las mesas vecinas, lo
miraban y sonreían. Con ese cuerpo, cualquiera lo derribaría con un soplo, nada
más. De pronto, se acercó a su mesa un tipo robusto, blanco, de cabellos entre
desteñidos, rubios y canos, de 1.80 m. de altura o algo más, dispuesto a
dañarles el buen humor que aquel trío derrochaba a su gusto, alegrando de paso
el ambiente. Con voz de mando y actitud prepotente, el intruso colocó dos
botellas de pisco en la mesa, distribuyéndolas una al centro y otra frente al
hombrecillo. Aquí se hace lo que yo digo, gritó el extraño gigantón. Puso las dos manos sobre la mesa y
dirigiéndose al forastero, le habló amenazante: " si eres tan
hombre como dices, bébete este pisco a pico de botella en treinta segundos, si
no quieres que te aplaste como a un gusano". Surgió la tensión, el bar se
sumió en silencio, los parroquianos pararon la respiración, la rockola se
detuvo. El tipo no se inmutó, le fijó la mirada, tomó la botella y con la
rapidez del rayo la hizo girar en el aire, la estrelló en la mesa y la ensartó
en el vientre del intruso. "Conmigo se acabaron los machos", dijo con
sarcástica ironía, dejó unos billetes en la mesa y se fue seguido de sus
amigos. El bar se alborotó con acción retardada, debido a la sorpresa, no sólo
por la técnica del chalaco, sino por el personaje que yacía en el suelo retorciéndose y desangrándose. Los dueños
corrieron por la policía, mientras algunos parroquianos alzaban al herido para
ponerlo en la camioneta de uno de los amigos del intruso.
Todo el mundo, me
refiero a la clientela cotidiana del Trocadero, hubiera querido alzar en
hombros a ese hombrecillo. Estaban hartos de aguantar las insolencias e
impertinencias del "señorito". Este era descendiente de gamonales,
con fama de hacer lo que les venía en gana en la sierra y pretendían, por eso,
lo mismo en Trujillo.
Trato de ser lo más fiel a
la narración de alguien que fue testigo presencial de los hechos y hasta donde
puede dar mi memoria, pese a la desgracia humana que felizmente se superó en
todo sentido.
Según
cuentan, cuando se recuerda este epopéyico episodio, también el señorito
hubiera querido abrazar al chalaco. Decía estar esperando a alguien que con
agallas asumiera el reto y se levantara como símbolo de rebeldía contra
cualquier opresión. En efecto, después de este acontecimiento, ahora olvidado,
tales escenas no se volvieron a repetir.
Esto no fue sino el
corolario de aquel refrán que dice: "La letra con sangre entra" o
de aquel otro: "El que busca, encuentra".
38.- EL
CONGRESO EXTRAORDINARIO DE LA FEP
Por mediación de
Víctor Julio Ortecho, los dirigentes bancarios Eduardo Castillo y Marco Díaz
Chávez gestionaron ante su directiva y consiguieron de ella que nos cediera el
local de la Federación de Empleados Bancarios, sito entonces en la quinta
cuadra del Jirón Independencia, frente al actual local del Conservatorio
Regional de Música. Allí se decidió llevar adelante el Congreso Extraordinario
de la Federación de Estudiantes del Perú.
Empezaron a llegar
las delegaciones estudiantiles de las diversas universidades del Perú, algunas
de las cuales se alojaron en el Hotel Americano de la calle Pizarro y otras, en
casas de amigos con residencia en Trujillo.
Organizamos la
seguridad del local. Encargamos esta difícil
misión a "Cheti" Martínez, estudiante destacado de la Escuela de Medicina. El faccioso grupo que ocupara los
locales de la Universidad seguía amenazando con frustrar la realización
del democrático Congreso Estudiantil. Esta gente no lograba entender que la
mejor opción era el juego
ideológico y el objetivo perseguido: la superación académica.
Justo es reconocerlo, sin embargo, que un grupo de estudiantes de la misma
asociación se habían acercado para manifestarnos su solidaridad y su desacuerdo
con las acciones de sus consocios.
El
estudiantado había logrado percibir la incoherencia entre el
discurso y la acción concreta del grupo faccioso que, cada día perdía vigencia
por su adhesión al gobierno de la plutocracia. El uso de la violencia fue
siempre su mejor argumento para manejar a su antojo la vida universitaria. Ese
espíritu de desorden había saturado la paciencia de los estudiantes, que
pasaban por una primavera de reflexión y recuperación de los conceptos y las
prácticas académicas. Algunos de ellos lo entendieron bien, pero poco podían
hacer en su colectividad frente a la mayoría que los apabullaba.
Mientras recibíamos en
el local a las delegaciones de estudiantes de las diversas universidades, se
escuchó de pronto un ruido como si fuera el de una explosión, no muy lejana.
Fue consecuencia de una botella lanzada desde el techo que llegó a quebrarse en
el suelo del patio de ingreso, justo cerca a los pies del presidente de la
Federación de la Universidad San Agustín de Arequipa. Se trataba de una botella
con ácido que de haber caído sobre alguna persona, el daño habría sido de
consideración, pero se esparció en el piso sin mayores consecuencias. Como era
de esperar, el irresponsable tipo fugó y se perdió en los techos, pero
alcanzamos a ver de quien se trataba, mientras corría por los mismos.
El Congreso se
realizó sin mayores contratiempos. En el curso de su
desarrollo, se discutieron diversos problemas, en particular, temas como el de
la ley universitaria, que más tarde suscitara ardorosos debates parlamentarios;
el de demandar el quechua como lengua oficial, en paralelo con el castellano.
Se decidió apelar a la representación parlamentaria progresista, sin distinción
de tiendas políticas para hacer realidad los acuerdos del Congreso. Se mencionaron,
entonces, los nombres de Cornejo Chávez Jorge Bolaños, Roger Cáceres, Benavides Correa, Polar Ugarteche, Alzamora Valdez, Bielich
Flores, Raúl Porras, Tito Gutiérrez, Barreda Moller, Luque Luna y otros de
diversas tiendas políticas e independientes.
Se reafirmaron
tesis como la del cogobierno en la proporción de un
tercio del número total de asambleístas, el derecho de tacha, la cátedra paralela, su correlato el de la asistencia
libre y, particularmente, el de la autonomía universitaria y la autonomía de
las Facultades.
En muchas de estas
tesis jugaba más la carga emotiva que el de la racionalidad. No se
tenía aún muy claro el mecanismo para llevarlas a efecto de un modo
estrictamente académico, manteniendo en
equilibrio todas o algunas de ellas, como el de la cátedra paralela con
el de la asistencia libre o el derecho de tacha con el ejercicio imparcial de
la docencia. Había que encontrar el modo de evitar el sesgo a lo extra
académico en las acciones que se derivarían de lo que denominamos conquistas
estudiantiles. No queríamos su desnaturalización. Eran necesarias estas
"conquistas" para garantizar el desarrollo científico y la formación
profesional, en libertad.
El Congreso
extraordinario finalizó con la elección de Oscar Espinoza Bedoya y de
Enrique Bernales como Presidente y Vice presidente de la Federación de
Estudiantes del Perú, entonces, líderes de las juventudes demócratas
cristianas.
De
esta forma se cerraba una etapa de la historia del Movimiento Estudiantil y empezaba otra que, como parte del fenómeno
latinoamericano, sería influida por la revolución de Fidel Castro en Cuba.
39. - EL CIERRE DE LA CASA
No puedo determinar
cuándo, es decir, el año, el mes y día; pero recuerdo
mucho lo que esa vez pasaba. La "Casa de doña Laura", situada en la
novena cuadra de la calle Suárez del barrio Chicago, estaba decorada con
guirnaldas de papel celofán y crepé; globos y otros adornos que daban un
ambiente de fiesta. Los pisos de cemento pulido brillaban resplandecientes. Las
chicas lucían elegantemente vestidas. Doña Laura mantenía su porte charmant y
altivo, como si quisiera retar a alguien que se atreviera a faltarle el
respeto. El ambiente estaba cargado de un perfume, llamado "Tabú".
Sucede
que la hostilización había llegado a su límite.
Los vecinos tenían toda la razón, pero mucho de lo que allí
sucedía no era sólo culpa de las "niñas" de la "Casa"; sino
de la impertinencia de los visitantes, incapaces de controlar sus propios
impulsos. Que las chicas peleaban, era cierto. Cuando lo hacían, eran duelos
pactados hasta ver sangre en el suelo. Muchas veces, las chicas tenían que
defenderse de la prepotencia y de la desvergüenza de algunos clientes. Por tales escándalos,
las gentes del barrio deseaban ver esta casa lejos del vecindario. Había
llegado la hora del cierre y de la partida.
Como proveedor
estrella de las novelitas de Corin Tellado y de las revistas de
entretenimiento, de las que habían sido extraídos los modelos de vestidos que esa
noche exhibían las chicas, me dejaron estar allí como un participante satélite;
no como un invitado formal.
Entre los
asistentes se contaban connotadas personalidades de la localidad, las que tenían sus
anonimatos garantizados para protegerlas del juicio social. Por eso, la fiesta
era a puerta cerrada y a mitad de semana, de modo que nadie llegaría a
importunar. Bueno, eso era sólo una suposición.
Un barullo, que venía del
externo, perturbó la tranquilidad. Afuera, alguien gritaba demandando que abran
la puerta. No había eso que llaman ahora vigilancia privada. Los canchos
estaban ocupados en el interior. En ningún caso podía tratarse de la policía,
menos de ladrones o muchachos palomillas. Tal vez de borrachos o alguna
personalidad local, resentida por no haber recibido invitación.
Una de las chicas,
que hacía de portera, salió a ver de quien se trataba.
"Anuncíele a doña Laura que aquí está Orbegoso" -dijo uno de ellos,
muy seguro y ufano. Regresó ella con la noticia de que alguien apellidado
Orbegoso, con un grupo de personas -según él sus empleados-, pedían ser
recibidos. Se produjo un murmullo entre los invitados. Doña Laura autorizó que
lo dejaran pasar, pero sólo a él. Se trataba de un apellido notable, aunque
faltaba el "de". De todos modos, eso era señal de honra para ella. Ya
en el patio, la persona no fue aquélla que se imaginaron que fuera. Era un
estudiante universitario con el mismo apellido, en parte; pero, para su
"mala suerte", de piel oscura, de modo que lo invitaron a que saliera
y se llevara a sus "empleados", otros universitarios. La tranquilidad
volvió a la "Casa". El espontáneo caballero salió tranquilo y
respetuoso, no sin antes saludar atentamente a doña Laura, la que lo miró con
cierto aire despectivo, pero cortés, devolviéndole el saludo con un leve
movimiento de cabeza.
Doña Laura
tomó la palabra. Con la voz entrecortada por la tristeza y con algunos suspiros de alivio, manifestó que, como en todas
las cosas, siempre hay un final. Dijo que había llegado la hora cero
para su "Casa" de la calle Suárez, cedida ya a otros titulares. Manifestó estar agradecida de la paciencia del barrio y no
poder, ni querer seguir abusando de los vecinos, quienes ya le habían
manifestado con sinceridad que era mejor que buscara otro sitio más retirado y
discreto. Por eso, deseó mucha suerte a los nuevos conductores y dichosa
fortuna a todas las chicas, exhortándolas a que arreglaran sus diferencias de
modo comprensivo, acudiendo al consejo de las que tenían más experiencia. Liego
un momento que no pudo continuar hablando. Su voz se apagó por el llanto
retenido y sostenido, en el esfuerzo de mostrarse valerosa en un trance tan
difícil, como es el de decir adiós a una etapa de la vida, por dura que ésta
hubiera sido. Junto a ella, al lado derecho, Yolanda la sostenía con cariño y,
al lado izquierdo, estaba la Queca, aún convaleciente, permanecía atenta para
ayudarla, si fuera el caso. La Queca estaba muy delgada, pero reflejaba en su
rostro un gran optimismo. La "Chalaca" fue detenida y encarcelada. El
fulano, la manzana de la discordia, se marchó de allí, sin que nadie supiera
hacia dónde ni con quién.
Yolanda me confió que iban
a Lima. Allá, ella se casaría con el médico enamorado. Él lo tenía todo
arreglado. El médico era amigo del hijo de Nora, también un médico pediatra, en
cuya casa lo había conocido. Me deseó mucha suerte. Con alegría, me recomendó
no dejara de orar siempre en soledad, porque en el silencio el Señor escucha
mejor las oraciones e insistió en que consultara el horóscopo cada fin de
semana, por si acaso. ¡Vaya combinación!
Yolanda se retiró hacia
sus aposentos, mientras la fiesta recién comenzaba. Me acerqué a Doña Laura. Le
deseé suerte y le recomendé que cuidara a Yolanda. "¡Claro, Librerito!
-me dijo- ella y mi hija son grandes amigas y, al final, las dos son mis hijas.
Sabes, te confiaré un secreto". Me apartó un poco y me habló al oído:
"Tu Biblia me gusta cada día
más". Me sentí orgulloso de ello. Era para mí la muestra del éxito
obtenido en la venta de ideas y de esperanzas ciertas y cristianas.
La Queca me preguntó por
Crespo. Me encargó que le dijera que se iba a Lima acompañando a doña Laura,
pero que de allí volvería a Trujillo a terminar de arreglar algunas cosas para
viajar a Chulucanas. "Esto se acabó para mí -concluyó la Queca- de aquí en
adelante sólo viviré para mi hija". Sentí la emoción que produce la
inesperada buena noticia. Siempre creí imposible esa decisión. La abracé fuertemente y apreté mis ojos
para contener las lágrimas. Era la redención por el sufrimiento y por el amor
responsable de madre. Todo, gracias a la bondad de un idealista que jamás
perdió la fe en el milagro y en la esperanza de la realización de todo ser
humano. Me refiero al negro Crespo.
En realidad, no sabía si
estaba en una fiesta, al estilo de ciertas películas italianas o en el cruce de
caminos, donde hay que separarse para tomar cada cual su senda, en busca de
destinos propios, pese a desgarrarse el alma y aunque duela el corazón. Lo cierto
era que esa noche todos esos destacados invitados esperaban divertirse a la
romana.
Empezó la
música. En la rockola giraba un disco de 45 rpm. con la melodía de ese bolero
llamado "Señora". "Señora te llaman señora y eres más perdida
que las que se venden por necesidad. Señora..." se esfumaban en el aire
los versos de esa canción, mientras me alejaba, lentamente, con la inmensa pena
del que pierde algo. Se hacía ya muy tarde. Al día siguiente empezaba la faena
académica muy temprano.
Al llegar al
"Nuevo Hotel", mi residencia, era ya un poco más de la
una de la madrugada. Estaba oscuro. Apenas si se distinguía por donde caminar,
gracias a un foco de 25 watts que colgaba en el techo de la logia que precedía
la zona principal.
Cuando cruzaba el
patio, me sorprendió un grito de pregonero, venido del segundo piso: i
La Reeees...! ¡La Reeees...! Era el anuncio que hacía un estudiante de avanzada
edad, quien pasaba de una carrera profesional a otra, sin éxito final en alguna
de ellas. Sin vergüenza ni escrúpulos, auspiciaba el negocio de una pobre
mujer, impulsada, seguramente, por la necesidad. Ese grito era la señal que ya
estaba libre de él para iniciar el trabajo. Las luces de algunos cuartos se
prendieron y empezaron las carreras en la penumbra de los pasillos y corredores
del segundo piso. Se escuchó la demanda de alguien que buscaba prestado un
preservativo, aunque fuera usado. "¡Carajo! -vociferaba ese tipo-, sino
encuentro un condón, no puedo hacerlo a pelo. Esa fue la recomendación de
papá". "¡Compro un condooón! ¡Compro un condooón!" -gritaba el
desesperado fulano. "¡Ponte un globo y no jodas!", gritó alguien,
apurado por el sueño. El pregonero insistió: "¡La Reees...! ¡La Reees...!" Se aceleraron los pasos. La cosa era ganar ubicación en los
primeros lugares de la lista para participar en la clientela del comercio más
viejo del mundo.
Muerto de
cansancio, levanté los hombros y me dirigí a mi cuarto. Después de
todo, había aprendido a conciliar el sueño en medio
de esos y peores ajetreos. Muy a mi pesar -dije para mí mientras subía
las escaleras- el mundo seguirá girando. Quizás, algún día, con mucha fe y
constancia, podamos mejorarlo entre ensueños de alegría y pesadillas, aluciné,
al reclinar la cabeza en la almohada, para caer profundamente dormido.
CAPITULO II
EL PACAZO
40.- LOS ESPACIOS DE AYER Y DE HOY
Aún están allí los espacios de estas estampas. Ya no
tienen los mismos perfiles de ayer. Allí
están todos los ambientes de ese hermoso rincón de la cálida ciudad
costera de Piura, al norte del Perú -entre los
puentes Viejo y el Bolognesi- a la margen izquierda del río. Fueron lugares
mágicos y románticos. Aún están de pie, regalando su delicioso fresco, los
hermosos y enormes ficus del "Parque Pizarro". La abundante a de las
semillitas que éstos dejan caer -gracias a que las bonitas locetas tenían bien
calados bajo relieves- hacían seguro el piso del parque. Ahora el "Parque
Infantil" y el "Parque Pizarro integran el "Parque de las Américas",
delimitado por dos graciosas fuentes. Todo ese entorno está. Casas, edificios y
zonas de recreación siguieron el afán de modernización que tanto atrae a la
gente de este lugar. El piurano gusta mucho convertir lo viejo en nuevo. Pero
-como en la gente- algo de lo viejo queda siempre.
El que fuera mercado central de abastos es, ahora, el "Palacio de
Justicia". Quién sabe, siempre un lugar de compra y venta. Todas
aquellas casas del alrededor -que fueron de adobe y quincha- son edificios de
cemento. Aquellas altas veredas son normales veredas sobre calles de pavimento,
en lugar de los sólidos adoquines. La gente no es ya la misma. Muchos de
aquéllos, entonces arriba de los treinta, se fueron al más allá. Los más
jóvenes son los ancianos de hoy, pero tampoco están allí. El cauce del río, que
fuera aprovechado para la formación de chacras bien cuidadas en época de seca,
es hoy lugar de refugio de desalojados e insoportable depósito de desechos de
difícil limpieza. El cuartel "La Merced" está convertido en complejo
residencial de oficiales.
Los pacazos y las
lagartijas son ya escasos. Devorados día a día
por la codicia humana que depreda su especie, son animales en proceso de
extinción. Su medio donde viven va quedando desnudo y desprotegido. Los
rebeldes algarrobos, resistentes al hacha, sucumben frágiles ante la fuerza de
la sierra eléctrica. Menos mal, los tamarindos de la Plaza de Armas aún viven.
Estos fornidos y bondadosos árboles obsequian la frescura de su sombra y el
sabor de sus frutos agridulces a los cómodos paseantes que dan vuelta a la
redonda en la Plaza o a los que descansan en sus bancas. Los chilalos -pájaros
horneros-resisten indomables como su gente. Estas avecillas aprovechan los
árboles, que se protegen todavía en alamedas y urbanizaciones de la ciudad,
para hacer sus nidos y, generosamente, comparten las ramas con los choquecos,
cuya bulla mañanera los hace despertadores naturales.
El Puente viejo,
hermoso refugio en el verano, ha cedido a la fuerza de las corrientes del río, fortalecido
éste con troncos, ramas y cuanto objeto arrastra con su crecida, a causa de las
torrenciales lluvias. Esta vez, más fuerte que en otras ocasiones, la crecida
fue causada por el "Fenómeno del Niño de 1998". ¡Pobre mi
"Puente Viejo"! Tal vez si ya no gozaremos más de su estética
estructura, ni de la corriente fresca que por él corría.
En esos lugares,
con su visión de ayer, surgen personajes que fueron y no
fueron, pintados con la fantasía de un fanático del recuerdo. Estampas que
siempre cruzaron en la imaginación de muchos de los que, como yo, no pueden
olvidar los dulces años de la niñez de cuentos y fantasías. Allí emergen gratas
imágenes de pacíficos paisajes, de gitanas graciosas, de mitos de gente
sencilla y conversaciones de beatas en el atrio de la iglesia "San
Sebastián". Este bonito templo se
eleva coronando la deliciosa plazuela del mismo nombre. Con cierta
majestad, resiste el golpe del tiempo implacable, gracias al trabajo de los
padres redentoristas y de las autoridades municipales de todos los períodos.
Lares de gente
buena, ingenua, dispuesta a creer en las apariencias y confiadas en las
fuerzas del más allá. Amas de casa trajinando todos los días al
mercado. Trabajadores con horarios partidos. Campesinos dicharacheros. Tardes
silenciosas por la costumbre de su gente de tomar una larga siesta. Entonces,
el diario se leía a la hora del
almuerzo. La radio era un artefacto de lujo. La televisión,
gracias a Dios, estaba fuera del pensamiento. En fin, épocas en las que se
temía a los muertos y se confiaba en los vivos.
Así resultan
de nuestra fantasía: una bella gitana, un militar romántico, un anciano
enigmático, un artesano fantasioso, una maestra realista, un inocente creyente,
un destructor de maleficios, encarnados en ofidios, saurios y en iguanas. A su
alrededor, personajes que existieron y jugaron un rol histórico o que
participaron en aquellos paisajes urbanos, cada cual en su rol; no exactamente
como aquí los pintamos, sino alumbrados con la ilusión que sabe dar el pasado.
Sombras emergentes de un recuerdo infantil, fantasioso y juguetón.
41.- LA NEGRA
ALBIRENA
Allí estaba
doña Mica Albirena, sentada sobre una banquita baja a la puerta de su oscuro
aposento, lleno de yerbas de toda clase y para todos los males. Doña Mica
vendía también huevos de angelote y algarrobina -formidables energéticos-y
amuletos para la buena suerte en los negocios y en el amor. Algunos la
llamaban -siempre llenos de respeto y de cariño- la negra Albirena. Era tan
negra que sus ojos parecían dos enormes perlas. Sus dientes se lucían en la
oscuridad de las noches por las fundas de oro que recubrían esas piezas
talladas en marfil. Si no se estaba familiarizado con ella, como los muchachos
del barrio, se sentía cierto temor al verla. Doña Mica gozaba asustando a mis
amigos, cuando los llevaba para comprarle las yerbas mágicas o las muñecas de
chancaca. Luego, con sonrisas y caricias, les regalaba un bocadillo de Ayabaca.
La tienda de
yerbas abría la calle del extremo derecho del parque Pizarro.
Hacía un trío con otras casitas, también de propiedad de doña Mica Albirena que
las tenía alquiladas.
Se decía que la
negra Albirena tenía mucha plata y que guardaba los soles de oro en el fondo de
latas grandes, llenas de grasa de culebras, buena para las zafaduras y
aberturas de carne. Nunca regalaba dinero. Siempre gratificaba con bocadillos o
chancaca de Ayabaca o con un manojo de
flores de manzanilla o de hojas de menta.
Solía zahumar
el ambiente con palo santo para espantar a los insectos voladores y rastreros.
Aseguraba que también era para evitar los malos espíritus. "Para eso
-decía-llevo este diente de lobo colgado delante del pecho, mi escapulario de la Virgen del
Carmen y puesta en cada puerta una penca de sábila para
los envidiosos.
Al pasar por esa
tienda, se sentía el aroma de la yerbabuena, de la menta y de la
valeriana. En la penumbra, y con el farol del parque, se distinguía hacia el
centro de la habitación una urna de hojalata, en la que ardían las ramas de
palo santo.
42.- LA BELLA GITANA
La gitana era una
chica hermosa. Parecía una de esas hadas de los cuentos. Tenía la gracia
de la luna, a la que llamaba su madre. Nadie se atrevía a acercársele. No salía
a pasear, ni a comprar, ni a visitar a nadie.
La Gitana no tenía amigos
en la ciudad. Era una mujer encantada y encantadora. Lo tenía todo. Gozaba de
una fortuna que la hacía tan independiente que se olvidó del mundo en que
vivía. Se decía que el hombre, que se atrevía a mirarla con ojos de lascivia,
quedaba convertido en uno de sus fieles colambos o en una minúscula lagartija.
Esto dependía de lo malévola que fuera la intención. Era la leyenda que sobre
ella rodaba en la ciudad. La llamaban "la Bella".
Si esa leyenda se
realízara,ahora, ¿qué tan llenas estarían las calles, de
colambos y de lagartijas? Imaginemos a nuestras ciudades, si se aplicara la
misma pena para las miradas cargadas del instinto reproductivo, tan naturales
como el aire que se respira. Tal vez, la leyenda esconde una alegoría sobre lo
que puede hacer la pasión sobrepuesta al amor.
43.- DON
MANUEL Y DOÑA ALICIA
Don Manuel, el
hojalatero, vivía al otro extremo de la casa de la Bella, en frente
al cuartel de la Merced. Una hora antes de morir la tarde, acabadas ya las
clases, nos contaba que esa dama era una gitana venida del viejo Egipto. Nos
señalaba la figura de la portada del libro que llevamos a la escuela con el
dibujo de las pirámides y del faraón. "No se acerquen a esa casa",
nos advertía la buena de doña Alicia, su mujer, también nuestra maestra.
"Cuiden su alma, tanto como su cuerpo", sentenciaba con voz de mando
la maestra de la pequeña escuela.
Don Manuel tenía 70 años
o algo más, de mediana estatura, más o menos robusto, lucía espesos bigotes.
Con el cautil en la mano mantenía el
porte de un gentleman en retiro. Su taller era muy concurrido. Convertía las
latas de conservas en preciosos jarritos de toda forma y tamaño. Era prolijo
limpiando el cautil, restregándolo en la pez, dejando un fuerte olor en el
ambiente. Esa limpieza era necesaria para derretir fácilmente las barritas de
estaño sobre las bien pulidas latas, de las que se retiraban las impurezas con
ácido muriá-tico. Del taller de don Manuel salían la mayor parte de las
antorchas que usaban los chicos de los colegios para sus paseos y
celebraciones. Gustaba conversar con los pupilos de la Escuela, con los
militares del cuartel y con muchos amigos que, de paso, hacían una breve
estación en el taller. Entonces, había tiempo para todo.
Doña Alicia
frisaba ya los 60 años. Era muy delgada, de estatura un poco más baja que su
marido, de carácter decidido y reservada. Con sus sencillos vestidos, se
esforzaba en presentar la imagen de una dama victoriana, adusta, de hablar
ceremonioso y de selecto vocabulario. Al contrario de don Manuel, era una mujer
práctica. Exigía a sus pupilos mirar las cosas como son, rechazar los chismes y
pulir el lenguaje, cosa muy difícil para los piuranos, amigos de las palabras
sueltas. "Hay que ganarle tiempo al tiempo", amonestaba, cada vez que
nuestra excusa para no cumplir con las tareas era la de no tener tiempo.
"El orden y la puntualidad son esenciales en la vida", insistía
moviendo el puntero que corría por el libro. "La ociosidad es la madre de
todos los vicios. ¡A estudiar!" -concluía. Ésta era siempre su última
frase.
Don Manuel y doña Alicia
tomaban el té a las seis de la tarde. Luego, salían a dar una vuelta por la
plaza de Armas, reposando un poco bajo el fresco de los tamarindos. Asistían a
los rezos de la iglesia San Sebastián y retornaban a casa para merendar muy
ligeramente. Se acostaban muy temprano.
Los sábados por
las tardes, don Manuel gustaba vestirse con temo de dril blanco, guantes
blancos -que sólo solía exhibir- zapatos negros de charol y bastón de hueso que
llevaba colgado del brazo izquierdo.
Doña Alicia,
enganchada en el brazo derecho de don Manuel, solía vestir trajes de una sola
pieza, bastante más abajo de la rodilla, con bobos en el cuello que corrían por
el pecho; zapatos de medio taco que le daban cierta seguridad a su caminar.
Así, dando muestras de
una pareja unida y feliz, giraban en la Plaza de Armas, cada sábado
desde las 4 de la tarde hasta caer el sol. Después de todo -decía la pareja-no
habían tenido la fortuna de haber sido regalados con hijos por Dios. El único
que logró doña Alicia murió a los pocos días de nacido e hicieron promesa de
dedicarse a los niños. ¿De dónde vinieron? ¡Qué importancia tenía para
nosotros! Ninguna. Siempre estuvieron allí. En Piura, es piurano quien vive y
trabaja en esa tierra.
44.- LAS
FRONTERAS
"Debemos amar
a la Patria" -decía la maestra Alicia-, ello no nos obliga a matar ni
a matarnos". "Llegará la hora de ofrendar nuestras vidas y que sea
por la vida misma, nunca por la muerte", terciaba don Manuel.
¡Hay problemas en la frontera norte! Era la noticia
que corría por toda la ciudad. En nuestra tienda y en la tienda de los
Azcárate, una de las más grandes en el "Mercado Central", el único en
aquel entonces, se reunían por la tarde varias personas conocidas. Comentaban
sobre los sucesos de la guerra mundial y de las intenciones no santas del
gobierno ecuatoriano que reclamaba Tumbes, Jaén y Maynas. Los Azcárate eran
españoles, pero tenían un gran cariño al Perú y, particularmente, a Piura. Hay
que estar listos -decían, los amigos del Norte quieren realizar su sueño
amazónico. En ello, todos estaban de acuerdo, aunque opinaban de que era poco
lo que el vecino del norte podía lograr con tan absurdas peticiones. "No
hay enemigo chico", decía don Leonel, el menor de los Azcárate."Hay
que estar siempre alertas y listos para repeler cualquier ataque, aunque el que
pega primero, pega dos veces" -concluía- mientras despachaba la compra de
algún cliente.
45.- LA CASA
El cuartel" La
Merced" cerraba la ciudad de Piura, en esa parte del extremo sur. Estaba a
pocas cuadras del río, contando las calles y el parque infantil que las
dividía. Cruzando ese parque infantil, al otro lado de la calle, estaba aquella
casa de madera, un poco alzada del piso, sobre muros de piedras y ladrillos.
Parecía una de esas casas de playa, con sus corredores techados, cuyas barandas
o pasamanos dan vuelta a la casa. Esta casa ocupaba toda la extensión de la
calle hasta la pequeña huerta, en la parte posterior. Concluía, en ese lado,
con una cerca de sauces, cuyas ramas besaban el cauce del río
Lloviera o no, la
huerta siempre tenía fruta. Era cuidada por unos terribles colambos.
Se decía que los
ahogados en el río salían por la noche a reposar, arrimándose a los árboles
frutales de la huerta. Fantasía de pueblo chico. Se muere para descansar
eternamente. ¿Diciendo qué dejarían los muertos su morada para salir a
reposar?. ¿Será, cómo se dice, que los condenados al purgatorio no tienen paz
ni descanso, porque el purgatorio es la mansión de los ahogados? ¡Quizás!
También pudiera ser como castigo por las desesperadas maldiciones que echaron a
la hora en la que se metieron en el río. Maldecir es una terrible cosa contra
la fe. Por eso, si no se hunden en el infierno, se quedan a sufrir en el
purgatorio o a deambular por el espacio. Estas pobres almas sí necesitan
descanso.
46.- LOS
GITANOS
Recordaba, don
Manuel, aquella vez cuando don Albino, el dueño de
aquella casa, alojó a una bella joven gitana que, enamorada de un oficial del
cuartel, fue expulsada de su tribu, bajo las terribles maldiciones de las gitanas ancianas y la burla de las jóvenes. La
gitana esperaba un niño, tal vez una niña, producto de la seducción y de
las artimañas de ese malvado oficial. El rey de la tribu, su padre, dictó ese
tremendo castigo, sin hacer caso de los llantos y ruegos de la reina gitana, su
esposa. "Era la ley gitana y un rey debe hacer respetar la ley; aun contra
su pensamiento o en contra de los suyos". "El rey es rey -sentenciaba
el acucioso artesano-, para dar y hacer cumplir la ley, aun por él y contra él
mismo".
Los gitanos solían
levantar sus carpas cerca del cuartel en un solar, también de don Albino.
Contaba don Manuel "que la gente concurría a las elegantes carpas,
levantadas por los gitanos, para presenciar las danzas y cantos de jóvenes y
hermosas gitanas y, también, para hacerse adivinar la suerte".
"Muchos ancianos visitantes recuperaron la juventud con la magia de los
brujos gitanos", evocó suspirando con tristeza, don Manuel. "No
engañes a los niños -decía doña Alicia- no
dañes sus fantasías. Las fantasías ayudan a vivir; pero, no son la
vida", concluía la maestra.
"Son cosas
misteriosas -continuó don Manuel- nunca se supo que, después de haber
muerto don Albino, hubiera muerto alguien o existido otra persona en esa
casa". "Lo raro es que, a pesar de los muchos años, esa mujer se conserve siempre
joven y bella", recalcó el artesano, como si recién descubriera un
prodigio. La maestra Alicia, con ira, sofisticadamente reprimida, le reprochó y
le exigió que declarase, cómo es que la había visto, en razón de qué la fue a
espiar y muchas cosas más que, entonces, no entendíamos. "Vuestra maestra
está celosa" -dijo don Manuel-, siguió, imperturbable, soldando la vajilla
y, con cierto aire de suficiencia, continuó entusiasmado haciendo sus
recuerdos, mientras nuestras infantiles fantasías recorrían los campos de sus
relatos.
"Sí, chicos
-afirmó con admirable seguridad don Manuel- lo recuerdo y cada vez más claro.
Yo mismo fui alguna vez hasta allí y esos gitanos no eran como los que ahora
acampan en Castilla. Aquellos eran elegantes, ostentosos, misteriosos, y
generosos. Se llevaban bien con los militares y hasta los invitaban a sus
fiestas, animadas con violines, panderetas y canciones entre alegres y nostálgicas.
Uno de ellos tenía un oso enorme que obedecía como si fuera una persona y hasta
bailaba; otro jugaba con cuchillos y un gitano flaco se tragaba las antorchas
encendidas como si fueran alfeñiques. Hervían el vino y lo tomaban con canela.
Comían cordero, asado en fogatas de explorador, prendían el aguardiente,
vaciado en unas copas grandes y lo bebían con fuego y todo".
"Recuerdo -dijo alzando y deteniendo un momento el cautil- que un día vi
salir del cuartel al rey de los gitanos muy molesto, gritaba como demonio en el
infierno: ¡Si Uds no hacen justicia, nosotros sí sabemos como hacerla! y salió
rumbo a su campamento".
47.- HUMOS Y
REZOS
Noche
de sábado para domingo, Juanita, mi hermana menor, tenía
fiebre y vómitos. Mientras iba por doña Mica Albirena, mamá la refrescaba con
vinagre buí. Llegó, por fin, a nuestra tienda la negra Albirena, cogida de mi
mano. Colgaba la manta de fino algodón negro sobre su cuello, sus polleras
negras casi llegaban al tobillo. Yo no me perdía cada uno de sus movimientos.
Pensaba, al mirarla, qué tan lejos vendría y me la imaginaba hija de algún rey
del África, de esos que aparecían en las películas de Tarzán. Era alta y
robusta, su porte era de aplomo y sereno. "Bueno -dijo doña Mica- quiero
un cigarro puro y un huevo fresco". Mamá ya lo había conseguido todo. Se
sentó y, mientras mamá sostenía a Juanita en sus brazos,doña Mica le pasó el huevo suavemente, en cruz, por la frente y por
todo el cuerpo. Luego, encendió el puro, se lo colocó de medio lado en la boca,
sacó de sus bolsillos unas ramitas aromáticas que dejaron sentir su delicioso
perfume y empezó a hacerle cruces con ellas en la cabeza, en el pecho, en el
estómago, al que apretaba suavemente. Enseguida empezó sus rezos y, en tanto
santiguaba, echaba el humo por encima, no llegaba al cuerpo de la bebe y
quedaba más bien como suspendido en su aura y rezaba y rezaba. Mascó el tabaco
que luego escupió por los rincones de la habitación. Se levantó como agotada y
me pidió que la acompañara a su tienda, lo que acepté gustoso, pues sólo era
cuestión de cruzar el parque. Juanita se había quedado profundamente dormida y
ya sin fiebre. Para doña Mica Albirena era, simplemente, mal de ojo. Supongo
que, también, para mamá; si no hubiera hecho llamar al Dr. Luis Michilot, el
médico de la casa.
48.- ALGO MÁS SOBRE LA CASA
La bella solía
sentarse en una mecedora a la entrada de su casa, con sus atavíos gitanos,
grandes argollas en sus orejas y relucientes collares, en medio de la penumbra.
Nunca se vio luz en su casa, las ventanas no eran transparentes. Entre la calle
y la casa había una área libre, toda enrejada, sobre muros de ladrillo
enlucidos con yeso. Era inusual en Piura tales modelos de casa; pero, como se
contaba, don Albino siempre fue extravagante. Su fortuna había crecido, aún
más, desde la llegada de aquella muchacha.
La casa tuvo muchos
y grandes espejos, con marcos decorados y bañados en
pan de oro o cosa semejante. Don Albino los trajo de Francia. Sin embargo,
cuando los peones sacaron el féretro de Don Albino, no vieron un solo espejo,
ni grande ni pequeño. Las paredes estaban llenas de pinturas diversas que
representaban figuras misteriosas, con animales desfigurados, medio seres
humanos y medio bestias; demonios y brujas gitanas.
49.- DON ALBINO
La
gente decía que don Albino tenía pacto
con el diablo, ya desde mucho antes de que alojara a la gitana. Lo
describían como un anciano, de cuerpo enjuto, cabello cano, mediana estatura y
extravagante, avaro y sumamente desconfiado. No se dejaba ver. Afirmaban y
juraban haberlo visto paseando, alrededor del parque Pizarro, con el mismo diablo en sendos caballos negros, después de la
media noche, y pasar a Castilla sobre las aguas del río, sin hundirse en ellas.
Mucho tiempo atrás, don
Albino tuvo una hermosa mujer francesa con la que solía pasear todos los días
en el parque Pizarro y, los domingos por las noches, en la Plaza dé Armas,
exhibiéndola orgulloso, al son de la retreta y provocando la envidia de los
hombres. Entonces, era comunicativo, alegre y le gustaba contar la deliciosa vida que pasó en París, en esos locales famosos
de bohemia y de amor. Sucedió que, un día, su hermosa francesa -sólo
Dios sabe por qué-se fue con su mejor amigo. El último amigo que tuvo.
Desde entonces, don
Albino entristeció. Algunos aseguraban que de esa pareja había nacido
un niño que nunca, pero nunca lo mostraron y don Albino estaba tan atado a él,
que hasta parecía aborrecerlo.
¿Cómo y de qué murió don
Albino? nadie lo refirió ni lo comentó. A sus
funerales sólo asistieron algunos soldados, según fue su deseo. Lo llevaron al
cementerio de Castilla en una carroza, tirada por cuatro caballos negros,
conducida por un cochero vestido con elegante traje y una escolta de jóvenes
gitanos. Ningún sacerdote quiso acompañar el funeral. Decía la gente que don
Albino volvía todas las noches en su caballo negro, trotando sobre las aguas
cuando el río estaba en llena. Cuidaba que nadie se acercara a su casa. Cuando
él no podía venir, había siempre algún sujeto misterioso haciendo la guardia en
la mansión, cabalgando también en un caballo pinto.
¿Pacto con el diablo? ¿Cómo pensar semejante cosa de
un hombre que da posada a una desconocida, a la que su propia familia expulsa y
sus allegados maldicen? Tal vez, la soledad lo acosaba y lo hacía sufrir. Tal
vez era un hombre decepcionado. Tenía que ser un hombre bueno, golpeado por el
sufrimiento y la ingratitud. En fin, la gente es así, gusta hacer misterios y
tejer fantasías de todo aquello que no entiende. Así se crean las
supersticiones.
50.- EL CONFLICTO
Había un poco de confusión en las calles. Las tiendas
estaban llenas. La gente compraba todo lo que podía. A las cuatro de la tarde
se reunieron en la tienda de papá varios de los vecinos. Recuerdo entonces a
los Zapata, dedicados a los géneros, a Orozco, a los Azcárate y también a otras
personas que no tenían que ver con el comercio del mercado; sí, con la
agricultura, el periodismo y otros menesteres. Estalló el conflicto. El general
Ureta está en la frontera, decían. Si el general estaba o no en la frontera,
vaya Ud. a saberlo. Es necesario que todos nos mantengamos unidos, exclamaban.
No sé si se entendían, porque hablaban unos a otros y todos al mismo tiempo. Lo
que quedaba en claro era que los dos países vecinos, con la misma lengua,
historia y religión habían entrado en guerra y la gente salía dispuesta a
pelear.
Desfilaban los
camiones llenos de entusiastas voluntarios, dando vivas al Perú. Era la
hora de pelear, de dar la vida por la patria. Yo no lo entendía muy bien, pues
siempre habíamos recibido amigos del Ecuador y los muchachos de allá y de aquí
jugábamos sin darnos cuenta si éramos de aquí o de allá. La gente mayor hablaba
de los intereses políticos y económicos de unos cuantos y exoneraba al pueblo
de toda responsabilidad. Era un problema de poder y de dinero.
Tengo memoria de un
buen muchacho que, un par de años atrás, se quedó en casa por algún tiempo; pero
que por su voluntad regresó a Guayaquil, de donde era oriundo. Papá nos enteró
que era hermano nuestro. Entonces, él tenía ya dieciocho años. Mis hermanos
mayores le reprocharon a papá el hecho de dejarlo ir. Él respondió: "es
hijo de una ecuatoriana, su madre, sus hermanos de madre y sus abuelos viven en
el Ecuador y sus deberes están allá". Fue dura la despedida. Yo era muy
niño aún para entender lo que sucedía, sólo recuerdo su bondad. Seguramente, él
se habría enrolado ya en el ejército del Ecuador para pelear en su tierra
contra otra tierra que también aprendió a amar. ¡Maldita sea la guerra! No
supimos más de él.
51.- LOS COLAMBOS
Los muchachos no
nos atrevíamos, ni siquiera en el día, a traspasar las rejas
de la casa por ningún lado. Tampoco pretendíamos hacerlo por la huerta. Algunas
noches, vimos salir despavoridos a más de un curioso, azotado por los colambos.
Parecía que estas bestias, más que la fruta, protegían algo de mayor valor.
Decían los
curiosos invasores que la dueña se cubría medio rostro, como esas mujeres del
oriente y vestía con lindos trajes de seda de varios colores y alhajas
preciosas. Contaban maravillas de la huerta. Nadie podía entender
cómo una joven sola podía mantener tan bien algo que por lo menos requería de
cinco personas o más. El que mejor había visto, narraba que en medio de la
huerta, bajo un árbol frondoso, la joven bailaba al son de una pandereta
entonando un canto bello. Por momentos, ella conversaba dirigiéndose a ese
árbol, con alguien que ellos no podían ver mientras los colambos, protegidos
por la sombra de la noche, se enroscaban o se erguían placenteros y encantados.
Eso se lo comentamos a don Manuel. "Fantasías ociosas -gritaba doña Alicia
desesperada al escucharnos-¿acaso todas las huertas del cauce del río no tienen
colambos?, ¿qué tiene de raro que cada cual proteja lo suyo con lo que
puede?".
Nunca pude ver un
colambo. Algunos lo describen como una culebra larga, del color de la noche, de
cola delgada, fuerte, cuyo extremo termina a modo de látigo, con
el que azota a los intrusos, en los cuales se envuelve en las piernas hasta que
venga el dueño de la finca y lo aprehenda. También dicen que es un reptil no
venenoso que se come a las víboras y protege chacras y hasta las casas.
Cuentan que este
animal, ofidio o saurio, gusta de la leche materna y penetra en las casas para
prenderse del seno de las lactantes, las cuales no perciben si es el niño el que
mama o es ese reptil, pues coloca la punta de la cola en la boca del niño para
entretenerlo.
Otros describen al
colambo como un saurio. Dicen que es un animal entre ofidio e iguánido,
algo así como un pacazo con extremidades muy pequeñas, como si estuvieran
desapareciendo. Sale sólo de noche y puede ser entrenado para vigilante
nocturno, pues su vista está adecuada para ver de noche solamente; de cola muy
larga, que le sirve de azote y que pega tanto a sus víctimas hasta hacerlas
caer al suelo y desmayarlas, para luego cruzarles la cola por los oídos de lado
a lado. Este saurio se esconde en el día en cuevas oscuras, entre las piedras,
y sale por las noches en busca de su alimento. Quizás temen o los daña la luz
del sol, dada la disposición de sus ojos y su capacidad para ver en la
oscuridad.
Constantemente solía
molestar a los que hasta allí llegaron para que me digan cómo eran tales
animales; pero siempre me dieron respuestas equívocas. Insistía en
preguntarles, cuál fue la razón por la que los colambos no los tumbaron ni
retuvieron para que los capturase la bella. "Quizás sólo
les importaba asustar", respondían. Aseguraban que fueron sorprendidos y
azotados por la espalda por colambos que quedaban como vigías en ronda;
mientras los otros se embelesaban mirando, en las noches de luna, a la bella
gitana bailando y cantando. El ataque era tan rápido como rápida era la huida
de los intrusos, impulsados por el susto y el misterio. Una cosa era cierta:
"Esa mujer era de una belleza extraordinaria y parecía no ser de este
mundo", concluían.
52.-
EL TENIENTE GARCÍA
El cuartel estaba
al mando del general Vinatea. Los soldados estaban muy ocupados preparándose
para ir a la frontera. El teniente García era amigo de la casa y frecuentaba la
tienda para conversar con papá. Pertenecía a una antigua familia piurana, gente
de trabajo, de mediana fortuna. Fue Espada de Honor de la Escuela Militar,
entrenado en Estados Unidos de América y, según los suyos, haría una brillante
carrera y hasta podría llegar a la presidencia de la República. ¿Por qué no?
diría su tía Angela, a quien le gustaba narrar el pasado piurano y de los
valientes soldados que ese suelo diera tanto como le placía tocar el piano y
poetizar.
Ese día
viernes, al salir de la escuela, vi al teniente parado junto a los columpios,
mirando aquella misteriosa casa. Me acerqué silenciosamente, pero advirtió mi
presencia. "Chino, te esperaba -me dijo-, allí, en esa casa, vive mi
novia, toma esta carta, ahora en la noche se la entregas, ella estará en su
mecedora; no tengas miedo, ella ama a los niños". ¿Verdad?, ¿no se los
come?, le pregunté, ingenuamente, y él se echó a reír. Es que don Manuel cree
que allí está el diablo, me excusé. "Don Manuel vive de fantasías, cree en
tonterías" -dijo molesto."Ella es mi novia" -recalcó- dale, dale
la carta y, desde ahora, serás mi cabo asistente". ¿Sin pasar por soldado
recluta? -le pregunté. "Sí, si cumples tu misión, te ascenderé".
Yo no sabía qué
hacer. Me molestaba hacer de alcahuete, pero el teniente García siempre fue
bueno con nosotros. A los chicos de la escuela nos paseaba en su caballo y nos
cuidaba en el río, cuando acudíamos a bañarnos y hasta nos instruía en cómo
nadar, arte en el que conmigo no tuvo mucha suerte, a pesar de la atención que
puso en enseñarme. Además, la curiosidad me ganaba. Un hombre debe ser valiente
y no tener miedo, repetía para mí mismo. En mi cabeza daban mil vueltas los peligros más extraños.
Si alcanzo a oler azufre -decía para mis adentros- no me acerco; si veo un
colambo, le tiro una piedra; si ella me agarra de la mano, al darle la carta,
la muerdo con todas mis fuerzas; pero tendré cuidado de no sacarle un pedazo.
Bueno, un soldado debe cumplir su misión y yo la cumpliré -afirmé para mí-
presumiendo de ser una prueba de valor.
53.- LAS
CARTAS
El calor era
intenso. Era el mes de marzo. La luna colgaba del cíelo,
entera y luminosa. La luz de los postes no llegaba a esa cuadra; pero algo
hasta la cuadra del otro extremo, donde estaba la escuelita. Los ficus que
rodeaban el parque echaban más sombra y opacaban la luz.
El corneta del
cuartel tocaba ya el silencio. El reloj público
instalado en una pequeña torrecilla anunciaba las nueve de la noche. Yo corría
alrededor del monumento a Francisco Pizarro, mientras mi madre con la comadre
Edita conversaban en una banca, frente al mercado central y miraban la
torrecilla del reloj. Tomé valor y me dirigí a la casa de la bella. Allí estaba
ella, entre los claros de luna y la caricia de la sombra de los ficus. La reja
de la casa estaba entreabierta, como si aquella mujer me esperase. Tal vez
-pensé- ella vio, desde su casa, cuando el teniente me entregaba la carta. El
silencio era interrumpido por el canto de la chicharra y el croar de las ranas.
No bien había pasado
la reja, sentí un fresco delicioso, como si las aguas del río se acercaran para
refrescar el lugar. Avancé cauteloso. Sin llegar a comprenderlo, no tenía
miedo, estaba sereno. Ella se mecía lentamente, mientras sus collares y sus
enormes argollas sonaban deliciosamente. Llegué frente a su mecedora, tenía en
sus faldas un enorme pacazo que, clavando sus rasgados ojos en mí, parecía
vigilar el menor de mis movimientos.
No era de esos
pacazos que se suele llevar en el hombro como mascota. Sentí, más
bien una corriente de mutua y natural antipatía con ese animal. ¿Celos? Ella estiró la mano y yo le di la carta;
mientras con la otra mano me entregaba otra carta. "Llévala, es
para el teniente", me dijo dulcemente. Era realmente bella, de misterioso
encanto, de mirada tierna y rostro pálido. Entre claro y claro me pareció ver
otro rostro, envejecido, áspero y desconfiado. Ella alargó su mano para acariciarme, pero el pacazo estiró su
cresta, su pescuezo se movía, como si lo inflaran con un fuelle y me pareció
que apretaba sus garras en el regazo de la gitana, quien volvió la mano y
posándola en el lomo del antipático pacazo, lo amansó. "Anda -me dijo-
pero no olvides que todos tenemos dos rostros; uno es el ansia de permanecer
joven, lozano, pleno de energías y confiado; y, el otro, el de las huellas del
tiempo, del devenir de generaciones, de las amarguras, de las injusticias y de
las traiciones de seres que amas". Entonces no entendí una sola de esas
palabras.
Siempre sereno,
retrocedí lentamente y sin dar la espalda, desconfiando del
pacazo que parecía querer tirarse sobre mí, descendí por los peldaños de la ya
vieja pequeña escalinata, prendido del áspero pasamanos. Ya en el piso, seguí
retrocediendo hasta la reja y salí a la vereda. Sentí, entonces, la intensidad
del calor y por la descarga de ese subyacente, quizás reprimido miedo, me
empapé como si saliera del río. Volví la cabeza para mirarla. Ya no estaba allí
y tampoco había escuchado puerta alguna que se cerrara. Entonces eché a correr
y no paré hasta la banca en la que mi madre conversaba con la tía Edita.
"Has estado en el río" -me reprochó mamá. No -le contesté- estoy
sudando. He corrido desde la casa de la bella hasta aquí. Ella no me replicó,
porque distrajo su atención el chillido agudo de una lechuza, contra la cual
soltamos los tres, al mismo tiempo, gruesos insultos para espantar a esa ave de
mal agüero. Era la creencia que tales chillidos convocan a la muerte, así como,
que las lechuzas son tan delicadas y vergonzosas que no resisten los insultos y
dejan en paz a la gente, llevándose la mala suerte.
Muy temprano al
siguiente día fui al cuartel. El teniente García me esperaba
con dos panes de tropa, los que eran enormes y deliciosos, parecían panes
franceses gigantes. Le entregué la carta, la que abrió ávidamente y empezó a
leerla. Vi como se le iluminaba el rostro. Se sentía un triunfador."¡Chao,
chino!, es un secreto militar. Ya sabes" -me dijo sonriendo- y corrió
hacia el interior del cuartel. Me pareció un niño, tan alegre, como cuando
recibíamos los juguetes en la catedral el día de los reyes. Por mi parte
disfruté del pan, comprando antes un plátano y un pedazo de chancaca de
Ayabaca en la tienda de doña Angélica Morales, la reina de las natillas
54.- ENTRE EL DEBER Y EL AMOR
Era Domingo de
Ramos. Del cuartel salieron los camiones más
diversos llenos de reclutas. Cerrando la fila iba el teniente García. Montado
en su hermoso caballo encabezaba un pelotón de caballería. Los militares
acompañarían a los camiones hasta la salida a Sullana y regresarían al cuartel
para luego marchar a la frontera norte. Eso escuché a mi padre y a sus amigos.
Los reclutas iban entusiasmados hacia la muerte. Dos pueblos hermanos estaban
dispuestos a desangrar a sus hijos en beneficio de la riqueza y de los
intereses de unos pocos. Yo no entendía por qué estaban alegres, si no sabían
si regresarían. Creo que eso no les importaba. Los chicos corríamos detrás de
la caravana y fingíamos ser soldados. "Mataremos a los enemigos y
ganaremos muchas medallas", gritábamos entusiasmados.
La tarde caía
lentamente. El teniente García paseaba ya sin uniforme
por el parque infantil. Yo jugaba al sube y baja con mi amigo Gabriel
Wong. "Cabo asistente -me dijo el teniente García- acompáñeme, tenemos
una misión". Estoy reclutado -dije a mi compañero-mientras el teniente me
tomó del hombro y continuamos su paseo. "Pronto no estaré más por aquí -me
conversaba- tú sabes mi gran secreto y te encomiendo que lo cuides. Voy a
pelear por mí patria; pero antes, quiero despedirme de ella". Yo estaba
perplejo y no llego a comprender, hasta hoy, porque puso su confianza en mí.
¿Acaso creyó que yo era hechicero o amigo de santos o de ángeles? Por mi parte,
quise contarle que cuando vi a la bella, también había visto el rostro de una
vieja, pero no me atreví. Después de todo -hoy lo sé- a la gente le gusta vivir
en su propio engaño y se irrita si alguien quiere abrirle los ojos. Se prefiere vivir engañado que sufrir la amarga
verdad. ¿Quién, no? Continuamos un rato en silencio, hasta llegar al
puente viejo, el primero de todos los que ahora unen los dos distritos: Piura y
Castilla.
El río estaba
en crecida y el agua tapaba los castillos de fierro que sostenían el puente. El
teniente, arrimado a la baranda,con el pie en el descanso, fijó triste su
mirada hacia el cauce, como tratando de reflejarse en esas aguas turbias o de
arrancarle el secreto de su futuro. Corría aire fresco, como aquél que sintiera
en la casa de la bella mujer. Así debe ser ella de fresca y de lozana, decía,
hablando para sí. Su
rostro era sereno y reflejaba grandes esperanzas. De pronto entristeció, como
si previera que jamás volvería. "No -decía, como pensando en voz alta-
debo ir a Zarumilla, esta es mi patria y debo defenderla, es mi sagrado deber.
Vivo o muerto vendré por ella". Por mi parte seguía sin entender nada.
Tenía la impresión de que nunca había estado cerca de ella, ni ella cerca de
él. De repente sentí una extraña corriente de aire pasar cerca de mí. Vi
iluminarse el rostro del teniente, como si algo muy raro lo invadiera. "Es
ella" -dijo- y apretándome fuertemente el hombro echó un hondo suspiro.
Tuve que resistir para no quejarme. ¡Teniente! -grité- dígame la misión; se
hace tarde y pronto oscurecerá. Volvió en sí y me invitó a tomar un helado, al
otro lado del puente, en el café llamado "El Río Bar". "La
misión ha terminado" -me dijo- y salió sin rumbo, dejándome los dos
helados que, por supuesto, devoré ansioso como deseando librarme pronto del
intenso calor, amenguado muy levemente por la brisa de las aguas del río que
rozaba los muros del local.
55.- ELADIOS
La Semana Santa había
terminado. Era Domingo de Gloria. El obispo celebró la misa en el cuartel. Los
oficiales y los soldados que se disponían a partir recibieron la bendición con
admirable recogimiento, confiando, tal vez, que ella les ayudaría a matar
muchos enemigos o que los traería de vuelta sanos y salvos o, quién sabe, les
aseguraría ser recibidos en el cielo,si muriesen en batalla. ¿Qué pasa si los
enemigos también asisten a misa y reciben la bendición?, pensaba yo para mis
adentros. Al fin, los dos pueblos somos catóücos. El teniente García estaba al
lado del general Vinatea, según se decía, era su ahijado y lo quería para
yerno. Estaba muy pálido. Se percibían leves arañazos en el rostro. Parecía
débil, pero sostenía el porte que -según él-debía tener todo militar. Al
terminar la misa, me miró sonriente; pero triste. Se acercó y me habló:
"Cabo, te encargo una delicada misión, todos los viernes, por la noche, le
dejarás a ella un clavel que tomarás del altar de la virgen del Perpetuo
Socorro, en la iglesia de San Sebastián, el mismo viernes por la tarde".
"¡No lo olvides, chinito!" "¡Teniente García -gritó el general
Vinatea- ¡En marcha!"
Salió la
caravana con el redoblar de los tambores de guerra. El teniente, al mando de su
pelotón de caballería, al dar la vuelta al parque hizo que su caballo se alzara sobre sus patas
traseras y saludó reverente aquella misteriosa casa, de la que nadie
parecía asomar. La gente murmuró. A mi me pareció que por una hendija de la
ventanita del altillo asomaban los rasgados ojos del maldito pacazo.
La gente aplaudía la
gallardía marcial de la tropa. Algunas madres enjugaban sus lágrimas. La
maestra Alicia levantó su delantal para secar sus ojos. "Presiento cosas
terribles -le dijo a don Manuel-¿quién cuidará, ahora, de mis niños en ese río
tragón? ¿Quién les aconsejará no bañarse solos en el río, ni arriesgarse en sus
turbulentas aguas?" "Sé optimista, mujer -la consoló don Manuel- ya
habrá una buena persona en el cuartel". "Como el teniente García,
nunca" -sollozó doña Alicia agregando-, no llego a comprender su razón de
escoger la carrera militar, un muchacho inteligente, incapaz de hacer daño a
nadie. Seguro y más que seguro que lo matarán". "¡Ya, pues! -exclamó
don Manuel-no seas pesimista, ni ave de mal agüero. García es muchacho valiente
y eficiente en su carrera. El país necesita militares inteligentes, buenos,
honestos y valientes para defender la patria y el orden". "Claro
-musitó doña Alicia-, pero esos se mueren".
56.-
LOS CLAVELES
El día lunes,
por la mañana, el teniente Arellano, amigo íntimo de García, fue a contarle a
don Manuel que el teniente García había abandonado sigilosamente la cuadra
durante cada noche de la Semana Santa y que, al parecer, las había pasado en
la casa de la bella gitana. También le contó que, muy extrañamente, el teniente
había estado yendo por las mañanas, muy temprano, a la iglesia San Sebastián,
de regreso de la casa de la bella, para reintegrarse después a su cuartel. "Claro
-dijo don Manuel- tenía que lavarse con agua bendita para expulsar al maligno.
Llegó el
viernes. Por la tarde, después de salir de la escuela fui a la iglesia. Al pie del altar de la Virgen había
un hermoso y perfumado clavel rojo. Mi piel se puso como carne de
gallina, pero nada tenía que temer. Estaba en la casa de Dios. De súbito me
asaltó una idea, ¿si el diablo se disfraza de cura? No, imposible - seguí
dialogando conmigo mismo para vencer el miedo- tendría que hacerlo de obispo
para esconder los cachos en la mitra. Tomé el clavel. Me pareció que la Virgen me miraba complacida, como diciéndome
llévalo y cumple con tu promesa.
Cenábamos en
la fonda de Seminario, a dos cuadras de nuestra tienda del mercado central. Fui
allá con mamá a las 8 de la noche y, mientras ella conversaba con doña
Catalina, la esposa del fondero, yo me escurrí y fui por el clavel que había
puesto en una caja de zapatos. Se acercaban las nueve de la noche y marché a la
casa de la bella. Justo al llegar a la verja, el reloj daba las nueve
campanadas. La verja se abrió, como impulsada por una gran fuerza, igual que
esas puertas electrónicas de hoy en día.
La bella
reposaba en su mecedora, estaba radiante, como si de ella se desprendiera una
luz tenue en la oscuridad. Me acerqué con temor por el pacazo; pero el
animal no estaba más allí, ni me atreví a preguntar por él. Muy serenamente le
entregué el clavel que ella tomó con alivio, estrechándolo contra el pecho y,
sonriendo, me dio las gracias. Entonces me sentí un héroe y me gustó así
hacerlo cada viernes.
57.- LA
OCUPACIÓN
Había algarabía en plazas, calles y parques. Los
soldados peruanos habían tomado Santa Rosa y Máchala. Las gentes opinaban que
las tropas debían avanzar hasta Guayaquil y de allí a Quito. No comprendían
porque el ejército se había detenido. Nuevamente las tertulias se nutrían con
los más pesimistas y hasta recelosos comentarios. Como siempre, se acusaba al
presidente de la República de cierta colusión para evitar el avance del
ejército nacional. En España esto no habría sucedido, exclamaba uno de los
hermanos Azcárate. Precisamente, papá tenía encargo de proveer no sé que tipo
de víveres para el ejército, de modo que iba y venía. Justamente ese día había
retornado y trajo entusiastas narraciones, pero también serios temores de que
todo iba a quedar como antes y quién sabe si peor para el Perú. "Chile se llevó Arica; Colombia,
Leticia; sabe Dios que se llevará Ecuador", decían amargamente los
contertulios. Sucede que las cosas, así vistas, pasan por los deseos de
vencedores y las elementales generalidades de una pelea cualquiera. Las cosas
entre países son más complicadas y los gobiernos proceden atados a
circunstancias y compromisos misteriosos.
58.- LA METAMORFOSIS
Doce claveles y
doce viernes pasaron. Ese día sería la procesión de la Virgen del Perpetuo
Socorro, mamá me dijo que iría a la escuela sólo por la mañana y por la tarde
acompañaríamos a la Virgen. Me alegré de veras. No perdería clases, ya que la
maestra Alicia también iría a la procesión. Me levanté temprano con la
intención de ir al cuartel para preguntarle al teniente Arellano sobre alguna
noticia del teniente García, pero no llegué hasta allá y me detuve en el
camino.
Frente a la
misteriosa casa había un gentío. Me colé entre el tumulto hasta llegar
a ella. Los policías trataban de abrir una jaula, dentro de la cual había un
raro ser entre hombre y bestia que pareció reconocerme. La bestia tenía la cara
de un pacazo, el rostro cuarteado y envejecido de un modo muy raro. Tenía el
pelo pegado como una gruesa cresta y
expelía un olor a serpiente. Es el diablo -decía la gente. La bestia
gruñía, alargaba sus brazos cubiertos de escamas, como desesperada, y mostraba
sus descomunales uñas. Lo raro era que parte del cuerpo estaba cubierto con una
especie de traje militar. La piernas eran entre humanas y de lagartija. Este
monstruo era horrible.
Me escurrí a las
habitaciones interiores. En una de ellas, sobre una tarima, estaba una anciana,
pero no de muchos años, de rostro amable, rodeada de 12 claveles que eran los
que correspondían a los doce viernes. Los claveles estaban como si recién se
hubieran cortado y en la habitación se sentía su delicioso perfume.
En la huerta habían
personas extrañas vestidas como los gitanos.
Algunos de
cierta edad; otros, jóvenes; varones y mujeres. "Gracias, por
cuidar a mamá", me dijo una de las gitanas, la de mayor edad. Lucía ella
cierto garbo y hermosura, era el retrato de la bella. "Gracias también por
lo que hiciste por nosotros-continuó la gitana-venimos de muy lejos, de
aquellos lugares donde apareciera la Virgen del Perpetuo Socorro. Ahora, somos
libres y allá retornamos" -concluyó, acariciándome. Los jóvenes me miraban
con curiosidad. Estaba sorprendido. ¿Dónde estaba el pacazo y dónde los
colambos? ¿Se habrán deslizado hacia el río? -pensaba-, sólo tal vez. ¿Desde
cuándo cuidé yo a esos gitanos? ¿Cómo así, si recién estaban llegando? ¿Se
fueron y volvieron? ¿Su mamá? Entonces, ¿cómo? La policía se acercó a los
gitanos y algo acordaron que se llevaron a ese extraño ser dentro de la jaula. La cargaron atravesándola con
unos largos maderos. La bestia se resistía a ser sacada de la casa y gruñía y
gruñía. Al ser expuesto a la luz, se desmayó o no sé si se murió.
La procesión estuvo
muy concurrida. Entre empujones y apretones, escurriéndome debajo de las
axilas de las devotas, un poco mareado por los humores, me deslicé hasta el
altar de la virgen y le devolví un clavel que furtivamente retiré de la casa de
la bella. Me pareció que la Virgen sonrió aprobando la devolución y quizás si
complacida porque supe cumplir una promesa. Pronto sentí que mi madre me tiraba
suavemente de las orejas. La había pasado muy mal con mi desaparición entre el
gentío. La pobre tenía que cargar a una de mis pequeñas hermanas y llevar de la
mano a la otra y yo la había abandonado. Perdón, mamá, tuve que cumplir una promesa
-le dije-y continuamos rezando el rosario, mientras la procesión avanzaba en
dirección a la Plaza de Armas. Por mi cabeza cruzaban mil incógnitas: ¿Quién
era ese extraño ser de la jaula? ¿De dónde salieron los gitanos? ¿Cómo y de
dónde me conocían? Y ¿Quién era la anciana? ¿Y su hija? ¿Su hija? ¿Qué virtud o
magia tenían los claveles? Traté de concentrarme y continué rezando. ¡Es tan
consolador orar en la angustia de la incertidumbre!
59.-
LOS ESPÍRITUS
La noche era serena. Se escuchaba el eco de la banda de músicos que
acompañaban a la procesión hasta el final. Eran ya algo más de las diez de la
noche. Las campanas anunciaban la llegada de la Virgen a su templo. Mi madre y
mis hermanas se habían ido al altillo de la tienda, donde teníamos un
improvisado dormitorio. Algo me impulsó a ir hacia el parque infantil. Aunque
tarde estaba abierto. Esto era muy raro, porque siempre lo cerraban a partir de
las 10 de la noche, los columpios. Allí estaba el teniente García, de pie, con
su uniforme de gala y un galón más. La bella joven se mecía en uno de los
columpios como una adolescente, libre, llena de felicidad, llevando un clavel
en la oreja. Pero, ¿cómo podía resultar tan joven y lozana, alguien que me
pareció, en parte, una anciana?. Era raro, no sentía el más mínimo temor. Por
el contrario, tenía la sensación de tranquilidad y alivio de encontrar a tan
buenos amigos. "Gracias, sargento -dijo el teniente- hemos cumplido
nuestras misiones y, en premio de ello, quedas ascendido". Ella hizo como
si me diera un beso, pero sólo sentí algo así
como la frescura de la brisa del río. Me sonrieron. Quise decir gracias
capitán, pero me quedé con la palabra en la boca porque ellos se habían
esfumado.
Nadie volvió a saber
de ese tipo raro de la jaula, ni de los gitanos y gitanas que, seguramente,
dieron el aviso para que la policía sacara a ese engendro a la luz y con ello
muriera o desapareciera. El cadáver de la
anciana fue llevado al cementerio "San Teodoro" por los gitanos, antes
de desaparecer. Nadie más requirió un entierro por varias semanas en ese
pabellón del cementerio, como si se aguardase a alguien que debía llegar antes.
60.-
EL SEPELIO
Comenzaba el mes de
julio. Al salir de la escuela, ese viernes, partía del
cuartel un cortejo fúnebre presidido por el general Vinatea. Era el sepelio del
teniente García. Lo enterraban con honores, al compás de la marcha fúnebre
destacando sus acciones heroicas en batalla.
Intrigado, seguí al
cortejo hasta el cementerio "San Teodoro", el mismo en el que se
quedara la gitana. Colocaron la caja mortuoria sobre un soporte delante del
nicho, ya reservado para él. Varios oficiales se pusieron a cada costado. El
general se acercó, leyó una resolución por la que se ascendía a capitán al
teniente García y depositó una condecoración sobre el féretro, visiblemente
entristecido. Mientras eso ocurría, sentí una presión en el hombro, como
sucediera en el puente viejo. Era el teniente y su novia, la bella gitana,
liberada del cuerpo anciano que ahora yacía en el nicho. Nadie los percibió,
cruzaron el gentío y se instalaron al lado de sus correspondientes tumbas,
mientras varios oradores empezaron a exaltar las virtudes de García, cuyos
padres,2 hermanas, su tía Angela y otros numerosos parientes estaban
sobrecogidos de dolor. García vino hacia mí, me exhortó para que dijera a sus
parientes que él estaba bien, que estaba feliz. Eso resultaba una misión
imposible y hasta ridicula, ¿cómo podía yo decirles tales cosas? Me habrían
tomado como un impertinente o, peor, como un loco. Seguro que me habrían
llevado al manicomio.
El padre Sauer,
quien fue su profesor de matemáticas, hizo las oraciones de estilo. El teniente
Are llano dobló la bandera que cubría la caja y la entregó a la madre del ahora
capitán García. Los rifleros hicieron
disparos al aire. Cuando se disponían a levantar el féretro para
depositarlo en el nicho, junto al de la anciana, un profesor del Colegio
Salesiano pidió a la muchedumbre que escuchara y empezó la lectura de un poema
que García le había confiado antes de partir. Era un poema al romántico estilo
de Carlos Augusto Salaverry, en el que elogiaba su amor por la gitana. No faltó
quien murmurara, diciendo: ¡Vaya! un militar poeta. No se hicieron esperar las
lágrimas de algunos amigos y amigas. Allí estaban don Manuel y doña Alicia,
tomados del brazo, tristes, algo llorosos. Asistió mucha gente del mercado
central, pues la sencillez del teniente fue siempre apreciada por la gente
humilde. Doña Mica Albirena no era amiga de acompañar sepelios, decía que
resultaba más consecuente acompañar vivos o enfermos, pues los muertos ya no lo
necesitan. Allí estaba ella, con un rosario en la mano. Introdujeron la caja al
nicho, pusieron la lápida y el corneta tocó el silencio del descansa en paz.
La gente del
cortejo se dispersó, algunos decidieron dar un paseo por el
camposanto, otros ingresaron a la pequeña capilla que en el cementerio existía
y muchos volvieron a casa. El teniente,digo su espíritu, blandía los brazos
como haciendo adiós a tantos y tantos amigos y camaradas de armas que se
retiraban ya del cementerio. Me sonrió y se despidió haciendo el saludo
militar.
61.- LA
PRENSA DE ENTONCES
Al salir, el general Vinatea fue aclamado por la gente. Había
asistido acompañado por una chica de más o menos 18 años, de cabello suelto,
delgada, de porte elegante y de rostro triste. Se sabía de la buena, dura y
eficiente labor realizada en defensa de las fronteras del norte. Se comentaba
de los sinsabores que él y sus soldados tuvieron que tragar por la forma como
los mandos políticos del país conducían el conflicto. Le dolían las
perspectivas pesimistas que asomaban para su solución, no necesariamente de
origen soberano. Recuerdo las tertulias de papá con Garcés del Diario "El
' Tiempo". Feijó de la Industria y Rivera del Ecos y Noticias quienes
comentaban irritados todo ese problema del probable retiro de las zonas
ocupadas por el ejército peruano, a lo cual el general se resistió. Sin
embargo, el general era un militar y tenía muy en alto el valor de la
disciplina. Reconocía que los intereses políticos eran superiores a sus fuerzas
y voluntad. Decían que su opinión fue por un avance en la ocupación
territorial del Ecuador para zanjar definitivamente ese problema. En realidad,
ese problema era una complicación internacional, pues no sólo era una cuestión
bilateral sino que, por algún motivo o razón, se complicaron con los
"buenos oficios" de países conciliadores. Allí quedaron las cosas.
Oportunamente se formularían y firmarían los documentos diplomáticos de
delimitación fronteriza y de paz entre ambas naciones.
"Fue el
teniente García -refirió el general a los periodistas de los
diarios El Tiempo, La Industria y El Ecos y Noticias- quien con su arrojo y
valentía deshizo una columna enemiga, de no haberlo hecho no estaríamos aquí
contando el cuento. A él, al teniente García, le debo la vida, como se la deben
tantos otros que hubieran caído en terribles emboscadas de esa columna
estratégica" -enfatizó con convicción el general- anunciando que tenía que
retornar al norte. Luego, haciendo un saludo militar hacia el cementerio y,
dándole el brazo a la joven dama, se marchó acompañado por el teniente
Arellano, quien tenía cubiertos los ojos por unos elegantes lentes con luna
oscura, como si quisiera ocultar sus lágrimas.
62.- LA LIBERACIÓN
Ese mismo día
viernes, antes de que dieran las doce de la noche, se produjo un gran alboroto
en la calle cerca del cuartel. La casa de madera ardía, las llamas se elevaban
muy altas, los soldados se esforzaban cargando baldes de agua para apagar el
fuego, un fuerte olor a azufre se percibía en el medio. Corrí hacia la escuela,
en cuya puerta estaba don Manuel y doña Alicia. "Ya te decía -Alicia- eso
era un asunto misterioso, muy misterioso, tal vez era alguno de esos
encantamientos egipcios" "Te convenciste -reiteró don Manuel-no, no
era nada de fantasías". "Si tu sabías que era cosa de encantos, ¿por
qué espiabas a la gitana? Con los años que tienes, ¿no crees que debieras estar
rezando?", contestaba doña Alicia con irónicas interrogantes. Por cierto
que irónicas, la oración no sólo es para ancianos.
El fuego se apagó
lentamente y la gente fue dispersándose. Mi curiosidad era grande. Me acerqué a
la casa para apreciar mejor lo que sucedía. Cuando sonaron las campanas del
reloj del mercado central dando las doce de la noche, de aquel tronco, ubicado
en el centro de lo que debió ser la huerta, salió disparada una semiesfera
multicolor achatada, de regular tamaño, de gran transparencia por el fuego, dentro de la cual
podía distinguirse la figura de
esa antipática lagartija. ¡ El pacazo! ¡ El
pacazo! gritó la gente a una sola voz, mientras la esfera
se encendía y se esfumaba en el aire como las coronas de los castillos de
fuegos artificiales. El árbol ardía y chisporroteaba, quedando apenas un madero
chamuscado, de lo que fuera, según testigos, un frondoso y hermoso árbol bajo
cuyas ramas solía bailar la gitana.
i Oh Sorpresa!,
junto a ese pedazo de tronco chamuscado estaba de pie un anciano, delgado, de
porte elegante y sonriente. Tenía un clavel rojo en la mano, uno de esos que yo
mismo había llevado cada viernes. El rostro del anciano era dulce y reflejaba
el desasosiego del que sale de una cárcel de terribles suplicios.
Se dirigió hacia
mí, levantó el clavel señalando su triunfo e inclinó la cabeza en señal de
agradecimiento y, sin más, desapareció. Miré a mi alrededor, tratando de
percibir si alguien más lo habría notado, pero estoy seguro que nadie más lo
vio. Nadie dio señales de que así hubiera sido.
Yo, atónito,
perplejo, sólo atiné a persignarme, recordando con alegría la liberación de mis
amigos, la sonrisa de la Virgen del Perpetuo Socorro y el misterio de los
claveles benditos.
Ya decía yo
-pensando para mí- que el tal don Albino no podía ser un hombre malo. Prometí
contarlo algún día y así lo estoy haciendo, aún a riesgo de la incredulidad de
muchos. Ese pobre anciano no era otro, más que un prisionero del maligno, como
lo somos muchos sin darnos cuenta, hasta encontrar a alguien que nos alcance el
clavel de la redención o seguir en medio de ilusiones, hastíos y fracasos,
hasta la autodestrucción definitiva, arrastrando a los seres que nos aman.
La madrugada
avanzaba, el frío del sereno del desierto se dejaba sentir. Di media
vuelta y me marché junto con algunos tenderos vecinos. Más tarde, tenía que
ayudar en la tienda. Era día sábado y vendrían muchos campesinos para proveerse
de víveres y de las nuevas de la ciudad. Ellos traerían también las nuevas de
sus distritos y caseríos. Sería un día divertido, después de un día de
tristezas y tensiones.
CAPITULO III
JAIME FRANCISCO
63.- EL VIAJE
El
viaje de Otuzco a Trujillo fue muy incómodo. Jaime Francisco fue traído a esta ciudad por una
bondadosa pareja, viajando en la carrocería de un camión, encima de una carga
de papas, ollucos y quesos, pasando de una falda a otra, de la mujer al varón,
durante todo el viaje. Tuvieron que soportarse hasta llegar a la parada del
camión, en las afueras del lado este de Trujillo.
Jaime Francisco no
comprendía por qué tanto cariño de la pareja con él, si no
era su pariente. Lo habían recogido en la campiña serrana desde muy pequeño,
pues andaba perdido y asustado. Le dieron abrigo y buen alimento, al punto de,
a pesar de ser un infante, se había puesto tan robusto como un adulto. Estaba
muy orgulloso, pues no sería un retaco ni un esmirriado como muchos de sus
parientes que habían quedado en Otuzco. Sería admirado y muy querido.
La pareja lo trajo
en brazos desde las afueras hasta el centro de la ciudad. Sí que era
pesado. Por eso, el varón, apenas si había andado una cuadra cargándolo en los
brazos, sin vacilar, se lo pasaba a la mujer, la que lo cargaba hasta más de
tres cuadras. En ese andar, Jaime Francisco conocía la ciudad y admiraba lo
plano y lo ancho de sus calles, a sus casonas y la hermosura de sus iglesias.
Se alegró al pensar que viviría en esta ciudad.
64.- EL DESTINO
Jaime
Francisco se quedaría en la casa de un doctor y, por eso, se sintió
seguro, porque sería bueno para su salud; pero, para su sorpresa, el doctor no
lo era en medicina; sino, en leyes. De esto se dio cuenta muy pronto, pues la
pareja se detuvo en una plazoleta en la que había una iglesia y un convento
abierto. Bueno, parecía un convento, pero no veía a nadie vestido como los
monjes que asistían a
la procesión de la Virgen de la Puerta. La mujer avanzó hasta
la enorme puerta y desde allí divisó el patio. Le pareció algo magnífico y se
entusiasmó que lo dejaran allí, pues tendría mucho espacio para corretear y gritar
llamando a sus compañeros, pero, ¡vaya desgracia! sus compañeros no estaban
aquí, pero ya encontraría otros. El hombre ingresó al "convento",
pero no tardó y volvió pronto con cara de decepción. El doctor no estaba, se
había ido a Lima. El doctor era un vocal de la Corte Superior y lo habían
promovido a vocal de la Corte Suprema. Ahora sí que resultaba incierta la
situación. ¿En dónde viviría? Menudo problema para la pareja que lo quería
tanto y peor para su destino. Por su parte, Jaime Francisco se sintió aliviado,
pues era seguro que lo regresarían a Otuzco a donde había dejado algunos amigos
en la vecindad, aunque también sentía pena, porque la ciudad le había empezado
a gustar.
Era ya mediodía. La
pareja estaba cansada y se dirigieron a la Plaza de Armas para sentarse en una
de esas bancas de cemento blanco, jaspeado con colores. Acomodados ya, sacaron
de sus alforjas el fiambre que habían llevado: cancha, pan serrano, jamón del
país y queso. ¿Qué haremos ahora? Se preguntaba el varón en voz alta. De pronto
la mujer recordó que en la calle Bolognesi vivía un compadre, quien trabajó
muchos años en el Ferrocarril, como uno de los
jefes y, en el poco tiempo que ella estuvo con su familia en Trujillo, el
señor aquél le había dado trabajo a su padre, lo que les había permitido
pasarla sin muchas preocupaciones. Hacía ya algún tiempo que se encontraba
jubilado. No lo veían desde el bautizo de su primer hijo y de eso hacía lunas de lunas. "El compadre es muy bueno,
seguro que recibirá a esta criatura de Dios"-opinó la mujer.
"Claro que sí, don Julio,-respondió el varón- muy buena idea, vamos
allá". Terminaron de comer y cargando a Jaime Francisco se dirigieron a
la calle Bolognesi. La mujer conocía a perfección el camino, aunque el varón
parecía haberlo olvidado, sólo era cuestión de cruzar la Plaza de Armas y luego
seguir por la calle Pizarro una cuadrita más y, de allí, a la derecha, junto a
un puesto policial, allí estaba la casa.
Era una casa con
una puerta grande. La mujer cargaba a Jaime Francisco, quien estaba ansioso por
ver al tal buen señor que sería su guardador. El hombre se decidió a
tocar el timbre, pero al hacerlo dio un salto y un ¡ay! de dolor. El timbre se
había electrocutado. Esto tiene candela y golpea muy fuerte-dijo el varón-
sobándose el codo Se abrió la
puerta y apareció un hombre grande, colorado, calvo y muy amable. La mujer lo reconoció de
inmediato, no había cambiado mucho.
¿Cómo está don Julio? ¿Ya no se acuerda de nosotros, compadre?
65.- DON
JULIO
Don Julio los miró medio desconfiado,
pero los recibió muy amable y, después de mirar bien, hasta se alegró al
reconocer a la mujer, cuyo padre trabajara de peón, en una cuadrilla de
brequeros, en el Ferrocarril. ¡Jesús! ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¿Cómo te ha
ido? ¿Qué es del ahijado? Ay, compadrito, el ahijado murió quemadito –dijo- fue
un grave descuido de la abuela, por el peso de sus años, nosotros no estuvimos
en el pueblo, pero ya el Señor lo recibió y lo tiene en su santo seno. Ahora,
hemos venido a Trujillo, porque Eleodoro tiene unos asuntos que arreglar y
aprovechamos para traer a esta criatura, claro que con el viaje ha bajado un
poco de peso. Don Julio la interrumpió y reaccionando tras la sorpresa los
invitó a pasar, llevándolos hasta el comedor de diario. Jesús no se desprendía
de Jaime Francisco. "Mujer, déjalo correr, lo tienes allí tullido"
-le dijo don Julio-. "Gracias, pero es tan travieso, que temo vaya a
malograr sus plantitas; y, como le decía -continuó Jesús-, no queríamos retornar
a Otuzco hasta no dejar bien alojado a este angelito de Dios y hemos venido a
saludarlo y a pedirle que usted acepte recibirlo". Don Julio, siempre
receloso, se resistió a ello, diciéndoles, ¿pero no creen Uds. que los
extrañará?" "Claro que sí, pero son cosas de la vida, contestó,
Jesús. Nuestras crías crecen y él estará aquí mejor con ustedes".
66.- DOÑA ALEJANDRINA
Jesús lo pasó
a su marido para que lo tuviera un rato y, en esos afanes, entró la esposa de don
Julio, la que reconoció a la mujer, a primera vista,"¡pero si estás
igualita, Jesús ingrata! ¿Cómo te ha ido en tu tierra?" Las dos mujeres se
abrazaron como dos hermanas. "Gracias a Dios y a la virgencita, me ha ido
bien, doña Alejita, el marido que tengo, el único, que usted también conoce, es
decir, su compadre, es muy bueno y aquí ha venido conmigo". Eleodoro, con
los brazos ocupados, inclinó la cabeza y con una sonrisa saludó a la señora, su
comadre. "¡Qué linda criatura que tienen ustedes"!, dijo con sorpresa
doña Alejita, acariciándolo. "Sabe comadrita- continuó Jesús- sólo nos acompaña la pena del ahijado que nos
dejó en el rato menos pensado". La señora se entristeció e hizo un gesto
como si recordara alguna de las travesuras de su ahijado. "Bueno, seguro
que se quedarán con nosotros algunos días", terció don Julio, muy amable.
"¡Qué pena, eso no será posible! -contestó Jesús, excusándose"-.
"Ya Eleodoro conversó la vez pasada con el abogado y el asunto está
arreglado, sólo sentimos que el vocal que nos ayudó tanto ya no esté en
Trujillo, pues lo han llevado a Lima a la Corte Suprema". Es tan buena
gente que lo vamos a extrañar, pues siempre hay pleitos por eso de las tierras
y necesitamos jueces justos.
Doña Aleja
sirvió unos refrescos y los invitó a que los acompañaran a almorzar.
"Siempre tan buenos -contestó Jesús-, pero, por favor, acepten a mi
angelito para que se quede aquí con ustedes". Los esposos se miraron y,
don Julio decidido les replicó," bueno, eso lo veremos después, por el
momento vamos a dejar al serranito en un lugarcito que es bastante amplio y
vecino a la habitación de Olguita". La pareja aceptó gustosa y, muy
humildemente, hicieron presente que comerían sólo un bocadito, pues habían ya
almorzado antes de llegar a visitarlos. "¡Ah!, sí, claro, ¿cómo está
Olguita?", preguntó Jesús, algo tímida. "De mal en peor, apenas si se
moviliza, pero, en su estado, podemos decir que se defiende", respondió
doña Aleja con algo de tristeza.
67.- LA
DECISIÓN
Jaime Francisco
estaba desconcertado. Esas personas le agradaban. La casa era grande. El sitio
que le brindaron y en el que lo habían dejado era fresco y daba
directo al patio en el que se sentía el sol en todo su esplendor. Anduvo unos
pasos y se asomó curioso a la habitación de la vecina y alcanzó a ver a una
persona ya adulta postrada en la cama. Le pareció que la persona también se
había percibido de él, de modo que retrocedió un poco asustado. No comprendía
por qué se quedaba en la cama, mientras los demás trajinaban de un lado a otro.
¿Era .quizás, una minusválida, como la Mechita de una casa vecina, allá en
Otuzco?
Entonces, ¿por qué
no la llevan al altar de la "Mamita", cómo lo hacían con la Mechita?
Llegó la hora
de la despedida. Jesús y su marido insistieron en que aceptaran, por favor,
quedarse con la criatura. "Bueno –habló don Julio- si ustedes creen que no sufrirá,
nosotros lo cuidaremos y lo alimentaremos bien". Doña Aleja les señaló el
baño para que se lavaran y pudieran viajar frescos. Jesús y Eleodoro abrazaron
a la criatura, le habían tomado tanto cariño y cuidado tanto para que gozara
del destino que le tenían reservado. "Por la "Mamita", pórtate
bien, preciosura", le dijo Jesús, despidiéndose con mucha pena, mientras
Eleodoro lo acariciaba. Jaime Francisco bajó la cabeza, como queriendo meterla
en su pecho.
68.- UN NUEVO
HOGAR
Jaime
Francisco tenía un nuevo hogar. Crecía cada día de modo
extraordinario. A pesar de ser un niño, tenía un sentido muy agudo de la
responsabilidad y asumió el deber de vigilar la habitación de su vecina, pues
presentía que algo malo, muy malo, pasaba con ella que no la dejaban salir. Se
sentaba a la puerta de esa habitación y miraba con atención a quien hacía
cariño, tanto a él como a la persona que estaba dentro de la habitación. Cierta
vez, vino un médico para examinar a Olguita, Jaime Francisco se cruzó a la
entrada de la habitación para obstaculizar el paso del médico y de doña Aleja.
Jaime Francisco no tenía alcances para comprender qué era un médico, sólo
percibió un hombre que portaba un maletín, con cara muy seria. "Jaime
Francisco - lo llamó la señora- no debes estorbar, anda para tu sitio que,
aquí, todo está bien". Jaime Francisco la miró altivo y retrocedió,
reflexionando en el asunto. Bueno, como el hombre entró con la señora, quien
era madre de aquella persona, seguramente, no había porque preocuparse.
Pasaron los meses,
desde aquel día de mayo. Jaime Francisco se sentía muy bien. Nada
de que quejarse. La comida era selecta. No faltaban las frutas, particularmente,
el plátano, al que era adicto y la papaya, cuyo dúlcete adoraba. Además gustaba
de los postres con nueces, que también le daban con frecuencia, aunque, a
veces, mezcladas con maní.
Pronto llegó el mes
de diciembre. Jaime Francisco era todo un caballero y tenía sueños bellos.
Pensaba en el matrimonio, pero hasta el momento no conseguía chica. A veces,
decía para sí, si yo me casara, ¿quién se haría responsable de la persona que
estaba postrada en la cama de la habitación vecina? La pobre me necesita tanto,
y concluía con un
"no, mejor me quedo soltero y cumplo mi deber hasta el final. Así seré
recibido en los cielos con beneplácito y gloria".
69.- INCERTIDUMBRE Y PREMONICIONES
En la casa había mucho
ajetreo. La señora madre de Olguita y otra señora que era la hermana menor de
la pobrecita, iban y venían haciendo arreglos en la casa. Era 22 de diciembre,
las señoras traían muchas cosas de la calle, que guardaban secretamente para
que nadie las viera, allí en el cuarto vecino. El esposo de la hermana de la vecina venía hacia él, lo miraba y sentía en
esa mirada algo así como si le tuviera pena. "Qué bien has crecido,
Jaime Francisco, le decía, pero tanta gordura te hace un manganzón y eso no es bueno
para ti; pero sí para nosotros". Ese señor era bueno, pero no tanto como
don Julio. Él si era bueno de verdad, pues cada mañana le traía unos desayunos
que todos sus amigos que se habían quedado en Otuzco se morirían de envidia, y
qué decir de los almuerzos y, claro, con tanto comer y poco movimiento, tenía
que engordar.
El día 23 de
diciembre, estaba sombrío. Se sentía mucho calor. Ahora, en Otuzco estará
lloviendo, pensaba Jaime Francisco, sentado en la puerta de su cómodo
rinconcito; y le vino al pensamiento, ¿por qué, ese señor, a quien debía su
nombre, le había tenido pena? Él era bien tratado, cumplía de lo mejor su deber
de vigilante y guardián de una pobre mujer que no podía moverse y que sólo de
cuando en cuando la sentaban en el patio y Jaime Francisco sentía mucho no
poder ayudarla a caminar. Su nombre estaba inspirado en dos personas gordas y
él tuvo que pagar las culpas. El primer nombre, se lo dio ese señor y, el
segundo, la señora Alejita. En fin no comprendía esas expresiones que, aunque
cariñosas, eran para él muy preocupantes. El día avanzaba y Jaime Francisco se
sentía muy apenado. ¿Porqué será esta tristeza?- se preguntaba. ¿Será quizás
nostalgia de la tierra? Bueno, si fuera semana santa, nada habría de raro, si
uno siente tristeza, pero, ¿en diciembre? Recordó cómo en diciembre del año
anterior, en Otuzco, la pareja que lo recogió un par de meses antes, lo
llevaron abrazado a la iglesia del pueblo, de donde salió un gentío enorme y
muchos monjes, llevando a la "Mamita" sobre los hombros. La gente iba
lentamente, portaba cirios enormes. El sentía que causaba molestias, por
aquello que el varón le decía a la mujer, pero lo soportaban y no quisieron
dejarlo solo en la casa.
70.- EL
SACRIFICIO
¡Vaya tarde! El sol no se asomaba. A eso de las
cinco de la tarde llegó la señora María, lavandera de la casa, a quien adoraba,
pues no bien llegaba, ella le traía sus postres favoritos, hechos de nueces.
Esa tarde, la buena mujer trajo un pocillo lleno de uvas y una botella con un
líquido blanco de fragancia muy agradable, a uva en maceración. Jaime Francisco
pensó que eso sería una de esas bebidas para curar los resfríos. La mujer le
dio las uvas una a una y luego le hizo probar de esa agua blanca y cristalina y
le gustó, de modo que se bebió el pocillo que le dieron. ¡Caray!, ¡qué alegría!
Se tambaleaba y, poco a poco, fue perdiendo el sentido, todo le daba vueltas.
De pronto, la señora lo cogió de los pies y quedó con la boca abajo. Eso sí que
era una broma pesada. La sangre de su cuerpo descendió, su cabeza se puso roja
como tomate maduro, se desprendió el moco y le tiró de la lengua. ¿Que pasa?,
¿se ha vuelto loca? ¡Oh, bellaca miseria!, la mujer tenía un cuchillo, el mareo
como que se le disipó, el dolor lo sacudió, pronto todo se oscureció y el mundo
se acabó para él.
Era "Noche
Buena", todos esperaban las doce para darse el abrazo deseándose
¡Felices Pascuas de Navidad! La mesa estaba decorada con un lindo mantel y
servilletas de colores. En el centro, en una enorme fuente, estaba el tradicional
pavo de navidad, deliciosamente adornado y provocativamente horneado. Todos se
maravillaban de lo grande del animal, no se pudo hornear en casa y se tuvo que
llevar a una panadería conocida, con las recomendaciones del caso para que se
dorase parejito.
Este fue el fin de
Jaime Francisco. La criatura fue traída como obsequio por Fiestas
Patrias para halagar a un magistrado y mostrarle su gratitud por cumplir con su
deber de hacer justicia; pero terminó en una mesa de celebración de la Navidad,
como símbolo del afecto y gratitud, aunque por razones ocasionales. Jaime
Francisco comprendería ahora el porqué de tanto cariño, un cariño interesado,
pero ya no tenía nada que hacer y ni siquiera el consuelo del más allá. Su
cariño y sus esfuerzos por la minusválida fueron desinteresados, él no le pidió
ni salario y ni siquiera alimento. Jaime Francisco no tenía alma inmortal, como
la tienen los hombres, aunque algunos no lo merezcan. Alma, cuya salvación es
para recordar ahora, a propósito de celebrar el nacimiento del Redentor, Jesús
Cristo. Es algo que muchos
hombres no entendemos: la solidaridad con los que sufren. No, esa
"solidaridad" de redentores falsos que predican justicia y son peores
que las injusticias que critican. Jaime Francisco entendió bien eso
de amarás a tu prójimo como a ti mismo y su corta vida bien valió la pena, pues
asumió, sin que nadie se lo pidiera, la vigilancia y el cuidado de una
desvalida que, por desgracia del destino, siempre necesitará de alguien, más
aún en la vejez, pero para entonces Jaime Francisco ya no estará.
71.- NAVIDAD
Y NOCHE BUENA
Sonaron las 12
horas de la noche. En el tornamesa empezó a girar
un disco con los villancicos navideños. La melodía de "Noche de Paz, Noche
de Amor" promovió la solidaridad en la familia. Se abrazaron unos a otros.
La madre, doña Alejandrina y la hija.la profesora Nelly, llevaron la imagen del
"Niño Jesús" al hermoso nacimiento que habían armado con ayuda de
Guillermo Ludwig y de Carlos Reiner, los niños de la casa, quienes siguieron
con la mirada atenta todos esos movimientos. Pusieron al niño sobre una camita
de paja a cuyo lado estaban las imágenes de María, la madre y José, el padre.
"El Niño Dios acaba de nacer" -dijo la profesora Nelly a los pequeños que estaban a la expectativa- y, tomando
la imagen del niño, se la acercó para que la besaran. "Ahora,
dejémosle, pues quiere dormir y, más tardecito, ustedes también".
Al pie del
nacimiento estaban los regalos de los niños. La
madre fue recogiendo cada uno de los paquetes y leyendo las inscripciones sobre
las tarjetitas que prendía en cada regalo, los alcanzaba a cada uno de los
oferentes para que los entregaran al niño destinatario. Para los padres y
abuelos, la sonrisa de los niños es la mejor expresión de la alegría de la
navidad, pues reciben con ilusión el regalo que se les da, muchas veces,
apreciando más el regalo sencillo que el regalo de lujo. Los regalos para los
mayores yacían junto al hermoso árbol que con mucha ilusión armaba en cada
navidad la señora de la casa, la que se esforzaba cada año en agregarle algún
nuevo juego de luces o de adornos expresivos de las fiestas navideñas. El árbol
estaba en el centro de la sala y con directa visión a la calle. La enorme
puerta de la casa quedaba abierta, por tradición de la familia, como símbolo de
que el Niño Jesús estaba visitando la casa.
Ya sentada la
familia a la mesa de fiesta, sintieron como si un ambiente de nostalgia y de
tristeza los invadiera en un solo sentimiento de culpa. Todos tenían la
mirada puesta en el pavo navideño, el que, por el dorado del horneado, parecía
iluminarse. Era como si en el efluvio de su exquisito aroma estuviera una voz
diciendo: "Aquí estoy para vuestro alimento y alegría de la Cena de
Navidad". "Yo he cumplido con mi deber y es lo último que puedo hacer
por ustedes. La obligación es ahora vuestra". "Hay muchos que sufren,
no hay que buscarlos muy lejos, algunos están cerca de vosotros". Unos a
otros se miraron, un flujo de lágrimas asomaron a los ojos de los comensales,
doña Aleja miró con preocupación y tristeza a Olguita, a la que había peinado y
arreglado de un modo especial para esa noche. Olguita estaba excitada y preguntó
en su media lengua ¿dónde está Jaime Francisco?, ¿lo han matado? El esposo de
la profesora se levantó y cambió el disco navideño por uno de alegres canciones
nacionales y, volviendo a su sitio, dijo:" Es Navidad, alegremos los corazones, ¡Aleluya!, ¡Aleluya!" y sirvió el
chocolate. Don Julio elogió el relleno del pavo y doña Aleja se jactó de
su secreto de cocina.
72.- EL
MILAGRO
Eran ya casi las
dos de la mañana. Todos se dirigieron a la sala para recibir sus
regalos. Doña Alejandrina y la profesora Nelly se acercaron al nacimiento para
mirar la delicada estatuilla del Niño. Pero, ¿qué raro?, junto al Niño había
una preciosa figurilla, un pavo de porcelana de unos 10 centímetros.
"¿Quién ha puesto este pavo en el nacimiento?, preguntaron, a una sola
voz, las dos mujeres. ¡Yo no!, respondieron todos al mismo tiempo. Cada uno
revisó la figurita, pero nadie reconoció haberla tenido y menos haberla puesto.
La figurita era tan brillante que arrojaba una luz de tranquilidad. Doña Aleja
retornó la figura al mismo sitio y se persignó con devoción.
El esposo de la
profesora se acercó, curioso tomó la porcelana en sus manos y el
pavito aquél se iluminó intensamente, dejando entrever en su interior un
corazón. Sólo él pudo verlo, pues el efecto desapareció rápidamente. Volvió con
cuidado la figura al pesebre, allí, junto al Niño, de donde la había tomado.
Algo sorprendido, supuso que no era más que magia de la Noche Buena o una
visión súbita, algo así como una autosugestión. Desactivaron las conexiones del
árbol y del nacimiento, apagaron las luces y se fueron a dormir, dejando la
sala y el comedor con los regalos en completo desorden.
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